domingo, 23 de mayo de 2021

FLANNERY O'CONNOR

Flannery O'Connor
en sus años de universitaria en Iowa
 

A Larisa


“Nadie que no lo sepa todo puede ser ateo. Sólo Dios es ateo.

El Demonio es el mayor creyente y tiene razones para ello”.

Flannery O’Connor

 

Supe de Flannery O’Connor por la traducción inédita de A prayer Journal (Diario de Oración) a cargo de José Manuel Correoso en la excelente revista BARCAROLA (la mejor que conozco de creación literaria), que regalaba el texto de la americana con una introducción del mismo traductor, en noviembre de 2017 (Nos. 87/88, Albacete).

Católica y sureña, Flannery pertenecía a una familia de Georgia de rancio abolengo y fue criada en el Sur de la Norteamérica profunda, rural, en una pequeña ciudad construida a orillas del río Oconee y llamada Milledgeville, a medio camino entre Atlanta, en la que viviría unos meses y de la que abominaría como de cualquier otra gran ciudad, y la costera Savannah donde nació en la primavera de 1925, al sur del sur del Misisipi, dos años antes que García Márquez y cuatro antes que Ursula K. Leguin. Flannery estudió en la universidad de Iowa y siempre quiso ser escritora.

Su Diario de Oración es un ejemplo de profunda religiosidad, de la fuerza atractiva y repulsiva de la religión, sobre todo para una minoría como era la comunidad católica del Sur. Su voz es la de una joven de 21 años con un mundo interior muy intenso. En estos fragmentos pide al Señor una prueba o el martirio, desde la humildad de los primeras páginas hasta la altivez desafiante de las últimas, en que parece renunciar a Dios y prometer entregarse a una vida de pecado. Y, en efecto, desde sus primeros relatos, su producción se volvería cada vez más oscura y alejada de la “gracia divina”. La naturaleza le dio motivos para rebelarse contra la creación, porque en 1950 se le diagnosticó un lupus incurable, la misma enfermedad que había acabado con la vida de su padre en 1941.


Flannery O'Connor con sus pavos reales

A partir de entonces vivió confinada en una granja de su familia, llamada Andalusia, a las afueras de Milledgeville, así que, si no obtuvo una prueba de la bondad de Dios, sí consiguió el “martirio” del alma, encerrada en un cuerpo como prisión dolorosa, más el cautiverio del “código de modales del sur”, terratenientes soberbios y populacho analfabeto y supersticioso, de todo lo cual se distraía escribiendo, enseñando a andar de espaldas a las gallinas (a los cinco años la filmaron haciendo esto) y criando pavos reales (su pasión):

 “El pavo real se detuvo justo detrás de ella, con la cola –de un verde, un dorado y un azul resplandecientes a la luz del sol- levantada solo la superficie para que no tocara el suelo. La extendía a ambos lados como un reguero flotante y tenía la cabeza, sobre el cuello largo y azul, inclinada hacia atrás como si su atención estuviera fija en algo a lo lejos que nadie más que él pudiera ver”.

 La belleza del ave desplegando el esplendor de sus plumas paraliza al sacerdote de uno de sus relatos: “¡Cristo llegará de esa manera! –dijo el cura en voz alta y alegre, y se pasó la mano por la boca, estupefacto”.



Flannery salió de su finca en varias ocasiones para dar conferencias en universidades. En 1958, con treinta y tres años, ya desahuciada clínicamente y famosa por sus cuentos y su novela Sangre sabia (1952), peregrinó al santuario europeo de Lourdes, no sabemos con cuanta fe en una posible sanación milagrosa. Seguramente, escasa:  "Soy de esas personas que antes morirían por su religión que tomar un baño por ella”, le escribe a una de sus amigas. De uno de sus personajes dice: “Era buena cristiana y tenía un gran respeto por la religión, aunque, naturalmente, no creía que fuera verdad”.

