Edvard Munch, el más
conocido de los pintores noruegos, nació el 12 de diciembre de 1863. Era el
segundo hijo de los cinco que tuvieron Laura Bjolstad y Christian Munch. Esta
familia fue un auténtico desastre de salud física y mental, y Edvard pagó con
creces el peso de su herencia genética. Las escenas de enfermedad y muerte
fueron una constante desde sus recuerdos más tempranos. La madre falleció a
causa de tuberculosis cuando él tenía sólo cinco años, el día 29 de diciembre
de 1868, con el árbol de navidad puesto en el salón de la casa. Su hermana
favorita, Sophie, la mayor, moriría de la misma enfermedad con 15 años, y fue
un suceso tan traumático para él que lo llegó a pintar en multitud de ocasiones
a lo largo de cuatro decenios. Edvard tenía otra hermana pequeña que padecía
esquizofrenia, y él mismo tuvo que soportar una niñez enfermiza. Hasta estuvo a
punto de morir a los 13 años.
Su padre era un médico
militar de clase media, emparentado con sacerdotes, profesores y artistas. “Mi padre pertenecía a una familia de poetas,
con signos de genio pero también de degeneración”. Munch anotó igualmente:
“Mi padre era temperamentalmente nervioso
y obsesivamente religioso… hasta el punto de la insania. De él heredé las
semillas de la locura”. Christian Munch, palabra que significa “monje”,
tenía un apellido muy acorde con sus frecuentes arrebatos pietistas. Hizo de su
vivienda una especie de monasterio urbano en Kristiana, la capital de Noruega,
que fue rebautizada como Oslo en 1925. La familia era muy aficionada al
espiritualismo, corriente que tuvo gran predicamento en América y Europa en la
segunda mitad del siglo XIX. Tenían costumbre de leer en voz alta libros de
literatura, lo mismo que historias de fantasmas. Ese ambiente ocultista en que Edvard
creció hizo que tuviese siempre un enorme interés por los fenómenos
sobrenaturales e intentó plasmar lo irracional en sus obras. Todo un desafío al
realismo de corte burgués.
Karen Bjolstad |
Pero entre tanta oscuridad mental hubo una luz
muy potente que consiguió atraer a Munch hacia la creatividad. Fue su tía Karen,
que vino a vivir con la familia tras el fallecimiento de su hermana Laura y se
hizo cargo de la casa con firmeza pero también con dulzura. Karen Bjolstad era
una artista a su estilo doméstico. Hacía collages con musgo, paja y hojas, un
género muy popular en aquella época, y los vendía en las tiendas de la ciudad.
Embarcó a los niños en aquella pequeña industria, con la que redondeaba los
ingresos del hogar. Así fue como Edvard aprendió a recortar siluetas en papel
para crear aquellos paisajes vegetales, y dio sus primeros pasos con el dibujo.
La tía Karen estaba muy orgullosa de su destreza y guardó cuidadosamente sus
trabajos. Los más antiguos que se conservan los hizo con 12 años. Siempre fue
su confidente y, en sus cartas, él le contaba con detalle todos sus éxitos.
Edvard tenía una
estrecha relación con sus primos Thaulow. El mayor, Frits, era cuñado de
Gauguin y un paisajista de fama internacional. Disfrutaba de una desahogada
situación económica y estaba siempre bien dispuesto a ayudar artistas pobres
pero con talento. En esa división militaba el joven Munch, que entonces tenía
22 años y asistía a las clases de pintura al aire libre que impartía su primo
mayor. Frits, convencido de que a Edvard le aguardaba un gran futuro en el
arte, le pagó un viaje de estudios que se revelaría fundamental para el devenir
de su carrera. En mayo de 1885 Munch partió para Amberes, donde expuso con
otros pintores noruegos en la Feria Mundial, y después continuó trayecto hacia
París. Allí se daban cita un torbellino de creadores y era la verdadera meca para
cualquier aspirante a pintor de fama. Edvard aprovechó intensamente su corta
estancia para estudiar a los maestros del Louvre, al mismo tiempo que se
empapaba de las novedades más radicales en el Salón de Primavera, en el que se
reunía lo más granado del vanguardismo. Munch sintonizó especialmente con el
post-impresionismo de Gauguin, que tendría una influencia perdurable en su estilo.
