domingo, 16 de febrero de 2014

CIBERFEMINISMO


“Prefiero ser una Cyborg[1] a ser una Diosa”
Donna Haraway

“¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?” 
(Rm 7, 24)


Imagina a una chica fea, muy fea, en la Ciudad del Futuro, con un cuerpo enfermo, herido, desastrado, adorando a dioses que se mueven airosamente, muy por encima o en espacios simulados, tridimensionales, holográficos. Tú puedes ampliar el círculo amargo de sus labios a tres metros de diámetro, si no hay distorsión molecular, en el saloncito de tu casa. Pero no lo haces porque la chica es horrible y no da el tipo andrógino que marca la moda y seduce a los espectadores. No sale en los hologramas, ni siquiera en los monitores, luego no existe.

Nadie la mira a ella. Nadie se cuida de ella. Por tanto decide suicidarse, pero -¡oh previsible destino!- una titánica multinacional, vinculada a la superpoderosa CGC (Control Global de las Comunicaciones, el Gran Hermano de la Ciudad del Futuro) la rescata de la transparencia en su agonía, para dotarla de un nuevo cuerpo perfecto. Le hacen saber que incluso para un horror como ella está prohibido en la Ciudad del Futuro suicidarse en público, y le ofrecen una alternativa a la invisibilidad, una oportunidad para vivir entre los dioses. (Igual que prometió Jesús a quien le siguiera…, un nuevo cuerpo cuando este se marchite o pudra).

“Moriré y naceré nuevamente en Delphi” –se dice-. “Delphi” es el nombre escogido por la desmesurada multinacional para ese nuevo cuerpo inmaculado, sacado de una gran caja criogénica, el de una jovencita digna de protagonizar una “pornografía para ángeles”.

La chica -digamos, humana-, fea, muy fea, acepta convertirse en el operador remoto de ese cuerpo angelical, el cuerpo de Delphi, en una sociedad que ha prohibido la publicidad (Ley de Polución Publicitaria) y en la que los “puntos de venta” son androides teledirigidos, organismos[2] cibernéticos controlados por operadores remotos. Se trata de un mundo tan sucio que sólo se pueden ver las estrellas en las cumbres de los Andes o en el Tíbet. Pero las imágenes de las pantallas, las “informaciones” que, sobre todo, adoctrinan y entretienen, son impecables y están controladas por la CGC, desde una torre próxima al neurolaboratorio. Para que me entiendas, le llamaré “Castillo del Gran Hermano”.


Delphi es la chica perfecta para la publicidad encubierta, para el merchandising viral en red, debidamente asesorado y optimizado por las neurociencias. Pronto, centenares de millones de consumidores cliquean la orden de compra de los electrodomésticos que usa, de las cremas con que preserva de la sequedad, su piel de terciopelo, de los bolsitos que sus preciosas y nacaradas manitas portan. Nadie sabe que ese cuerpo estelar es teleoperado por la chica fea. Delphi resulta tan inocente que prueba todas las chucherías que le dan (ella es un espectacular punto de venta) y se queja cuando no le saben bien o se le agarran a la garganta, o protesta porque el elevador personal, antigravitacional, no se ajusta bien a su cuerpecito de diosa.

Delphi se codea con los dioses viajando a supervelocidad por medio mundo en jet “privado”. En Barcelona, la cara de Delphi hace su aparición en Playa Nueva. Mil millones de espectadores la siguen ya. Oyen el timbre delicado de su voz en interlingua o en veinte lenguas distintas. Compran lo que ella lleva, lo que ella come, contratan los tours en que se embarca. En Barcelona, ese terrón de azúcar teledirigido por la fea, la que intentó suicidarse y yace a miles de quilómetros en medio de un amasijo de electrodos, es elevado a la condición de princesa, prometiéndose con el infante de una vieja dinastía española resucitada durante la Neomonarquía. El infante está bastante bien conservado para sus ochenta años, es un apasionado de las aves, ésas que ya sólo pueden verse en los zoológicos. Los miles de millones de espectadores descubren en sus holovídeos que el infante no es tan pobre como se creía. Al contrario, su hermana mayor se ríe de los recaudadores de impuestos y del ministro de Hacienda. Anda restaurando el patrimonio familiar mientras su hermano corteja temblorosamente a Delphi.

“Y la pequeña Delphi conoce ahora la vida de los dioses”

El infante le regala un coche solar y Delphi salta a su asiento y lo prueba como una tigresa, registrándose una respuesta inmediata en el sector de los créditos elevados, pero sus propietarios rechazan una oferta del Benelux para que Delphi participe semidesnuda en un programa de cocina llamado Wok Venus.

El casamiento en el viejo mundo resulta un alarde global de glamour. La mansión tiene baños moriscos y candelabros de plata de dos metros y -sorpréndase espectador- ¡verdaderos caballos negros! La fiesta final es un gran baile ¿gauchesco? Aparece al fondo mientras se ve a la muñeca y al añoso príncipe charlando en el mirador. Ella arroja palomas de juguete a sus nuevos amigos, que giran abajo, en el patio… Un primer plano de su graciosa naricilla..., e inmediatamente se disparan las ventas de los discretos filtros para la nariz que usa Delphi con forma de pajarito… 

Pero ¿qué pasa? De repente cae desvanecida junto a un bargueño gótico, ella, que es un waldo manejada por una operadora remota, ¿te acuerdas? Esa chica horrible que intentaba suicidarse convencida de que nunca tocaría ni la suela del zapato de sus dioses, se ha enamorado, a través de su nuevo cuerpo, el de Delphi, de otro cyborg: Paul Ischam III…

Otros géneros o ningún género
Alice (la futura James Tiptree Jr.) fotografiada junto a una tribu africana

No pienso fastidiaros el relato parafraseando su final, pero sí os diré que fue publicado bajo el seudónimo de James Tiptree, Jr., o sea, fue escrito por Alice Hastings Bradley Sheldon hacia 1973 y ganó el premio Hugo.

