viernes, 22 de octubre de 2021

AURORA DE ALBORNOZ

 



A Aurora de Albornoz la conocí "personalmente" (en cuerpo y alma, es decir, en tres dimensiones y con fresco perfume y discreción de tacto) en un curso veraniego sobre La amistad intelectual de Unamuno y Machado. El curso, que incluía los importantes aportes de Victor Ouimette y Pedro Cerezo, fue organizado por la Universidad de Baeza en 1987. Por entonces dirigía esta Universidad de verano andaluza (e internacional) el profesor amigo Antonio Sánchez Trigueros.

Aurora era vivaracha y menuda, excelente conversadora. La recuerdo en el bellísimo patio de la Universidad, regalándonos anécdotas a Rafael Bellón y a mí, en un recreo del curso. Por entonces yo no sabía nada de su interesantísimo itinerario vital e intelectual: Que nació en Luarca (Asturias) en 1926 de una familia de notables poetas y políticos, que su tío-abuelo Álvaro de Albornoz fue ministro de justicia y presidente en el exilio de la Segunda república o que su tío Severo Ochoa de Albornoz era nuestro Premio nobel de medicina, descifrador del ARN.

En 1944, con 18 años, Aurora se exilió a Puerto Rico donde su familia negociaba desde antiguo. Allí obtuvo una maestría universitaria en Artes y comenzó a formarse bajo la tutela de otro premio nobel: Juan Ramón Jiménez. Se casó en 1950 y se separó en 1967. Vivió en Kansas y en París, donde estudió en la Sorbona y conoció a José Bergamín. Regresó a España para doctorarse en la Universidad de Salamanca. Su compilación Poesías de guerra de Antonio Machado fue prohibida en la España franquista. 

Fue profesora en la Universidad de Puerto Rico, en la Autónoma de Madrid, etc., poetisa, erudita célebre y una autoridad crítica en los estudios sobre Unamuno, Neruda, César Vallejo, Rosalía de Castro, Lorca y, muy particularmente, en Antonio Machado, Juan Ramón y José Hierro. También leyó y comentó la obra de quienes entonces emergían como autores: Claudio Rodríguez, Caballero Bonald, et al.

Guardo como oro en paño los apuntes y notas que le tomé durante aquel curso, tres años antes de su fallecimiento de hemorragia cerebral en 1990 (con solo 64 años), así como conservo las fotocopias de los versos de Machado que nos repartió, con sus glosas personales. 

Fotocopia facilitada por Aurora de Albornoz en 1987 (Universidad de Baeza)
de un poema de Antonio Machado con glosas manuscritas de la crítica y erudita.

Yo supe entonces de su generosidad, que es la de esos intelectuales, raros en nuestro solar hispánico, que dedican más tiempo y atención a leer e interpretar la obra ajena, que a la creación propia. Y con todo, a Aurora debemos once libros de poesía innovadores, con poemas en prosa, collages y otras técnicas modernistas. 

Aurora dirigía el tercer seminario de aquel curso que titulaba "Miguel de Unamuno, incitador de Antonio Machado". (Durante esos días pude conocer "en persona" a José Luis L. Aranguren. Pedro Cerezo tuvo la gentileza de presentármelo, ponderándole mi trabajo -tesina- sobre el Tenorio y Juan de la Cruz; y el sabio, la amabilidad de dedicarme mi estudiado y subrayado ejemplar de su Ética).

En su seminario, la erudita asturiana fue desgranando en fértil magisterio la Presencia de Unamuno en Antonio Machado, título este también de uno de sus más reconocidos trabajos (Gredos, 1968), indicándonos que también el catedrático de Salamanca recogió versos e ideas machadianas. Aunque fueron parecidas las cuestiones que se plantearon el vasco y el andaluz (ambos muy castellanizados), sus conclusiones fueron bien distintas. 

Machado reconoció la influencia de Giner de los Ríos, al que dedicó una extraordinaria elegía necrológica. Nietzsche y Bergson eran entonces los filósofos de moda. Por supuesto, Machado estuvo también influido por lecturas clásicas de Cervantes o Shakespeare, de los románticos, sobre todo Bécquer y Rosalía; por la novela rusa y por Verlaine. Sin embargo, su otro gran maestro fue Rubén Darío, porque con Rubén Darío irrumpió toda la literatura francesa e hispanoamericana en España. (Aurora nos confesó que Unamuno fue el primer español que estudió seriamente la literatura hispanoamericana). También el filósofo suizo Amiel fue muy citado por Antonio Machado, de seudónimo "Cabellera" en sus primeros años.

Tanto Unamuno como Machado se negaron a sistematizar su filosofía. Se negaron a dogmatizar, manteniéndose siempre abiertos a nuevas ideas... "No hay cimiento ni en el alma ni en el viento". "Quiere enseñar el ceño de la duda" -escribe también Machado refiriendo a Unamuno en el poema que le dedica por su ensayo Vida de don Quijote y Sancho.

Aurora de Albornoz insistió en que el concepto "Generación del 98", etiqueta creada por Azorín, es confuso. En el 98 Machado todavía no había publicado poesía. Unamuno, que era once años mayor que Machado, nunca aceptó la adscripción a dicha "generación". Machado sí que aceptó el concepto unamuniano de intrahistoria, esa que no aparece en los manuales, la vida del hombre que trabaja de sol a sol, del ama de casa que lo da todo por sus hijos, de los que no cuentan en los periódicos..., o la del señorito andaluz "de mozo muy jaranero, / muy galán y algo torero; / de viejo, gran rezador"..., virtudes estas del don Guido que cantó tan bien Serrat. Sí, Machado acepto la dicotomía historia / intrahistoria, casándola con la suya de una España envejecida y tradicional y otra joven y con futuro. A este respecto, era más optimista que Unamuno, a pesar de su "andaluza incredulidad".

En relación al tratamiento del paisaje hay una gran influencia de Unamuno en Machado: la austeridad y altura celestial de la meseta castellana: rocas del Guadarrama, encinas, olmos del Duero, cielos inmensos e inasequibles. En cuanto al paisanaje, ambos autores critican del carácter nacional sus peores vicios: la envidia y la ramplonería, entendiendo por esta la falta de originalidad individual, la debilidad de carácter, como la de "filósofos nutridos con sopa de convento"(Machado). 

Aurora destacó que Unamuno, nada machista, había sido uno de los españoles más interesados por el papel social e histórico de la mujer. No obstante, su gran problema era el de la identidad personal y su conservación, o sea, el problema de la inmortalidad. El problema también aparece en Machado aun sin ese tono pavoroso y trágico que adquiere en los sentir y pensar unamunianos. En 1928, del magín del autor de Campos de Castilla nace su apócrifo, su "yo filosófico": Juan de Mairena, con la constelación de Abel Martín, su maestro y Jorge Meneses, invento del invento.

En el último punto del seminario, Aurora reflexionaba sobre la poética de Machado. Por desgracia, no me quedaron notas de sus lecciones. No sé por qué; no sería por falta de interés, tal vez no pude asistir por algún accidente familiar o de salud, cosa que lamento.

***

Pasaron treinta y cuatro años y cayó en mis manos un ejemplar intonso de los Poemas para alcanzar un segundo, escritos por Aurora de Albornoz (colección Adonais, Madrid, 1961). La autora con treinta años rememora aquí a la niña de los ojos azules y piernas anémicas, a la niña asustada que se cayó en el río...

Pero a los treinta años

hay que quitarse de la muerte

Hay que vivirse del todo

aunque no lo podamos jamás

Economiza la poetisa puntos y comas, reducidas las pausas a los cortes versiculares. Con la niña de mirar azul y contornos de niebla reviene "...un miedo encerrado / en el fondo del agua. / En el fondo del tiempo // Un miedo que se puebla de aparatos / con runrún de moscones / y alas grises".

Primera edición del poemario comentado
de Aurora de Albornoz

Canta marzo. Amanece, con su silencio de sangre. Recuerdos de París, de "La Sena" y de "las mujeres que juegan a la risa". Elegía a los automóviles viejos de un cementerio de coches: "Erais ya muertos en el ir alocado / En el eterno pasar inconsciente..., / gritabais por llegar / sin tener hacia dónde / Ahora / metal y polvo". Compasión, de "Las prostitutas que mueren de niebla y de noche / a medias cubiertas por sus chaquetones de pieles raídas / en las aceras sórdidas / de la rue Montparnasse". 

Sorprende el aliento futurista, visón de super-mercado: "En la escala de acero que sabe llegar sola / gente inmóvil / de brazos encolados / descansando en robots". Menciones que son reconocimientos a Eugenio de Nora, a Machado, a Eluard, a Lorca, a Whitman. 