Llena la cabeza de nuevas ideas, vuelve a Oslo y en el verano de ese mismo año
conoce a Andrea Fredrikke Emilie, más conocida como Milly, que estaba casada
con un cirujano militar, Carl Thaulow, hermano del generoso Frits. Ni la deuda
de agradecimiento contraída con sus primos ni la santidad del vínculo
matrimonial, pudieron impedir que Edvard perdiera completamente la cabeza por
la bellísima Milly, dos años mayor que él y que lo iniciaría en los misterios
del amor. Al principio del romance, Munch recorría sin cesar la calle Karl
Johann con la esperanza de atisbar los elegantes sombreros que siempre lucía
Milly, pero la pareja pronto pasó a encontrarse en un refugio más íntimo.
Edvard alquiló un estudio en Oslo y vivió con su primer gran amor días de
felicidad en sus secretos encuentros. En sus diarios la llama Mrs. Heiberg,
parece que por alguna oculta asociación con una famosa actriz danesa de la época,
Johanne Louise Heiberg. Pero la idílica pasión pronto dio paso a un torturante
sentimiento de culpa por la traición que estaba cometiendo, entremezclado con
los celos de su primo Carl. Esa difícil experiencia emocional marcó para
siempre su vivencia del amor, que se repetiría incansablemente como algo
intenso pero igualmente conflictivo y destinado al fracaso. Para acabar de
estropearlo todo, el padre de Edvard descubrió el adulterio y lo amenazó con
los fuegos del infierno por el pecado que estaba cometiendo. La situación era
insostenible y terminó al cabo de un año con un Munch completamente trastornado.
Intentó exorcizar sus demonios trasladando su dramática historia a una novela.
El matrimonio de Milly también se fue a pique. Cinco años después, en 1891,
contrajo segundas nupcias con Ludvig Bergh, actor y director de teatro. Con el
nombre de Milly Bergh, se dedicó a escribir en los periódicos acerca de moda y
recetas. Fue una verdadera adelantada al publicar, en 1921, un libro de cocina
divertida, titulado “Morsom mat”, para
enseñar a los niños a comer y dar sus primeros pasos en el camino del
aprendizaje.
La danza de la vida |
Munch se pintó a sí
mismo bailando con Milly en La danza de
la vida de 1899-1900, aunque el cuadro que más evoca su encuentro con ella es
La voz. En este retrato, que realiza
de memoria en 1904, atrapa para siempre el momento mágico de la noche de verano
en que comenzó su relación sexual con Milly. Él mismo cuenta que le pintó los
ojos rodeados de grandes círculos negros porque recordaba cuán oscuros y
profundos le habían parecido entonces, como las ventanas a un alma en tormento.
La simbología del cuadro no tiene desperdicio: la raya de luz de luna del fondo
es un trasunto fálico, y el color blanco del vestido representa la pureza de la
joven antes de mancharse.
La voz |
En el Carnaval de los
Artistas de 1886, al que Milly asistió con su primer esposo, Carl, tuvo lugar
un suceso crucial para la consolidación del estilo de Munch. En la fiesta entabló
conversación con el nihilista Hans Jaeger, que lideraba el grupo de
vanguardistas de Oslo. Acababa de publicar Desde
los bohemios de Kristiania, obra que había escandalizado a la burguesía noruega
por su subversivo discurso en favor de la liberación sexual y la emancipación
de la mujer. El revuelo alcanzó unas proporciones tales que Jaeger dio con sus
huesos en la cárcel por blasfemia e inmoralidad, y los ejemplares del libro
fueron confiscados. El autor, aficionado a las paradojas, opinaba que ”la pasión por destruir es también una
pasión creadora”, y obsequió a Munch con un consejo que cambió las bases de
su proceso creador: debía escribir su vida, reflejar las experiencias
espirituales de su niñez y juventud, especialmente las asociadas con el amor y
la muerte, para después darles forma pictórica. Eros y Thanatos se dieron cita
a partir de entonces en los diarios de Munch, que supo elevar a un rango universal
sus sufrimientos, dando con ello un viraje definitivo a la historia del arte. “Enfermedad y locura y muerte fueron los
ángeles negros que velaron mi cuna...amenazándome con el infierno y la eterna
condenación”. A pesar de la angustia y el dolor que siempre lo acompañaron,
jamás estuvo dispuesto a renunciar a esos ángeles negros. Así escribe: “No me desprendería de mi enfermedad porque
mi arte le debe mucho”.
