Cuando el joven Arthur Schopenhauer, ilusionado y orgulloso,
le presentó un ejemplar de su tesis doctoral a su erudita madre, de la edición de 500
ejemplares que él mismo había costeado, Johanna Henriette Schopenhauer (1766-1838) mantenía un señorial e ilustrado salón en Weimar y bromeó por el título del librito: De la cuádruple raíz
del principio de razón suficiente, preguntándole a su hijo si lo había
escrito para aprendices de botica. Por lo de las raíces, supongo.
Johanna y Adele Schopenhauer, madre y hermana del autor de El mundo como voluntad y representación. |
Arthur jamás le perdonó a su madre semejante
cuchufleta. Carecía de humor para esos juegos de lenguaje. Pero el caso es que ambos, madre e hijo, comenzaron sus carreras literarias casi al mismo tiempo, y Johanna con bastante
más éxito que Arthur, que tuvo que atravesar en soledad su desierto, antes de
alcanzar la fama y el reconocimiento internacional.
La primera obra de Johanna, Vida de Ludwig Fernow, estuvo
patrocinada nada menos que por el duque de Weimar y sus beneficios se
destinaron a la educación de niños pequeños. Animosa y locuaz, Johanna hubiera querido ser
pintora, emanciparse de sus padres y ser una mujer independiente, no consiguió
dejar a sus padres sino casándose con el rico comerciante Heinriche Floris
Schopenhauer, que le llevaba diecinueve años y que murió en extrañas
circunstancias en 1805, cuando Arthur
tenía diecisiete. Cayó desde lo alto de uno de sus graneros, cosa inexplicable
para quien conocía sus estrictos y metódicos horarios. Tal vez se suicidó,
incapaz de soportar los celos. ¿Le deprimía el manifiesto desamor que advertía
en su esposa? No lo sabemos.
Johanna era una mujer cultivada y viajada. Los Schopenhauer
se establecieron en Hamburgo cuando la ciudad de Danzig perdió su libertad
absorbida por el ogro prusiano. Pronto descubrió que le encantaba brillar en
sociedad, así que vendió le enorme empresa comercial de su esposo, invirtió lo cobrado por ella en
acciones y con cuarenta años marchó a Weimar donde conocería a Goethe y al
privilegiado grupo de intelectuales y artistas que lo rodeaba, el más
influyente en Alemania.
Christiane Vulpius y Goethe |
Apenas instalada en aquella “corte de las Musas”, Napoleón ganó la batalla de Jena en las cercanías de Weimar, siendo la villa
ducal saqueada por los franceses. Pero Johanna, que hablaba francés a la
perfección, engatusó a unos oficiales para que la protegieran a ella y a los
suyos de las acometidas de la soldadesca. Luego organizó a otras señoras para
que ayudasen a las familias que lo habían perdido todo con el saqueo,
instalando comedores públicos, hospitales de campaña y organizando colectas. Esto ya impresionó a Goethe, pero cuando, tras dieciocho años de concubinato, acabó casándose y reconocimiento como esposa a Christiane Vulpius, una chica del pueblo llano, tuvo que vérselas con una
sociedad clasista que detestaba semejante enlace, pero Johanna agasajó a la novia
y la trató de maravilla, apaciguando a las pazguatas. Goethe le quedó tan
agradecido por su tacto que desde entonces fue huésped perpetuo del salón de la señora
Schopenhauer.
Johanna y Arthur eran como el gato y el perro. Mientras la
madre adquiría celebridad en Weimar, acompañada por su hija Adele, hermana
menor del filósofo y que también escribirá cuentos de hadas y guías de
ciudades italianas, como anfitriona del saber y luego como novelista, el hijo
malvivía torturándose como el príncipe Siddharta con el descubrimiento de las
miserias humanas y divinas. La madre, con buen criterio, le recomendó que no
hiciera caso de la promesa que había hecho al padre y abandonara las tareas
administrativas que le repugnaban abrazando las actividades que le atraían.
Arthur le hizo caso, estudió las lenguas clásicas, se matriculó en Gotinga
(1809) como estudiante de medicina y luego fue a la recién inaugurada
Universidad de Berlín para matricularse en filosofía.
El clasicismo naturalista de Weimar |
La madre era extrovertida y alegre, el hijo puntilloso,
colérico y amante de la soledad. La madre mantenía una cariñosa relación con un
pimpollo que podría ser su hijo, casi de la misma edad que Arthur, Müller von
Gerstenbergk, archivero real también con pretensiones literarias. Cuando Arthur
volvió de Berlín, recién licenciado en filosofía, se encontró con aquel inquilino, apuntado a mesa mantel y cama en casa de su madre. Desde el principio se llevaron a matar.
