miércoles, 7 de noviembre de 2018

LA DOBLE VIDA DE HEDY LAMARR: LA INVENTORA QUE FUE ESTRELLA

El Día Internacional del Inventor se celebra cada 9 de noviembre en homenaje a la inventora Hedwig Eva Maria Kiesler, más conocida por su nombre artístico Hedy Lamarr. Ya convertida en un mito hollywoodiense, durante la Segunda Guerra Mundial diseñó un sistema de tecnología inalámbrica tan innovador que, aunque no llegó a utilizarse durante la contienda, pronto sirvió de base en el desarrollo de las comunicaciones inalámbricas para móviles, sistemas GPS y Wi-Fi. La fecha del 9 de noviembre como Día Internacional del Inventor fue proclamada por Gerhard Muthenthaler, un inventor y empresario alemán, para recordar no solo a Hedy, que nació ese día, sino también a todos aquellos que abren camino con sus descubrimientos creadores para hacernos la vida más fácil.


Hedwig Kiesler nació en 1914 en Viena, que entonces todavía era el corazón del proteico Imperio austro-húngaro, en el seno de una familia judía de la alta burguesía. Su padre, un próspero banquero, era de origen ucraniano, mientras que su madre era una pianista húngara que se había convertido al cristianismo. El ambiente cultural en el que Hedwig creció marcó hondamente su trayectoria vital. Fue una niña prodigio, políglota y dotada con un desacostumbrado talento para las matemáticas. A pesar de ello, su familia no orientó su educación hacia la ciencia sino a lograr un matrimonio apropiado a su rango social. Para ello la enviaron a estudiar a un aristocrático internado para señoritas en Suiza, donde compartió pupitre con las herederas de la más rancia nobleza europea. Hedwig descubriría en esa época su fascinación por el cine y el teatro. Eso explica que, cuando en 1929 retornó a Viena para cursar estudios de Ingeniería, no dudó en presentarse en probar suerte como actriz. Al principio solo consiguió un papel como extra pero tras él llegaron oportunidades cada vez mejores. Ante ese relativo éxito, decidió marcharse a Berlín para estudiar arte dramático con el célebre Max Reinhardt. Este proclamó a su alumna, una incomparable beldad de ojos azules y sedoso pelo negro, como “la mujer más bella de Europa”, y sin duda tenía razón.


La película que catapultó a la sensual Hedwig hacia la fama mundial, cuando sólo tenía 18 años, fue Extasis (1933), del director checo Gustav Machaty. Ese fue el año del estreno de King Kong, con una apabullante recaudación en taquilla, pero indudablemente la gran noticia cinematográfica llegaría desde el otro lado del Atlántico. Dos momentos claves de Extasis justificaban semejante revuelo: podía verse a la protagonista experimentar un orgasmo y después bañarse y correr sin ropa entre los árboles en el primer desnudo frontal que apareció en la gran pantalla. La película fue premiada en el festival de Venecia de 1934 pero ello no impidió que fuese prohibida en numerosos países, recibiendo las condenas del sector más tradicionalista, encabezado por el Papa Pío XII. Ello no hizo sino acrecentar el morbo en torno a la cinta y la fama de la actriz.

Tras el rodaje, Hedwig encarnó en las tablas el personaje de Sissi, con cuya obra obtuvo excelentes críticas. Durante las representaciones conoció al fabricante de armamento Frederick Mandl, uno de los hombres más ricos y poderosos de Austria, con el que se casó en 1933. El industrial deseaba un “mujer- florero” con la que presumir ante los ilustres invitados que frecuentaban su mansión, pero seguramente no se percató que se había casado con una indómita. En el estreno de Extasis se quedó horrorizado al ver a su esposa corriendo completamente desnuda en presencia de los magnates de su círculo de amistades que asistieron al acto. Mandl intentó adquirir a cualquier precio todas las copias que existían de la película pero no lo consiguió. De hecho, Mussolini, un visitante habitual de su casa, se negó a vender la copia de que disponía.
Víctima de los obsesivos celos de su esposo, Hedwig tuvo que abandonar la escena y vivía virtualmente recluida entre los muros del castillo de Schloss Schwarzenau. A pesar de tener sangre judía, Mandl mantenía estrechos vínculos sociales y de negocios con los gobiernos fascistas de Italia y Alemania, vendiendo municiones y aviones de combate a Mussolini, que los utilizó para invadir Abisinia. Pero algo bueno tuvo aquel periodo en la vida de Hedwig. En las cenas y reuniones que se celebraban en casa de su marido pudo escuchar a los mejores científicos y expertos en armamento explicar los detalles de la tecnología militar más sofisticada de la época. Aunque la bella prisionera aprovechó aquel periodo para retomar sus estudios de Ingeniería de telecomunicaciones, la clausura matrimonial se le hizo tan insoportable que acabó huyendo a París. 

