A Aurora de Albornoz la conocí "personalmente" (en cuerpo y alma, es decir, en tres dimensiones y con fresco perfume y discreción de tacto) en un curso veraniego sobre La amistad intelectual de Unamuno y Machado. El curso, que incluía los importantes aportes de Victor Ouimette y Pedro Cerezo, fue organizado por la Universidad de Baeza en 1987. Por entonces dirigía esta Universidad de verano andaluza (e internacional) el profesor amigo Antonio Sánchez Trigueros.
Aurora era vivaracha y menuda, excelente conversadora. La recuerdo en el bellísimo patio de la Universidad, regalándonos anécdotas a Rafael Bellón y a mí, en un recreo del curso. Por entonces yo no sabía nada de su interesantísimo itinerario vital e intelectual: Que nació en Luarca (Asturias) en 1926 de una familia de notables poetas y políticos, que su tío-abuelo Álvaro de Albornoz fue ministro de justicia y presidente en el exilio de la Segunda república o que su tío Severo Ochoa de Albornoz era nuestro Premio nobel de medicina, descifrador del ARN.
En 1944, con 18 años, Aurora se exilió a Puerto Rico donde su familia negociaba desde antiguo. Allí obtuvo una maestría universitaria en Artes y comenzó a formarse bajo la tutela de otro premio nobel: Juan Ramón Jiménez. Se casó en 1950 y se separó en 1967. Vivió en Kansas y en París, donde estudió en la Sorbona y conoció a José Bergamín. Regresó a España para doctorarse en la Universidad de Salamanca. Su compilación Poesías de guerra de Antonio Machado fue prohibida en la España franquista.Fue profesora en la Universidad de Puerto Rico, en la Autónoma de Madrid, etc., poetisa, erudita célebre y una autoridad crítica en los estudios sobre Unamuno, Neruda, César Vallejo, Rosalía de Castro, Lorca y, muy particularmente, en Antonio Machado, Juan Ramón y José Hierro. También leyó y comentó la obra de quienes entonces emergían como autores: Claudio Rodríguez, Caballero Bonald, et al.
Guardo como oro en paño los apuntes y notas que le tomé durante aquel curso, tres años antes de su fallecimiento de hemorragia cerebral en 1990 (con solo 64 años), así como conservo las fotocopias de los versos de Machado que nos repartió, con sus glosas personales.
Fotocopia facilitada por Aurora de Albornoz en 1987 (Universidad de Baeza) de un poema de Antonio Machado con glosas manuscritas de la crítica y erudita. |
Yo supe entonces de su generosidad, que es la de esos intelectuales, raros en nuestro solar hispánico, que dedican más tiempo y atención a leer e interpretar la obra ajena, que a la creación propia. Y con todo, a Aurora debemos once libros de poesía innovadores, con poemas en prosa, collages y otras técnicas modernistas.
Aurora dirigía el tercer seminario de aquel curso que titulaba "Miguel de Unamuno, incitador de Antonio Machado". (Durante esos días pude conocer "en persona" a José Luis L. Aranguren. Pedro Cerezo tuvo la gentileza de presentármelo, ponderándole mi trabajo -tesina- sobre el Tenorio y Juan de la Cruz; y el sabio, la amabilidad de dedicarme mi estudiado y subrayado ejemplar de su Ética).
En su seminario, la erudita asturiana fue desgranando en fértil magisterio la Presencia de Unamuno en Antonio Machado, título este también de uno de sus más reconocidos trabajos (Gredos, 1968), indicándonos que también el catedrático de Salamanca recogió versos e ideas machadianas. Aunque fueron parecidas las cuestiones que se plantearon el vasco y el andaluz (ambos muy castellanizados), sus conclusiones fueron bien distintas.
Machado reconoció la influencia de Giner de los Ríos, al que dedicó una extraordinaria elegía necrológica. Nietzsche y Bergson eran entonces los filósofos de moda. Por supuesto, Machado estuvo también influido por lecturas clásicas de Cervantes o Shakespeare, de los románticos, sobre todo Bécquer y Rosalía; por la novela rusa y por Verlaine. Sin embargo, su otro gran maestro fue Rubén Darío, porque con Rubén Darío irrumpió toda la literatura francesa e hispanoamericana en España. (Aurora nos confesó que Unamuno fue el primer español que estudió seriamente la literatura hispanoamericana). También el filósofo suizo Amiel fue muy citado por Antonio Machado, de seudónimo "Cabellera" en sus primeros años.
