Hasta ahora nos habíamos planteado en este blog el trabajo de fotógrafos como Jimmy Nelson o Sebastiao Salgado como parte de una etnografía de salvamento, dirigida al rescate de imágenes del modo de vida de tribus perdidas, en riesgo de pronta desaparición por el rápido avance del modo de vida occidental. Pero, como sucedía con la poesía de Elizabeth Bishop, también podemos preguntarnos si la fotografía, además de un arte, puede ser un medio válido para la reflexión etnográfica. Shirin Neshat es una artista iraní que vive en el gozne entre la cultura norteamericana y la de Oriente Medio. Ha utilizado la imagen como vehículo para suscitar cuestiones radicales en torno a las identidades culturales en conflicto entre esos dos mundos, problemática que pienso que tiene mucho que ver con el trabajo de la Antropología.
El exilio interior como forma de vida
Shirin Neshat nació en Qazvin, Irán, el 26 de marzo de 1957, en el seno de una familia culta y acomodada. El sha Mohammad Reza Pahlevi era un gran admirador de los valores occidentales, de manera que el país vivió durante su égida un período de apertura. Ello hizo posible que Shirin adquiriese una gran preparación académica, primero en Teherán y, desde 1974, en Estados Unidos, a donde marchó cuando tenía 17 años. Estudió arte en Los Ángeles, en San Francisco y en la Universidad de California en Berkeley. En esta etapa americana Shirin tuvo que realizar un gran esfuerzo de adaptación a un sistema social y cultural muy diferente, del que considera que la democracia y la libertad de expresión son sus valores más deseables.
Al finalizar sus estudios Shirin contrajo matrimonio con Kiong Park, el conservador de una galería de arte experimental sin ánimo de lucro, denominada Storefront for Art and Architecture. En el contexto de ese proyecto, durante 10 años Shirin forjó sus ideas acerca del arte y la cultura gracias a sus colaboraciones con artistas, críticos, arquitectos, científicos y filósofos, sentando las bases para su posterior estilo y metodología de trabajo. En realidad, aunque no se conserve que ninguna obra artística de dicha época de formación, al haberlas destruido la autora, ese largo período de incubación de ideas resultó tan decisivo para su carrera que sólo necesitó el retorno a su país para que, como un potente catalizador, cristalizaran en obras de arte los principios de su personalísimo quehacer intelectual. Así, en 1990, con 32 años regresó a Irán, donde encontró un panorama muy diferente al que había conocido siendo adolescente. La Revolución Islámica llevó al poder al ayatolá Jomeini en 1979. La economía del país había sufrido un fuerte retroceso, tanto por el sistema de gobierno teocrático como por las consecuencias de la larga guerra con Irak. Para Shirin ese reencuentro con su raíces supuso una auténtica conmoción, un sentimiento ambivalente de fascinación por la riqueza cultural de Oriente pero, igualmente, de terror por la situación en que encontró a las mujeres. Trasladó su intensa experiencia emocional a las series fotográficas Unveiling (1993) y Women of Allah (1993-1997). En tales obras están ya perfectamente definidos sus temas de reflexión y su lenguaje artístico, con los que expresa su permanente nomadismo vital. Shirin retorna regularmente a Irán para alimentar esa fuente de inspiración, que le ha permitido producir una obra verdaderamente impresionante.
Una personalidad escindida
Shirin Neshat considera que su personalidad se encuentra escindida: es una iraní de la diáspora que no renuncia a su herencia cultural pero tampoco a los derechos humanos tan acentuados en nuestra civilización occidental. La característica más destacable de su obra es la exploración de las identidades culturales a través de la fotografía, las instalaciones audiovisuales y el cine. De formación y vivencias multiculturales, la autora encarna en su persona los conflictos entre Oriente y Occidente. Para ella no es que ambos mundos sean simplemente diferentes sino que sus respectivas sensibilidades son completamente contradictorias. Aunque considera irrenunciables la libertad y la independencia con la que lleva a cabo su trabajo, también desea expresar las emociones y el dramatismo, que con tanta frecuencia trata de reprimir el frío racionalismo occidental. Su obra pretende trazar puentes entre ambas culturas, como una especie de traductor de significados en términos de lenguaje visual.