La escritora pertenece al “Renacimiento de la literatura sureña” cuyo autor más famoso es W. Faulkner, pero que incluye también a Tennesee Willians y a las llamadas “Ladies of the South”: Eudora Welty (Premio Pulitzer 1973) y Katherine Anne Porter (cuya novela inspiró la película Ship of Fools de Stanley Kramer en 1965), entre otras. Desde luego, la religiosidad de Flannery poco tuvo que ver con la beatería o la superstición. Su religión -comenta su traductor-, es más bien una religión de intelectual en continua búsqueda… En uno de sus relatos escribe sobre las ensoñaciones masoquistas de uno de sus alteregos:

“Nunca podría ser una santa, pero pensó que podría llegar a ser una mártir si la mataban pronto. Podría soportar que la acribillaran a balazos, pero no que la metieran en aceite hirviendo. No sabía si podría aguantar que los leones la destrozaran. Comenzó a preparar su martirio; se vio vestida con unas mallas en la arena del gran circo, iluminada por los primeros cristianos que colgaban en jaulas de fuego, lo que producía una luz de polvillo dorado que caía sobre ella y los leones. El primer león cargó contra ella y cayó a sus pies, convertido. Lo mismo le sucedió a toda una serie de leones. Estos la querían tanto que hasta dormían juntos y, al final, los romanos se vieron obligados a quemarla, pero para su sorpresa en ella no prendía el fuego y, habida cuenta de que era tan difícil de matar, por último le cortaron la cabeza con una espada y ella subió de inmediato al cielo”.

 En los trazos de teoría literaria que contienen los fragmentos de su Diario de Oración afirma que toda novela que se precie ha de tener un componente sobrenatural. Y eso a pesar de su meticuloso y casi sórdido realismo, “realismo de distancias” (Susana Miró). Desde la fe se revuelve contra “la charlatanería intelectual” y contra el psicoanálisis, pero también recurre a él:

“El deseo habita en las más remotas profundidades del inconsciente: el Infierno. El infierno está localizado en el inconsciente, aunque el deseo de Dios también lo esté. Puede que el deseo de Dios esté en un nivel de superconsciencia que también sea parte del inconsciente. Satán se hundió en su propia libido, o en su id, cualquier que sea el término más freudiano”. 

 Pide a Dios que no sea el miedo lo que la retenga en la iglesia y, aunque preferiría creer en el Cielo, afirma su creencia en el Infierno… De tener en cuenta la división de Umberto Eco entre intelectuales apocalípticos e integrados, sin duda habría que situar a la escritora georgiana entre los apocalípticos: “Sintió que ahora sabía cómo sería el tiempo sin estaciones, como sería el calor sin luz, y como sería el hombre sin salvación”. No hay palabras que puedan nombrar en este mundo la verdadera “misericordia”.

“Comprendió que [la misericordia] nacía de sufrimiento, que no se le niega a ningún hombre y que es dada de modos extraños a los niños. Comprendió que era todo cuanto un hombre podía llevar consigo a su muerte para ofrecer al Creador y de pronto se sintió avergonzado porque tenía muy poca que llevarse con él. Quedó espantado al juzgarse con la rigurosidad de Dios, mientras la acción de la misericordia cubría su orgullo como una llama y lo consumía. Nunca había pensado en sí mismo como un gran pecador, pero ahora vio que su verdadera depravación había permanecido oculta para que no desesperara”.

La descripción o exposición de la soberbia humana resulta en su pluma tan paradójica como sarcástica: “La señora Hopewell [Bien-de-esperanza] no tenía defectos, pero podía usar los de los demás de una manera tan constructiva que nunca había sentido esa carencia”.

En su Diario de Oración afirma que quiere amar para ser incluida [como todos]. Encuentra la razón vacía y reconoce que de las tres virtudes teologales: Fe, esperanza y caridad, la primera es la que más quebraderos de cabeza le da, pues no quiere que Dios sea una creación a su imagen y semejanza sólo para compensar su debilidad. Si la esperanza la tiene perdida, confiesa ser “demasiado perezosa para desesperar”. Expresa el deseo de escapar hacia algo superior: “soy una hortera; haz de mí una mística, inmediatamente”…  Lo mismo da órdenes al Señor que reconoce su condición de pecadora: “Soy una viciosa –de galletas de harina escocesa y pensamientos eróticos-. No tengo más que decir”. Así acaba el diario. 

Flannery escribió también ensayos (Misterio y modales, 1969), la recopilación de las conferencias impartidas por la autora bajo el título original de Mystery And Manners, y nos ha llegado también una recopilación de sus cartas: The Habit Of Being (1979), con las respuestas a aquellos que le pedían consejo, como experta en una verdadera “ciencia del sufrir”. 

Menos conocida es su carrera como viñetista, desarrollada a principios de los años cuarenta en las publicaciones de su instituto y universidad. Satiriza en ellas la vida estudiantil y el impacto de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos. Trabajó tanto a pluma y tinta como con linograbados, y su técnica, combinada con sus comentarios mordaces, se ha interpretado como antecedente icónico del humor negro y la ferocidad de su prosa. Se ha exagerado diciendo que es un precedente de Mafalda en el mundo de la tira cómica. Se le acusó de "tocanarices" (por las monjas de su colegio) y de intolerante, de repipi, y se la ha tildado de "Mafalda de carne y hueso"...  En una de sus tiras cómicas una estudiante pregunta a la dependienta de una librería: «¿Tiene usted libros que los profesores no recomienden especialmente?».

"¡Despiértame a tiempo de aplaudir!"
Grabado de Flannery.


Sus cuentos, bastante macabros y hasta crueles, historias de seres tan grotescos como desvalidos, huelen a establo, a estiércol, a pradera y bosque, a billetes sudados y manoseados, a inocencia ofendida y violencia absurda, inevitable como un fatum trágico; en ellos cantan los pavos, relinchan los caballos, rugen los primeros tractores, se reniega de Cristo (en la figura de un nieto), los toros se comen los setos de las granjas y ensartan a la patrona y todo suele acabar bastante mal.

Sus descripciones pueden ser tan originales como bizarras: “Las sonrisas de él llegaban una tras otra como olas que rompen en la superficie de un pequeño lago”, pero su lirismo es más raro que su naturalismo desublimador: “todas [las casas] tenían delante su cuadrado de césped que se agarraba como un perro a un filete robado”. Cuando el joven sobrino prueba por segunda vez el aguardiente que fabrica clandestinamente su tío, al que debe enterrar con sus propias manos: “un brazo de fuego se deslizó por la garganta de Tarwater como si el diablo le hurgara por dentro buscándole el alma”.

Algunos relatos de Flannery son de argumento abierto. Estampas del viejo Sur decadente, protagonizadas por granjeros que son especímenes de estirpes en extinción, por individuos tarados, asesinos piadosos, negros perezosos, falsos predicadores, idiotas y seres “sin gracia”, cuya historia se queda a veces a medio contar, como si el lector debiera terminarla, o más bien precipitarla en el desastre más absoluto…

“La señora Pritchard era capaz de recorrer cincuenta kilómetros por la sola satisfacción de ver cómo enterraban a alguien… Necesitaba el sabor de la sangre de tanto en tanto para mantener el equilibrio”.

 


Su metafísica se solapa con la creencia gnóstica de que este mundo es un infierno en el que los europeos son “acarreados en vagones de carga como ganado” (en alusión al holocausto nazi) y Europa se extiende en la imaginación, misteriosa y perversa, como estación experimental del diablo. Incluso en EEUU cualquiera puede ser encerrado en un “piso del gobierno”, en el gueto de una gran ciudad inhóspita o en un pulmón de acero:

 “Nunca había pensado mucho en el demonio porque consideraba que la religión servía a la gente que no tenía suficiente cerebro para evitar al demonio sin ayuda. Para las personas como ella, para las personas con sentido común, [la religión] era sólo un acto social que proporcionaba la oportunidad de cantar. Sin embargo, si alguna vez hubiera reflexionado al respecto, habría considerado al demonio el jefe y a Dios, un segundón”.

Se trata de un mundo en el que “el mal de uno es el bien de otro” o en el que “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Un mundo en que todos los días son los días del Juicio Final y el sol “una enorme bola roja igual que una hostia alzada empapada de sangre”.

 

Su hermosa y penetrante mirada miope.

Un crítico de The New Yorker se preguntaba en 2020 cuán racista era F. O’Connor. Y eso, tal vez, porque en sus relatos, los de piel oscura son todavía “negros” y no “afroamericanos”. Es comprensible que algunas líneas de sus relatos, sacadas de contexto escandalicen hoy:

 “Los negros de la señora Cope eran tan destructivos e impersonales como las malas hierbas”.

“-- ¿Por qué no vuelves a África? –preguntó una mañana a Sulk mientras limpiaban el silo-. Es tu país, ¿no? –No pienso ir allí –dijo el muchacho-. Me pueden comer”.

 Hacía poco que Milledgeville había sido una ciudad próspera, capital de Georgia antes que Atlanta, precisamente porque su economía se basaba en las plantaciones de algodón trabajadas por esclavos de origen africano. Flannery muestra el mundo tal y como era en el Sur de los EEUU en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, pero no justifica ni la desigualdad ni el apartheid, mejor la muestra en toda la crueldad de su absurdo o en todo el absurdo de su crueldad. En el vagón restaurante de aquellos trenes había mesas aparte, reservabas tras unas cortinas para las personas de color. “Una feria duraba cinco o seis días y había una tarde especial para los niños y una noche especial para los negros”. 

En esa misma feria se exhiben monstruos para emocionar, sorprender o hacer reír a los adultos. Uno de ellos era “un hombre y una mujer a la vez”, que se levantaba el vestido y enseñaba sus insólitos atributos… “La niña quiso saber cómo era posible que fuera un hombre y una mujer a la vez sin tener dos cabezas, pero no preguntó”. El andrógino o hermafrodita se muestra primero a los hombres y luego, segregados también por géneros, a las mujeres, y pronuncia la misma trágica perorata:

“Dios me hizo d’esta manera, y, si os reís, puede que Dios os castigue de la misma manera. D’esta manera quiso que yo fuera y no me opongo a lo que Él hizo. Os lo muestro porque debo aprovecharlo. Espero que os comportéis como damas y caballeros. No me lo hice yo mismo ni tengo na que ver con ello, pero trato d’aprovecharlo. No me opongo a lo que Él hizo”.

¡Santa conformidad! Se le ha reprochado a Flannery ser más bien “caricaturista” por la falta de interioridad de sus personajes. No puedo estar de acuerdo, más bien consigue que veamos el mundo desde la interioridad de cada uno de sus personajes, metiéndonos desde el principio en la piel de sus personajes mediante esa especie de diálogo interior o pensamiento silencioso que recuerda a Dostoievski.

A propósito del presunto “racismo”, téngase en cuenta que la igualdad de derechos civiles era en su tiempo una utopía; nuestra escritora es casi coetánea del activista Martir Luther King. La original autora más bien piensa la religión, el dolor, la miseria y la misericordia, como posible y meritorio lazo entre negros y blancos. En todo caso, en sus ficciones no se pinta a los pobres, sean estos de cualquier color, incluso menesterosos polacos desplazados, como nos gustaría que fueran, inocentes y bondadosos, sino como eran de hecho, y en ellas deambulan en amplios espacios naturales blancos despiadados y negros honrados.

En Democresía (revista de actualidad, literatura y pensamiento) escribe Susana Miró una interpretación en positiva clave teológica, cristiana, del sentido de la autora:

“O’Connor, frente a la enfermedad, intentó buscar respuestas. Fundamentó sus respuestas en una serie de pilares: un profundo conocimiento del ser humano, su propia experiencia y su visión cristiana de las cosas. Ello le permitió encontrar cierta luz al misterio del dolor y descubrir que sólo el Absoluto podría tomar sobre sus espaldas tanto nuestros sufrimientos individuales como los sufrimientos universales de toda la humanidad y transformar todo ese dolor en vehículo para que su gracia pudiera ser acogida por la naturaleza caída del hombre. Así, Flannery O’Connor se dio cuenta de que el sufrimiento presente en la existencia ofrece al hombre la oportunidad de cultivar la compasión y la misericordia, y, quizás también, levantar ese velo de inmanencia que cubre nuestra época y le impide acercarse a la plenitud para la que fue creado”.

Laura Galarza tiende sobre la autora una luz más pálida y crepuscular:

“Fue una católica denunciante de la monstruosidad del mundo pero no para culpar y castigar sino para implicarse. Porque era creyente, pero no una negadora. Fue libre de mostrar el universo sin adornarlo ni de falsas expectativas ni de ideas correctoras. Por eso, no era una religiosa por más que fuera a misa. Para ella –y lo dijo– intentar ordenar la realidad era caer en el pecado de la soberbia”.

Otros ven en su obra una mirada impiadosa, áspera, hilarante, sin moraleja ni afán moralizante o redentor: una mirada ácida y hasta "maldita" al absurdo cotidiano y concreto (“cuanto más se mira algo, más mundo se ve en ello”), la perspectiva de una autora trágica, tanto como su prematura muerte. Murió de lupus el 3 de agosto de 1964, a la edad de 39 años. “El mal –dejó escrito- no es meramente un problema a resolver, sino un misterio que soportar”.

 

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm