RETRATO
El pelo ensortijado
que cae sobre los hombros.
El cuello limpio, alto,
la boca enmudecida.
Se estremecen los álamos.
En ti crece el maizal,
en ti los astros giran
absortos en la noche.
Me lastimas, belleza.
LLUVIA AL
AMANECER
[
Sevilla, 1988 ]
Me acerco
a la ventana. Infatigable
la lluvia
cae hasta cubrir el alba.
Es de un
azul muy frío que se abre
y ahoga de
tristeza el corazón.
(Este
aguacero, el cielo encapotado,
pueden
herir de muerte un corazón.)
Estás
aquí, rozándome, y quisiera
llegar
hasta la línea de tu sueño,
hasta su
umbral de plata y traspasarlo.
Aproximar
mis labios a tu alma,
ahora que
la lluvia, indescifrable,
ahoga la
garganta.
Y las palabras dejan su
luz alrededor del sueño.
Nunca pude
acercarme hasta la piel
secreta de
tu alma. Hasta la orilla
en donde
el mundo parece naufragar
y la carne
se esconde en su tristeza.
SECRETO
La fruta
lenta crece.
Se inunda
de dulzor,
de savia
que se incendia.
Cierro los
ojos,
te siento
respirar.
También tú
eres secreta,
y
luminosa.
Cerrada,
lenta y honda.
Lo mismo
que la fruta.
LA VISITA
DEL ÁNGEL
[
Sevilla, 1986 ]
Ángel
desnudo, mujer inacabable,
demonio
mineral que llevó hasta mis labios
el fruto
más sabroso, la delicia
ardiente
de su beso.
(Volvería
a nacer sólo por apresar
el fulgor
encendido de aquel cuerpo.)
Como un
eco de diosa inmarcesible,
la
memoria, como un mar de infatigables gozos,
me ha
traído el fantasma de aquel beso.
Beso
redondo y blanco, frontera de otro beso,
hasta
hacer un anillo de sus labios
que
precipite mi boca en el silencio.
Y mi
palabra sea su beso redimido,
renovado
más allá del límite del beso,
la promesa
cumplida en la cadena
sin final
de su boca en los espejos.
Que ya no
habrá más besos me decía,
que ya no
habrá para el amor más tiempo.
HEMBRA LUNAR
El
musgo de abismo que brilla
entre
dos bocas que se besan.
ENRIQUE
MOLINA
No puedo
con la noche,
con este
duermevela de lagartos,
ni con el
filo oscuro del recuerdo.
(Con este
musgo lento de culebras).
No puedo
con la sangre
de labios
que amenazan
en el
umbral cerrado del insomnio.
Lo mismo
que una muerte me pesa la memoria.
No puedo
con el río de espejos donde habitas,
ni con tus
huesos de lava que se expande.
Nada falta
en tu cuerpo de mapas abisales,
ni el
aullido del perro en las pupilas,
ni la
línea quebrada de los párpados,
ni
muérdagos, ni el tacto
que separa
los mares de tus costas.
MUJER EN EL ESPEJO
Me decías, la luz. Y
eras tú la luz misma
creciendo de los labios
hasta anegar el mundo.
La palabra encendida,
deshojada en las manos
como una flor de
viento, su caricia irisada,
la tarde transparente,
eras tú. Y yo era
sólo un espejo turbio
de sombra, atravesado
por el resplandor
limpio de tus palabras quietas.
Eran de luz tus ojos y
llamas tus cabellos
(el resol del recuerdo
ardiendo sobre el tiempo,
como un limbo desnudo
de amanecer intacto).
Me decías, el fuego. Y el fuego estaba en ti
como un árbol fecundo
de edad innumerable.
EUCARISTÍA
Quiero tu cuerpo oscuro
de trigo triturado
esparcido en las
sábanas, de harina redimida,
primera y candeal,
cuando caes hacia el sueño,
cuando te precipitas a
tu piedra sin luz.
De miga son los labios,
de brisa recién hecha
que nuevos se iluminan,
cuando el ángel más blanco
golpea en tu memoria
con su palma. Deseo
esa boca de fuego que
abrasa los cristales,
esa piel retenida en
espejos brevísimos.