Escapó a tiempo de los nazis, que poco después anexionaron Austria y enviaron a la muerte a cualquier judío sin la menor consideración por su fama o fortuna. Hedwig consiguió anular su matrimonio y después marchó a Londres. Allí se entrevistó con Louis B. Mayer, el mandamás de la Metro Goldwin Mayer. Al principio intentaron contratarla por poco dinero, pretextando la mala fama que le había reportado Extasis en Estados Unidos, donde la película había sido prohibida. De hecho, Mayer le sugirió que debía cambiar su nombre para no ser reconocida, proponiéndole el de Hedy Lamarr. Este era el apellido de su ex amante, una actriz de cine mudo y guionista que también había sido coronada como “la mujer más guapa del mundo” pero que murió víctima del alcohol y las drogas duras. Hedy consiguió firmar un ventajoso contrato y se convirtió en una gran diva tras el sensacional éxito de Argel (1938), con Charles Boyer. Encarnaba a la perfección el arquetipo de seductora de aspecto exótico, aunque ella era muy crítica con ese glamour que obligaba a las mujeres, para ser aceptadas, a fingir que eran tan tontas como hermosas.


Pero Hedy no era una actriz al uso sino que dedicaba su tiempo libre a diseñar artefactos. Su biógrafo Richard Rhodes asegura que odiaba las fiestas, no bebía y su principal hobby eran los inventos. Como judía, además, comprendía el peligro que representaban para ella los nazis, por lo que no es extraño que dedicara sus esfuerzos a conseguir su derrota a manos de los aliados. En 1942, año en que por fin Estados Unidos entró en guerra, Hedy se encontraba en la cima de su fama. Junto con el compositor vanguardista George Antheil registró una patente a la que llamaron el “sistema secreto de comunicaciones” y cuyo uso cedieron gratuitamente al gobierno de los Estados Unidos para colaborar al esfuerzo bélico. Pero merece la pena detenerse en los detalles de cómo estos dos genios, cada uno con sus aportaciones respectivas, abrieron el camino a los sistemas de comunicación inalámbrica que han revolucionado por completo nuestro modo de vida.
Durante aquella época las comunicaciones por radio tenían escasas garantías de seguridad, puesto que el enemigo podía localizar fácilmente los canales utilizados. Además de enterarse del contenido del mensaje, era posible localizar al emisor y anular las transmisiones. Por ello, aunque era conocida la tecnología para teledirigir bombas y torpedos, resultaba muy sencillo bloquearlos de esa manera. Hedy, que por aquel entonces tenía 26 años, trabajó el problema planteándose el modo en que podría evitarse tal manipulación. Se le ocurrió entonces el salto aleatorio de frecuencias entre distintos canales, pero no sabía cómo sincronizar los cambios de frecuencia entre el receptor y el transmisor, y es aquí donde entra en escena George Antheil. 

Este había conseguido sincronizar 12 pianolas para producír sonidos estereofónicos absolutamente inéditos. El compositor escandalizó al todo París, a pesar de ser una ciudad siempre de vuelta de todas las novedades, con su polémica partitura para el Ballet mecánico (1924). Compuso esta obra para la película abstracta de Fernand Léger , en la que el compositor hacía alarde de una fusión de sonidos procedentes de pianolas, martillos y hélices de avión, sincronizándolos sin cables. Al escuchar aquella algarabía, espectadores tan rupturistas como Picasso, James Joyce, Satie, Man Ray o Joan Miró se lanzaron a gritar, arrancaron las butacas de su sitio y las lanzaron al foso de la orquesta. Un auténtico alboroto que también encerraría la clave para una de las mayores revoluciones tecnológicas de la historia.

En 1941 Hedy conoció en una fiesta en Hollywood a George Antheil y, durante los seis meses siguientes, ambos trabajaron mano a mano en el proyecto de la actriz, aprovechando la experiencia lograda por el compositor en la conexión de las pianolas. Entre los dos perfeccionaron el sistema para teledirigir eficazmente torpedos, con el fin de que no fueran detectados y lograran impactar en los objetivos enemigos. El sistema secreto de comunicaciones que diseñaron los inventores permitía proteger las señales cambiando su frecuencia de transmisión continuamente. La señal que guiaba el torpedo saltaba de una frecuencia a otra de forma tal que resultaba imposible detectarlo y bloquearlo. Para ello utilizaron un sistema similar al de los rollos de las pianolas con que el compositor ya había experimentado. Concretamente, el rollo de la pianola cambiaba aleatoriamente la señal enviada entre un centro de control y el torpedo en un rango de 88 frecuencias en el espectro de radiofrecuencia, que se correspondía con las 88 teclas blancas y negras del teclado de un piano. El código específico para la secuencia de las frecuencias sería idéntico para el banco de control y para el torpedo, de manera que al enemigo le resultaría imposible descifrar las 88 frecuencias porque ello requeriría un sistema extremadamente costoso y complejo.