La niña enferma |
Aunque Edvard ya venía
frecuentando el círculo bohemio de Oslo desde 1882, en aquella época estrechó
los vínculos con los antisistema del momento, lo que acabó por desquiciar a su
padre, temeroso del poder destructor que sobre él podían tener las venenosas
influencias de semejantes anarquistas, ateos y proto-existencialistas. Las
recomendaciones de Jaeger dieron resultado, porque en el Festival de Otoño
expone La niña enferma, su primera “pintura
del alma”. Con una crudeza nunca antes vista, plasma la muerte de su querida hermana
Sophie. La pobre niña moribunda suplica que se le permita seguir viviendo,
intentando mantenerse firme en la silla en sus momentos postreros. Como era de
esperar, el cuadro levantó una enorme controversia. Es la primera de las
polémicas que jalonarán su larga andadura profesional. La crítica calificó la
obra como “basura” y un “aborto”. Aunque desde nuestra desenfadada moral, de
vuelta de (casi) todo, ahora nos puedan resultar incomprensibles estas airadas
reacciones del público ante las obras más innovadoras, lo entenderemos mejor si
pensamos que lo que estaba haciendo Munch era romper con el impresionismo, al
que ya se habían acostumbrado los bienpensantes, y que él consideraba
superficial. Para aquel entonces la fórmula, en otro tiempo cismática, ya se
había convertido en dulzona y banal. Edvard deseaba profundizar en la enorme
energía de su reserva emocional y con ello abrió el camino hacia el expresionismo.
De manera paralela a Gauguin, que fue a buscar su yo salvaje a los mares del Sur, Munch viajó a su interior para encontrarse a sí mismo. Un amigo escribió: “Él no necesitó hacer el camino hacia Tahití para experimentar su yo primitivo en la naturaleza humana. Él mismo llevaba Tahití dentro de sí”. Como en el expresionismo, los rostros y actitudes en sus cuadros poseen una gran fuerza comunicativa, lo que consigue reduciendo las formas a su expresión más esquemática y acentuando las líneas con sombras y anillos alrededor de las figuras, para potenciar la intensidad de los sentimientos (el miedo, la ansiedad, el deseo), como paradigmáticamente sucede en El grito, cuya primera versión data de 1893. “No creo en el arte que no es el compulsivo resultado del afán del hombre por abrir su corazón”, deja escrito Munch. Para ello, recurre al uso simbólico, no realista, del color. “La naturaleza no es sólo lo que es visible para el ojo humano, es la profunda reflexión del alma, la visión de la mente”. Es una inversión total de la idea clásica de la pintura como mimesis, como imitación de la realidad dada. Con ello, ya están todos juntos los elementos que definen a Munch como un artista único y transgresor. En él aflora abiertamente la profunda crisis de identidad del hombre occidental en el fin de siècle. La novelística de Dostoievski, el psicoanálisis de Freud y la filosofía de Nietzsche son las claves teóricas que permiten interpretar su visión del arte. “Vi a toda esa gente tras sus máscaras, sonriendo flemáticamente, mire a través de ellos y había sufrimiento, eran cadáveres blancos que sin descanso corrían a lo largo de la angosta calle, en cuyo final estaba la tumba”. Es su explicación para el cuadro Tarde en Karl Johann (1892), que casualmente era la misma calle en la que se reunía la bohemia. Sus cuadros son una disección anatómica de la melancolía.
Pero Munch pretendía que su arte tuviera un fin terapéutico. Desde sus sombras, deseaba ayudar a otros a alcanzar la claridad. Solo él, como un profeta maldito, se consideraba condenado a la soledad y el dolor. En algún momento fue consciente de que la Naturaleza, panteísta, consistía en un gigantesco ciclo de muerte y renacimiento, en el que no cabía para él la cómoda vida del matrimonio y los hijos. Se sentía incapaz de compaginar su creatividad con las exigencias del amor femenino, que él experimentaba como agobiantes, de manera que siempre acababa buscando refugio en la soledad.