Brasa, tú, que me
quemas. Agua, tú, aire, vino
que es carne y es
misterio. Quiero llevar ahora
tu alma hasta mi alma,
tu pan de trigo y lava,
de mármol, de tiniebla,
hasta mi boca hambrienta.
MUJER MÍA
Me
duele una mujer en todo el cuerpo
JORGE
LUIS BORGES
1
Desnuda, blanca, de
nieve,
de pan cálido, de mar,
te quiero,
mujer mía, en el
costado
simiente de la noche.
Ave, estela lunar,
como de dios, como de
ángel.
Dánae de oro,
mujer de arcilla
tierna,
(Limpia, blanca,
crepuscular...)
carne, saliva y sombra.
2
Mujer, desnuda, blanca
mía,
reguero lunar de oros
y de insomnios.
(De algas, de espadas
que se incendian.)
Hembra nocturna, mujer
hambrienta
de raíces,
de los tigres más
dulces.
(Piernas, voces,
comarcas...)
Densos senos
de materia translúcida,
mujer de días y de
abismos,
donde pudiera invocar
el secreto,
el solo nombre
con que incendias el
mundo.
3
Real mujer que oculta
la soñada,
en su vaivén de tierra
y luz,
de vegetal y fuego,
mujer
de otra mujer más
honda.
Mía mujer, en el
reverso
vacío de las horas.
Con los párpados
heridos por la sombra,
(las raíces, los
musgos, los lagartos...)
EL POETA A SU AMADA
Los
dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
CÉSAR
VALLEJO
Ven, acércate hasta mí,
a llorar con tu cuerpo
este llanto de
inconsolables mares
y lágrimas celestes.
Como de lluvia,
un llanto de números y
espejos,
bajo un diluvio añil de
piedras inauditas.
Ven y ponte a llorar, y
extiéndete en el llanto,
conmigo, junto a este
mar de acero,
con tu frente y tus
vísceras, en la amarga
raíz de los cabellos.
Un llanto sin memoria,
como un paisaje vasto,
universal, vacío,
con la frente apoyada
en el tronco desierto
y mudo de las muertes.
Pues es tanta
la infamia de la carne,
y tanta la avaricia
mineral de los huesos.
Ven a llorar conmigo
con tu tristeza azul,
la muerte de los dos,
la muerte amarga y
dulce, confundida en los besos.
CUERPO NOMBRADO
Quiero
nombrar tu cuerpo, tu oscuridad, tu lumbre,
el pecho
que se inflama,
tu savia
azul, el río de tus astros.
Quiero
nombrar tu cuerpo, tus caminos,
el
laberinto tibio, las girándulas,
el sexo
umbrío, las vísceras ocultas,
esa linfa
secreta que va trenzando el tiempo.
Quiero
nombrar tu cuerpo, los murmullos,
los labios
cuando besan o nombran otros cuerpos,
el fuego
de la lengua, la humedad de la piel.
Tu saliva
que es áspera y amarga.
Quiero
narrar tu espalda añil que delimita
con un
dios impreciso, inabarcable.
CIRUELO
El ciruelo de flores sonrosadas
muy poco me diría si no
estuvieras tú,
si no hubieras tomado entre las
tuyas
mis turbias manos, y me amaras.
Jamás, si no por ti, hubiera
reparado
en sus ramas azules, en la luz
de sus hojas, en su perfume
blanco.
He amado su rara perfección,
incierta y apacible, su armonía
redonda.
Este árbol rotundo que extiende
sus dos brazos
hasta ocupar mi cuerpo.
MUJERES Y CIUDADES
La
belleza de la mujer y la melancolía del hombre
Vladimir HOLAN
I
Las ciudades que nunca volveremos a ver
permanecen aún en la memoria,
por sus calles
caminan mujeres mansamente.
Sus
piernas deletrean la dimensión del mundo,
su
cabellera deja cuando pasa la llama
que
desata el deseo de los hombres.
(La
doliente lujuria permanece después,
se
esconde, turbia, muda, en las palabras).
Y
pasan las mujeres, su perfume se abisma
en
nuestra piel, se confunde en la sangre,
se
precipita en los pliegues repetidos del sueño.
