La vida es bella (1997) es, quizá, la mejor película dirigida por Roberto Begnini, con la que obtuvo el Oscar al mejor actor en 1998. Está basada en las memorias de Rubino Romeo Salmoni, que logró sobrevivir al Holocausto. Tras ser liberado de Auschwitz en 1945, escribió un libro con el significativo título de Al final derroté a Hitler. Entusiasmadas con el film, que pudimos degustar en su versión original y en sala de cine, como debe ser, María Lorenzo y yo escribimos sendos comentarios, el suyo mucho mejor que el mío, indudablemente. El otro día, mientras buscaba unos papeles, aparecieron juntos en una carpeta, y he pensado que pueden seguir juntos en soporte digital.
LA VIDA ES BELLA, O LA VOLUNTAD DE VIVIR
Por Encarna Lorenzo
No se piense que las repetidas alusiones
a Schopenhauer en la oscarizada película de Benigni son una casualidad, o un
mero alarde de erudición por parte del director. La voluntad se erige como
elemento fundamental del film junto con el humor, que también es voluntad de
reír frente a la adversidad. El protagonista, Guido Orefice, no es una persona
cultivada. Carece de riqueza y de posición social. Es, además, judío, pero eso no debería ser lo importante. Solo lo es el hecho de que, pese a ser un hombre corriente, su voluntad de vivir y de amar lo elevan a la condición de héroe. Pero la suya es una heroicidad silenciosa, la que no registran los anales
históricos. Con su alegría y tesón constantes conquista el corazón de Dora. Ella, a pesar de no ser judía, será capaz de renunciar a su mundo de opereta para subir con Guido y con su hijo Giosuè al monte Calvario del Holocausto.
En el campo de concentración Guido no
sólo consigue salvar la vida de Giosuè, sino algo mucho más admirable:
preservar su mirada inocente frente al horror. Arriesgando continuamente su
seguridad, el protagonista se empeña en mantenerlo en la ilusión de un juego y
contagia al pequeño su resolución de salir victorioso de la terrible prueba.
A la voluntad de poder de Schopenhauer y
Nietzsche, que tan desviadamente tomaron como fundamento teórico el nazismo, el
fascismo y tantos ismos, hermanos políticos de aquellos en esa época de destrucción,
un hombre común y un niño oponen, como David frente a Goliat, su voluntad de vivir y vencer, y casi lo consiguen. Es evidente, por el desarrollo final de la
trama, que al guionista le habría sido fácil apañar un happy end en el que
nuestros tres protagonistas regresaran incólumes del inferno nazi, pero con ello se
habría malogrado por completo el claro mensaje político del film. Guido debe
pagar su esfuerzo titánico con la muerte para recordarnos, dolorosamente, que
la guerra no es ningún juego, por más que Guido, un mago de la risa, pueda
convencer de ello a un niño y casi también al espectador.
Quizá el personaje del Dr. Lessing, el médico y oficial de las SS encarnado
por Horst Buchholtz, sea el más complejo y perturbador de la película. En un
intencionado paralelismo, él también está enzarzado durante todo el metraje en
un entretenimiento lúdico, el de los acertijos. En la sonriente e ilusionada
etapa prebélica, es una persona afable que ofrece al judío Guido su
reconocimiento y su amistad. Durante la guerra, se convierte en un ser
desconcertado, de mirada extraña, atrapado en unas estructuras ideológicas
férreas de las que no es capaz de salir. El suyo es un racismo blando, frente
al beligerante de la directora de la escuela y del ex-prometido de Dora, para
quien el exterminio de lo seres inferiores se convierte en una simple cuestión
aritmética, el ahorro de costes al Estado leviatánico. El Doctor Lessing, cuando advierte que Guido está prisionero en el campo, siente que debe
ayudarle pero carece de la valentía del judío. En lugar de salvarlo, el
verdugo dirige una patética súplica a la víctima para que lo saque de la
angustia que no le deja dormir, enmascarada en el fracaso de los juegos
intelectuales con que se engaña para no afrontar la realidad de su indeseable
compromiso con el Régimen. También es ésta otra idea clave que debemos retener:
jugar a la inconsciencia no nos eximirá de culpa frente al sufrimiento ajeno.
LA VIDA
ES BELLA(ROBERTO BENIGNI, 1998)
El éxito internacional de crítica y
público de este filme, así como sus triunfos en los Oscars
hollywoodienses de 1998, han motivado que el actor, guionista y director Roberto
Benigni sea equiparado con el hombreorquesta más paradigmático de la historia
del cine : Charles Chaplin.
Si las comparaciones son odiosas, en este
caso están justificadas: Benigni ha admitido que su película está a medio
camino entre "El chico” y “El gran dictador". Pero, al contrario de lo que pueda
parecer, esta semejanza no es un feliz hallazgo, sino la consecuencia lógica de
toda una trayectoria artística desarrollada en algunos de sus otros títulos
como director ("Soy el pequeño diablo", “Johnny Palillo", “El monstruo"),
tragicomedias en las que la presencia del antihéroe patético ya se había hecho
patente. Benigni ha construido un personaje, un hombrecillo de pecho hundido,
vestido con un amplio traje gris que ridiculiza aún más su enclenque anatomía,
y que, sobre todo, está falto de compañía femenina. Como Charlot, también es un
desarraigado en pugna con la sociedad en general y con su casero en particular,
a pesar de que mantiene el deseo de ser aceptado y querido.
La baza de este personaje no es la comicidad
(como puede serlo el Mr. Bean de Rowan Atkinson, o como fue en su momento el
Pamplinas de Buster Keaton), sino el humorismo, la risa de fondo triste:
Juditta, Dante, o como queramos llamarlo, no siempre conquista a la mujer
amada. Por lo general es utilizado, engañado, o se ve envuelto por casualidad
en mil tramas de las que es ajeno merced a su ingenuidad, y no pocas de estas
situaciones pueden recordarnos a los "gags” mudos de Chaplin. Sin embargo, que
Benigni sea un autor fundamentalmente humorístico no es impedimento para que en
muchas ocasiones se acerque a la comicidad ácrata de los hermanos Marx (como la réplica
a Nicoletta Braschi, tardaré media hora en chuparle el veneno del muslo, en "La
vida es bella", o el encuentro con su propio doble en "Johnny Palillo", deliberado
homenaje a "Sopa de ganso").
Este es el primer film de Benigni que
alcanza la popularidad no sólo en toda Europa, sino en América. Es su película
más internacional, a diferencia de las anteriores, que bien pueden ser
consideradas italianadas (excluyendo las connotaciones peyorativas de este
término). No nos engañemos, "La vida es bella” también lo es, porque explota
hábilmente uno de los tópicos italianos, el de la felicidad mediterránea, el
saber vivir que caracteriza al hombre latino: el protagonista, Guido, reivindica
la fantasía como medio de vida. De hecho, toda la primera parte del film parece
un cuento de hadas sin hada, en el que Guido, verdadero príncipe azul (en la
entrada de Arezzo es recibido como tocaba al rey Humberto), teje alrededor de su
princesa Dora una red de seducción preñada de casualidades hilarantes
(utilizando su voluntad schopenhaueriana como un ensalmo mágico), pero tampoco
esta parte, por muy amable que sea, está exenta de tono dramático: Dora decide
someterse a una serie de renuncias (familia, amigos) cuando Guido se le
presenta en público a lomos del caballo pintado de verde, marcado por el odio
antisemita, como también, en la segunda parte de la película, renunciará a su
libertad por compartir el destino de Guido.
La principal diferencia con "El gran
dictador" consiste en que la película de Benigni no es un panfleto, carece de las
urgencias del momento que acuciaron a aquélla; su hilo argumental ya forma
parte de la historia, y sirve como fábula de situaciones universales.
Sólo tengo que recriminarle a su autor un
único plano, el que muestra, como una ensoñación, una montaña de cadáveres
entre la niebla, discutible concesión al tremendismo, porque Benigni, en esta
segunda parte, no aborda el tema del holocausto con grandilocuencia ni actitud
meramente histórica, sino como situación límite que Guido y su familia deben
superar gracias a su planteamiento vital.
Guido es un elemento peligroso para un
régimen totalitario, no porque sea judío sino porque se esfuerza en vivir la
vida a su manera: desafía todas las normas, se sale con la suya, se fuga con la
mujer que ama, es un individuo original que, además, es culto. Benigni resume
su discurso sobre la ilusión, la imaginación y el arte (cine incluido) en la
protesta del tío Eliseo ante los destrozos que los camisas negras han hecho a su
colección de arte: Sólo lo inservible es insustituible, sobre todo en los
tiempos en que la vida no es precisamente bella. La originalidad se planta de
cara contra la uniformidad, y por eso el juego que mantienen padre e hijo en el
campo de prisioneros es la mejor arma contra la opresión. En el juego (de
palabras, en este caso) también se refugia desesperadamente el médico nazi
interpretado por Horst Buchholz (que a duras penas nos puede recordar al joven
comunista de "Uno, dos, tres” de Billy Wilder, pero la lógica en que está
encerrado su juego es desbordada por la locura que se cierne en torno a él.
Guido no invita a jugar sólo a su hijo,
sino que su discurso traspasa la pantalla: el espectador suplanta el lugar del
pequeño Josué cuando ve desfilar a su padre al paso de la oca desde dentro de
la caja oscura (mirando la escena con franjas negras arriba y abajo, subrayada
su condición cinematográfica), olvidando que Guido es consciente, desde su
detención, de que va a morir. La ficción y la realidad se intercambian los
papeles desde este momento, y por eso el grito del niño, "¡Ganamos el juego!”
equivale literalmente a la victoria.
Me parece que la crítica de Encar ha resistido mejor el paso del tiempo. Es irónico que el éxito de "La vida es bella" no le sirviera a Benigni para seguir adelante con una filmografía "de calidad", sino que más bien lo mejor de sí mismo se haya dispersado en apariciones fugaces de filmes ajenos, como "Coffee & Cigarretes" de Jim Jarmush, o "A Roma con amor", de Woody Allen (y antes de estos filmes colectivos cabría recordar su desternillante aportación al paseo en taxi nocturno de "Noche en la Tierra"). En cualquier caso, "La vida es bella" no ha pasado de moda, sigue siendo un film fresco e insustituible, donde nada sobra.
ResponderEliminarPermítame que discrepe en tu aserto inicial. A mí me gustan más tus reflexiones. Me sorprende que no menciones El tigre y la nieve, una película menos redonda pero con escenas tan impagables como la de la boda en el sueño, él en calzoncilllos, algo muy típico y desasosegante en nuestra vida onírica, y Tom Waits en persona cantando la maravillosa You can never hold back spring. Un beso.
EliminarNo he mencionado "El tigre y la nieve" porque nunca he tenido la oportunidad de verla, aunque sabía que te había gustado. Aparte, no hay que olvidar la fantástica interpretación de Benigni en la última película de otro titán, Federico Fellini, "La voz de la luna", que realizó en 1990. A Benigni le sienta bien la luz de luna.
ResponderEliminarUna lágrima inunda mi ser y explota como la mínima partícula del ser que soy e inunda la existencia misma de la creación aquí, allá. Bellos solos no estamos pues me place saber que existo y ser eterno para el entendimiento humano…
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