De manera paralela a Gauguin, que fue a buscar su yo salvaje a los mares del Sur, Munch viajó a su interior para encontrarse a sí mismo. Un amigo escribió: “Él no necesitó hacer el camino hacia Tahití para experimentar su yo primitivo en la naturaleza humana. Él mismo llevaba Tahití dentro de sí”. Como en el expresionismo, los rostros y actitudes en sus cuadros poseen una gran fuerza comunicativa, lo que consigue reduciendo las formas a su expresión más esquemática y acentuando las líneas con sombras y anillos alrededor de las figuras, para potenciar la intensidad de los sentimientos (el miedo, la ansiedad, el deseo), como paradigmáticamente sucede en El grito, cuya primera versión data de 1893. “No creo en el arte que no es el compulsivo resultado del afán del hombre por abrir su corazón”, deja escrito Munch. Para ello, recurre al uso simbólico, no realista, del color. “La naturaleza no es sólo lo que es visible para el ojo humano, es la profunda reflexión del alma, la visión de la mente”. Es una inversión total de la idea clásica de la pintura como mimesis, como imitación de la realidad dada. Con ello, ya están todos juntos los elementos que definen a Munch como un artista único y transgresor. En él aflora abiertamente la profunda crisis de identidad del hombre occidental en el fin de siècle. La novelística de Dostoievski, el psicoanálisis de Freud y la filosofía de Nietzsche son las claves teóricas que permiten interpretar su visión del arte. “Vi a toda esa gente tras sus máscaras, sonriendo flemáticamente, mire a través de ellos y había sufrimiento, eran cadáveres blancos que sin descanso corrían a lo largo de la angosta calle, en cuyo final estaba la tumba”. Es su explicación para el cuadro Tarde en Karl Johann (1892), que casualmente era la misma calle en la que se reunía la bohemia. Sus cuadros son una disección anatómica de la melancolía.
Tarde en Karl Johann |
Pero Munch pretendía que su arte tuviera un fin terapéutico. Desde sus sombras, deseaba ayudar a otros a alcanzar la claridad. Solo él, como un profeta maldito, se consideraba condenado a la soledad y el dolor. En algún momento fue consciente de que la Naturaleza, panteísta, consistía en un gigantesco ciclo de muerte y renacimiento, en el que no cabía para él la cómoda vida del matrimonio y los hijos. Se sentía incapaz de compaginar su creatividad con las exigencias del amor femenino, que él experimentaba como agobiantes, de manera que siempre acababa buscando refugio en la soledad.
El parque de Munch |
En 1889 Munch realiza
su primera exposición individual en Oslo y, gracias a ello, el Estado le
concede una beca para estudiar dibujo en París. Allí se sumergió nuevamente en
el ambiente artístico de las vanguardias más rompedoras. La muerte de su padre
lo sume en un período de depresión, de la que intenta huir en las Montagnes russes que ese mismo año se
habían instalado en el Boulevard des
Capucines. Aquí latía el corazón vivo de París. En esta histórica arteria
sucedieron acontecimientos verdaderamente fundamentales para la cultura
occidental: en el Gran Café los hermanos Lumière realizarían la primera
proyección cinematográfica en 1895. Allí estaba también el estudio del admirado
fotógrafo Felix Nadar, y exhibieron por primera vez, en 1874, los jóvenes
Renoir, Manet, Pissarro y Monet. La primera montaña rusa se remontaba a 1784,
en tiempos de Catalina la Grande. Pero en el París bohemio ya no eran pistas de
hielo para diversión de aristócratas sino coloristas y divertidos lugares de
encuentro para la gente corriente, llenos de humo de tabaco y de alegre música.
El excéntrico Munch queda tan cautivado por ese ambiente abigarrado que publicó
un manifiesto con su ideario artístico: La
gente entenderá lo que es sagrado en ellas (las montañas rusas) y se quitará los sombreros como si estuvieran en la iglesia. Pintaré
un buen número de estos cuadros. No más interiores con gente leyendo y mujeres
calcetando. Habrá gente viva que respira y siente y sufre y ama. Debido a
las escasas condiciones de seguridad de estas montañas rusas, se cerraron poco
después. Pero no debemos lamentar la pérdida: en su lugar se abrió la mítica
sala Olimpia, que sería testigo de la consagración de Edith Piaf.
Melancolia |
Después de múltiples
viajes en los años sucesivos, acude a Berlín invitado por los artistas para participar
en una exposición. Como siempre, el evento acaba el escándalo, del que se hacen
eco los periódicos como el Affair Munch.