Como en Unamuno o Machado, el problema del "YO", que anhela la inmortalidad en Unamuno, que se difracta en el caleidoscopio de los apócrifos de Machado..., se hace grito en Aurora de Albornoz:

Quise mirar mi grito

desde un lento mañana mil veces repetido

Desde todos los astros

de todos los sistemas solares

Desde los más lejanos principios del hombre

Desde los más lejanos problemas del hombre

Y era nada

Y quise engañarme "no es nada"

Y creí "no es nada"

Pero

en el medio de todos los sistemas solares

en el medio de todos los tiempos

de todos los inmensos problemas de todos

era yo quien estaba

Y todos los ayeres y mañanas quedaron

y crecí sobre todas las estrellas posibles

Y lo llenaba todo con mi grito

Existimos en medio del misterio del tiempo, que la poetisa quisiera apagar con su mano, que da para que el Recuerdo, en prosopopeya de niño de palabras perdidas, ría, duerma y, a veces, sin saber cómo, despierte en la esquina olvidada, como aquella arpa, "abriéndose camino entre las nieblas". Lamenta Aurora las oportunidades perdidas, las ocasiones que quedaron "Atrás": "Cuántos [atrás] que quieren herir sin poderse / cayendo sin brotar". Retorna para "tocar la cuna", pero "las aguas nos pesan encima" porque para abrochar el círculo del fin con el origen hay que perderse hasta el fondo del pozo.

Imagina un Más allá donde "el reló" ya no corta segundos..., una calle vacía donde se sufre el miedo de la libertad, de la soledad. En sus "Apuntes literarios" aparece una "Hermana Sonia, santa y prostituta", Emma Bovary entre muros espesos y pesados que suelen apartar; Anna Karenina como "la mujer que ama siempre" con un amor que duele, la mujer que escribe versos, que deja con ellos la muerte, que carga en su corta espalda las vidas de todos. Ofelia, ¡pobre Ofelia!, muerta de lado ["víctima colateral", diríamos hoy].

"Buscando a Dios entre la niebla"

Entonces Dios está lejos, aunque se nos pose un minuto en el hijo o el amante, en una melodía musical, en un eccehomo del Greco. Lo buscamos en las estrellas o en la Virgen de la infancia o acaso le tememos en el espejo roto. "Pero Dios está lejos", entonces [sobre todo] "cuando nos presentimos / a un paso de la Nada". Quizá salga de dentro [como en San Agustín], del espíritu, subconsciente o alma, de un dentro que desconocemos y que no podemos convertir en fórmula.

El muro es duro y metafísico símbolo en la poesía de Aurora de Albornoz

Fácil vemos a Dios a los seis años, en el padre, en el hermano, en la abuela, pero luego el padre es el padre y Dios otra cosa; a los dieciséis, a Dios ya no podemos abrazarlo y queremos el yo con el otro...

Qué intento sobrehumano

de llegar más adentro de la carne

Qué doble voluntad de cerrarse en lo uno

De fundirse en lo uno

Qué esperanza de vencer a la muerte

por el otro

en el otro

desde el otro

Qué doble afán de crearse minutos eternos

Pero la carne cansa

sin deshacer el muro

Y el muro queda siempre

"Qué terror a volver / solos / como llegamos". Menos mal que "Hay minutos / Segundos / que justifican una vida. Hay segundos pequeños / que queremos volver infinitos".

¡Y presencias!, como la de Aurora de Albornoz, menuda y vivaracha, con su repertorio de anécdotas elevadas a categorías del buen vivir, del vivir íntegro, en aquel patio renacentista de la Universidad de Baeza, en aquel verano luminoso...

martes, 12 de octubre de 2021

LA POESÍA ANÓNIMA TIENE ALIENTO DE MUJER


En Una habitación propia (1929) Virginia Woolf escribió que “Me atrevería a afirmar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, a menudo debió de ser una mujer” ( 'I would venture to guess that Anon, who wrote so many poems without signing them, was often a woman'). Es decir, detrás de la ausencia de nombre en un libro las más de las veces encontraríamos a autoras que no deseaban revelar su trabajo por no ser conveniente para su estado social, para su situación familiar o por exigencias editoriales. En 1819 Mary Shelley tuvo que publicar Frankenstein de manera anónima porque nadie habría comprado su novela ni creído a aquella jovencita capaz de escribir una historia moral y de ciencia-ficción acerca de un monstruo creado por un científico demente y por una sociedad enferma. El prólogo de Percy B. Shelley hizo pensar que había sido este el autor, que era lo que el público estaba dispuesto a creer. También reflexionaba Virginia Woolf sobre las escritoras del siglo XIX escondidas bajo pseudónimos masculinos, como las hermanas Brontë, George Eliot o George Sand, o enmascarando su identidad bajo ambiguas mayúsculas. Como hay géneros que se consideran esencialmente masculinos, como el policíaco, algunas celebérrimas novelistas como Phyllis Dorothy James (1920-2014) consiguieron serlo ocultando su condición detrás de nombres equívocos, como P.D. James.

Sin embargo, no deberíamos pensar que se trata de una situación pasada, de costumbres olvidadas. Todavía hoy muchas creativas autoras prefieren permanecer en la sombra porque ello protege su intimidad de la inquisitiva mirada ajena, y ello es muy respetable. Así que voy a homenajear hoy a una de esas poetas anónimas, P. Isabel, una persona que rezuma lírica por los cuatro costados y que hasta es capaz de meditar filosóficamente en verso sobre los elementos, como lo hicieron los pensadores presocráticos. Sencillez, elegancia, una mirada compasiva, limpia y directa sobre la realidad, son las características de sus estrofas cortas y emotivas, que nos hablan de su rico mundo interior. Como muestra, estos poemas, pequeños en tamaño y en pretensiones pero grandes en sentimientos. Gracias, P. Isabel, por tu poesía anónima.



                            TIERRA


               

                  Con los pies enraizados en la tierra, 

                   observo expectante a la realidad, 

                   me siento viva en la naturaleza, 

                   en una visión de supervivencia, 

                   de forma muy primitiva. 







                                   AIRE


                 El revelador aire me hace flotar, 

                 mi cuerpo ya erguido, 

                 con los ojos mirando al cielo, 

                 levanto mis brazos, 

                 respiro profundamente 

                 y me lleno de luz y energía. 




                                   FUEGO

                 


                 Extraño fuego, de donde 

                 adquiero la fuerza que necesito, 

                 y suelto la que no me sirve, 

                 todo aquello que no es mío, 

                que no me pertenece.







                           AGUA

              Dulce agua, 

              que me lleva a mí misma,

              a mi infancia, al principio, 

             regresando a mi interior, 

             donde tengo todo lo que necesito 

             para obtener mi equilibrio. 




                       EQUILIBRIO


                Y con él la posición final 

                que es la unión de todas, 

                principio y fin, 

               alargo mis manos,

               uniéndome en equilibrio total 

               a todas las personas queridas, 

               al resto de las personas, 

               conocidas y desconocidas, 

               a los seres más próximos,

               y también a los más lejanos,

              en una unión perfecta del Universo, 

              en el ciclo universal de la vida, 

              por siempre, para siempre. 




                               ENCUENTRO



                   Nos abrazamos con la mirada,

                   los abrazos que no podemos dar.

                   Las palabras lo dicen todo, 

                   y el silencio y la alegría del encuentro. 

                   La amistad que nos une

                   y que nos llega al corazón.

                  El tiempo no existe 

                  cuando nos hemos rozado el alma. 







                           Fotografías: PRLL

lunes, 6 de septiembre de 2021

*NADA* DE CARMEN LAFORET. ANTROPOLOGÍA Y FEMINISMO (I)



1.- INTRODUCCIÓN.-

      Tanto Platón como Levi-Strauss nos advierten de los peligros de escribir libros; el primero (Carta VII), porque una vez dados al público, no  pueden defenderse de los ataques de quienes los leen, ya que siempre dicen lo mismo, y las interpretaciones varían con los lectores; el segundo, porque su autor, tenido como "padre de la criatura", no se encuentra siempre en el mismo punto intelectual que cuando lo hizo; evoluciona, se transforma y no debe verse obligado a responder de estos "hijos" y su aventura por el mundo (Mito y Significado).

    Carmen Laforet optó por el silencio tras su gran éxito con Nada (1944), con la que ganó la Primera Edición del Premio Nadal, un hecho muy raro, al tratarse de una mujer y muy joven en un país todavía con las heridas abiertas de la guerra y precipitándose a un largo período de oscurantismo y roles prescritos, y no precisamente el de escritora era el más señalado para las mujeres. Sin embargo, la novela ha tenido un gran recorrido y reconocimiento, sobre todo la novedad de su narración - poniéndose como ejemplos esta obra y La Familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela de la nueva narrativa de posguerra en España - , donde casi no hay acción y sí mucha reflexión, donde la protagonista casi no aparece, y de la que conocemos sobre todo su corriente de conciencia, y de su aspecto o acciones por lo que dicen los demás de ella. Esta vaguedad e indefinición hizo posible que la novela superase la censura franquista, gracias al dictamen del censor: "Novela insulsa, sin estilo ni valor literario alguno. Se reduce a describir cómo pasó un año en Barcelona en casa de sus tíos una chica universitaria sin peripecias de relieve". El censor demostró que no había entrado en los planteamientos de la novela. Hoy tenemos una amplia variedad de perspectivas desde las que abordarlas, tales como su relación con el método de estudio antropológico o - la que haría palidecer de rabia al censor - o su interpretación como novela feminista.

2.- LA AUTORA, LA OBRA Y LAS CIRCUNSTANCIAS.


    El personaje de la novela, Andrea, es en muchos aspectos un trasunto de su autora, quien nació en Barcelona en 1921, en el piso de sus abuelos, y donde vivió hasta los dos años de edad, cuando se traslada a Las Palmas de Gran Canarias porque su padre, arquitecto de profesión, encontró trabajo allí. En 1934 su vida sufrió un gran revés, ya que su madre muere, y su padre se casará con la peluquera de su esposa, una verdadera madrastra para los niños. También Andrea había pasado dos años de su infancia en la casa de los abuelos, había perdido a su madre, y el personaje de Angustias, su controladora tía y guardiana de la moral, es un reflejo de la nueva mujer de su padre.

     Tanto Carmen como Andrea muestran pronto su rebeldía y sus intenciones de enfrentarse a la vida por sí mismas: Andrea cuenta en la novela que, al morir su madre, se fue a vivir con los parientes de esta a un pueblo - sin más datos - y que fumaba para conseguir que la dejaran como imposible y la mandaran a Barcelona a estudiar. Según se recoge en la biografía Carmen Laforet. Una mujer en fuga, de Anna Caballé e Isabel Rolón, la novelista chantajeó moralmente a su padre para que la dejara ir a estudiar Filosofía y Letras a Barcelona, objetivo que consigue, y donde llega a casa de sus parientes, una ruina de tiempos mejores, con la mella de la guerra entre sus muros - la pérdida de espacio , el amontonamiento de trastos y el cuarto de baño, lleno de desconchones y humedades, que a Andrea se le antojan la imagen misma de la locura - y sobre todo, en sus habitantes. Tanto Andrea como Carmen cuentan con una pensión mensual de 200 pesetas para su manutención. Esta escasez de medios llevó a Carmen Laforet a presentarse a un premio literario convocado por el Frente de Juventudes en 1942, ya que no tenía dinero para un abrigo. Ganó el premio, y así consiguió la prenda.

     El último día de la convocatoria del Premio Nadal, Carmen manda el manuscrito de Nada, y contra pronóstico ( es mujer, su perspectiva es femenina y recoge la frustración de la sociedad de la posguerra), gana a los 23 años las 5000 pesetas con las que está dotado y ser el libro más vendido de 1945. De repente, alguien que no tenía intenciones de dedicarse a la literatura, se ve inmersa en este mundo donde era una extraña. Y además, con el enfado de su familia, que se ve reflejada en los personajes y situaciones de la novela.

     No se puede decir que haya nada escandaloso en la obra para su época - recordemos que el censor la dejó pasar por "insulsa" - , pero tampoco es fácil clasificarla en ninguna etiqueta literaria, ya que puede verse como una novela realista, tremendista, existencialista...todo ello al mismo tiempo y sin cumplir con todos los requisitos de cada una de ellas. Pero hay otra etiqueta que le cuadra: la de novela feminista, ya que la protagonista es una muchacha que se enfrenta a la vida por sí misma, que quiere descubrir el mundo ella misma sin falsas concepciones románticas de esperar al hombre que le proporcione el sustento. Este planteamiento es feminista, una corriente que en España había llegado a tener cierto predicamento durante la II República, pero que crecía imparable en Europa y Estados Unidos.

      Pero esta novela admite, así mismo, otra lectura diferente: es un ejemplo del trabajo de campo antropológico, ya que Andrea observa a Barcelona, la Universidad, sus gentes y parientes como una cultura desconocida, un mundo del que no conoce las reglas de juego y al que se enfrenta para estudiarlo. El relato de Andrea se ajusta exactamente a lo que van Beck ( ver entrada de el blog Tinieblas en el corazón:  http://anthropotopia.blogspot.com.es/2015/11/marcel-griaule-y-la-revision-posmoderna.html) describe :"todo relato antropológico es, en sí mismo, una narración, un cuento sobre otros cuentos construido por el antropólogo y sus colaboradores, producto de una interacción bicultural". Por esta razón en la novela la figura de la narradora casi no aparece: observa, registra, describe, pero no interfiere en gran manera en el devenir de los acontecimientos.

             A.- NADA  COMO NOVELA FEMINISTA.




         1.- FEMINISMO.-

               Feminismo es un término político que se refiere al reconocimiento de la subordinación histórica y cultural de las mujeres y la toma de conciencia de la necesidad de actuar para acabar con ello. En Wikipedia encontramos la definición:" El feminismo es un conjunto heterogéneo de movimientos políticos, culturales y económicos que tienen como objeto la reivindicación de los derechos femeninos, así como cuestionar la dominación y la violencia de los varones sobre las mujeres y la asignación de roles sociales según el género.

    Entre los logros sociales del feminismo se cuentan el voto femenino, la igualdad ante la ley y los derechos reproductivos, y haber impulsado el reconocimiento de la igualdad de derechos para minorías étnicas y la mejora de las condiciones laborales. En su vertiente intelectual ha ejercido influencia sobre la Teoría Crítica, dando lugar a los Estudios de Género.

      Según Celia Amorós, la lucha por la igualdad de las mujeres es la lucha por entender a los seres humanos en términos iguales, sin distinción de género. Sus orígenes se remontan a la Ilustración, cuando las mujeres comenzaron a reivindicar su derecho a ser educadas como los varones, y a que se reconocieran sus derechos, ya que en la Declaración de Derechos del Hombre y los ciudadanos habían quedado fuera. Un hito importante fue la Declaración de Derechos de la Mujer de Seneca Falls, en 1848 - un estudio completo sobre este particular se encuentra en la siguiente entrada: http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/2011/12/1848-seneca-falls-la-rebelion-de-las.html , y cuenta como figuras destacadas a Mary Wollstonecraft y al filósofo John Stuart Mill. En esta denominada "primera ola" la lucha es por la igualdad de derechos, no ya de las mujeres, sino también por la abolición de la esclavitud y acabar con el sufragio restringido.Para la mujeres se pedía la igualdad dentro de los contratos, el matrimonio y el derecho a la propiedad. A finales del siglo XIX el objetivo principal fue conseguir el voto.La "segunda ola" - a partir de los años 60/70 del siglo XX -se centrará en acabar con las desigualdades políticas, sociales y culturales.

       En España se reconoció el sufragio femenino en la Constitución de 1931, durante la II República, aunque en las elecciones a Cortes Constituyentes de ese mismo año (junio), las mujeres ya pudieron presentarse como candidatas. La primera vez que se puso en práctica el sufragio universal en España fue en las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933. Tras la Guerra Civil y la dictadura, ya no se pudo ejercer el derecho a voto, y el papel de la mujer prescrito por el régimen es el de "ángel del hogar", una relegación de la mujer al espacio doméstico y a las "labores propias de su sexo", y una subordinación total al varón. Desde este enfoque, y tal como recuerda el personaje de la tía Angustias en Nada, la mujer sólo cuenta con dos salidas "honrosas" en la vida: el matrimonio o profesar en una orden religiosa. Esta misma opinión se materializa en la novela en el personaje de Gerardo, un compañero de clase que encuentra a Andrea deambulando por las calles una tarde, e insiste en acompañarla a casa, ya que las mujeres "no deben andar solas por la ciudad".


 2.- LA EDUCACIÓN DE LAS MUJERES.


    El planteamiento original de la novela de Laforet es que la protagonista sea una chica joven que va a la Universidad a estudiar para subsistir por si misma, y con muy pocos sueños románticos en la cabeza, ya que el régimen franquista no piensa que haya que instruir a la mujer en la sabiduría, sino solo en aquellos aspectos necesarios para su labor como ama de casa y cuidadora de la prole. Por ello, el franquismo volvió a entender la educación como antes de la II República, aunque su fundamente ideológico lo encontramos hasta en el mismo Rousseau, quien en su Emilio afirma:
"dar placer (a los hombres), serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, criarlos de jóvenes, cuidarlos de mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles agradable y dulce la vida, esos son los deberes de las mujeres en todos los tiempos, y lo que se les ha de enseñar desde la infancia".
Esta idea es compartida por la Iglesia Católica, que ve en la mujer el papel cohesionador de la familia, por lo que no necesitaba ser instruida intelectualmente más allá de su función de buena ama de casa y cuidadora.

      En 1857 la conocida como "Ley Moyano" (Ley de Instrucción Pública) establece currículos separados para ambos sexos, quedando el de la mujer circunscrito a :1)Labores propias de su sexo. 2)Elementos de dibujo aplicado a esas mismas labores. 3)Ligeras nociones de Higiene Doméstica. Para los hombres se daba preparación para la Agricultura, Industria, Comercio, Geometría, Dibujo Lineal, Agrimensura, Física e Historia Natural.

        En 1876, la Institución Libre de Enseñanza apuesta por la educación femenina y la coeducación:
(La Institución)"...Juzga la conducción como uno de los resortes fundamentales para la formación del carácter moral, así como de la pureza de las costumbres, y el más poderoso para acabar con la actual inferioridad de la mujer, que no empezará a desaparecer hasta que aquélla se eduque, en cuanto se refiere a lo común humano, no sólo como, sino con el hombre".  Así es como encontramos a finales del siglo XIX a las primeras mujeres en España cursando bachillerato y llegando a la Universidad. La primera mujer que realizó un examen de grado para la Licenciatura en Medicina fue Mª Dolores Aleu Riera, el 20 de abril de 1882, en la Universidad de Barcelona.

     Un caso aparte en los estudios de las mujeres lo constituyen la preparación para realizar un examen y ejercer como parteras y comadronas. El estudio al respecto se encuentra en la entrada: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2014/10/un-espacio-casi-femenino-comadronas.html.

         Tras unos años de varios avances y retrocesos, se llega al siglo XX con un aumento en el número de mujeres cursando Bachillerato, y todavía muy pocas accediendo a la universidad ( en el curso 1927/28 eran un 4,2% de  mujeres universitarias en total), procediendo en su mayoría de familias cuyo cabeza se dedicaba a profesiones liberales, como era el caso de Carmen Laforet.

    Con la II República se apuesta por una educación laica, pública, gratuita y mixta (incluido el currículo ) a todos los niveles, aunque la coeducación será eliminada durante el segundo bienio republicano, de la mano de Gil Robles y la CEDA, que vuelve a la segregación por sexos en el aula. Esta legislación siguió vigente hasta que se promulgó la primera Ley de Educación del franquismo en 1945. Así encontramos a nuestra protagonista, Andrea, llegando a la Universidad, aunque no es lo más frecuente en su época. Tampoco lo es que quiera vivir de su sueldo, tal como le expone a Pons cuando éste le pregunta qué hará al terminar la carrera; ella admite no saberlo, pero piensa que acabará dando clase. Son éstos algunos de los elementos que nos llevan a inscribir a novela como "feminista". Pero hay algunos más.

3.- VIRGINIA WOOLF Y ALGUNOS TEXTOS FEMINISTAS.


               En la Introducción a Nada, de la editorial Austral (Barcelona 2012), Rosa Navarro Durán, al hablar de la ausencia de confidencias de la protagonista, afirma que: "En A Room of One's Own"(1929), Virginia Woolf ya dijo de la narración femenina que habitualmente se había asociado a la confidencia:"El impulso a la autobiografía quizá ya se haya consumido. Quizá ahora la mujer está empezando a utilizar la escritura como un arte, no como un medio de autoexpresión"Así sucede plenamente en Nada". (p 45).Esta tangencia es tan solo una pequeña parte de las coincidencias entre ambas obras y alguna otra de la autora británica, tales como un relato caracterizado por exponer una corriente de conciencia, que las acerca a James Joyce o Joseph Conrad.

               Virginia Woolf (1882-1941), escritora original en ficción y ensayo, es descubierta por el movimiento feminista a partir de los años 70, siendo precisamente A Room of One's Own una obra encumbrada desde esta perspectiva, ya que expone las dificultades de la mujer para consagrarse a la escritura en un mundo dominado por los hombres.

                    En este ensayo, la autora británica explica que va a dar una conferencia sobre Mujer y Ficción, y narra el proceso de elaboración de la misma. Cuenta cómo va a "Oxbridge" (mezcla de Oxford y Cambridge) a buscar material, conocimiento para preparar el texto, y allí, por el hecho de ser mujer, encuentra que se le prohíbe la entrada a la biblioteca y la capilla. Cenando en el colegio de mujeres, contrapone mentalmente la riqueza y enorme inversión en los colegios de hombres y la austeridad y parquedad del de las mujeres; incluso hace una curiosa referencia a la comida servida en ambos: la de los hombres rebosa de carne y platos elaborados, mientras la de las mujeres está llena de verduras y platos menos apetitosos; llega a pensar que la dieta de la mujer no es adecuada para alcanzar un gran nivel intelectual, coincidiendo en ello con algunos planteamientos del materialismo cultural de la Antropología (un ejemplo de esta corriente es Marvin Harris). Y de estos hechos, Woolf pasa a reflexionar sobre el porqué. Y llega a la conclusión de que son los hombres quienes manejan la riqueza en el mundo, ya que las mujeres no heredan de sus madres ni dejan herencias a sus hijas, ni hacen negocios con el dinero, ni lo gestionan ellas mismas. Son los hombres quienes realizan todos los movimientos de capitales, y por ello, invierten en sus colegios y universidades, para formarse y seguir siendo ellos quienes manejen las riquezas y los capitales; son ellos quienes mantienen la sabiduría como un patrimonio propio. Así, no es de extrañar que en el siguiente capítulo, cuando Woolf va al Museo Británico a buscar libros para preparar la conferencia, se vea disminuida en su pericia para tomar notas de algunos libros, frente a un estudiante que parece que trabaja con gran provecho. La autora piensa que él ha sido instruido para hacer eso, mientras ella - y las mujeres en general - no lo han sido.Y además constata otra realidad: hay mucha literatura sobre las mujeres escrita por hombres, pero no hay literatura sobre hombres escrita por mujeres. Y sobre lo que dice lo que los hombres escriben sobre las mujeres, es todo afirmado con poca base, y las opiniones son contradictorias. Descubre un libro que la enoja sobre todos, una obra titulada La inferioridad mental, moral y física de la mujer, de un tal "Profesor von X" (al negarle el nombre intenta rebajarlo, hacerlo perder su identidad, su individualidad). Piensa: ¿por qué es la mujer inferior?, y su conclusión se convierte en la metáfora central de la obra: las mujeres son espejos fantásticos que tienen el poder de reflejar la imagen del hombre dos veces el doble de su tamaño; es decir, si la imagen de la mujer se disminuye - se califica como "inferior", la del hombre termina teniendo un tamaño doble, magnificado. Por ello la mujer se entiende en el feminismo como el "otro disminuido", una imagen necesaria para que resalte la del hombre, como en un juego de fondo y figura. Esta misma imaginería se usa para entender la relación entre la metrópoli y las colonias: los habitantes de las segundas son presentados como "inferiores", "salvajes" o "incivilizados" para sostener el discurso colonial de la "necesidad" de civilizarlos y salvarlos de la barbarie.

   


           La metáfora será muy productiva en la crítica literaria feminista, en la cual los espejos y las ventanas son entendidos como elementos que deforman la imagen de la mujer dentro de la sociedad y mantienen la ilusión del poder y la dominación masculina, ya que dividen y prescriben espacios: interior - exterior; público - privado; doméstico - público. Tanto en Nada  como en The New Dress, un relato corto de Woolf, los espejos son elementos importantes en las tramas.

            La tesis de la obra A Room of One's Own es que las mujeres necesitan dinero propio y una habitación - un espacio exclusivo, no el propio espacio doméstico donde se realizan las tareas socialmente prescritas para las mujeres - para poder dedicarse a la escritura. Es una exigencia rompedora para la época, que clama por el reconocimiento de la entidad de la mujer más allá de su papel de cuidadora del hogar y de los demás y abre las puertas a salidas vitales más allá del matrimonio, y a su necesidad de cultivar su intelecto, tal como lo hacen los hombres.

            La tesis de esta entrada es que estos elementos se encuentran íntegramente en Nada de Carmen Laforet, tal como vamos a demostrar a continuación.