Hedy Lamarr quiso unirse al Consejo Nacional de Inventores pero sus miembros, la mayoría hombres, no la aceptaron y le sugirieron que podría ayudar mejor al esfuerzo bélico usando su fama y belleza para vender bonos de guerra. La actriz se había convertido en una pin-up muy solicitada, igual que Rita Hayworth, Betty Grable, Dorothy Lamour o Jane Russell. y su imagen aparecía en pósters propagandísticos. El comprador de 25.000 dólares en bonos de guerra recibiría en premio un beso de la actriz, que en una sola noche consiguió vender 7 millones de dólares. Ello nos da idea de su enorme popularidad en aquellas fechas.

La patente 2,292,387 fue concedida a George Antheil y Hedy Kiesler Markey, el apellido de su esposo en aquel momento, el 11 de agosto de 1942 y la cedieron desinteresadamente al Ejército de los Estados Unidos, que la mantuvo en secreto y solo posteriormente desarrolló programas de investigación sobre la idea. La armada no confió demasiado en este mecanismo, seguramente porque no acabó de entender el sistema de las pianolas. Los militares estaban más preocupados en solucionar el problema del lanzamiento de los torpedos, que sólo obtenían un 40% de aciertos. Podemos imaginar la impotencia de Hedy y George Antheil sabiendo que no se estaba poniendo en práctica su invento, que podía colaborar de manera muy efectiva a la derrota de los enemigos.
La patente resurgió en la década de los 50, cuando algunas empresas comenzaron a desarrollar una tecnología inalámbrica conocida con el nombre de CDMA. En 1954 la idea se utilizó en el sonobuoy, un minisónar integrado en una boya portátil. En 1962 los barcos militares estadounidenses la emplearon durante el bloqueo a Cuba, una vez que la patente ya había expirado. En los años 90 los ingenieros que desarrollaban las redes inalámbricas se enfrentaban al mismo problema de evitar que los equipos de comunicaciones se interfirieran mutuamente en el mismo canal y que las emisiones simultáneas fueran posibles. Para ello se rescató la idea de Hedy y George de que los equipos, en lugar de un único canal, se movieran por un rango de diferentes canales de radio, cambiando la frecuencia al azar. El inconveniente de que varios emitieran por el mismo canal en un mismo momento era real, pero la probabilidad de que ello sucediese era mínima, por lo que el sistema resultaba útil. Los rollos de pianola se sustituyeron por sistemas electrónicos que establecían el salto aleatorio de frecuencia entre dispositivos, permitiendo minimizar las interferencias o su interceptación no autorizada. Cuando la tecnología se abarató lo suficiente para que el sistema de cambio aleatorio de frecuencia se pudiera utilizar en equipos comerciales, se lanzó al mercado. Se trata de los denominados sistemas de espectro ensanchado por salto de frecuencia. En 1998 la Wi-LAN Inc. adquirió el 49% de los derechos de la patente, que se utiliza para la tecnología Bluetooth, COFDM (conexiones de red Wi-Fi ) y CDMA, usada en las comunicaciones de teléfonos inalámbricos. Las ideas de Hedy y George también están en la base de la cuarta generación de tecnología inalámbrica, teléfonos móviles capaces de tremendos avances en la calidad de las comunicaciones, lanzando las señales a través del total espectro disponible.

Hedy Lamarr fue una de las mayores estrellas del edad dorada del star system en Hollywood, aunque desaprovechó su talento en películas en las que sólo mostraba su aspecto sensual, con su melena negra que le daba un toque muy oriental. Cecil B. de Mille la convirtió en paradigma de la mujer fatal en Sansón y Dalila (1949), su último gran éxito cinematográfico.
No estuvo muy acertada rechazando películas que resultaron ser bombazos de taquilla ,como Casablanca, Laura o Duelo al sol. Debido a los abusos de la Metro, fundó su propia productora pero resultó un fracaso. A finales de la década de los 50 comenzó su declive físico y profesional. La prensa sensacionalista publicó que había sido detenida por robar en grandes almacenes.
El caso de Hedy Lamarr es especialmente ilustrativo de los problemas que tuvieron que afrontar las mujeres con talento suficiente para hacer aportaciones al campo de la ciencia y la tecnología. Nada hay más elocuente que su rechazo por el Consejo Nacional de Inventores estadounidense, cuyos miembros le señalaron como camino poner en venta su belleza. Por otro lado, la patente no estaba a su nombre sino al de su entonces marido, lo que dificultó que se identificara como autora a la estrella hollywoodiense. Hedy se lamentaba del olvido en el que se encontraba:“Si se utiliza en todo el mundo, ¿por qué no he recibido ni una carta?
Otras aportaciones de la inventora fueron la Coca-Cola instantánea, una pastilla que se disolvía en agua para conseguir el refresco, aunque finalmente no funcionó; el collar fluorescente para perros, un nuevo tipo de semáforos o mejoras en el diseño del Concorde.