Celos, chichisbeos, cortes, desprecios. Arthur, un pesimista con una metafísica trágica, renegaba de
la literatura hecha por las “almas cándidas” e insinuaba que su madre estaba mancillando el nombre de su difunto padre con su “inmoral
comportamiento”. Veía a su madre como una gansa coqueta, parlanchina y gastosa,
una mujer madura al borde de los cincuenta con pretensiones de quinceañera.
Buscó incluso a un aliado, un amigo judío con el que había amistado en Berlín
para mofarse a dúo de Gerstenbergk. A cambio él y “su amigo israelita” (como le
llamaba Johanna) también recibían capones verbales.
Aunque Arthur había percibido la legítima de la herencia
paterna, tan cuantiosa que pudo vivir toda su vida dedicándola al estudio, el pensamiento y los largos paseos que daba con su perrita,
independiente y con vocación de asceta, se entromete en el lujoso tren de vida
que llevan su hermana y madre, acusando a esta de dilapidar los dineros de
aquella. Esto ya fue para Johanna lo último. Conservamos la carta en que le
hace a su hijo cruz y raya. Le reprocha la censura que ejerce sistemáticamente
sobre su vida, la elección de sus amigos, su comportamiento desdeñoso, el
desprecio que muestra hacia personas de su sexo, su mal humor y hasta su
tacañería:
“Deja aquí tu dirección pero no me escribas, pues a partir de ahora ni leeré ni contestaré a ninguna de tus cartas; llegados a este punto se separan nuestros caminos; escribo esto con profundo dolor, pero no queda otro remedio si quiero vivir y proteger mi salud. Así pues, todo ha terminado… Vive y sé tan feliz como puedas” (17, mayo 1814).
Texto duro, pero sincero. Desde ese momento madre e hijo se comunican a través de sus
respectivos abogados. No volverán a verse jamás. La misoginia de Schopenhauer
es una sublimación negativa de esta relación contradictoria y violenta con una
madre joven y original. A Schopenhauer le gustaban las mujeres, aunque justificara su
celibato metafísicamente como camino hacia la salvación. Lo que nunca pudo
perdonarle a su madre fue que, muerto el padre, al que tenía en un pedestal, se
comportase como una mujer libre. Pero fue precisamente ella la que alentó desde
un principio la vocación del gran filósofo recomendándole que encaminase su
vida al margen de las promesas que había hecho a Heinrich Floris.
Tuvieron que pasar muchos años para que Arthur hablara con
estima y reconocimiento de su madre y de la brillante vida que había llevado en
Weimar y “cómo allí la cortejaron los más bellos espíritus de las artes y las
letras”. Con el tiempo, el genial filósofo se fue dando cuenta de las
contradicciones implícitas en sus actitudes ante las mujeres.
Por ejemplo, el filósofo dependió muchísimo de su sirvienta, Margarete Schnepps,
que le ordenaba la vida doméstica y con la que tenía ataques coléricos y luego trataba con extraordinaria amabilidad y agasajaba con bonitos regalos. En su
testamento le dejaba una buena renta vitalicia que fue aumentando en sucesivas redacciones.
Busto de Schopenhauer modelado por Elisabeth Ney |
Paradójico es también que fuera una mujer la primera
traductora de su obra al inglés, Jessie Taylor; y otra, la escultora Elisabeth
Ney la que modelara su busto. Se cuenta “con ella era manso como un niño”. “¡Increíble que
sea usted una mujer!”, le soltó un día el incorregible y atrabiliario autor de Parerga y
Paralipomena. Con esta, ¿podemos creerlo?, trabó amistad, hasta el punto de que la escultora puso Arthur a su primer hijo. Fernando Savater sacó partido a esta relación en una obrita de teatro que compuso en 1988, El traspié. Una tarde con Schopenhauer.
Elisabet Ney modeló también el busto de Otto von Bismarck, Giuseppe Garibaldi y el rey Jorge V de Hannover. |
Ya al final de sus
días, a una amiga de Malwida von Meysenburg que le reprochó su misoginia,
Schopenhauer contestó: “¡Todavía no he dicho mi última palabra sobre las
mujeres! Creo que cuando una mujer logra destacar entre la muchedumbre, o
mejor, elevarse sobre ella, entonces crece ya sin interrupción, y más que el
varón, al que la edad le pone un límite, pues la mujer siempre continúa
desarrollándose”. Tal vez pensaba en Johanna, su madre, a la que tan claramente había castigado con sus "excesos de voluntad".
Cherchez la femme!
Biografía de Johanna Schopenhauer |
Las obras completas de Johanna Schopenhauer fueron compiladas bajo el título de Jugend Leben und Wanderbilder (Vida joven y viandante) y publicadas en 24 tomos por la prestigiosa editorial Brockhaus en 1830. Durante al período que va desde 1832 a 1837 residió en Bonn; pero en sus últimos años decidió trasladarse a Jena, donde murió el 17 de abril de 1838.