4.- NADA, A ROOM OF ONE'S OWN Y THE NEW DRESS, TRES OBRAS FEMINISTAS.-




         Andrea, la protagonista de Nada, maneja dinero propio a causa de su orfandad. También Virginia Woolf, en A Room... cuenta que vive de la herencia de una tía, lo que le permite vivir como quiera, comer cuando quiera y, sobre todo, no tener que casarse para subsistir, y no tener un hombre "al que odiar" y que le marque qué debe pensar u opinar. La herencia de Andrea no es tan generosa como la de Woolf, pero también le permite no tener que intimar con compañeros como Gerardo, quien la acompaña a casa para que no deambule sola por las calles, y quien le dará su primer beso - que le produjo "gran asco" a Andrea- tras citar a Schopenhauer sobre la inferior inteligencia de las mujeres. Si Andrea no tuviera medios para vivir por si misma..¿habría encontrado tan desagradable el interés de un hombre por ella?

         Pero, incluso por encima de Virginia Woolf, Andrea tiene acceso a la educación superior, y ella sí se maneja bien entre libros y diccionarios, estudia con interés y aprovechamiento, y le sirve para superar algún desengaño, porque sabe que su sustento vendrá del estudio, y no del matrimonio.

         Estas similitudes entre ambas autoras se hacen más relevantes al comparar Nada con el relato The New Dress.

          En el relato de Woolf, la protagonista, Mabel Waring, es invitada a una fiesta, a la que acude con un vestido diseñado por ella misma, siguiendo el patrón de una revista antigua, ya que no tenía dinero suficiente para hacerse uno a la moda, y además, pensó que no estaría mal "ser ella misma". Pero al llegar a la fiesta, se siente insegura al compararse con las demás invitadas y en el punto de mira de toda la gente. Se refugia en un sofá apartado y se mira en un espejo, sintiéndose cada vez más miserable y fuera del mundo alegre y desenfadado a su alrededor. Su único consuelo es recordar pasajes de Shakespeare. Finalmente, sale de su inseguridad pensando que al día siguiente irá a la biblioteca a sumergirse en algún buen libro y vivir así por sí misma, sin mirarse en el espejo de la opinión de los demás. Se despide mintiendo: diciendo que lo ha pasado muy bien, mientras recuerda las palabras de Shakespeare: "Mentiras. Mentiras. Mentiras".

             En Nada, Andrea es invitada a una fiesta en casa de Pons, uno de sus compañeros de clase y amigo - y quien la introdujo en el mundo masculino y bohemio del estudio de Guixols -, miembro de la clase acomodada de Barcelona y que demuestra interés por Andrea como mujer. Andrea, con sus 200 pesetas mensuales tampoco tiene dinero para gastar en vestidos, y por ello "con  las manos un poco temblorosas trataba de peinarme con esmero y de que apareciese bonito mi traje menos viejo, cuidadosamente planchado para la fiesta". Al igual que Mabel Waring, Andrea va ilusionada a la fiesta, pensando en el cuento de Cenicienta, ya que va a entrar en un mundo de abundancia, frente a la carestía de su casa de la calle Aribau, y de relaciones con gente mundana. Pero el cuento de Cenicienta no es similar al de Andrea: ella no busca un príncipe azul, sino que se encuentra un poco incómoda por el interés demostrado por Pons hacia ella, por su insistencia en que acudiera; ella tan solo desea poder llegar a tener algún interés por él. Y la quiebra entre Cenicienta y Andrea viene precisamente por sus zapatos, que no pasaron el examen de la madre de Pons al recibirla, ya que eran "viejos y gastados" (un interesante análisis de los zapatos y el cuento de Cenicienta se encuentra en la entrada: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2012/12/pies-de-loto-dorado.html ).


            La entrada de Andrea a la fiesta es como la de Mabel Waring: ambas se sienten inseguras y desplazadas en un ambiente mundano y festivo, y también Andrea encuentra un espejo en el que mirarse: "...Me vi en un espejo blanca y gris, deslucida entre los alegres trajes de verano que me rodeaban. Absolutamente seria entre la animación de todos y me sentí un poco ridícula. Pons había desaparecido de mis horizontes visuales. Al fin, cuando la música lo invadió todo con un ritmo de fox lento, me encontré completamente sola junto a una ventana, viendo bailar a los otros". Al cabo de una hora o dos vuelve a ver a Pons, y ella siente que se desmorona todo lo que había imaginado y reflexiona: "(...)Mi amigo - que me había suplicado tanto, que me había llegado a conmover con su cariño - aquella tarde, sin duda se sentía avergonzado de mi...Quizá había estropeado todo la mirada primera que dirigió su madre a mis zapatos ...o era quizá´culpa mía. ¿Cómo podía yo nunca entender la marcha de las cosas?".

      Entonces la madre de Pons lo llama para que vaya con ella, y se disculpa torpemente por haberla abandonado. En ese momento Andrea - como Mabel - toma las riendas de su propio destino y corta la ridícula escena que se desarrolla: "...Mira, en realidad, yo no quería venir a tu fiesta. Yo quería solamente felicitarte y marcharme, ¿sabes?...Sólo que cuando tu madre me saludó, yo estaba tan confusa...Ya ves, ni siquiera he venido vestida a propósito. ¿No te has fijado que he traído unos viejos zapatos de deporte?¿No te has dado cuenta?"

    Acaba diciendo mentiras, como Mabel Waring, pero es que Andrea, previamente ha descubierto la metáfora de las mujeres de las que hablaba Virginia Woolf en A Room.. "Tal vez el sentido de la vida para una mujer consiste únicamente en ser descubierta así, mirada de manera que ella misma se sienta irradiante de luz. No en mirar, no en escuchar venenos y torpezas de los otros, sino en vivir plenamente el propio goce de los sentimientos y las sensaciones, la propia desesperación y la alegría. La propia maldad o bondad...(p 238-9) Es decir, en dejar de ser un espejo que refleje la imagen que el hombre proyecta sobre ella y dejar de devolver la imagen del hombre magnificada.


       Hasta aquí llegamos con el análisis de la novela Nada  de Carmen Laforet, que, por lo anteriormente expuesto no dudamos en calificar como una novela feminista. Pero no es esta la única lectura que podemos hacer de ella. También admite un análisis desde la Antropología Social y Cultural que abordaremos en una entrada posterior.

domingo, 23 de mayo de 2021

FLANNERY O'CONNOR

Flannery O'Connor
en sus años de universitaria en Iowa
 

A Larisa


“Nadie que no lo sepa todo puede ser ateo. Sólo Dios es ateo.

El Demonio es el mayor creyente y tiene razones para ello”.

Flannery O’Connor

 

Supe de Flannery O’Connor por la traducción inédita de A prayer Journal (Diario de Oración) a cargo de José Manuel Correoso en la excelente revista BARCAROLA (la mejor que conozco de creación literaria), que regalaba el texto de la americana con una introducción del mismo traductor, en noviembre de 2017 (Nos. 87/88, Albacete).

Católica y sureña, Flannery pertenecía a una familia de Georgia de rancio abolengo y fue criada en el Sur de la Norteamérica profunda, rural, en una pequeña ciudad construida a orillas del río Oconee y llamada Milledgeville, a medio camino entre Atlanta, en la que viviría unos meses y de la que abominaría como de cualquier otra gran ciudad, y la costera Savannah donde nació en la primavera de 1925, al sur del sur del Misisipi, dos años antes que García Márquez y cuatro antes que Ursula K. Leguin. Flannery estudió en la universidad de Iowa y siempre quiso ser escritora.

Su Diario de Oración es un ejemplo de profunda religiosidad, de la fuerza atractiva y repulsiva de la religión, sobre todo para una minoría como era la comunidad católica del Sur. Su voz es la de una joven de 21 años con un mundo interior muy intenso. En estos fragmentos pide al Señor una prueba o el martirio, desde la humildad de los primeras páginas hasta la altivez desafiante de las últimas, en que parece renunciar a Dios y prometer entregarse a una vida de pecado. Y, en efecto, desde sus primeros relatos, su producción se volvería cada vez más oscura y alejada de la “gracia divina”. La naturaleza le dio motivos para rebelarse contra la creación, porque en 1950 se le diagnosticó un lupus incurable, la misma enfermedad que había acabado con la vida de su padre en 1941.


