Marie Olympe de Gouges |
Hay momentos en la historia que pueden considerarse puntos extremadamente calientes, en los que el magma social largo tiempo contenido explota y sale a la superficie con gran potencia. Mario Vargas Llosa, con una acertada metáfora, llama "cráteres activos" a los puntos principales de un texto literario, en los que sucede un gran número de acontecimientos de elevada intensidad dramática. También la historia, sobre todo la del siglo diecinueve, entretejida de acciones y relatos, podría leerse como una novela, con cráteres humeantes esparcidos aquí y allá en sus páginas. Uno de ellos, indudablemente, sería el año 1848.
En el mes de febrero, Marx publica en Londres el Manifiesto Comunista, llamando a la unión de los proletarios de todos los países contra la sociedad burguesa explotadora. Muy poco después, una coalición republicana entre la burguesía y la clase trabajadora se levantaría en París contra la monarquía de Luis Felipe de Orleáns, en defensa de las libertades ciudadanas.
Es igualmente importante para la historia, pero mucho menos conocido, que en ese memorable año se produjo también, en Nueva York, la Declaración de Seneca Falls, de Sentimientos o Pareceres, como la quisieron llamar sus principales promotoras, Elizabeth Cady Stanton (1817-1902) y Lucretia Mott (1793-1880). Su pretensión era defender los derechos de las mujeres, terriblemente oprimidas por esa sociedad burguesa cuyo modelo estaba abiertamente en crisis hacia la mitad de la centuria.
Lucrecia Mott |
Quienes escriben la historia suelen cubrir con un espeso manto de silencio las acciones de los que desafían el orden establecido sin éxito, así que no debería sorprendernos descubrir que desconocemos todo o casi todo acerca de figuras tan valientes y modernas como Olympia de Gouges (cfr. supra), guillotinada en 1793 y a quien debemos la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, como réplica a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. La misma había sido promulgada con gran pompa, pretendidamente, en favor de todos los ciudadanos franceses pero- estas son las trampas que tiene el genérico masculino-, en realidad solo se había diseñado y se aplicó, en la práctica, en beneficio de los varones.
Durante muchos años, tampoco nos han contado esos libros que reflejan la historia “oficial” las vicisitudes del Manifiesto neoyorkino de 1848. Para entender mejor su contenido y el proceso de su gestación, es conveniente asomarnos, desde el cómodo balcón que nos proporciona la distancia histórica, al panorama social de la mujer en el mundo occidental entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del siglo XIX. A pesar de ser un período muy amplio, pocas cosas variaron durante el mismo en relación al dogma de la desigualdad “natural” entre los sexos, que se mantuvo en un inmovilismo absoluto.