viernes, 12 de agosto de 2022

SEMBLANZA DE CARMEN DE BURGOS



COLOMBINE Y SU PERSONAL ENCOGIMIENTO DE HOMBROS

Debo a mi viejo amigo el profesor José Heras el interés por Colombine, seudónimo literario de aquella mujer extraordinaria que anduvo siempre mirando al Sol (el bien común y la justicia) sin escuchar los perros que ladraban a su paso…, ni siquiera a los que meneaban, halagadores, la cola -como ella misma dejó escrito. Me refiero a Carmen de Burgos Seguí (1867-1932), almeriense a la que consideramos hoy la primera periodista profesional y corresponsal de guerra española. Mi amigo me envió el artículo “A vuela pluma” que dicha autora publicó en El Radical de Almería, el cuatro de abril de 1909, como requerido retrato de sí misma.

¡No tiene desperdicio! Contrasta nuestra periodista la confesión cristiana con la expresión artística, hija de esa necesidad que nos impulsa a desgarrarnos el alma y verterla sobre papel y que exige, como el sacramento o la confidencia amorosa, sinceridad, que es también requisito “de quien entrega las exquisiteces de su intimidad bajo el disfraz de un libro”.

Carmen fue anticlerical declarada, pero sobre todo se oponía al fanatismo de los “neos”. Estaba convencida de que España padecía una “plaga de frailes” y no sentía ningún afecto por la “doctrina de Loyola”. En su crónica “Por Europa” definió a Pio X como “Pontífice de los carcas”. Estas posiciones le valieron vetos, calumnias y repudios inmerecidos.

Carmen debe definirse “a vuela pluma”, pero enseguida se ríe en su artículo de la unidad del yo, porque lleva dentro muchos yoes: hombres, mujeres, chiquillos viejos…, y les deja hacer a cada uno lo que le dé la gana porque “¡todos son buenas personas!”, aunque reconoce que a veces, imprudentes, obran con ligereza y deben arrepentirse. Entonces interviene ella, Carmen, consuela al culpable y despierta a los demás para que lo aturdan con sus cantos. Es como decir que no consiente que ninguna manía la ciegue.

Tras esta introspección humorística y surreal la autora confiesa que envidia las vidas sencillas porque la suya no lo es; a ella le gusta lo impensado e incierto, le atrae lo desconocido… Si fuese rica, no tendría casa y viajaría siempre, respirando el aroma de las cosas sin analizarlas. 

Y confiesa que ha sufrido mucho (su temprano matrimonio fue un desastre, su marido adúltero la maltrató y sus tres primeros hijos fallecieron prematuramente). Reconoce que ha padecido hasta haber experimentado el placer del sufrimiento… “Se me desbordó el pecho en amor, en placer, en esperanzas…, en anhelo de bien y de justicia… ¿Qué más da? Lo hermoso es sentir la vida”. Sin embargo, afirma que se libró de excitar la morbosidad del dolor y que “hoy” (abril de 1909, en diciembre cumpliría Carmen los cuarenta y dos años) su gesto favorito es el encogimiento de hombros, a sabiendas de que hay pocas cosas que merezcan nuestro apasionamiento…

“Ni soy ambiciosa, ni me importa el juicio ajeno. La calumnia se estrella a mis pies, lamiéndolos mansamente como el agua del mar a las rocas inquebrantables”. 

Hace gala Colombine de su independencia, de su odio a la hipocresía… 

“Jamás pensé en el medro personal a costa de mi libertad o de adjurar de mis convicciones”.

María del Carmen Ramona Loreta de Burgos Seguí fue la primogénita de diez hijos de José de Burgos y Nicasia Seguí. El padre poseía tierras, minas y el cortijo La Unión. Se crió en Rodalquilar, lindo valle almeriense, oculto en las últimas estribaciones de Sierra Nevada, a la orilla del mar, frente a la costa africana. Allí, “nadie me habló de Dios ni de Leyes y yo me hice mis leyes y mi Dios. Allí sentí la adoración del panteísmo, el ansia ruda de las ofertas nobles, la repugnancia a la mentira y los convencionalismos”. Cuenta, sin embargo, de qué manera descubrió en la gran ciudad las pequeñeces y miserias de los hombres. La anemia, la prostitución y otras enfermedades (del cuerpo y del espíritu) imperan en las grandes ciudades cuando se pierden los frutos de la Naturaleza en las selvas vírgenes donde para todos hay aire y sol (parafraseo). Y cito:

“El progreso verdadero de los pueblos está en la Ética. Nada de ñoñeces ni convencionalismos… que los derechos individuales acaben en donde principia el dolor ajeno. Será obra de Siglos (…). Vale más ser buenos que ser artistas”.

 No obstante esta afirmación antiesteticista, Colombine, desengañada por la injusticia del mundo, afirma en el mismo artículo que ya no cree sino en el Arte y no siente amor sino por los artistas, aunque en la ciudad también encontró almas leales y no dejó nunca que el odio calase en su alma… Nada de falsa modestia:

“Los fuertes escondemos en la piedad del perdón el concepto de inferioridad de los que nos ofenden”.

El mismo año del artículo de marras, Carmen de Burgos inició una larga relación intelectual y amorosa con Ramón Gómez de la Serna, veinte años más joven que ella. Colaboraban periodísticamente, escribían al alimón y se paseaban juntos por los cafés de la Puerta del Sol animando tertulias hasta medianoche. Un año antes, en 1908, fundó Colombine la Alianza Hispano-Israelí, en defensa de la comunidad sefardita internacional: “Conmueve el amor que guardan a la ingrata tierra española; ver cómo conservan nuestro viejo romance y nos contestan con voces hermanas”. La autora dio espacio a dichas voces en la Revista Crítica por ella fundada, en la que les dedicaba una sección.

Traductora, prologuista, conferenciante, maestra de sordomudos… Confiesa que sus penas como profesora fueron dos: 

“la imbecilidad de gentes inferiores que dirigen a los que valemos más que ellos… y haber visto un día un sitio vacío en el banco que ocupaba una pobre alumna pálida… ¡La mató la Primavera!”.

Literariamente, Carmen de Burgos se definió como “naturalista romántica”. Sus cuentos fueron traducidos al francés, alemán, italiano…, sus artículos, ¡miles!, atravesaron fronteras. Publicó ensayos y novelas (Puñal de claveles, sobre un crimen en Níjar, que inspiró las Bodas de sangre de Lorca) y hasta un libro de cocina y una colección de coplas populares. Tras su experiencia como corresponsal en la Guerra de Melilla, publicó un artículo “¡Guerra a la guerra!” en el que defendía a los pioneros de la objeción de conciencia. Hizo campaña por la legalización del divorcio, lo que le valió la admiración del rondeño Giner de los Ríos, maestro de maestros del pensamiento liberal español, y la complicidad de Blasco Ibáñez, pero algunos conservadores buscaron desacreditarla, aunque salió bastante indemne de aquellas trifulcas.

Con la República se afilió al Partido Republicano Radical Socialista y en noviembre de 1931 ingresó en la masonería fundando la logia Amor de la que fue gran maestre. Cuando cayó enferma durante un curso sobre educación sexual en 1932, fue atendida por su amigo Gregorio Marañón, lamentablemente sin éxito. Falleció con sesenta y cuatro, el nueve de octubre de ese año. A su sepelio acudieron los principales políticos e intelectuales del momento. Por desgracia, el franquismo hizo desaparecer su nombre y obra de manuales, bibliotecas y librerías. Tampoco la democracia ha sido demasiado generosa con su figura y con su extraordinaria obra, siendo a veces relegada a la condición de “amante” de Ramón Gómez de la Serna.

Contraria a cualquier tipo de fanatismo, Carmen de Burgos (Colombine, Perico el de los Palotes, Marianela, etc.) termina su autobiografía “a vuela pluma” haciendo alarde de femineidad, del amor a su hija “una preciosa gitanilla”, y afirmando que no desdeña 
“las labores propias del sexo y entretenerme fácilmente con nimiedades que no entienden los genios. Aparte de que me gustan los cintajos y los trapos y no me suena mal algún piropo, aunque no sea literario”.
Aunque hoy sea considerada abanderada del “feminismo”, a Carmen de Burgos no le gustaba el término. Definía así su vindicación en La mujer moderna y sus derechos (1927):
“No es la lucha de sexos, ni la enemistad con el hombre, sino que la mujer desea colaborar con él y trabajar a su lado”.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm


1 comentario:

  1. "Tengo hambre en los ojos. Hambre de mirar, como si en las pupilas se hubiese de verificar el fenómeno de la cámara oscura que impresiona la placa y conserva la imagen; yo quiero guardar esta grandiosidad de mar, de cielo y de montaña dentro de mis ojos y poderlas reproducir; no me resigno a no volver a vivir estos minutos". Este texto, que me encanta, pertenece a "Mis viajes por Europa, de este portento intelectual que fue Colombine. La entrada de José Biedma es una magnífica oportunidad para conocer mejor a esta figura gigantesca que tenemos un poco olvidada.

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