“Prefiero ser una
Cyborg
a ser una Diosa”
Donna Haraway
“¿Quién me librará de
este cuerpo que me lleva a la muerte?”
(Rm
7, 24)
Imagina a una chica fea, muy fea, en la Ciudad del Futuro, con
un cuerpo enfermo, herido, desastrado, adorando a dioses que se mueven
airosamente, muy por encima o en espacios simulados, tridimensionales,
holográficos. Tú puedes ampliar el círculo amargo de sus labios a tres metros
de diámetro, si no hay distorsión molecular, en el saloncito de tu casa. Pero
no lo haces porque la chica es horrible y no da el tipo andrógino que marca la moda y seduce a
los espectadores. No sale en los hologramas, ni siquiera en los monitores, luego
no existe.
Nadie la mira a ella. Nadie se cuida de ella. Por tanto decide
suicidarse, pero -¡oh previsible destino!- una titánica multinacional,
vinculada a la superpoderosa CGC
(Control Global de las Comunicaciones, el Gran
Hermano de la Ciudad del Futuro) la rescata de la transparencia en su agonía,
para dotarla de un nuevo cuerpo perfecto. Le hacen saber que incluso para un
horror como ella está prohibido en la Ciudad del Futuro suicidarse en público,
y le ofrecen una alternativa a la invisibilidad, una oportunidad para vivir entre los
dioses. (Igual que prometió Jesús a quien le siguiera…, un nuevo cuerpo cuando
este se marchite o pudra).
“Moriré y naceré nuevamente en Delphi” –se dice-. “Delphi” es
el nombre escogido por la desmesurada multinacional
para ese nuevo cuerpo inmaculado, sacado de una gran caja criogénica, el de una
jovencita digna de protagonizar una “pornografía para ángeles”.
La chica -digamos, humana-, fea, muy fea, acepta convertirse
en el
operador remoto de ese cuerpo angelical, el cuerpo de Delphi, en una sociedad que
ha prohibido la publicidad (Ley de Polución Publicitaria) y en la que los
“puntos de venta” son androides teledirigidos, organismos
cibernéticos controlados
por operadores remotos. Se trata de un mundo tan sucio que sólo se pueden ver
las estrellas en las cumbres de los Andes o en el Tíbet. Pero las imágenes de
las pantallas, las “informaciones” que, sobre todo, adoctrinan y entretienen,
son impecables y están controladas por la
CGC,
desde una torre próxima al neurolaboratorio. Para que me entiendas, le llamaré
“Castillo del Gran Hermano”.