COLOMBINE Y SU PERSONAL ENCOGIMIENTO DE HOMBROS
Debo a mi viejo amigo el profesor José Heras el interés por Colombine, seudónimo literario de aquella mujer extraordinaria que anduvo siempre mirando al Sol (el bien común y la justicia) sin escuchar los perros que ladraban a su paso…, ni siquiera a los que meneaban, halagadores, la cola -como ella misma dejó escrito. Me refiero a Carmen de Burgos Seguí (1867-1932), almeriense a la que consideramos hoy la primera periodista profesional y corresponsal de guerra española. Mi amigo me envió el artículo “A vuela pluma” que dicha autora publicó en El Radical de Almería, el cuatro de abril de 1909, como requerido retrato de sí misma.
¡No tiene desperdicio! Contrasta nuestra periodista la confesión cristiana con la expresión artística, hija de esa necesidad que nos impulsa a desgarrarnos el alma y verterla sobre papel y que exige, como el sacramento o la confidencia amorosa, sinceridad, que es también requisito “de quien entrega las exquisiteces de su intimidad bajo el disfraz de un libro”.
Carmen debe definirse “a vuela pluma”, pero enseguida se ríe en su artículo de la unidad del yo, porque lleva dentro muchos yoes: hombres, mujeres, chiquillos viejos…, y les deja hacer a cada uno lo que le dé la gana porque “¡todos son buenas personas!”, aunque reconoce que a veces, imprudentes, obran con ligereza y deben arrepentirse. Entonces interviene ella, Carmen, consuela al culpable y despierta a los demás para que lo aturdan con sus cantos. Es como decir que no consiente que ninguna manía la ciegue.
Tras esta introspección humorística y surreal la autora confiesa que envidia las vidas sencillas porque la suya no lo es; a ella le gusta lo impensado e incierto, le atrae lo desconocido… Si fuese rica, no tendría casa y viajaría siempre, respirando el aroma de las cosas sin analizarlas.
“Ni soy ambiciosa, ni me importa el juicio ajeno. La calumnia se estrella a mis pies, lamiéndolos mansamente como el agua del mar a las rocas inquebrantables”.
“Jamás pensé en el medro personal a costa de mi libertad o de adjurar de mis convicciones”.
“El progreso verdadero de los pueblos está en la Ética. Nada de ñoñeces ni convencionalismos… que los derechos individuales acaben en donde principia el dolor ajeno. Será obra de Siglos (…). Vale más ser buenos que ser artistas”.
“Los fuertes escondemos en la piedad del perdón el concepto de inferioridad de los que nos ofenden”.
El mismo año del artículo de marras, Carmen de Burgos inició una larga relación intelectual y amorosa con Ramón Gómez de la Serna, veinte años más joven que ella. Colaboraban periodísticamente, escribían al alimón y se paseaban juntos por los cafés de la Puerta del Sol animando tertulias hasta medianoche. Un año antes, en 1908, fundó Colombine la Alianza Hispano-Israelí, en defensa de la comunidad sefardita internacional: “Conmueve el amor que guardan a la ingrata tierra española; ver cómo conservan nuestro viejo romance y nos contestan con voces hermanas”. La autora dio espacio a dichas voces en la Revista Crítica por ella fundada, en la que les dedicaba una sección.
Traductora, prologuista, conferenciante, maestra de sordomudos… Confiesa que sus penas como profesora fueron dos:
“la imbecilidad de gentes inferiores que dirigen a los que valemos más que ellos… y haber visto un día un sitio vacío en el banco que ocupaba una pobre alumna pálida… ¡La mató la Primavera!”.
Literariamente, Carmen de Burgos se definió como “naturalista romántica”. Sus cuentos fueron traducidos al francés, alemán, italiano…, sus artículos, ¡miles!, atravesaron fronteras. Publicó ensayos y novelas (Puñal de claveles, sobre un crimen en Níjar, que inspiró las Bodas de sangre de Lorca) y hasta un libro de cocina y una colección de coplas populares. Tras su experiencia como corresponsal en la Guerra de Melilla, publicó un artículo “¡Guerra a la guerra!” en el que defendía a los pioneros de la objeción de conciencia. Hizo campaña por la legalización del divorcio, lo que le valió la admiración del rondeño Giner de los Ríos, maestro de maestros del pensamiento liberal español, y la complicidad de Blasco Ibáñez, pero algunos conservadores buscaron desacreditarla, aunque salió bastante indemne de aquellas trifulcas.
Contraria a cualquier tipo de fanatismo, Carmen de Burgos (Colombine, Perico el de los Palotes, Marianela, etc.) termina su autobiografía “a vuela pluma” haciendo alarde de femineidad, del amor a su hija “una preciosa gitanilla”, y afirmando que no desdeña
“las labores propias del sexo y entretenerme fácilmente con nimiedades que no entienden los genios. Aparte de que me gustan los cintajos y los trapos y no me suena mal algún piropo, aunque no sea literario”.Aunque hoy sea considerada abanderada del “feminismo”, a Carmen de Burgos no le gustaba el término. Definía así su vindicación en La mujer moderna y sus derechos (1927):
“No es la lucha de sexos, ni la enemistad con el hombre, sino que la mujer desea colaborar con él y trabajar a su lado”.
Del autor:
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