La opinión generalizada es que el estilo pictórico de ese “nórdico embadurnador y envenenador de arte” es un insulto, y la
furia es tal que llega a intervenir el Kaiser Guillermo. Al cabo de una semana,
por decisión de la Asociación de Artistas, se ordenó el cierre de la
exposición. Contrariamente a lo que podría parecer, Munch quedó encantado con
la publicidad gratuita que le reportó semejante revuelo, y así se lo contó a su
tía Karen: “Nunca me lo había pasado
también, es increíble que algo tan inocente como una pintura pudiera haber
creado semejante conmoción”. Se refería a su obra Melancolía, de 1891.
Strindberg |
De la noche la mañana,
Edvard se vio aureolado por una fama de artista maldito, y lo que le permitió convertirse
en un personaje fundamental de la bohemia berlinesa. Como siempre, con quien
más a gusto se encontraba era con los artistas contestatarios, que se reunían
en el Café Zum Schwarzen Frekel,- El cerdito negro-. Allí se hace gran amigo
del dramaturgo sueco August Strindberg, y de un poeta y ocultista polaco, Stanislaw
Przybyszewsky. Y en esa legendaria taberna es donde, a principios de 1893,
entra en escena por la puerta grande Dagny Juel. Nacida el ocho de junio de
1867 en Noruega, ya había conocido a Munch en Kristiania. Estudiaba piano y
parece que se marchó a Berlín para estar junto a Munch. No queda claro que
entre ellos llegase a existir una relación carnal pero sí resulta incuestionable
que Dagny se convirtió en su modelo. Aparece en cuadros tan esenciales como Cenizas, Celos, El pecado, Muerte en la
habitación del enfermo y, sobre todo, en la Madonna, que pinta en 1894. El atractivo magnético que irradiaba
esta mujer fatal era debido a su desinhibición total. Bebedora imbatible de
absenta y apologista del amor libre, sedujo primero a Strindberg y después a Munch
con su aura oscura. La llamaban Aspasia, como la inteligente y culta hetaira
con la que se casó Pericles.
El mismo año de 1893
Dagny se casó con el poeta polaco de impronunciable nombre, que le arruinaría
la vida por culpa de su alcoholismo crónico. En 1901 fue asesinada en su
habitación en el Gran Hotel de Tiflis, Georgia, por un joven amante ruso, quizá
instigado por su esposo. Su hijo Zenón, de cinco años, presenció la tragedia.
Una Virgen de mármol blanco adorna su tumba en el cementerio de la localidad. Ese
mismo año Munch dibujó la dolorosa emoción que le produjo la noticia de su
muerte en Los amantes muertos. Recordaremos
siempre a Dagny como la Madonna más
irreverente que se haya pintado jamás. En opinión de algún comentarista, lo que
hace Munch es captar a María en el acto de crear la vida. Es la santidad y
sensualidad de la hierogamia.
Dagny escribió algunas
obras de teatro. Tras la muerte de Munch, apareció entre sus archivos uno de
sus cuentos, Redivida, de 1893, que
fue publicado en 1977. Su estilo literario se ajusta al decadentismo, al
simbolismo y al expresionismo, resaltando el punto de vista femenino y, en
particular, la visión de la vida de las mujeres bohemias.
Entretanto, la carrera
de Munch va en ascenso pero siempre envuelta en diatribas. En 1895, una gran
exposición en la Galería Blomqvist de Kristiania culmina con un debate público
acerca de la salud mental del pintor. Incluso lo acusaron de corromper a la
juventud, como si fuera un moderno Sócrates. En su personal descenso a los infiernos,
en 1897 se topa con un demonio con faldas, Mathilde (Tulla) Larsen, con la que
mantiene una tumultuosa relación.
Tulla había nacido el
10 de agosto de 1869 en una familia rica de Oslo. Su padre era un conocido
comerciante de vinos. El caso es que esta culta mujer había cumplido 29 años
sin casarse, lo que parecía ser su máxima aspiración. Cuando la conoce Munch,
cuatro años mayor que ella, no se figura hasta dónde puede llegar la pasión de
la altísima pelirroja. Yo me lo imagino un poco como el Michael Douglas
aterrorizado por Glenn Close en Atracción
fatal. En la primavera de 1898 ambos viajan a Italia porque Edvard desea
estudiar el arte del Renacimiento. Como su vena creativa sólo late en soledad, se
las arregla para facturar a Tulla a París, con la promesa de reunirse después
con ella.
Con su libertad recién recobrada, en cuanto se marchó Tulla dio por terminada la relación entre ellos. Huyendo de aquel absorbente energúmeno, Edvard viaja por toda Europa perseguido por Tulla. Por fin lo encuentra en Aasgaardtrand, un pueblecito costero que era su refugio preferido y donde Tulla se instala, en una casa cercana, para tenerlo controlado. Con esa incesante persecución consigue hacer la vida imposible al artista. Una noche, Munch encuentra una nota debajo de la puerta de su casa, en la que ella le anuncia que ha intentado suicidarse por su amor. El pobre Edvard acude a su casa inmediatamente y se la encuentra en la cama pero con una salud estupenda. Munch le recrimina el engaño e intenta explicarle por qué son incompatibles para el matrimonio, pero no valen razones. Tulla echa mano de una pistola y, en el forcejeo, se escapa una bala que se lleva por delante dos falanges del dedo corazón izquierdo del pintor. Munch vivió esa mutilación como una tragedia, porque le dificultaba sujetar la paleta. Al final, el continuo rumiar de su problema se convirtió en una monomanía. El dedo destrozado le recordaba constantemente los tres años de su vida que había desperdiciado con semejante loca. Para remate, Tulla se casó nueve meses después con un joven pintor, Arne Kavli, nueve años menor que ella. Kristiania era entonces una pequeña ciudad donde todos se conocían, así que podemos hacernos cargo de los comentarios. Toda una humillación para Edvard, que nunca se lo perdonó.
Tulla y Munch |
Con su libertad recién recobrada, en cuanto se marchó Tulla dio por terminada la relación entre ellos. Huyendo de aquel absorbente energúmeno, Edvard viaja por toda Europa perseguido por Tulla. Por fin lo encuentra en Aasgaardtrand, un pueblecito costero que era su refugio preferido y donde Tulla se instala, en una casa cercana, para tenerlo controlado. Con esa incesante persecución consigue hacer la vida imposible al artista. Una noche, Munch encuentra una nota debajo de la puerta de su casa, en la que ella le anuncia que ha intentado suicidarse por su amor. El pobre Edvard acude a su casa inmediatamente y se la encuentra en la cama pero con una salud estupenda. Munch le recrimina el engaño e intenta explicarle por qué son incompatibles para el matrimonio, pero no valen razones. Tulla echa mano de una pistola y, en el forcejeo, se escapa una bala que se lleva por delante dos falanges del dedo corazón izquierdo del pintor. Munch vivió esa mutilación como una tragedia, porque le dificultaba sujetar la paleta. Al final, el continuo rumiar de su problema se convirtió en una monomanía. El dedo destrozado le recordaba constantemente los tres años de su vida que había desperdiciado con semejante loca. Para remate, Tulla se casó nueve meses después con un joven pintor, Arne Kavli, nueve años menor que ella. Kristiania era entonces una pequeña ciudad donde todos se conocían, así que podemos hacernos cargo de los comentarios. Toda una humillación para Edvard, que nunca se lo perdonó.
Podemos ver a Tulla en
muchas pinturas del autor: de la época feliz, Fertilidad, Metabolismo, y Amor y dolor de 1897. Este cuadro es más
conocido como la Vampira, aunque lo
que intentaba reflejar son los sentimientos que provoca un beso en el cuello.
Su difusión coincidió con la publicación de Drácula
de Bram Stoker ese mismo año, y ello contribuyó a la metamorfosis del título.
También aparece Tulla desdoblada en La
danza de la vida, vestida de blanco y negro, junto a Munch y Milly de rojo.
Después del disparo, reflejó su trauma en Naturaleza
muerta (La asesina) y en La muerte de
Marat I (1906-1907), en la que Tulla cumple papel de Carlota Corday, la asesina
del revolucionario.
6. Eva Mudocci, la Musa fértil
Cuando aún no se había
repuesto del susto y del disgusto del disparo, en 1903 Munch se lanza en brazos
de un nuevo amor. Evangelina Hope Muddock, cuyo nombre artístico era Eva
Mudocci, fue una talentosa violinista inglesa de belleza indescriptible. “La Sta. Mudocci es maravillosamente bella y
yo casi temo enamorarme”, escribe Edvard volviendo a las andadas.
Eva formaba pareja musical con la pianista Bella Edwards. Ambas viajaron por toda Europa dando recitales durante 50 años. Su encuentro con Munch se produce en París y él la inmortaliza en la famosa litografía El puente de 1903. También fue la modelo favorita de Matisse.
Siguió viéndose regularmente con Munch hasta 1908 o 1909 pero el contacto entre ambos cesó definitivamente en 1927. En la época en que se rompe su relación, Munch había entrado en una dinámica autodestructiva. Entre 1905 y 1906 ya tuvo que recibir tratamiento para superar la ansiedad y el alcoholismo. En 1908 le llega el colapso absoluto, con alucinaciones persecutorias. Ingresa en la clínica del doctor Jacobson en Copenhague, donde recibe un novedoso tratamiento de electrificación. Sale de allí un año después menos pesimista y con la paleta cargada de colores más alegres. Con ocasión de su 50 cumpleaños, se le rindieron grandes honores en Kristiania.
Eva formaba pareja musical con la pianista Bella Edwards. Ambas viajaron por toda Europa dando recitales durante 50 años. Su encuentro con Munch se produce en París y él la inmortaliza en la famosa litografía El puente de 1903. También fue la modelo favorita de Matisse.
El Puente en versión Warhol |
Siguió viéndose regularmente con Munch hasta 1908 o 1909 pero el contacto entre ambos cesó definitivamente en 1927. En la época en que se rompe su relación, Munch había entrado en una dinámica autodestructiva. Entre 1905 y 1906 ya tuvo que recibir tratamiento para superar la ansiedad y el alcoholismo. En 1908 le llega el colapso absoluto, con alucinaciones persecutorias. Ingresa en la clínica del doctor Jacobson en Copenhague, donde recibe un novedoso tratamiento de electrificación. Sale de allí un año después menos pesimista y con la paleta cargada de colores más alegres. Con ocasión de su 50 cumpleaños, se le rindieron grandes honores en Kristiania.
Autorretrato en la clínica del Dr. Jacobson |
Con esta musa, sin embargo, hay un culebrón oculto
que estallará en la prensa mundial cualquier día de estos. La dulce Eva,- a la
que Munch, por supuesto, también consideró incompatible para el matrimonio-,
dio a luz a dos gemelos en diciembre de 1908, en una clínica privada de
Dinamarca. El chico, Kai, nació con serios problemas mentales. La niña, Isabel,
estudió música y acabó casándose con un banquero suizo. De esta unión nacieron
tres hijos. La pequeña, Janet, lo hizo en Surrey, Inglaterra. Se interesó por
el teatro y el ballet, para profesar finalmente como monja, con gran disgusto
de sus padres. Vivió durante 40 años en un convento de Connecticut, pero la
fuerza de la sangre la ha llevado de vuelta a Inglaterra para intentar averiguar
quién era su misterioso abuelo. Por la coincidencia exacta de las fechas,
seguro que sospecharéis lo mismo que ella. Janet ha pedido que se realice un
estudio de ADN para confirmar su parentesco con Munch. Asegura que la duda le produce
una enorme desazón. Eva fue muy discreta y tal vez no quiso comprometer a
Edvard con la paternidad. Aunque lo vio junto con los niños en dos ocasiones,
no parece que el presunto padre se diera por enterado de nada. O quizás sí. Su
derrumbe moral de 1908 podría apuntar también a una cobarde huida de sus
responsabilidades.
7. Las Musas silenciosas
Curado por fin de su
alcoholismo y controlada su paranoia, Munch pudo disfrutar de una etapa de su
vida más estable. Las muchas mujeres que desfilaron por su casa de Oslo son
anónimas, y le sirvieron como criadas, modelos y quién sabe para qué más,
conociendo sus antecedentes. Había alcanzado por fin una madurez artística más
serena. En 1912 expone sus obras con las de Van Gogh, Gauguin y Cezanne, los
post-impresionistas que tanto admira. Año siguiente comparte con Picasso los
honores de la Exposición de Otoño en Berlín. Es su consagración definitiva, la
cima de su carrera. Pero un último escándalo le llegará todavía desde Alemania.