Su
oquedad permanece después en nuestros labios
como
el fluir de la saliva o los humores turbios,
de
oscuridad y cieno, que más tarde tratamos
de
comprender en la vigilia.
Me
parece escuchar el aliento de un pecho,
el
murmullo de un árbol movido por los pájaros,
y
las voces calladas en las aguas de un río
muy
remoto, el golpe ávido de otra lluvia.
II
La
mirada absorta de los pájaros, el vapor azuloso
que
sube de los muelles. La belleza de la mujer...
Su
terrible belleza, la epifanía del ser que nos anega,
y
la melancolía del hombre. El hombre urdiendo
laberintos
y destinos ajenos, porque el destino
se
edifica sin darnos cuenta, es la suma de túneles
fugaces
que hemos atravesado y dejaron su sombra;
otras
veces, más tarde, creemos recoger
algún
fragmento, una mirada, un labio,
el
aladar que cae sobre la frente, un pétalo...
y
justo allí nos desviamos hacia otra existencia.
Pertenecemos
a ciudades extrañas; nos derrumbamos
en
el instante de la duda; imaginamos
cuerpos
tibios, húmedos, de sexo enmudecido.
III
La
mujer, su sexo, el cuerpo que buscamos
y
tememos, como una madre alta que nos toma
de
la mano y nos lleva al olvido, una madre
que
comunica con la edad redonda del mar
y
la ceniza. Ansiamos su sexo, cada gesto
difícilmente
puede ocultar nuestra codicia.
Así,
como Dafne hecha laurel, las ciudades,
siempre
huyéndonos, extendiendo sus larvas,
habitando
la heredad intermedia entre el dolor
y
la melancolía. Busco su luz; me refugio
en
la estación inmóvil de los árboles.
En
la tibieza nueva de la piel he creído encontrar
un
recodo, el espacio secreto de otra carne,
un
seno, el cuenco intacto en donde recogerme.
La
ciudad que nos huye, la mujer que nos huye,
dejan
entre las manos un surco de tristeza,
una
llaga de nostalgia y soledad en la memoria.
Nacerme en ti, irme extendiendo
como la yema blanca del naranjo,
romperme en flor y ser semilla,
fruto después, y luego rama tuya
amada por el viento.
Atravieso la noche hasta
tu boca,
me adentro en tu materia, en tu sangre lunar,
me consumo en el fuego
informe de tus átomos.
No
era lujuria, era un deseo informe
de
regresar a ti, de caer a tu cuerpo
y
traspasar tu piel, de desandar la urdimbre
cerrada
de tu sangre. Y reducirme allí,
irme
ovillando como semilla intacta.
Y
volver a nacer idéntico a tu cuerpo.
He
cortado la flor,
me
circunda su perfume dorado
como
una vida blanca oreada de almendro.
La
flor, la pequeña flor, sus estambres
delgados,
y la tarde creciendo...
(Ahora
podría amarte más que entonces,
decirte
palabras más hermosas,
pero
no estás aquí).
La
pequeña flor, la manzanilla
silvestre
ha ocupado
tu
cuerpo con su luz.
(Te
amo igual que a esta pequeña flor).
Miguel Florián, además de insigne poeta, es catedrático de Filosofía, siendo autor de numerosos artículos en materia pedagógica y filosófica.
Para conocer un poco mejor su extraordinaria obra poética, disponéis del siguiente portal de poesía: http://www.portaldepoesia.com/TEXTOS%20DIGITALIZADOS/Miguel_Florian.htm.
Agradezco sinceramente a Miguel Florián que me haya permitido publicar en Ateneas estos extraordinarios poemas, que él mismo se ha encargado de seleccionar especialmente para la ocasión. También quisiera aplaudir el maravillosos trabajo fotográfico del colaborador de este blog, José Biedma ( Ubeda, 1958), una personalidad verdaderamente poliédrica ( escritor, filósofo, fotógrafo...) Creo que el lirismo de sus imágenes se acompasa a la perfección con el de los poemas de Miguel Florián. Enhorabuena a ambos por su enorme talento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario