Ya hare cuatro años que celebramos el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, y en Ateneas se nos ocurrió que el mejor homenaje a la lúcida inteligencia de este autor, solo comparable la de Shakespeare, es recordar su visión de la mujer en el "Quijote". El máximo ejemplo de ello es el discurso de la inteligente y bella pastora Marcela, de una rabiosa modernidad. Haciendo uso de las convenciones del romance pastoril, tan querido en el Renacimiento, Cervantes cuenta cómo el pastor Grisóstomo ha muerto por el amor no correspondido de Marcela, que desdeñó sus anhelos. Ahora todos sus compañeros culpan a la joven de su muerte. Pero ella se presenta sin miedo ante su sepultura y, de manera decidida, reivindica su libertad de elección del objeto de su amor, negándose a existir solo a impulsos del deseo masculino. En el siglo XVII, un periodo en el que las mujeres estaban dominadas por los hombres, sometidas sucesivamente al poder de padres, hermanos o esposos, como piezas de valor para el intercambio matrimonial, celosamente custodiadas en unos espacios domésticos totalmente separados del mundo, solo a Don Quijote se le podía ocurrir defender su libertad de acción y elección. Cervantes se atrevió a hacerlo a través de este sabio loco, ofreciendo toda una lección de dignidad e igualdad para aquel siglo de injusticias sociales, y demostrando ser el más grande de los maestros de la literatura en castellano.
..."Por cima de la peña donde se cavaba la sepultura, pareció
la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama su hermosura. Los que
hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio...
»Hízome
el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos
a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me
mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con
el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable;
mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por
hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo
hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el
decir “Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo”. Pero, puesto caso
que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los
deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no
rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un
andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de
parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser
los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de
ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué
queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me
queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea,
¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que
habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es,
el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la
víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella
mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por
ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o
como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se
acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo,
aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las
virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de
perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel
que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la
pierda?
»Yo
nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los
árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis
espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura.
Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista
he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas,
no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno
dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se
me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba
obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde
ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo
que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el
fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este
desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué
mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le
entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención
y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora
si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado,
desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el
que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida
aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.
»El
cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que
tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno
de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante,
que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a
nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar
en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa
perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida,
no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta
ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni
seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado
deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi
limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el
que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas
propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme:
ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo
con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas
destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por
término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del
cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.
Y,
en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se
entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados,
tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban. Y
algunos dieron muestras -de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de
sus bellos ojos estaban heridos- de quererla seguir, sin aprovecharse del
manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote,
pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las
doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e
inteligibles voces, dijo:
-Ninguna
persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la
hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha
mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido
en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de
ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y
perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra
que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive".
Del capítulo 14 del libro primero
Muy bueno! casi desconocido espisodio del Quijote. Para que los profes de Literatura lo utilicen mas seguido!!
ResponderEliminarMuy bueno! casi desconocido espisodio del Quijote. Para que los profes de Literatura lo utilicen mas seguido!!
ResponderEliminarUn pasaje muy digno de ser rescatado y analizado desde los estudiosos de género: mucho antes de q Virginia Woolf clamase por espacio propio y dinero para q las mujeres pudieran escribir, tenemos este alegato cervantino, sin habitación ni dinero, pero con decisión para ser la única dueña de su destino, de sus elecciones
ResponderEliminarme gustó conocer esta parte, para mí desconocida.
ResponderEliminarCreo además que es bien cierto y audaz, por parte de Cervantes, de escribir este capítulo en su momento histórico.
Ojalá aprendamos y seamos portadoras de vida, libertad, dignidad y fortaleza
Muchas gracias, Isabel. Hay mucho que descubrir en el Quijote. Cervantes sufrió mucho y gracias a ese lento trabajo del dolor en su espíritu también fue capaz de ver, y se atrevió a denunciar, a través del loco Quijote, todas las injusticias de su época.
EliminarToda una lección digna de ser tenida en cuenta.
ResponderEliminarMagnífico texto, cuánta dignidad hay en las palabras de Marcela.
ResponderEliminarLo descubrí recién ahora, gracias a Silvia Hopenhayn
ResponderEliminarEl genio de Cervantes supera su circunstancia; su fantasía poética transciende su moralismo contrarreformista. Pero hemos de reconocer la doble visión de la mujer en su obra ("universal poético vs. particular prosaico", dice Américo Castro). Cervantes creo tipos adorables de mujer, pero también depotricó de ellas y las analizó críticamente, llamándolas "mudables y antojadizas" (Persiles, I, Guardia cuidadosa, IV) o las tuvo por veleidosas "que deseos de mujer se mudan a cada paso" (Gallardo español, I). En cualquier caso, su opinión desde luego es mucho más matizada y rica que la de Montaigne: "le rôle de la femme dans la societé, c'est de plaire et de se faire aimer", ¿describe o juzga el francés? Sorprendente es que en los adulterios femeninos que cuenta Cervantes, los maridos llevan el peso principal de la responsabilidad (ejemplo modélico el de El Curioso Impertinente). Ya Petrarca había hecho decir a la Razón: "Muchas veces, por cierto, el marido es guía y ejemplo de la deshonestidad de la mujer". Y Mal Lara: "Ciertamente que en la necedad de muchos está la maldad de sus mujeres".
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