martes, 4 de agosto de 2015

"LA ESTELA DE LOS SIGLOS". Mito y poesía en la obra poética de Miguel Florián (II)


                        Proteo 

Yo vi bajo la noche brotar como un relámpago
un cuerpo evanescente, una llaga de luz.
Me aproximé hasta ella, los árboles ardían,
el río crepitaba. Quedé paralizado,
no logré dar un paso. Un aroma, un perfume
de tiempo ya vivido, de eternidad sin mácula.
No fue un ave, ni el mar, no fue la dicha
de una mujer, su llamarada intacta,
fue el incendio de un dios inapresable.

 De LLUVIAS (1995)




Dédalo e Icaro, Andrea Sacchi (1599-1661)
La caída de Ícaro                 

Caes, pero ¿hacia dónde? Esparcen
los naranjos sus flores encendidas.
Tras la ventana, nadie. Ni el murmullo
del viento, ni el resplandor del pájaro.
Nada respira o late, sólo inmóvil
se extiende el horizonte. Caen también
las palabras, se van depositando
marchitas sobre el suelo, cubriéndolo
con su perfil amargo. Describen
territorios muy tenues que la brisa
destruye. Y tú sigues cayendo
a tu abismo sin tiempo, endurecido.
Un ala, de improviso, me golpea
y siento arder tu cuerpo junto al mío.

(En su pico se abre, como un cristal
lejano, la rosa que no supe nombrar).

De LLUVIAS (1995)



Ulises y Penélope (1545), Francesco Primaticcio
                        La cicatriz de Ulises
                                              
Atraviesas los espejos del sueño, desgranas
la espiga de la sombra -cuando ahora la luz
convoca la urgencia de la carne. Regresas a la casa,
te demoras un instante en el umbral, dudas,
intacto, en el aroma espeso de la noche.
Nadie te reconoce, nadie recuerda el tiempo
blanco de los caballos, de la siega incendiada,
las palabras aquellas, como azogues perennes,
donde aves lascivas saciaban su hermosura.
No recuerdan los labios sedientos cuyos besos
trazan surcos de luz en otros labios. Nadie
te reconoce, en la hora más fría de la piedra
has regresado, en el instante aterido de los templos,
en el tiempo de las cenizas y de los olmos
talados. En el umbral del tiempo te detienes
para aspirar la bruma, para nombrar la savia,
aquél tallo feroz y su crepúsculo. Temes
adelantarte hacia el cristal, traspasar su filo,
acariciar el pomo de la puerta, rozar
las pupilas del viento, la brisa de los pájaros,
el verdín de la fuente creciendo hasta tu pecho.
Ahora que los signos han huido, y señala
el puñal hacia la muerte, es el momento justo
de volver a contar las cortezas del sueño,
de desvelar su sangre espesa, de declarar
que los hombres jamás han existido, que sus voces
son el rumor de raíces oscuras, el temblor
de la escarcha, la tenue luz que rompe
las ventanas y  hace gemir al viento. Ahora
que ya no hay labio, ni ángel, ni mujer,
ni dios sobre el altar, inexistente el hombre.
Desnudas las libélulas, las palabras se esconden
en la inocente tibieza de los seres, regresan
a su hogar desvanecidas en los labios, con la saliva
áspera de almas desoladas, de animales vencidos.
Y tú, traspasa el límite de tus palabras viejas,
pues ya huyeron a su país enorme, deja su barro
afuera, álzate al remanso del aire, aproxímate
al zócalo rutilante del alba, (ese temblor de ramas,
ese inaudito pavor de los insectos).
La palabra es más blanca cuando el hombre
la pronuncia en silencio, al caer de la tarde,
en el crepúsculo. Es más veraz, aún más transparente.
Los niños conocen su escama de sirena,
abren con ella enormes círculos sobre el agua,
saben como lanzarlas contra el muro y romperlas
en prismas de colores... Nadie te reconoce,
los espejos cansados han borrado tu  nombre.

De LLUVIAS (1995)



Argonautas (1480-1490), de Ercole de Roberti y Lorenzo Costa
     Argonautas

En la estación solar de las abejas,
donde se hace imposible reconocer tu rostro,
has tomado la luz. Te has cobijado
bajo la escama metálica del álamo.
(No indagues otro mar, no ambiciones
más cuerpos, ni sexos más fecundos.)

Allí cabe la rosa, en la afilada
espada de la sed (ven, y devora las algas
hasta dorar el mar).
    En los acantilados
las duras gaviotas atraviesan el vidrio,
la esquirla de la carne (esta carne que habla).
Y las aves diseccionan el mundo, incesantes
lo dividen hasta dar en el polvo. Extienden
sus reflejos para burlar la muerte
y, mientras, las pupilas se extravían
sobre el ancho horizonte de los barcos.

Y lúbricos, los ángeles musitan su oración
sobre los muertos, ocupando su hueco,
habitando sus labios. Devoran las palabras
haciendo naufragar galeones dormidos,
sin distinguir la voz de las sirenas,
el tumulto del agua avariciosa.

Caen las gaviotas por las lomas del viento,
hiriendo con su pico las raíces. (¿No ves
su resplandor, su manantial de sangres?)

Se enturbia la noche más gris en las pupilas.

Como un héroe imposible entre tus brazos,
busco el oro que sangra en la remota Cólquide.

De HABITACIÓN 328 (2001)



Los Tres Destinos, tapiz flamenco (1510-1520)
 Moira 

A unos pasos de mí
hay un niño dormido.
Lo vivo con sus manos
de niebla, con sus labios
inciertos, con sus ojos
vertidos al silencio.