Alice nació en 1915, hija de un abogado naturalista y de una prolífica escritora. Viajó mucho desde pequeña por África y Asia, por este mundo que acabaría quedándosele pequeño a su  desbordante imaginación. Fue llamada por el New York Times “la primera niña blanca vista por los pigmeos”.

A los diecinueve se fugó con un joven, William Davey del que se divorció después de un aborto escandaloso y una relación tempestuosa (1934-1941). Fue artista gráfica, pintora y crítica de arte para el Chicago Sun durante 1941 y 1942.  Alistada en el ejército, trabajó como enfermera durante la segunda guerra mundial (ella quería ser piloto) y como analista de fotografías informativas. En 1945 se casó por segunda vez con el coronel Huntington D. Sheldon. Dejó el ejército un año después y creó una pyme junto a su esposo. Trabajó durante unos años en el contraespionaje de la CIA (1952-1955), pero renunció para ir a la universidad y obtener un doctorado en psicología experimental. También proyectó un tratado de estética. 

Cuando todavía no era conocida en el mundillo literario por su verdadero nombre, admitió que había pasado la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial en un sótano del Pentágono y que el nacimiento y el horrendo desarrollo del nazismo fue el hecho central de su generación. Aunque publicó su primer cuento en los años cuarenta bajo su verdadero nombre, Alice Bradley, desde 1968 y hasta su muerte en 1987[3], firmó con nombre de varón sus cuentos de ciencia ficción[4] que pronto alcanzaron justa notoriedad y reconocimiento. A parte del insólito nombre de Tiptree, también usó el seudónimo Racoona Sheldon entre 1974 y 1977. Esto le permitió llevar una verdadera vida secreta, “lo que desea todo niño”:

“Al carajo el Big Brother. Un hermoso mundo secreto REAL, con personas reales, amigos maravillosos, seres capaces de grandes hazañas y palabras mágicas. La gente de Frodo sí se quiere; ellos me escriben y aceptan mis ofrendas y maldito sea si tengo ganas de abrir la puerta entre la realidad mágica y la tormenta universal de mierda conocida como el mundo (una lágrima) real…”

Su refugio en la SF seguramente le ayudó a superar las continuas depresiones asociadas a su incomodidad en los roles que la época asignaba a las mujeres.

Robert Silverberg le prologó en 1975 Warms Worlds and Otherwise, una formidable colección de relatos que incluye “Amor es el plan. El plan es la muerte” (Premio Nebula) y “La muchacha que estaba conectada”, el cuento que he descrito al comienzo de esta entrada. En dicho prólogo, Silverberg se pregunta por la identidad de Tiptree, habla de sus primeras apariciones en el mundo de la ciencia ficción con cuentos magistrales de menos de dos mil palabras en los que presenta desconcertantes cambios de perspectiva, sensaciones de alienación y desorientación en mundos que son otros pero se van pareciendo cada vez más, terroríficamente diría yo, al nuestro. No son cuentos que acaben bien, algunos tienen un romántico final trágico. Por ellos pululan extraterrestres y seres híbridos, mestizos o de razas arcaicas, cuyos propósitos y motivos nos resultan a veces inexplicables en un universo tan extraño como incomprensible.

Explica Silverberg cómo la reputación de Triptree creció en los años setenta y alentó la curiosidad sobre su identidad sexual. Aunque admite la polémica, el autor del prólogo "se moja" (cosa que sin duda lamentaría después), y afirma:

“Se ha sugerido que es una mujer, teoría que encuentro absurda porque hay para mí algo ineluctablemente masculino en sus narraciones. No creo que las novelas de Jane Austen puedan haber sido escritas por un hombre ni las de Ernest Hemingway por una mujer; del mismo modo creo que el autor de los cuentos de James Tiptree es un hombre”.

Y eso que un relato como “Las mujeres que los hombres no ven”, “una especie de obra maestra -dice Silverberg-, es un relato profundamente feminista narrado de un modo enteramente masculino, y merece la atención de todos aquellos que estén en primera línea en las guerras de liberación sexual, tanto hombres como mujeres”.

Hacia una nueva identidad cybernética
Donna Haraway con sus perros

Tiptree/Sheldon fue reconocida por romper las barreras entre la percepción de una literatura exclusivamente masculina o femenina.

Y Donna Haraway (Denver, Colorado, 1944) confirmará del todo las palabras de Silverberg. 
La autora de The cyborg Manifiesto (1985), que forma parte del libro Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature (New York, 1991) se graduó en zoología y filosofía. En París, donde estudió y vivió becada durante un año, asimiló las filosofías postmodernas[5] y la psicología de Lacan.  La Wikipedia la describe como la principal pensadora acerca de la relación amor/odio entre personas y máquinas. Sus ideas han provocado una explosión de debates en áreas tan diversas como en primatología, la filosofía y la biología del desarrollo.

“Soy consciente de la extraña perspectiva que me presta mi posición histórica: yo, una muchacha católica de origen irlandés, pude hacer el doctorado en biología gracias al impacto que tuvo el Sputnik en la política nacional educativa científica de los Estados Unidos. Tengo un cuerpo y una mente construidos tanto por la carrera armamentística posterior a la segunda guerra mundial y por la guerra fría como por los movimientos femeninos”

El Manifiesto cyborg es descrito por su autora como una utopía: “el sueño irónico de un lenguaje común para las mujeres en el circuito integrado”. Incluye conscientemente estrategias retóricas, así como el recurso a las ficciones, porque entiende la construcción de la conciencia como comprensión imaginativa de la opresión y también de lo posible. “Las fronteras entre ciencia ficción y realidad social son una ilusión óptica” en un mundo donde la frontera entre lo natural y lo artificial es ya tan imprecisa como ambigua. El mundo es ya sólo un problema de códigos.