A Hedy le llegó muy tarde el reconocimiento público, y para entonces George Antheil había fallecido. Muchos años atrás En 1998 la Electronic Frontier Foundation les concedió el Premio Pionero por su enorme contribución al desarrollo de la técnica de conmutación de frecuencias, una tecnología esencial para los sistemas inalámbricos. La anciana Hedy no acudió a recoger ese premio tan extemporáneo. Moriría con 85 años en el 2000.
Google le ha dedicado un estupendo Doodle animado que comparto aquí. No os lo perdáis:



Fuentes consultadas:
-Hedy Lamarr y el Sistema Secreto de Comunicaciones. Espacio Fundación Telefónica. 2013.Web.
-Hedy Lamarr. Wikipedia.en. Web.
-Brown, Simon: From a skin flick to bluetooth. One woman ´s amazing life. Web.
-Garrido Courel, Maite: Hedy Lamarr: la estrella de cine que inventó la tecnología precursora del wifi. 3-2-2014.Web.
-Hedy Lamarr, la precursora de la telefonía 3G. 15-1-2007.Web.
-¿Qué pinta Hedy Lamarr en tu wifi? El País. 7-1-12. Web.
-Las estrellas. Ed.Urbión, 1980.


7 comentarios:

  1. Llevaba ya dos años queriéndole dedicar a Hedy una entrada y siempre se me escapa el cumpleaños, pero esta vez me había propuesto no faltar a la cita. ¡Felicidades, Hedy!

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  2. ¿¿¿Cómo te ha dado tiempo de escribirlo y que coincidiera con el Doodle???

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    1. Pues no tengo genio de la lámpara ni varita mágica que me hagan el trabajito en un momento. Yo tenía preparada mi entrada para el 9 de noviembre a las 0 horas, y desde luego no tenía la menor idea de que Google preparaba un homenaje. Pero cuando subí la entrada, vi el doodle, que viene al pelo de lo que cuento, y lo incluí. Ahí está toda la explicación.

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  3. Sincronización por wifi? Ja, ja. Muy buena entrada y muy merecida. Es necesario seguir subrayando estos logros hechos por personas excepcionales, a pesar de reconocer únicamente un físico espectacular. Sensacional aportación

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    1. Muchas gracias. Escribiendo la entrada me acordé de tu historia de Joan Clarke, que es estupenda. Hay que airearlas de vez en cuando para que se conozcan mejor

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  4. Mi amigo Jose Ignacio ha hecho estas reflexiones tan atinadas:
    Es muy curioso. Me acuerdo perfectamente de Hedy Lamarr. Ví en su día la película Éxtasis y también la recuerdo en Sansón y Dalila y otras. Y la verdad es que había escuchado una vez que era inventora, pero era un dato extravagante porque le faltaba el contexto. Por supuesto que quién iba a hacer caso a un invento de una de las estrellas de Hollywood, aunque si me apuras, su amigo el músico se quedó sin nada: en su momento porque no se lo reconocieron, y ahora tampoco porque el protagonista ha devenido ella. De todos modos es curioso lo de adelantarte a tu época. Sobre todo cuando se trata de ideas y creencias. Si te adelantas demasiado te toman por tonto o por loco; si te adelantas muy poco, puedes ser tomado por alguien peligroso y sufrir las consecuencias; si prácticamente nada, puede ser que no hagan caso y te olviden. Sólo los que aciertan con el momento pueden disfrutar las mieles del reconocimiento.
    Gracias por leer y comentar, Jose Ignacio.

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  5. Esta combinación rara (omnia preclara rara) de belleza extraordinaria y excepcional inteligencia es divina, tanto si se da en un hombre como si se da en una mujer, la kalokagathía ideal que buscaron los griegos. En una mujer, como potencial síntesis generante, además de emocionarme, también me aterra ;-)).
    Timor Dei principium sapientiae.

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