Tanto Unamuno como Machado se negaron a sistematizar su filosofía. Se negaron a dogmatizar, manteniéndose siempre abiertos a nuevas ideas... "No hay cimiento ni en el alma ni en el viento". "Quiere enseñar el ceño de la duda" -escribe también Machado refiriendo a Unamuno en el poema que le dedica por su ensayo Vida de don Quijote y Sancho.
Aurora de Albornoz insistió en que el concepto "Generación del 98", etiqueta creada por Azorín, es confuso. En el 98 Machado todavía no había publicado poesía. Unamuno, que era once años mayor que Machado, nunca aceptó la adscripción a dicha "generación". Machado sí que aceptó el concepto unamuniano de intrahistoria, esa que no aparece en los manuales, la vida del hombre que trabaja de sol a sol, del ama de casa que lo da todo por sus hijos, de los que no cuentan en los periódicos..., o la del señorito andaluz "de mozo muy jaranero, / muy galán y algo torero; / de viejo, gran rezador"..., virtudes estas del don Guido que cantó tan bien Serrat. Sí, Machado acepto la dicotomía historia / intrahistoria, casándola con la suya de una España envejecida y tradicional y otra joven y con futuro. A este respecto, era más optimista que Unamuno, a pesar de su "andaluza incredulidad".
En relación al tratamiento del paisaje hay una gran influencia de Unamuno en Machado: la austeridad y altura celestial de la meseta castellana: rocas del Guadarrama, encinas, olmos del Duero, cielos inmensos e inasequibles. En cuanto al paisanaje, ambos autores critican del carácter nacional sus peores vicios: la envidia y la ramplonería, entendiendo por esta la falta de originalidad individual, la debilidad de carácter, como la de "filósofos nutridos con sopa de convento"(Machado).
Aurora destacó que Unamuno, nada machista, había sido uno de los españoles más interesados por el papel social e histórico de la mujer. No obstante, su gran problema era el de la identidad personal y su conservación, o sea, el problema de la inmortalidad. El problema también aparece en Machado aun sin ese tono pavoroso y trágico que adquiere en los sentir y pensar unamunianos. En 1928, del magín del autor de Campos de Castilla nace su apócrifo, su "yo filosófico": Juan de Mairena, con la constelación de Abel Martín, su maestro y Jorge Meneses, invento del invento.
En el último punto del seminario, Aurora reflexionaba sobre la poética de Machado. Por desgracia, no me quedaron notas de sus lecciones. No sé por qué; no sería por falta de interés, tal vez no pude asistir por algún accidente familiar o de salud, cosa que lamento.
***
Pasaron treinta y cuatro años y cayó en mis manos un ejemplar intonso de los Poemas para alcanzar un segundo, escritos por Aurora de Albornoz (colección Adonais, Madrid, 1961). La autora con treinta años rememora aquí a la niña de los ojos azules y piernas anémicas, a la niña asustada que se cayó en el río...
Pero a los treinta años
hay que quitarse de la muerte
Hay que vivirse del todo
aunque no lo podamos jamás
Economiza la poetisa puntos y comas, reducidas las pausas a los cortes versiculares. Con la niña de mirar azul y contornos de niebla reviene "...un miedo encerrado / en el fondo del agua. / En el fondo del tiempo // Un miedo que se puebla de aparatos / con runrún de moscones / y alas grises".
Primera edición del poemario comentado de Aurora de Albornoz |
Canta marzo. Amanece, con su silencio de sangre. Recuerdos de París, de "La Sena" y de "las mujeres que juegan a la risa". Elegía a los automóviles viejos de un cementerio de coches: "Erais ya muertos en el ir alocado / En el eterno pasar inconsciente..., / gritabais por llegar / sin tener hacia dónde / Ahora / metal y polvo". Compasión, de "Las prostitutas que mueren de niebla y de noche / a medias cubiertas por sus chaquetones de pieles raídas / en las aceras sórdidas / de la rue Montparnasse".
Sorprende el aliento futurista, visón de super-mercado: "En la escala de acero que sabe llegar sola / gente inmóvil / de brazos encolados / descansando en robots". Menciones que son reconocimientos a Eugenio de Nora, a Machado, a Eluard, a Lorca, a Whitman.
Como en Unamuno o Machado, el problema del "YO", que anhela la inmortalidad en Unamuno, que se difracta en el caleidoscopio de los apócrifos de Machado..., se hace grito en Aurora de Albornoz:
Quise mirar mi grito
desde un lento mañana mil veces repetido
Desde todos los astros
de todos los sistemas solares
Desde los más lejanos principios del hombre
Desde los más lejanos problemas del hombre
Y era nada
Y quise engañarme "no es nada"
Y creí "no es nada"
Pero
en el medio de todos los sistemas solares
en el medio de todos los tiempos
de todos los inmensos problemas de todos
era yo quien estaba
Y todos los ayeres y mañanas quedaron
y crecí sobre todas las estrellas posibles
Y lo llenaba todo con mi grito
Existimos en medio del misterio del tiempo, que la poetisa quisiera apagar con su mano, que da para que el Recuerdo, en prosopopeya de niño de palabras perdidas, ría, duerma y, a veces, sin saber cómo, despierte en la esquina olvidada, como aquella arpa, "abriéndose camino entre las nieblas". Lamenta Aurora las oportunidades perdidas, las ocasiones que quedaron "Atrás": "Cuántos [atrás] que quieren herir sin poderse / cayendo sin brotar". Retorna para "tocar la cuna", pero "las aguas nos pesan encima" porque para abrochar el círculo del fin con el origen hay que perderse hasta el fondo del pozo.
Imagina un Más allá donde "el reló" ya no corta segundos..., una calle vacía donde se sufre el miedo de la libertad, de la soledad. En sus "Apuntes literarios" aparece una "Hermana Sonia, santa y prostituta", Emma Bovary entre muros espesos y pesados que suelen apartar; Anna Karenina como "la mujer que ama siempre" con un amor que duele, la mujer que escribe versos, que deja con ellos la muerte, que carga en su corta espalda las vidas de todos. Ofelia, ¡pobre Ofelia!, muerta de lado ["víctima colateral", diríamos hoy].
"Buscando a Dios entre la niebla"
Entonces Dios está lejos, aunque se nos pose un minuto en el hijo o el amante, en una melodía musical, en un eccehomo del Greco. Lo buscamos en las estrellas o en la Virgen de la infancia o acaso le tememos en el espejo roto. "Pero Dios está lejos", entonces [sobre todo] "cuando nos presentimos / a un paso de la Nada". Quizá salga de dentro [como en San Agustín], del espíritu, subconsciente o alma, de un dentro que desconocemos y que no podemos convertir en fórmula.
El muro es duro y metafísico símbolo en la poesía de Aurora de Albornoz |
Fácil vemos a Dios a los seis años, en el padre, en el hermano, en la abuela, pero luego el padre es el padre y Dios otra cosa; a los dieciséis, a Dios ya no podemos abrazarlo y queremos el yo con el otro...
Qué intento sobrehumano
de llegar más adentro de la carne
Qué doble voluntad de cerrarse en lo uno
De fundirse en lo uno
Qué esperanza de vencer a la muerte
por el otro
en el otro
desde el otro
Qué doble afán de crearse minutos eternos
Pero la carne cansa
sin deshacer el muro
Y el muro queda siempre
"Qué terror a volver / solos / como llegamos". Menos mal que "Hay minutos / Segundos / que justifican una vida. Hay segundos pequeños / que queremos volver infinitos".
¡Y presencias!, como la de Aurora de Albornoz, menuda y vivaracha, con su repertorio de anécdotas elevadas a categorías del buen vivir, del vivir íntegro, en aquel patio renacentista de la Universidad de Baeza, en aquel verano luminoso...