Recorro sus caminos,
oigo pasar su sangre,
y encenderse sus átomos.
Abrirse su materia,
y dichoso extenderse,
(sin días, sin destino),
a lo hondo del sueño.

De LOS DÍAS Y LOS PÁJAROS (1996)



 Desconsolado Orfeo 


1
Una lámina hubo de pequeña distancia,
un diminuto abismo
de cristal o de pájaro,
el filo finísimo del tiempo, o de otro azar
que no nos pertenece.


2
Los labios aún reclaman su alegría,
el gozo de ocultarse,
la dicha de ser otros:

Una boca, un aliento,
una saliva honda, otra arcilla:

Ser de nuevo su cuerpo.


3
(Qué círculos,
de innumerables átomos,
habrán de reunirse
en el instante justo
en qué debí besarte...

Cuántas
partículas de olvido,
y ciegos torbellinos
para llegar de nuevo
hasta tus labios).


De LOS DÍAS Y LOS PÁJAROS (1996)



Aurea Catena (1868), Dante Gabriel Rossetti
            Órfica 
                               Arpa soy, salterio soy
                               JOSÉ MARTÍ

Ahora extienden las aves sus alas paralelas
a la línea del sueño, al territorio áspero
del hombre, mientras el árbol crece y da su fruto,
y colma con su sombra el mediodía. Oscuro hijo
de algún enigma, el hombre deja entre las sábanas
la huella fría y ciega de un mar indescifrable,
y abrimos las ventanas, y sentimos el sol
entrar por nuestra carne, y aumentamos el mundo.
A veces una bruma o una mano nos roza,
nos regala una dicha, el soplo de otro aire.
Un dios reconocemos o unos labios, no sé,
unos senos tal vez de madre muy remota.
Es un fragor de vidrio que nos cubre en su luz,
y a vivir nos abrimos como un balcón al mundo.
(¡Esos seres alados que surcan la memoria
y nos traen hasta el alma otro ajeno destino,
una sed diferente, la levedad desnuda
de una carne más amplia que esta carne caduca,
y alcanzamos vivir una vida de llamas
que, incierta, nos abrasa detrás de las palabras!)

De MEMORIA COMÚN (1998)



 A Sea-Spell (1875-1877), Dante Gabriel Rossetti
Mimnermo

El breve café, el amargo regusto
también (y luminoso)
de un poema que alcanza el corazón
y lo deja un instante suspenso,

mientras se esparce sobre la tierra el sol.

Y como un eco que se rompe,
como un extraña e inmerecida dádiva,
esos versos lejano (de edad adormecida)
me arrastran a través de su estela de siglos.

De ANTEO (1994)



Anteo conduce a Dante y Virgilio al final del 9º Círculo, William Blake
 La  caída de Anteo 

1

Aún conservo el perfume de una flor
abriéndose otra vez bajo la luz.
Hubo un patio, también hubo una fuente,
una mujer. Se escapaba la yedra
hacia su azul incierto. Fue tan fresca
aquel agua como la piel que amamos.
Luz y tiempo que hieren tibiamente
como el sueño de un dios entre las rosas.

2

Hubo una luz. La palabra es el eco
abrasado, su ceniza. El espejo
empañado. Lentamente la tarde
se consume en las llamas. Y los labios
deletrean otro país. Los pájaros
impasibles sostienen el destino
en sus alas, mientras caigo a la tierra.

De ANTEO (1994)



Apolo y Dafne (1908), John William Waterhouse
                 Dafne

Jamás podré alcanzarte.

Te perseguí en el alba,
en otra luz. Solo encontré unas manos,
un cuerpo reflejado en los espejos,
cubierto de algas, semillas inciertas.

Habito en el adiós,
en el umbral de la despedida.

De PERSÉFONE, PERSÉFONE...(Inédito)       


        
Ariadna (1898), John William Waterhouse
     Sísifo

Todo lo acumulamos para la noche,
reunimos piedras, ramas, sombras...

Y somos dichosos en la espera.

Así es vivir,
así es respirar levantando los velos.

Es tan simple, tan bello, tan enorme
como ser agua o ser abeja,
o ser arena o junco...

Nos extraviamos al decirlo, al invocar
las piedras como si fueran llamas
que devuelven la luz.

Sé que he vivido acarreando sombras.

De PERSÉFONE, PERSÉFONE...(Inédito)



Penelope
     Odiseo en el laberinto 

Y volví a repetir:
       mi vida
es la de un hombre equivocado.

Lo dije con los labios sellados
Para que nadie me escuchara.

El mar golpeaba en los tobillos,
y su memoria abatía la piel.

Desconozco cómo llegué a esta playa,
vientos indescifrables me trajeron,
las cifras de un azar o de un destino aciago.

De PERSÉFONE, PERSÉFONE... (Inédito)



Sobre Miguel Florián, Orfeo toledano, podéis leer una breve biografía, junto con sendas selecciones de sus bellísimos poemas-mujer, en los siguientes enlaces de este blog: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2015/03/me-lastimas-belleza-poemas-la-mujer.html  y http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2015/04/la-ceniza-del-tiempo-poesia-y-mito-en.html

2 comentarios:

  1. Esos textos están llenos de sensibilidad.

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    1. Muchas gracias por leer y comentar, Lourdes. Me alegro muchísimo de tener noticias tuyas. Un beso.

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