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"Profetas y Sibilas" de Juan Soreda, h. 1530. Atienza. |
Durante el siglo XV las mujeres fueron ganando consideración, autoridad, prestigio y libertad, mientras decaía la misoginia medieval. La cultura cortés revalorizó la educación femenina y muchas doncellas brillaron en las redescubiertas humanidades y descollaron en el dominio de las lenguas clásicas y el pensamiento renacentista. Fueron apodadas por sus contemporáneos puellae doctae, doncellas doctas o chicas sabias.
En su Historia, ó pintura del carácter, costumbres, y talento de las mujeres en los diferentes siglos, escribe Monsieur Tomas, de la Academia francesa (Madrid, 1773): "El siglo XVI, que vio nacer y ventilarse esta cuestión [la cuestión de la igualdad o superioridad de los sexos] fue quizá la época más brillante para las mujeres". Cornelio Agripa, médico, filósofo y alquimista publicó en 1509 su tratado De la excelencia de las mujeres sobre los hombres. No es pertinente denunciarle por hipócrita porque entonces le conviniera hacer la corte a la famosa Margarita de Austria, gobernadora de los Países Bajos, aunque dejamos constancia del hecho.
En Italia, el cardenal Pompeo Colonna, el Porcio, el Lando, el Dominichi, el Maggio, el Bernardo de Spina y otros escribieron sobre la perfección de las mujeres. Según Monsieur Tomas, la más singular obra de este género es la de Ruscelli, publicada en Venecia en 1552, que excogitó nuevas pruebas sobre la superioridad de las mujeres copiando además los argumentos aportados por Agripa.
Modesta di Pozzo di Zorzi todavía en 1592, nada modesta, sostenía la superioridad de su sexo, con gran éxito póstumo. Ya en el XVII hay noticia de un Elogio de las mujeres publicado en España por Juan Espinosa que las celebra -dice Monsieur Tomas- "con toda la imaginativa de su país y con toda la majestad de su lengua". En Francia, Madamisela de Gournay, elogiada por Montaigne, escribió también a favor de su sexo, pero más modesta o menos temeraria, limitó sus pretensiones y se contentó con la igualdad.
Por supuesto, las Puellae doctae eran hijas de aristócratas o de profesionales liberales: médicos, escribanos, abogados, altos funcionarios..., y crecían en ambientes favorables y prósperos donde podían contar con ocio creativo y "habitación propia", con buenos maestros y acceso a bibliotecas particulares, verdadero lujo en el tiempo de los incunables.
Isabel I de Castilla, amiga de las artes y de las letras, practicó cuanto pudo el mecenazgo y favoreció el estudio y erudición femenina en su corte y en las universidades de su reino, igual que su colega María de Portugal. Entre las lecturas favoritas de la reina, que ya madura quiso completar su formación en latín, estaba la obra de Cristina de Pisa (o de Pizan), poeta y filósofa francesa fallecida en 1430, autora del Livre de Trois Vertus or le Tresor de la Cité de Dames (1405), famoso en la llamada "Querelle des femmes".
Del triunfo de la monarquía en España escribe el padre Pedro Lamoyne en su Galería de mujeres fuertes (Madrid 1794) que no se debió a Fernando, príncipe astuto pero “tímido y sedentario” y dependiente del consejo de sus tenientes, ni a Carlos Quinto, “capitán feliz y atrevido…, tan grande en campaña como en gabinete…, señor y artesano en todas sus empresas". Tal obra no fue ni del tímido ni del conquistador, sino del espíritu y de la animosidad de Isabel de Castilla, y la prueba es su edificio de Estado, que se extiende a dos hemisferios y “abraza la naturaleza descubierta y la que está por descubrir… Nada hubo que no fuese grande y heroico en todas las empresas de su vida. Todos sus días fueron de trabajo”.
Privada tempranamente de las ternuras y dulzuras de su padre y de su madre, dice Lamoyne que Isabel “mamó menos leche que médula de león en sus primeros alimentos”, que en su infancia severa y disciplinada “se adiestró en la adversidad y aprendió a vencer a la fortuna”, que tuvo que lidiar con la malquerencia de su hermano Enrique como la palma tierna que resiste al vendaval, que fue “oráculo doméstico de Fernando y visible inteligencia de su consejo”, que aseguró la unidad de su reino, conquistó Granada y envió su fortuna con Colón “en busca de un cielo escondido y una naturaleza desconocida”. Isabel patrocinó la Biblia Complutense de Cisneros, mucho antes de que el torrente de plata y oro de las Indias se derramara desde el Guadalquivir por Europa, porque “no son los grandes medios los que hacen cosas grandes, sino las grandes almas”.
La reina católica incorporó a su corte a profesores de la universidad de Salamanca y Alcalá, y a eruditos italianos. Las puellae doctae fueron educadas en la corte por los maestros de la Escuela Palatina: Diego de Deza, Elio Antonio de Nebrija, Pedro Mártir de Anglería… Los estudios incluían lectura, escritura, música, canto, danza, natación, esgrima, arco, ballesta, latín, oratoria, ajedrez y juego de pelota. La hija de Elio A. de Nebrija colaboró con su padre en la redacción de la primera Gramática Castellana y a la muerte de este en 1522 le sustituyó en la cátedra de Retórica de Alcalá de Henares. Se dice que la humanista Beatriz Galindo, apodada la Latina, talento precoz, instruyó a la reina en la lengua de los césares. También destacó Juana de Contreras, alumna de Lucio Marineo Sículo, que la describió como “de muy claro ingenio y singular erudición”. Se escribía con el maestro en elegante latín y conferenció en Salamanca. No obstante, el caso más extraordinario y enigmático puede que sea el de Luisa de Medrano (1484-1527).
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Posible retrato de Luisa Medrano como Sibila Samia |
Luisa de Medrano Bravo de Lagunas Cienfuegos nació en Atienza, actual provincia de Guadalajara. Su padre, don Diego López de Medrano, señor de San Gregorio, murió en 1487 en la toma del castillo de Gibralfaro durante la campaña de la reconquista de Málaga a las órdenes de Fernando el Católico. Su madre, Magdalena Bravo de Lagunas, era tataranieta de Guzmán el Bueno y prima hermana del capitán comunero de Segovia Juan Bravo de Lagunas, siendo Luisa la séptima de nueve hijos alumbrados por Magdalena, la cual, ya viuda, fue acogida con sus vástagos en la corte de los Reyes Católicos. Se contaba que los Medrano procedían de un príncipe árabe converso a la causa cristiana en tiempos del rey Ordoño.
El caso es que, protegida por Isabel, Luisa recibió una educación esmerada y fue poetisa, pensadora y profesora. Sin embargo, tal vez por la participación de Juan Bravo y otros familiares en la rebelión de los comuneros, Carlos I mandó censurar su nombre y condenó su actividad y obra al olvido (damnatio memoriae, que la llamaron los romanos).
Sin embargo, en su Opus Epistolarum de 1514, Lucio Marineo Sículo se refiere a Luisa Medrano llamándola "Lucía" -no sabemos si por error voluntario o involuntario- y la describe como “una mujer llena de gracia y belleza, y en plena juventud. He aquí a una jovencita de bellísimo rostro que aventaja a todos los españoles en el dominio de la lengua romana”. Y, antes de despedirse de ella en su epístola poniéndose a su disposición, el humanista siciliano añade:
“Te debe España entera mucho, pues con las glorias de tu nombre y de tu erudición la ilustras. Yo también, niña dignísima, te soy deudor de algo que nunca te sabré pagar. Puesto que a las Musas, ni a las Sibilas, no envidio; ni a los Vates, ni a las Pitonisas. Ahora ya me es fácil creer lo que antes dudaba, que fueron muy elocuentes las hijas de Lelio y Hortensio, en Roma; las de Stesícoro, en Sicilia, y otras mujeres más. Ahora es cuando me he convencido de que a las mujeres, Natura no negó ingenio, pues en nuestro tiempo, a través de ti, puede ser comprobado, que en las letras y elocuencia has levantado bien alta la cabeza por encima de los hombres, que eres en España la única niña y tierna joven que trabajas con diligencia y aplicación no la lana sino el libro, no el huso sino la pluma, ni la aguja sino el estilo”.
El bibliotecario Juan Bautista Cubíe en su tratadito Las mujeres vindicadas de las calumnias de los hombres, con un catálogo de las Españolas que más se han distinguido en Ciencias y armas (Madrid 1768) recoge bajo el nombre de Lucía Medrano: “natural de Salamanca, fue mujer de grande erudición y elocuencia, según se manifiesta en la carta que le escribió a Lucio Marineo Sículo, y está copiada en la Biblioteca de Nicolás Antonio”.
Es posible que Luisa Medrano Bravo fuese retratada bajo el nombre de Sibila Samia en una tabla de Juan Soreda conservada en Atienza, su ciudad natal a pesar de lo que dice Cubíe, que en aquel tiempo dependía de Soria.
Luisa murió muy joven, pero es seguro que dejó alguna obra escrita, poética o filosófica, que por desgracia hemos perdido. Un instituto lleva su apellido en Salamanca, igual que un premio internacional ofrecido por la comunidad de Castilla-La Mancha a la Igualdad de Género.
En 1935 la estudiosa alemana Thérese Oettel quiso confirmar que a principios del XVI ejercieron mujeres en las cátedras de las universidades españolas y escribió Una catedrática en el siglo de Isabel la Católica: Lucía de Medrano, que es obra de referencia. A pesar de lo cual, investigadores e investigadoras han negado este estatuto de la joven Medrano. Eruditos posteriores que sí la reconocen como profesora universitaria en Salamanca han sido González Dávila (1650), Nicolás Antonio (1672), Bernardo Dorado (1776), Clemencín (1821), Manuel H. Dávila (1849) y hasta Menéndez Pelayo (1896).
El hermano de Luisa, Luis de Medrano, fue rector de la universidad de Salamanca (1511-1512), como Pedro de Torres, quien afirma en su Cronicón: “el día 16 de noviembre de 1508, la hija de Medrano lee en la cátedra de cánones”. Puede que sustituyera ese año a Nebrija, que se trasladó a la universidad de Alcalá de Henares. Es una lástima que la literatura de esta y otras importantes humanistas del Renacimiento español, puellae doctae, mujeres doctas y ejemplares, no se nos halla conservado.
Fuentes
Borregero Beltrán, Cristina. "Puellae doctae en las cortes peninsulares", Universidad de Burgos, disponible en la Red (Dialnet).
Wikipedia: Luisa de Medrano.
Más las obras que aparecen con sus iconos de portada, ilustrando este artículo.
Una entrada imprescindible para Ateneas. Está llena de datos interesantísimos, como ese mago Cornelio Agrippa defensor de las mujeres, una rareza. José Biedma, como siempre, nos trae a una figura femenina poco conocida y apasionante. En el Renacimiento fue costumbre entre las clases altas otorgar una exquisita formación humanista a las jóvenes, aunque solo para satisfacer al esposo con su encanto intelectual. Además de tocar algún instrumento, o cantar, se esperaba que tuviesen tema de conversación. Lo malo es que todo quedaba puertas adentro. Solo unas pocas de esas mujeres sabias escaparon al yugo del matrimonio, o encontraron a un padre que las apoyara, o una reina, como en el caso de Luisa Medrano. Enhorabuena al autor.
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