Haraway desarrolla la metáfora[6] de los Cyborgs como un mito consciente para una nueva identidad política de las mujeres y muestra su agradecimiento a escritores como Joanna Russ, Samuel R. Delany, John Varley, James Tiptree Jr., Octavia Butler, Monique Wittig y Vonda McIntyre, “técnicos del cyborg”, narradores que exploran lo que significa estar encarnado en mundos de alta tecnología con sus construcciones de yos coloreados y monstruosos en la ciencia ficción feminista. 

La consideración positiva de la tecnología no esquiva el hecho de su fusión con la cultura estética, que podría leerse también como blasfemia o como el cisma sexual de una cultura andrógina en la que la técnica permite superar la famosa maldición del génesis-géneros: “tú, varón, ganarás el pan con el sudor de tu frente y tú, mujer, parirás a tus hijos con dolor”.
El mensaje:

“quizás podamos aprender de nuestras fusiones con animales y máquinas cómo no ser un Hombre, la encarnación del logos occidental”. Y “desde el punto de vista del placer que encierran esas poderosas y prohibidas fusiones, hechas inevitables por las relaciones sociales de la ciencia y de la tecnología, podría, en efecto, existir una ciencia feminista”.

El mito y la metáfora como herramientas políticas

La escritura Cyborg no será ya una escritura sobre la Caída y el imaginario Edén de una totalidad anterior al lenguaje, a la escritura, al Hombre, sino que tratará del poder para sobrevivir, pero no sobre la base de una inocencia original (¡ni culpa ni inocencia!), sino sobre la de empuñar las nuevas herramientas que marcan el mundo como otredad. El concepto de naturaleza se ha vuelto definitivamente equívoco y con ello la base de la epistemología occidental. Pero la alternativa no es el cinismo o el descreimiento. Lo que vayan a ser los cyborgs es una interrogación radical.

Lo que es seguro es que las estrategias de control hasta ahora aplicadas a las mujeres con el fin de que den a luz nuevos seres humanos serán desarrolladas en el interior de lenguajes de control de la población y de optimización de objetivos con vistas a cargos directivos individuales. La situación actual de las mujeres es su integración/explotación en un sistema de comunicación mundial, un sistema de producción/reproducción llamado por Haraway informática de la dominación, en el que todo, el hogar, el mercado, el sitio de trabajo y el propio cuerpo, puede ser conectado de manera polimorfa, casi infinita. Por eso, las políticas feministas-socialistas deben ser redirigidas a las relaciones sociales de ciencia y tecnología, pero también a los sistemas de mito y significado que estructuran nuestras imaginaciones, semióticamente.

El cyborg es el nuevo yo que las feministas deben codificar, puesto que las tecnologías de la comunicación y las biotecnologías son las herramientas decisivas para darle nuevas utilidades a nuestros cuerpos. Y tanto las comunicaciones como las biotecnologías se resuelven en un problema y una lucha de códigos. El organismo ha sido traducido a problemas de codificación genética y de lectura de esa especie de criptografía en que se ha convertido la biología.

Los mitos son también herramientas políticas, nuevas versiones de cuentos viejos que desplazan los dualismos jerárquicos de identidades naturalizadas, a identidades fracturadas, postmodernas. De este modo, los autores cyborgs subvierten los mitos centrales del origen de la cultura occidental. Las nuevas herramientas proceden de la biotecnología y la microelectrónica, que textualizan nuestros cuerpos como problemas codificados, como puzles semiológicos. La microelectrónica es la base técnica del simulacro, es decir, de las copias sin original, y hace de intermediario en las traducciones del trabajo a robótica, del sexo a ingeniería genética, de la mente a inteligencia artificial y algoritmos de decisión.

La diferencia entre máquina y organismo se vuelve imprecisa. Los objetos orgánicos se disipan así a favor de juegos de escritura:

 “Las historias femeninas de cyborgs tienen como tarea la de codificar de nuevo la comunicación y la inteligencia para subvertir el mando y el control”.
Los mitos son, pues, instrumentos para poner significados en vigor y en valor:

“La frontera entre mito y herramienta, entre instrumento y concepto, entre sistemas históricos de relaciones sociales y anatomías históricas de cuerpos posibles, incluyendo a los objetos del conocimiento, es permeable. Más aún, mito y herramienta se constituyen mutuamente”

¿Existen las mujeres? ¡La donna e mobile!

"Mientras permanece allí sentado reflexionando, con la luz dorada jugando sobre su llameante pelo, me doy cuenta de que puede que esté equivocado. Lo he estado calificando como 'él' debido a su cuerpo sin pechos, su vientre plano y sus delgadas caderas, y quizá también porque se halla aparentemente solo en mar abierto. Pero ese rostro podría pertenecer muy bien a una hermosa mujer. Y no es humano; hay un extraño pliegue que desciende por su garganta, y las pupilas de sus ojos tienen forma de reloj de arena. Ni siquiera es mamífero; no hay pezones que marquen las curvas verde pálido de sus músculos pectorales, aunque tiene un pequeño ombligo. Quizás 'él' sea femenino, o quizás afeminado; o tal vez sea costumbre de su raza que las hembras vaguen solas hasta muy lejos. Sea como sea, mi nuevo amigo es digno de contemplar, incluso su cuchillo, cinturón y taparrabo están encantadoramente tallados y decorados"

James Tiptree, Jr. El color de los ojos del Neanderthal, Madrid, 2003.

No existe nada en el hecho de ser ‘mujer’ que una naturalmente a las mujeres. La categoría ‘mujer’ tampoco es inocente. Al contrario de Shulamith Firestone[7] (La dialéctica del sexo, 1973), Haraway rechaza cualquier dualismo sexual natural. La sexualidad es una construcción cultural.

“Las feministas del cyborg tienen que decir que ‘nosotras’ no queremos más matriz natural de unidad y que ninguna construcción es total. La inocencia, y la subsecuente insistencia en la victimización como única base de introspección han hecho ya bastante daño”

Ni siquiera existe para Haraway el estado de ser mujer. “Nosotras” es también un mito político. Se trata más bien de hallar una política de lenguaje que impregne, por ejemplo, las luchas de las mujeres de color (también falta un criterio esencial para identificar quién es una “mujer de color”)  o las de las trabajadoras del sudeste asiático en fábricas de componentes electrónicos de Japón o USA y les permita una política de coaliciones y afinidades. Porque no existe identidad de género, ni identidad racial o nacional, sólo mecanismos ficticios de identificación. 
La Malinche de Rosario Marquardt, 1992

Las fértiles coaliciones por afinidad no se producen ya en base a la identidad. Por ejemplo, las reescrituras de la Malinche (doña Marina), esa bastarda mestiza del nuevo mundo, maestra en lenguas y amante de Hernán Cortés, tienen un significado especial para las construcciones chicanas de la identidad. Ya no hay lenguas maternas –afirma C. Amorós (v. notas 4, 6, 13 y 21)- sino políglotas, “sólo sitios lingüísticos que una toma como su punto de partida”.

El cyborg es ese monstruo quimérico que no reclama ya una lengua original anterior a la violación, un lenguaje genuino en la hipotética armonía heterosexual del jardín de Adán y Eva. La teoría feminista socialista puede y debe imaginar un mundo sin géneros, sin génesis[8] y, quizás, sin fin. 

El cyborg elude el paso de la unidad original, esa ilusión de plenitud, y se sitúa del lado de la parcialidad, la ironía, la intimidad y la perversidad. “Es opositivo, utópico y en ninguna manera inocente”. Libre de la polaridad de lo público y lo privado[9] define una polis tecnológica basada en parte en una revolución de las relaciones sociales en el oikos, la célula familiar[10]. Al contrario que la criatura de Frankenstein[11], no espera que su padre le salve con un arreglo del jardín del Edén, es decir, mediante la fabricación de una pareja heterosexual. “No está hecho de barro y no puede soñar con volver a convertirse en polvo”[12]. Se trata de una nueva narrativa no edípica, con una lógica distinta de la represión y que necesitamos entender para poder vivir.

Economía del trabajo casero

Se puede juzgar la agudeza del diagnóstico de Haraway sobre la sociedad que se avecina, sus contradicciones y sus luchas políticas, con independencia de su propuesta utópica. De hecho, Haraway reorganiza el panorama ontológico del feminismo. De ahí su relevancia filosófica[13]. Más que hacer dialéctica histórica, reflexiona sobre el presente. Su postmodernismo constructivista no formula utopías sino que expone ya la utopía realizada, el sueño de un mundo “monstruoso”, sin géneros. Un esfuerzo blasfematorio, un mito irónico crítico con el androcentrismo, el capitalismo, el holismo y el dualismo.

Se reconoce inserta en la corriente feminista socialista, progresista, de izquierdas, pero critica el feminismo marxista por aplicar a lo que hacen las mujeres la categoría privilegiada de trabajo, concebido éste como un acto esencializador:

“La mayoría de los marxismos ven bien la dominación y tienen problemas para comprender lo que puede sólo parecer como falsa conciencia y complicidad de la gente en su propia dominación en el capitalismo tardío”

La crítica ideológica, o de la ideología, no es capaz de comprender con suficiente sutileza la realidad de los placeres nacientes, de las experiencias y de los poderes con serias posibilidades de cambiar las reglas del juego. Nos encontramos ya lejos del imaginario marcusiano que convierte a las mujeres en sujetos biofílicos, naturales e incontaminados, con sus dualismo de Eros versus Thanatos, donde el feminismo adoptaría la forma de un texto salvífico. 
Celia Amorós

“Las mujeres para Haraway no tienen una posición adjudicada a priori a un sujeto con presuntas virtualidades soteriológicas” (Celia Amorós).

Análogamente, el cuento del feminismo radical le parece, al menos en parte, tan nihilista como apocalíptico y reduccionista. 

“El deseo de otro, no el trabajo del yo, es el origen de la ‘mujer’”. 

Haraway despoja de partida a la mujer de toda posición privilegiada, rechazando cualquier subjetividad unitaria a priori.

“El sueño feminista de un lenguaje común, como todos los sueños de un lenguaje perfecto, de una denominación de la experiencia perfectamente fiel, es totalizador e imperialista”

Haraway comparte los análisis de Richard Gordon en el sentido de que el trabajo está siendo redefinido como femenino y feminizado. No sólo el trabajo sanitario o educativo. “Feminizado” connota aquí también “vulnerable” en el “desfalleciente estado del bienestar”: pérdida del empleo estable masculino, robotización de las fábricas, pobreza forzada con empleo, trabajo apto para ser montado y vuelto a montar, sujeto a horarios intra y extrasalariales, marginal, inestable, eventual…, en los límites siempre de lo obsceno, intensivo, en el caso sobre todo de las exigencias que se hacen a las mujeres para que se mantengan a sí mismas y ayuden en el mantenimiento de hombres, niños y ancianos.

Los hogares presididos por una mujer son cada vez más y facilitan la coalición femenina en muchos temas, pero la estructura de los nuevos núcleos familiares es contradictoria. Propicia el feminismo a la vez que erosiona el propio género. La fábrica, el hogar y el mercado se integran en una nueva escala, en lo que Gordon ha llamado “economía del trabajo casero”. Se trata de una consecuencia de las nuevas tecnologías[14], de su poder para integrar y controlar el trabajo a pesar de su dispersión y descentralización.

“Cada vez habrá más mujeres y más hombres luchando con situaciones similares, lo que hará necesarias alianzas intergenéricas e interraciales, no siempre agradables, en asuntos básicos de la vida, con o sin empleo”.

La irrupción de las TICs ha posibilitado y extendido el teletrabajo (teledesplazamiento, telecommuting), con todas sus posibilidades y riesgos. Work at home, Flexwork (trabajo flexible), Mobil Work (trabajo móvil), Groupware (trabajo en el Telecentro, telecottage), Freelance (trabajadoras independientes). Si bien estos tipos nuevos de trabajo pueden hacer más fácil su conciliación con la vida familiar, el cuidado de niños, ancianos, las faenas domésticas, ¡para hombres y mujeres!, de ellos pueden nacer nuevas formas de explotación, formas débiles de inserción laboral en forma de trabajo no protegido, informal o “sumergido”. Empresarios sin escrúpulos están forzando a mujeres y a hombres[15] a adoptar formas jurídicas ventajosas pero falsas, como empresarios "autónomos" prestadores de un servicio cuando no son más que asalariados/as.

Nuevo campo de batalla: Circuito integrado y educación teledirigida

En medio de la informática de la dominación, la política de los cyborgs insiste en el ruido y es partidaria de la polución comunicativa en un sistema polimorfo de información. Acepta las responsabilidades de las relaciones entre ciencia y tecnología, rechazando una metafísica anticientífica o una demonología de la tecnología. Por eso, se regodea en las fusiones ilegítimas de hombre con animal[16], de animal con máquina[17], que vuelven al Hombre y la Mujer problemáticos, subvirtiendo la estructura del deseo, la fuerza imaginada para generar lenguaje y género. Dichas combinaciones alteran la estructura y modos de reproducción de la identidad occidental, de la naturaleza y de la cultura, del espejo y el ojo, el esclavo y el amo, el cuerpo y la mente, del Occidente y su más alto producto, el que no es animal, bárbaro o mujer: el Hombre, es decir, el autor de un cosmos llamado Historia.

No se trata de caer en un determinismo tecnológico. Vivimos, es cierto, en un sistema histórico que depende de relaciones estructuradas entre la gente. Pero la ciencia y la tecnología suministran fuentes frescas de poder, de análisis y de acción política. Por ejemplo, en la lucha central a propósito del significado y de la autoridad de la mujer en la religión o en los sindicatos[18].

Donna Haraway reconoce que el mercado no sólo consume crecientemente trabajo femenino o feminizado, sino que son las mujeres las principales destinatarias de sus productos, unos bienes de consumo cada vez menos necesarios. Habla también de la importancia creciente de los mercados informales, de la interpenetración de los mercados sexual y laboral y de la sexualización intensificada del consumo abstracto y alienado.

Sobre el Estado, sus perspectivas no son nada halagüeñas. Erosión continua del estado del bienestar, descentralizaciones con aumento de la vigilancia y el control, nacionalidad telemática, reducción de funcionarios... Particularmente inquietante resulta su vaticinio de un aumento de la militarización de la alta tecnología y su integración íntima a través de los videojuegos y el agrupamiento psicológico, bajo la creencia en la existencia de enemigos abstractos.

La perspectiva cyborg pretende liberar a la mujer de la necesidad de enraizar la política en la identificación, en los partidos de vanguardia, en la pureza y la maternidad. Despojada de identidad, la raza bastarda enseña el poder de los márgenes y la importancia de una madre como la Malinche: la madre letrada original que enseña a sobrevivir. Y la supervivencia está en juego en un duelo de escrituras.

Haraway, muy post-estructuralista, mete el “humanismo” en su lista de aborrecibles: patriarcado, colonialismo, positivismo, esencialismo, cientifismo, y otros ismos asociados a una posición orgánica o natural. Su diagnóstico sobre la evolución de la educación es tan tenebroso como muchos de los ambientes creados por Tiptree: las necesidades del capital de alta tecnología se imponen en la educación pública cada vez con menos resistencias, en todos los niveles y con diferenciación de raza, clase y género. La tecnología de gestión se sobrepone a la participación democrática. Se busca la ignorancia de las masas y se aplica la represión dentro de una cultura tecnocrática y militarizada, mientras crecen los cultos misteriosos en detrimento de la ciencia, asociados a movimientos políticos radicales y disidentes; analfabetismo científico relativo entre las mujeres blancas y la gente de color; creciente direccionismo industrial de la educación (sobre todo la superior) por parte de las multinacionales de la ciencia (especialmente compañías de electrónica y biotecnología); élites de educación privilegiada en una “sociedad”, esto es, un sistema polimorfo de información, progresivamente bimodal.


Regeneración

La producción de teorías universales y totalizadoras es un grave error para Haraway. Se trata también de rechazar los recursos ideológicos de la victimización para gozar una vida real, rechazar el ser Una como una ilusión, rechazar los dualismos que han servido para dominar a las mujeres: yo/otro, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, hombre/mujer, civilizado/primitivo, realidad/apariencia, todo/parte, agente/recurso, constructor/construido, activo/pasivo, bien/mal, verdad/ilusión, total/parcial, Dios/hombre.

La cultura de la alta tecnología desafía estos dualismos. No solamente ‘dios’ ha muerto, sino también la ‘diosa’, o los dos han sido revivificados en los mundos cargados de microelectrónica y de políticas biotecnológicas, en los que la reproducción sexual será una más, entre otras estrategias de perpetuación[19]. Por eso las ideologías de la reproducción no pueden razonablemente defender nociones de sexo y de papel sexual como aspectos orgánicos de objetos naturales tales como organismos y familias.

(Centro aquí mi glosa, al hilo del Manifiesto de Haraway. 
Para que no se me malinterprete, aclaro que los interlocutores del siguiente diálogo no tienen ya un género definido. 
Son cyborgs:
El amor según Donna Haraway:
- No me gustas
- No problem! Me desmonto y me remonto en un periquete…)

El placer intenso que se siente al manejar las máquinas deja de ser un pecado para convertirse en un aspecto de nuestra encarnación. El ‘sexo’ cyborg restaura algo del hermoso barroquismo reproductor de los helechos y los invertebrados (“magníficos profilácticos orgánicos contra la heterosexualidad”). Una reproducción orgánica que no precisa acoplamiento. Ya no está claro quién hace y quién es hecho en la relación humano-máquina. En la nueva economía casera en el circuito integrado ya somos cyborgs, híbridos, mosaicos, quimeras. Los organismos biológicos se están convirtiendo en sistemas bióticos, en máquinas de comunicación, como las otras.

Rachel en Blade Runner de Ridley Scott

La copia exacta de Rachel en Blade Runner de Ridley Scott es así la imagen de un miedo, un amor y una confusión ante la cultura cyborg. Los cuerpos ya no se acaban en la piel.

“Las máquinas pueden ser artefactos protésicos, componentes íntimos, partes amigables de nosotras mismas”.

El cyborg es la criatura de un mundo postgenérico, un ser no atado a ninguna dependencia.
Los monstruos, en efecto, han definido siempre los límites de la comunidad en la imaginación occidental. Los centauros y amazonas en la Grecia antigua enmarcaban los límites del ser humano masculino mediante su disrupción del matrimonio y las poluciones limítrofes del guerrero con animales y mujeres.

Los monstruos cyborgs de la ficción científica feminista anticipan un nuevo paradigma en la sociedad de la información o “sociedad informacional” (Castells): Tiptree cuenta historias de reproducción basadas en tecnologías no mamíferas. Superluminal, de Vonda McIntyre[20], resulta especialmente rica en transgresiones limítrofes, con sus monstruos prometedores y peligrosos que redefinen la política de la encarnación y la escritura feminista. En esa política, los cyborgs apuntan a la regeneración y desconfían de la matriz reproductora y de la mayoría de las natalidades:

“Todas nosotras hemos sido profundamente heridas. Necesitamos regeneración, no resurrección, y las posibilidades que tenemos para nuestra reconstrucción incluyen el sueño utópico de un mundo monstruoso sin géneros”.

Para Neus Campillo, el problema del modelo de Haraway, igual que el de Firestone, es la falta de un planteamiento trascendental. ¿Cuál es el límite de los códigos? Falta asimismo una crítica de la razón semiótica y se incurre en un cierto determinismo científico-tecnológico[21]. ¿Se puede o no se puede escapar del circuito integrado? ¿En qué grado es necesaria esa integración?

Cyberfeminismos, timoneles revolucionarias

Es un hecho que el desarrollo de las TICs y de la high techonology a partir de los 80 tuvo un protagonismo principalmente masculino. Las mujeres programadores o las hackers fueron una pequeña minoría. Internet nació como un medio militar y masculino hasta su desarrollo en las universidades y su expansión mercantil. Al principio, las mujeres se incorporaron a la Red en un rol pasivo, normalmente pornográfico, en el ámbito de los contenidos. Esto es particularmente preocupante si tenemos en cuenta la tendencia del mundo tecnológico a convertirse en omniabarcante. No cabe oponerse a él, sólo redefinirlo.

Por eso, desde los años 90, el cyberfeminismo ha sido una tendencia latente del postfeminismo de mano de la incursión activa de la mujer en la Red. En él se vislumbra un repudio al estilo “setentista” del feminismo, por su carácter antitecnológico. Pero se asienta sobre la idea de que, en conjunción con las TICs es posible construir la identidad, la sexualidad, e inclusive el propio género como a cada cual le plazca.


En 1997 se celebró en Kassel (Alemania) la Primera Internacional Cyberfeminista en la Documenta X.Net. Alla Mitrofanova, filósofa y crítica de arte, definió a este movimiento: “(Cyber)Feminism is a browser through which to see life”, frase arriesgada dada la reluctancia de las cyberfeministas a definirse. Las treinta y seis mujeres participantes, provenientes de Europa, USA, Australia y Rusia, rehusaron, muy en la línea de Donna Haraway, cualquier holismo limitador, haciendo gala de un estilo paródico, formularon las “Cien Anti-tesis” de lo que el cyberfeminismo no es:

“El cyberfeminismo no es una fragancia, no es una institución, no es una estructura, no es sin conectividad, no es natural, no es triste, no es una motherboard [placa madre[22]], no es un trauma, no es romántico, no es postmoderno, no es lacaniano, no es un espacio vacío…”

Pero debemos al grupo australiano VNS (VeNus) Matrix los primeros ensayos de aunar feminismo y arte virtual (Net Art). Fue este grupo el que creó el término “cyberfeminismo”. Con sus trabajos no sólo pretenden explorar, sin también revolucionar las nuevas relaciones sociales y espacios abiertos por las TICs, soslayando los mitos machistas que segregaban a las mujeres de las nuevas tecnologías, para animarlas a convertirse en Netactives, en activistas reticulares…

“creemos en feliz locura santidad y poesía, somos el virus del nuevo desorden mundial, reventando lo simbólico desde dentro, saboteadoras de gran papá unidad central computadora, el clítoris es una línea directa a la matriz, VNS MATRIX, terminators del código moral, mercenarias de la suciedad, chupando el altar de la abyección, investigando el templo visceral que hablamos con la lengua, infiltrando perturbando diseminando, corrompiendo el discurso”. Manifiesto cyberfeminista para el siglo XXI (1991).

El Cybergrrl-ism es una de las más populares “encarnaciones” cyberfeministas en la Internet. Movidas con el “patronimio” grrl que las identifica: webgrrl, riot grrls, guerrilla girl, bad grrls, grrlpower, etc. Una de sus teóricas es la profesora Rosi Braidotti (Utrech, Holanda), su cyberagitación suele ir vestida de parodia, diversión o ira. Ensaya nuevas formas de subjetividad (¿femenina, feminista, cyborg?) y nuevas representaciones culturales (¿de género?) en el ciberespacio.

 La heterogeneidad de sus actividades es total, desde mailing lists, foros de discusión sobre ciencia ficción y cyberpunk, femporn zines, proyectos antidiscriminatorios. La actitud suele adoptar más un compromiso estético que ético o político: “cualquier cosa que quieras ser hacer en el ciberespacio es cool[23]”. A menudo las grrls han puesto en recirculación imágenes sexistas o estereotipadas con un claro desinterés por la crítica o el compromiso políticos y un pragmatismo del Just do it (sólo hazlo). La utopía grrl tiende a olvidar que los TICs funcionan con estructuras sociales determinadas. 

La bloguera cubana Yoani Sánchez
Faith Wilding las ha criticado de esta manera: Ser bad grrls (chicas malas) en Internet no va a cambiar el asunto de la preponderancia masculina en el área de la high tech, aunque pueda proporcionar refrescantes momentos de delirio iconoclasta.

En 1992 se funda INNEN, un grupo de cuatro artistas mujeres que trabajan con los medios electrónicos y teorizan sobre ellos. En sus perfomances aparecen todas vestidas iguales. De la suma de INNEN y VNS Matrix surgió Old Boys[24] Network (OBN), la primera Organización Internacional Cyberfeminista.

En España nace en 1997 el grupo Mujeres en Red que abre un periódico digital feminista. Otro caso interesante es el de la bloguera cubana Yoani Sánchez (2007) con su Generación Y, un blog emocional hecho para mujeres con la intención de generar un grupo de féminas de los 70 y 80. En Venezuela, nace en 2010 la revista Mujeres Exitosas

Recientemente, mi amiga Encarnación Lorenzo, junto con su hermana María y la profesora Ángeles Boix Ballester, han creado el blog Ateneas con la idea de poner en valor la importante y oculta aportación de muchas mujeres en la historia de nuestra cultura...

Si las TICs no fueron aprovechadas adecuadamente por las mujeres en un primer momento, es evidente que esto está cambiando muy rápidamente. En Twitter, por ejemplo, triunfa la aforista y palindromista mejicana Merlina Acebedo… Cada vez, las mujeres son más visibles y tienen mayores posibilidades de intervención política en la WWW a favor de sus justas causas por la igualdad, la libertad y la justicia.




[1] He preferido conservar la y griega para “cyborg” (organismo cibernético) y “cyberfeminismo”, aunque el diccionario de la RAE registre “cibernética” con i latina. La griega recuerda mejor la ýpsilon del griego kubernhtikh, ‘arte o técnica de pilotar una nave’, palabra transcripta al inglés por Norberto Wiener (1894-1964). He mantenido sin embargo el término ya naturalizado en castellano “ciberespacio”.
[2] Mejor que organismos habría que decir sistemas bióticos. El “imaginario organicista” será sin duda disuelto por la ingeniería genética en recombinaciones, reprogramaciones y manipulaciones del ADN.
[3] En 1980 le diagnosticaron altzeimer, por lo que en 1987 tomó la decisión de quitarse la vida.
[4] Como dice Celia Amorós, la ciencia ficción ha diseñado nuevas instancias utópicas. También distópicas, diría yo.
[5] La biopolítica de Michel Foucault es citada expresamente por Haraway como una flácida premonición de la política cyborg, ficción “de acoplamientos tan novedosos como fructíferos”. “El cyborg no está sujeto a la biopolítica de Foucault, sino que simula políticas, un campo de operaciones mucho más poderoso”.
[6] “Son metáforas, más que conceptos, lo que se encuentra en la base de nuestras convicciones filosóficas” (Rorty, cit. por Celia Amorós en “Figuraciones de la subjetividad en la era de la globalización”. ALFA, VI, 12, Úbeda, 2003). Ibidem C. Amorós afirma que la metáfora cyborg figura una subjetividad que busca una línea de fuga frente a la heterodesignación de las mujeres como guardianas de la identidad, así como frente a los discursos de la mente del sujeto.
[7] Para la Firestone la base psicobiológica del antropocentrismo es el hecho de que las mujeres invierten su energía emocional en los hombres, mientras los hombres subliman la suya en el trabajo.
[8] “Según el sentido humanístico occidental –escribe Donna Haraway- una historia que trate del origen depende del mito de la unidad original, de la plenitud, bienaventuranza y terror, representados por la madre fálica de la que todos los humanos deben separarse”.
[9] Desaparece el dualismo mujer=privado / hombre=público.
[10] Así describe Haraway el nuevo hogar: “Hogares con cabeza de familia femenino, monogamia en serie, huida de los hombres, ancianas solas, tecnología del trabajo doméstico, trabajo casero pagado, resurgimiento de las fábricas domésticas donde se explota al obrero, negocios en el hogar enlazados por redes de telecomunicaciones, chalet electrónico, ausencia de hogar urbano, emigración, arquitectura modular, familia nuclear reforzada (de manera simulada), intensa violencia doméstica”.
[11] Mary Wollstonecraft (1759-1797) escribió “A vindication of the Rights Women” (1792), la partida de nacimiento del feminismo moderno. Murió a los 37 años dando a luz a su segunda hija, Mary, que se casaría con el poeta romántico Percy B. Shelley y escribiría en 1818 una de las obras precursoras de la ficción científica contemporánea: Frankenstein o el moderno Prometeo.
[12] “La enseñanza del creacionismo cristiano debería ser considerada y combatida como una forma de corrupción de menores”.
[13] Cfr. Celia Amorós. “Figuraciones de la subjetividad en la era de la globalización”. ALFA, VI, 12. Úbeda, 2003.
[14] El término “tecnología” tiene para Haraway un valor semiótico, el de un espacio ideológico abierto para la fusión de máquinas y organismos como textos codificados en el que el mundo es lo que se escribe o lee.
[15] El informe de la CEPAL/OIT (2010) reconoce que en 2009 la crisis afectó más a los hombres que a las mujeres porque los empleos más afectados fueron los protegidos.
[16] “Apretados acoplamientos inquietantes y placenteros. La bestialidad ha alcanzado un nuevo rango en este ciclo de cambios de pareja”.
[17] “La maquinaria moderna es un advenedizo dios irreverente que se burla de la ubicuidad y de la espiritualidad del Padre”.
[18] Aunque las mujeres representan casi el 40% de los miembros de las organizaciones sindicales, sólo son mujeres el 1% de sus dirigentes (“Mujer, feminismo y teletrabajo”, Lubiza Osio y Yamile Delgado, 2010).
[19] ¡Ojo! Desde la psicología se alerta sobre las consecuencias negativas para las mujeres de las nuevas técnicas reproductivas.
[20] Tengo en mi biblioteca desde hace años Serpiente del sueño, novela de esta autora, muy premiada en 1978 y 1979. Si la leí, no me dejó mucha huella. Las protagonistas son una sanadora o curadora y una alienígena capaz de desterrar el miedo. Esta novela fue elogiada en su momento por mi admiradísima Ursula K. Leguin, a la que me extraña mucho que no cite Donna Haraway.
[21] “El significado de la crítica en el feminismo contemporáneo”. En Feminismo y Filosofía, ed. de Celia Amorós. Síntesis, Madrid, 2000.
[22] Tarjeta base o placa madre de circuito impreso a la que se conectan todos los componentes de una computadora u ordenador.
[23] Es muy difícil definir en una línea esta categoría estética, lo cool, asociada a músicas (jazz, pop, soul, funk, hip hop…), a la novela y el cine negros, al autocontrol, a actitudes surrelistas, al expresionismo abstracto, al conceptualismo o a comportamientos rebeldes o underground
[24] “Los muchachos más viejos” es una expresión de los colegas universitarios en que los mayores ayudan a los más jóvenes estabilizando así su propia posición.

4 comentarios:

  1. ¡Verdaderamente magistral! Una lectura densa y exigente pero absolutamente necesaria para comprender los vientos que soplan y las tempestades identitarias que se avecinan. Un complemento perfecto al texto sobre Cixous. Muchísimas gracias, profesor Biedma, por compartir estas reflexiones apasionantes y emocionantes en este foro sobre mujer. Esperamos más, si no es mucho egoísmo por nuestra parte. Y más reflexiones concretas seguidamente.

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  2. Me ha encantado la historia de Tiptree Jr., una mujer que merecería un detallado estudio. Me gustaría saber más sobre esas experiencias africanas que sugiere la ilustración. Y creo que Donna Haraway también se merece una atención detallada.Cada día me interesa más la biografía puesta en conexión con la obra.
    Bueno, el texto es riquísimo en ideas y líneas de investigación. Es imposible glosar ni siquiera una pequeña parte. Hay que pensar y repensar estos temas fascinantes. Creo que Mari Angeles Boix tendría mucho que decir
    sobre la militarización de la tecnología y su integración a través de los videojuegos y la creación de enemigos abstractos, tema abordado por Roger Bartra. Por mi parte, me referiré en particular a la interesante cuestión del trabajo feminizado, que equivale a vulnerable. Para Pierre Bordieu, la tasa de feminización de una profesión es índice de medida de su valor social, de manera que la mujer solo ocupa nichos laborales devaluados socialmente, que ya no encuentra apetecibles el varón o que, por el hecho de estar siendo atendidos por mujeres, pierden por ello su prestigio preexistente. Para preocuparse...

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  3. Gracias, Encarnación por sus amables comentarios. Como cualquier filosofía, la de Haraway también tiene sus exageraciones. Pero la hipérbole es productiva, contra otra hipérbole, la naturalista.
    Sin duda hay que animar a las mujeres a anidar en las nuevas tecnologías, como dueñas y no como servidoras, allí donde los varones llevan ventaja.
    Sí, creo que debiéramos reconstruir nuestros conceptos y valores sobre el trabajo, los menesteres, las artes, las técnicas, los oficios, su reparto y sus retribuciones justas. La negociación será larga.

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  4. Muchas gracias,profesor,por la referencia.La entrada es tan rica y densa que le voy a dedicar una segunda lectura más atenta para hacerle un comentario en condiciones.

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