Con el ascenso del nazismo, sus adinerados clientes judíos limitaron sus
compras. En 1937 los nazis retiran y venden 82 obras de Munch, procedentes de
los museos alemanes. Las califican de arte degenerado y, en esa ilustre
categoría figuraron Picasso, Pau Klee, Matisse y Gauguin. Hitler intentó
justificar esta operación ideológica (pero también comercial): “Por lo que a nosotros respecta, estos
bárbaros pintores prehistóricos de la edad de piedra pueden volver a las
cavernas de sus ancestros”. En 1940 el Tercer Reich ocupa Noruega pero
Munch, milagrosamente, conseguirá mantenerse alejado de sus esvásticas. Cuando
muere, en 1944, se descubre un inmenso tesoro artístico, secretamente escondido
en el segundo piso de su casa: 1008 cuadros, 4443 dibujos, 15.391 láminas, 378
litografías, 188 aguafuertes, 148 grabados en madera, 143 piedras litográficas,
155 placas de cobre, 6 esculturas, fotografías, cientos de cartas y manuscritos
y la totalidad de sus diarios. Todo lo donó a Oslo.
Munch se ha convertido
en un artista mítico. La crítica de arte Marta Tedeschi pone en el mismo plano
a la Gioconda y a El Grito como pinturas que, sin ser las
más bellas, importantes o valiosas, tienen capacidad para comunicar
inmediatamente su significado a cualquier espectador, porque han hecho una
exitosa transición desde el reino elitista del museo al más extenso lugar de la
cultura popular. Existe algo más que acerca El
grito o la Madonna a la Mona Lisa: todos ellos han sido objeto
de robos espectaculares y mediáticos y, afortunadamente, pudieron ser recuperados,
siquiera con daños. No sabría decir si estas pinturas fueron robadas por ser
las más famosas, o se hicieron todavía más célebres por el hecho de su
sustracción. 150 años después de su nacimiento, el arte de Munch sigue muy vivo
pero es hora de rescatar también a su Musas.
Pedro Losada y yo hemos elaborado un vídeo con pinturas de Munch. Seguro que os gustará "Muncho".
Felicidades por la entrada, que nos ofrece una visión mucho más plural y acertada sobre el genial artista noruego y su relación con las mujeres. A menudo se ha etiquetado a Munch como misógino (apelativo que, al parecer, le cuadraba mejor a su amigo el dramaturgo Strindberg), y sin embargo en muchas de sus pinturas es evidente que siente piedad y hasta empatía por las mujeres, incluso (o especialmente) por las que buscan su propia destrucción.
ResponderEliminarEn la vida de Munch no hubo una sola mujer, sino muchas, y esto nos permite entender que su visión de la mujer es también poliédrica. A lo largo de su carrera, Munch elaboró lo que llamaba "El friso de la vida", un conjunto de sus propias pinturas que para él encarnaban símbolos poderosos, como por ejemplo "El grito", "Madonna", "El beso", "Vampiro", "La danza de la vida" y otras más (muchas de ellas protagonizadas por mujeres). Por esta razón existen varias versiones de algunas de estas pinturas: porque se resistía a desprenderse de ellas. Y por esto también parece que hayan sido robadas muchas veces: en realidad se han ido robando distintas versiones...
Una vez más, enhorabuena por el artículo, verdadera prensa rosa de la Historia del Arte (a menudo es importante desacralizar), y por el precioso vídeo que lo acompaña.
Muchas gracias por tu aportación. La verdad es que había muchas cosas que contar sobre las obras de Munch, y seguro que para una experta en arte como tú serían más interesantes, pero ya están escritas por gente infinitamente más competente que yo, así que la única originalidad que puedo postular para mi entrada es el hecho de juntar a todas las mujeres de su vida e intentar seguir, a partir de ellas, los momentos más importantes de la evolución pictórica de Munch. La verdad es que no he encontrado nada que trate al mismo tiempo a Milly, Dagny, Tulla y Eva. Solo a una o dos, o incluso ninguna.
ResponderEliminarmagnífica entrada Encarna, es clara, amena y documentadísima y aporta una visión de Munch muy clarificadora sobre su relación con la mujer y su propia vida social en aquel ambiente de finales de siglo. Tu blog una maravilla, no lo dejes nunca. Muchas gracias
ResponderEliminarPues no sabes la enorme ilusión que me hace tu comentario. Ponemos mucho esfuerzo y muchísimo tiempo para compartir cosas que nos parecen interesantes. Comentarios como el tuyo son toda la recompensa que necesitamos. Gracias de todo corazón.
Eliminarexcelente informa.... mi admiracion por el trabajo., por su investigacion sobre el pintor eduard munch y el mundo que lo rodeaba.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, esas palabras son la mejor recompensa cuando se trabaja con la sola idea de compartir.
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