Flannery O'Connor con sus pavos reales

A partir de entonces vivió confinada en una granja de su familia, llamada Andalusia, a las afueras de Milledgeville, así que, si no obtuvo una prueba de la bondad de Dios, sí consiguió el “martirio” del alma, encerrada en un cuerpo como prisión dolorosa, más el cautiverio del “código de modales del sur”, terratenientes soberbios y populacho analfabeto y supersticioso, de todo lo cual se distraía escribiendo, enseñando a andar de espaldas a las gallinas (a los cinco años la filmaron haciendo esto) y criando pavos reales (su pasión):

 “El pavo real se detuvo justo detrás de ella, con la cola –de un verde, un dorado y un azul resplandecientes a la luz del sol- levantada solo la superficie para que no tocara el suelo. La extendía a ambos lados como un reguero flotante y tenía la cabeza, sobre el cuello largo y azul, inclinada hacia atrás como si su atención estuviera fija en algo a lo lejos que nadie más que él pudiera ver”.

 La belleza del ave desplegando el esplendor de sus plumas paraliza al sacerdote de uno de sus relatos: “¡Cristo llegará de esa manera! –dijo el cura en voz alta y alegre, y se pasó la mano por la boca, estupefacto”.



Flannery salió de su finca en varias ocasiones para dar conferencias en universidades. En 1958, con treinta y tres años, ya desahuciada clínicamente y famosa por sus cuentos y su novela Sangre sabia (1952), peregrinó al santuario europeo de Lourdes, no sabemos con cuanta fe en una posible sanación milagrosa. Seguramente, escasa:  "Soy de esas personas que antes morirían por su religión que tomar un baño por ella”, le escribe a una de sus amigas. De uno de sus personajes dice: “Era buena cristiana y tenía un gran respeto por la religión, aunque, naturalmente, no creía que fuera verdad”.

La escritora pertenece al “Renacimiento de la literatura sureña” cuyo autor más famoso es W. Faulkner, pero que incluye también a Tennesee Willians y a las llamadas “Ladies of the South”: Eudora Welty (Premio Pulitzer 1973) y Katherine Anne Porter (cuya novela inspiró la película Ship of Fools de Stanley Kramer en 1965), entre otras. Desde luego, la religiosidad de Flannery poco tuvo que ver con la beatería o la superstición. Su religión -comenta su traductor-, es más bien una religión de intelectual en continua búsqueda… En uno de sus relatos escribe sobre las ensoñaciones masoquistas de uno de sus alteregos:

“Nunca podría ser una santa, pero pensó que podría llegar a ser una mártir si la mataban pronto. Podría soportar que la acribillaran a balazos, pero no que la metieran en aceite hirviendo. No sabía si podría aguantar que los leones la destrozaran. Comenzó a preparar su martirio; se vio vestida con unas mallas en la arena del gran circo, iluminada por los primeros cristianos que colgaban en jaulas de fuego, lo que producía una luz de polvillo dorado que caía sobre ella y los leones. El primer león cargó contra ella y cayó a sus pies, convertido. Lo mismo le sucedió a toda una serie de leones. Estos la querían tanto que hasta dormían juntos y, al final, los romanos se vieron obligados a quemarla, pero para su sorpresa en ella no prendía el fuego y, habida cuenta de que era tan difícil de matar, por último le cortaron la cabeza con una espada y ella subió de inmediato al cielo”.

 En los trazos de teoría literaria que contienen los fragmentos de su Diario de Oración afirma que toda novela que se precie ha de tener un componente sobrenatural. Y eso a pesar de su meticuloso y casi sórdido realismo, “realismo de distancias” (Susana Miró). Desde la fe se revuelve contra “la charlatanería intelectual” y contra el psicoanálisis, pero también recurre a él:

“El deseo habita en las más remotas profundidades del inconsciente: el Infierno. El infierno está localizado en el inconsciente, aunque el deseo de Dios también lo esté. Puede que el deseo de Dios esté en un nivel de superconsciencia que también sea parte del inconsciente. Satán se hundió en su propia libido, o en su id, cualquier que sea el término más freudiano”. 

 Pide a Dios que no sea el miedo lo que la retenga en la iglesia y, aunque preferiría creer en el Cielo, afirma su creencia en el Infierno… De tener en cuenta la división de Umberto Eco entre intelectuales apocalípticos e integrados, sin duda habría que situar a la escritora georgiana entre los apocalípticos: “Sintió que ahora sabía cómo sería el tiempo sin estaciones, como sería el calor sin luz, y como sería el hombre sin salvación”. No hay palabras que puedan nombrar en este mundo la verdadera “misericordia”.

“Comprendió que [la misericordia] nacía de sufrimiento, que no se le niega a ningún hombre y que es dada de modos extraños a los niños. Comprendió que era todo cuanto un hombre podía llevar consigo a su muerte para ofrecer al Creador y de pronto se sintió avergonzado porque tenía muy poca que llevarse con él. Quedó espantado al juzgarse con la rigurosidad de Dios, mientras la acción de la misericordia cubría su orgullo como una llama y lo consumía. Nunca había pensado en sí mismo como un gran pecador, pero ahora vio que su verdadera depravación había permanecido oculta para que no desesperara”.

La descripción o exposición de la soberbia humana resulta en su pluma tan paradójica como sarcástica: “La señora Hopewell [Bien-de-esperanza] no tenía defectos, pero podía usar los de los demás de una manera tan constructiva que nunca había sentido esa carencia”.

En su Diario de Oración afirma que quiere amar para ser incluida [como todos]. Encuentra la razón vacía y reconoce que de las tres virtudes teologales: Fe, esperanza y caridad, la primera es la que más quebraderos de cabeza le da, pues no quiere que Dios sea una creación a su imagen y semejanza sólo para compensar su debilidad. Si la esperanza la tiene perdida, confiesa ser “demasiado perezosa para desesperar”. Expresa el deseo de escapar hacia algo superior: “soy una hortera; haz de mí una mística, inmediatamente”…  Lo mismo da órdenes al Señor que reconoce su condición de pecadora: “Soy una viciosa –de galletas de harina escocesa y pensamientos eróticos-. No tengo más que decir”. Así acaba el diario. 

Flannery escribió también ensayos (Misterio y modales, 1969), la recopilación de las conferencias impartidas por la autora bajo el título original de Mystery And Manners, y nos ha llegado también una recopilación de sus cartas: The Habit Of Being (1979), con las respuestas a aquellos que le pedían consejo, como experta en una verdadera “ciencia del sufrir”. 

Menos conocida es su carrera como viñetista, desarrollada a principios de los años cuarenta en las publicaciones de su instituto y universidad. Satiriza en ellas la vida estudiantil y el impacto de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos. Trabajó tanto a pluma y tinta como con linograbados, y su técnica, combinada con sus comentarios mordaces, se ha interpretado como antecedente icónico del humor negro y la ferocidad de su prosa. Se ha exagerado diciendo que es un precedente de Mafalda en el mundo de la tira cómica. Se le acusó de "tocanarices" (por las monjas de su colegio) y de intolerante, de repipi, y se la ha tildado de "Mafalda de carne y hueso"...  En una de sus tiras cómicas una estudiante pregunta a la dependienta de una librería: «¿Tiene usted libros que los profesores no recomienden especialmente?».

"¡Despiértame a tiempo de aplaudir!"
Grabado de Flannery.


Sus cuentos, bastante macabros y hasta crueles, historias de seres tan grotescos como desvalidos, huelen a establo, a estiércol, a pradera y bosque, a billetes sudados y manoseados, a inocencia ofendida y violencia absurda, inevitable como un fatum trágico; en ellos cantan los pavos, relinchan los caballos, rugen los primeros tractores, se reniega de Cristo (en la figura de un nieto), los toros se comen los setos de las granjas y ensartan a la patrona y todo suele acabar bastante mal.

Sus descripciones pueden ser tan originales como bizarras: “Las sonrisas de él llegaban una tras otra como olas que rompen en la superficie de un pequeño lago”, pero su lirismo es más raro que su naturalismo desublimador: “todas [las casas] tenían delante su cuadrado de césped que se agarraba como un perro a un filete robado”. Cuando el joven sobrino prueba por segunda vez el aguardiente que fabrica clandestinamente su tío, al que debe enterrar con sus propias manos: “un brazo de fuego se deslizó por la garganta de Tarwater como si el diablo le hurgara por dentro buscándole el alma”.

Algunos relatos de Flannery son de argumento abierto. Estampas del viejo Sur decadente, protagonizadas por granjeros que son especímenes de estirpes en extinción, por individuos tarados, asesinos piadosos, negros perezosos, falsos predicadores, idiotas y seres “sin gracia”, cuya historia se queda a veces a medio contar, como si el lector debiera terminarla, o más bien precipitarla en el desastre más absoluto…

“La señora Pritchard era capaz de recorrer cincuenta kilómetros por la sola satisfacción de ver cómo enterraban a alguien… Necesitaba el sabor de la sangre de tanto en tanto para mantener el equilibrio”.

 


Su metafísica se solapa con la creencia gnóstica de que este mundo es un infierno en el que los europeos son “acarreados en vagones de carga como ganado” (en alusión al holocausto nazi) y Europa se extiende en la imaginación, misteriosa y perversa, como estación experimental del diablo. Incluso en EEUU cualquiera puede ser encerrado en un “piso del gobierno”, en el gueto de una gran ciudad inhóspita o en un pulmón de acero:

 “Nunca había pensado mucho en el demonio porque consideraba que la religión servía a la gente que no tenía suficiente cerebro para evitar al demonio sin ayuda. Para las personas como ella, para las personas con sentido común, [la religión] era sólo un acto social que proporcionaba la oportunidad de cantar. Sin embargo, si alguna vez hubiera reflexionado al respecto, habría considerado al demonio el jefe y a Dios, un segundón”.

Se trata de un mundo en el que “el mal de uno es el bien de otro” o en el que “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Un mundo en que todos los días son los días del Juicio Final y el sol “una enorme bola roja igual que una hostia alzada empapada de sangre”.

 

Su hermosa y penetrante mirada miope.

Un crítico de The New Yorker se preguntaba en 2020 cuán racista era F. O’Connor. Y eso, tal vez, porque en sus relatos, los de piel oscura son todavía “negros” y no “afroamericanos”. Es comprensible que algunas líneas de sus relatos, sacadas de contexto escandalicen hoy:

 “Los negros de la señora Cope eran tan destructivos e impersonales como las malas hierbas”.

“-- ¿Por qué no vuelves a África? –preguntó una mañana a Sulk mientras limpiaban el silo-. Es tu país, ¿no? –No pienso ir allí –dijo el muchacho-. Me pueden comer”.

 Hacía poco que Milledgeville había sido una ciudad próspera, capital de Georgia antes que Atlanta, precisamente porque su economía se basaba en las plantaciones de algodón trabajadas por esclavos de origen africano. Flannery muestra el mundo tal y como era en el Sur de los EEUU en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, pero no justifica ni la desigualdad ni el apartheid, mejor la muestra en toda la crueldad de su absurdo o en todo el absurdo de su crueldad. En el vagón restaurante de aquellos trenes había mesas aparte, reservabas tras unas cortinas para las personas de color. “Una feria duraba cinco o seis días y había una tarde especial para los niños y una noche especial para los negros”. 

En esa misma feria se exhiben monstruos para emocionar, sorprender o hacer reír a los adultos. Uno de ellos era “un hombre y una mujer a la vez”, que se levantaba el vestido y enseñaba sus insólitos atributos… “La niña quiso saber cómo era posible que fuera un hombre y una mujer a la vez sin tener dos cabezas, pero no preguntó”. El andrógino o hermafrodita se muestra primero a los hombres y luego, segregados también por géneros, a las mujeres, y pronuncia la misma trágica perorata:

“Dios me hizo d’esta manera, y, si os reís, puede que Dios os castigue de la misma manera. D’esta manera quiso que yo fuera y no me opongo a lo que Él hizo. Os lo muestro porque debo aprovecharlo. Espero que os comportéis como damas y caballeros. No me lo hice yo mismo ni tengo na que ver con ello, pero trato d’aprovecharlo. No me opongo a lo que Él hizo”.

¡Santa conformidad! Se le ha reprochado a Flannery ser más bien “caricaturista” por la falta de interioridad de sus personajes. No puedo estar de acuerdo, más bien consigue que veamos el mundo desde la interioridad de cada uno de sus personajes, metiéndonos desde el principio en la piel de sus personajes mediante esa especie de diálogo interior o pensamiento silencioso que recuerda a Dostoievski.

A propósito del presunto “racismo”, téngase en cuenta que la igualdad de derechos civiles era en su tiempo una utopía; nuestra escritora es casi coetánea del activista Martir Luther King. La original autora más bien piensa la religión, el dolor, la miseria y la misericordia, como posible y meritorio lazo entre negros y blancos. En todo caso, en sus ficciones no se pinta a los pobres, sean estos de cualquier color, incluso menesterosos polacos desplazados, como nos gustaría que fueran, inocentes y bondadosos, sino como eran de hecho, y en ellas deambulan en amplios espacios naturales blancos despiadados y negros honrados.

En Democresía (revista de actualidad, literatura y pensamiento) escribe Susana Miró una interpretación en positiva clave teológica, cristiana, del sentido de la autora:

“O’Connor, frente a la enfermedad, intentó buscar respuestas. Fundamentó sus respuestas en una serie de pilares: un profundo conocimiento del ser humano, su propia experiencia y su visión cristiana de las cosas. Ello le permitió encontrar cierta luz al misterio del dolor y descubrir que sólo el Absoluto podría tomar sobre sus espaldas tanto nuestros sufrimientos individuales como los sufrimientos universales de toda la humanidad y transformar todo ese dolor en vehículo para que su gracia pudiera ser acogida por la naturaleza caída del hombre. Así, Flannery O’Connor se dio cuenta de que el sufrimiento presente en la existencia ofrece al hombre la oportunidad de cultivar la compasión y la misericordia, y, quizás también, levantar ese velo de inmanencia que cubre nuestra época y le impide acercarse a la plenitud para la que fue creado”.

Laura Galarza tiende sobre la autora una luz más pálida y crepuscular:

“Fue una católica denunciante de la monstruosidad del mundo pero no para culpar y castigar sino para implicarse. Porque era creyente, pero no una negadora. Fue libre de mostrar el universo sin adornarlo ni de falsas expectativas ni de ideas correctoras. Por eso, no era una religiosa por más que fuera a misa. Para ella –y lo dijo– intentar ordenar la realidad era caer en el pecado de la soberbia”.

Otros ven en su obra una mirada impiadosa, áspera, hilarante, sin moraleja ni afán moralizante o redentor: una mirada ácida y hasta "maldita" al absurdo cotidiano y concreto (“cuanto más se mira algo, más mundo se ve en ello”), la perspectiva de una autora trágica, tanto como su prematura muerte. Murió de lupus el 3 de agosto de 1964, a la edad de 39 años. “El mal –dejó escrito- no es meramente un problema a resolver, sino un misterio que soportar”.

 

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

 

miércoles, 17 de marzo de 2021

BEATRIZ BERNAL. VIRGO BELLATRIX

Portada original del Cristalián de España de Beatriz Bernal (Valladolid, 1545)
Portada original del Cristalián de España de Beatriz Bernal
(Valladolid, 1545)

“Hubo una ínsula, llamada de las Maravillas, de la cual era señora una doncella muy gran sabidora de las artes. Fue tanto el su saber, que jamás quiso tomar marido, porque nadie tuviese mando ni señorío sobre ella”.

Quien escribió esto fue una señora de Valladolid en un libro de caballerías titulado Historia de los invictos y magnánimos caballeros don Cristalián de España, príncipe de Trapisonda, y del infante Luzescanio su hermano (para abreviar: Cristalián). La obra fue publicada por primera vez en 1545, en la ciudad del Pisuerga y por una mujer que no quiso dar su nombre. Sin embargo, unos años después, su hija Juana de Gatos reimprimió el “román de aventuras” autentificando que su verdadera autora era Beatriz Bernal, su madre.
No se menciona el Cristalián entre los libros de caballerías que arden en el Quijote, donde se le da al género, que ya estaba en decadencia, la puntilla o golpe de gracia. Beatriz fue mujer del bachiller Torres de Gatos, con el que casó en segundas nupcias. En el proemio de la primera edición se presenta como correctora y no como autora, tópico de los libros de caballerías. Resultó que un Viernes Santo, haciendo las estaciones de penitencia con otras dueñas, se topó en una iglesia con un antiguo sepulcro en el que yacía un cadáver embalsamado y a sus pies un libro voluminoso, curiosa por demás como todas las hijas de Eva, quiso conocer sus secretos. Descubrió que estaba escrito en un castellano antiquísimo y, ni corta ni perezosa, lo corrigió y trasladó al español que hablaba.

Empieza Beatriz filosofando en su introducción sobre los bienes que nos hacen felices, ora naturales ora de fortuna. Los primeros los tenemos en propiedad; los segundos, “por arbitraria voluntad”. Los naturales nos atraen a algún género de excelencia, a bien vivir y servir a Dios, a ser bien considerados, conservar a los amigos y tener paz con los enemigos, a ser llanos y sinceros con muchos, y afables con todos. Los bienes de fortuna son espirituales o temporales, unos dan fama y gloriosa memoria; otros, inconstantes, no los da Fortuna a quien los merece, sino a quien se le antoja: rentas, haciendas, títulos, señoríos y estados. Quien sea digno de ellos se hallará capaz de felicidad y será considerado dichoso y bienaventurado, y de este hilo podrá sacar el ovillo de una gloria más duradera.

Beatriz Bernal halaga a continuación al emperador Felipe considerándole ejemplo memorable, así como a sus ascendientes, “los valerosos reyes de vuestra genealogía”, espejos de buen comportamiento, “inmortales dechados de quien sacar perpetua labor”. Son tantos los merecimientos del “serenísimo príncipe” Felipe, que si en nuestra época –es decir en el siglo XVI- se compusieran la Iliada, las obras de Ovidio o la Farsalia de Lucano, a él tendrían que ir ofrecidas y enderezadas. La alusión a estas obras clásicas prueban que la autora era mujer leída y cultivada en un siglo en que las mujeres tenían difícil su ilustración.

Afecta Beatriz modestia presentando su “misérrima obra” y ruega al emperador que no se maraville porque una persona “de frágil sexo” tenga la osadía de dedicársela (captatio benevolentia). Se exime de culpa por tres razones: que puede desestimarla y echarla al fuego, que siéndole favorable puede dejarla navegar para quien quiera leerla, y porque los insignes príncipes han de ser aficionados a leer aventuras y extremados hechos de armas, porque los habitúa a altos pensamientos.

Minerva doma al centauro. Sandro Botticelli.


Extremosa sí que es la historia de don Cristalián, porque está repleta de episodios truculentos y espeluznantes…, como una estética gore, avant la lettre. Así, en el Prado del Dolor, sembrado de hierba negra y espigas coloradas, nuestro caballero contempla a cien cuchilleros “que no tenían otro oficio sino degollar doncellas” con cuya sangre teñían el río. No contentos con ello, les sacaban los corazones de los que hacían harina en los molinos. Cuando Cristalián acaba con el jayán que ordena esta orgía de violencia y sangre, las doncellas se convierten en cuervos negros que se lanzan sobre sus agresores.

El ambiente tardo-medieval servía por entonces de espectáculo y de entretenimiento a hombres y mujeres del Renacimiento. Por supuesto, la Edad Media fue una época brutal, de violencias y pasiones desmedidas, en la que la tortura, la decapitación y el descuartizamiento público estaban a la orden del día. Ahora su legendario y romántico recuerdo es escenario para una estética del horror y de lo siniestro, de la muerte como entretenimiento vital, asociada a la nigromancia. La fantasía de Beatriz Bernal –y del lector- vuela desenfrenada por este paisaje sobrenatural, mágico y pintoresco.

En su estudio sobre “Los motivos de suplicio en el Cristalián…”, Mª Carmen Marín Pina (universidad de Zaragoza) explica como en la Edad Media muchos crímenes, considerando tales la homosexualidad y el adulterio, pero también el maltrato y la violación de mujeres, se pagaban con la decapitación, que pusieron de moda los turcos. En el Cristalián, la entrega de la cabeza del enemigo cuenta como requisito para obtener la mano de la amada. Las cabezas cortadas se exhiben en estacas, en picas, en las torres de los castillos, a las puertas de los palacios y pintadas en escudos (los celtas llevaban las cabezas de los vencidos como trofeos en los arzones de sus caballos). Lucen como escarmiento y ejemplaridad formando parte de una pedagogía del miedo todavía vigente en el siglo XVI.

En esta literatura, el cuerpo humano en general es escenario de vejaciones y atrocidades. Sadismo y hechicería, pues nuestra autora inserta los suplicios en un contexto maravilloso. En los Hondos Valles dominan siete hadas, crueles artífices de terribles encantamientos. Por mandato de la Doncella del Gavilán, Cristalián manda al infierno a una de ellas metamorfoseada en árbol al cortar una de sus ramas, de donde sale un torrente de sangre. La sangre simboliza la violencia en estado puro. Suele ser una mujer vengativa y cruel la que planea el suplicio, en ciertos casos el motivo son los celos. Hace así bueno el aforismo de Nietzsche según el cual, puestas a ser malas, las mujeres son “mejores”, y aquel otro de que es temible la mujer cuando ama y cuando odia.

Ni siquiera la sabia Membrina, la dómina de la Ínsula de las Maravillas, está libre de que le corten la cabeza en un mundo que parece regido por la Reina de corazones del país de Alicia. ¡Menos mal que la decapitación ha sido simulada por la propia Membrina!, que así finge su muerte para probar la fidelidad de los caballeros de la corte de Lindelel. Deambulan por la novela caballeros sin cabeza y cabezas parlantes. A Beatriz Bernal no le tiembla la pluma y recurre a la decapitación como castigo, venganza, juego, enigma o misterio.
Helena Bonham-Carter en la Alicia de Tim Burton

La Reina de corazones de Alicia en el País de las Maravillas no hace más que mandar: "¡Que le corten la cabeza!". Se habla del "Síndrome de la Reina de corazones", que padecen aquellos que, como el Príncipe de Maquiavelo prefieren hacerse temer a hacerse amar:
“Los hombres tienen menos cuidado a la hora de ofender a un príncipe que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es un miedo al castigo, y ese miedo nunca desaparece".
Pero la decapitación no es suficiente, porque el dolor dura poco, por eso la autora vallisoletana imagina suplicios más duraderos. En el Castillo Bramador de la Montaña Vedada, Cristalián presencia terribles suplicios de mujeres antes de lograr el desencantamiento y liberación de su madre, la princesa bizantina Cristalina. Se recurre a otras formas de suplicio con hierro como el alanceamiento o el asaetamiento que se recrean gráficamente. Una forma menor de tortura es colgar o arrastrar de la melena (también Absalón fue alanceado cuando su hermosa cabellera quedó enredada en un roble). En el Clarisel de las Flores, unos perversos caballeros cuelgan en un árbol de los pelos al enano Membrudín para dejarlo morir de hambre o al albur de las fieras. 
El desangramiento y el vampirismo también aparece en los Hondos Valles. Para sanar a una de las maléficas hadas, su hermana le prescribe la sangre de los mejores amantes. No faltan alardes sórdidos y detalles morbosos. El hada vampírica ha de beber durante treinta días la sangre caliente “y al fin de estos días los amantes han de morir y con la muerte d’estos la fada ha de haber entera salud”. 
En la Montaña Despoblada, la maga Drumelia martiriza sin piedad a los parientes de Luzescanio, hermano de Cristalián. La escenografía de la tortura es siniestra, digna de un rito satánico: amarrados a cuatro columnas, dos mujeres y dos hombres ancianos esperan en camisa ser devorados por cuatro perros, que “les despedazaron las carnes por muchos lugares”. Al dolor físico se une el psicológico, el moral: padres que presencian la muerte de sus vástagos, lenta por ponzoña o rápida por decapitación, todo un espectáculo de mise en abîme, un retablo de horrores que ni siquiera requieren justificación racional.
Martirio de santa Águeda (Agatha). Sebastiano del Piombo

Los suplicios que pinta la literatura caballeresca en general, y el Cristalián en particular, recuerdan los de los martirologios, que eran lectura asidua a finales de la Edad Media y principio de la moderna. Las vidas de santos (hagiografías) eran lectura devota recomendada sobre todo a las damas. Según Mª Carmen Marín Pina, las atrocidades imaginadas por Bernal adelantan la violencia mostrada años después por María de Zayas en sus novelas cortesanas.

Por venganza, castigo o placer, el ser humano ejecuta o padece crueles agresiones. Y el lector disfruta con ellas. Lo macabro provoca en los lectores –dice Marín Pina- un paradójico sentimiento de repulsa y atracción. El arte satisface así la curiosidad y el gusto por contemplar el alcance de la depravación humana en el cuerpo ajeno, con la tranquilidad última de saberse a salvo. La literatura desahoga los peores instintos de forma inocua, aunque siempre encontraremos descerebrados y psicópatas que los adopten como modelo a imitar. Lo estamos viendo con los videojuegos violentos.

Monserrat Piera, en su artículo “Minerva y la reformulación de la masculinidad en Cristalián de España de Beatriz Bernal” (Tirant, 13, 2010), desde una perspectiva de género y feminista celebra que el libro de la vallisoletana se distancie de los modelos artúricos vigentes ofreciendo al lector un mundo caballeresco sin géneros, que vulnera y trasciende la perspectiva “masculinista” y patriarcal. Lo prueba el hecho de que aparezcan en comparación con otras obras similares pocas batallas y el número elevadísimo de personajes femeninos, así como su protagonismo; particularmente, el de Minerva, una doncella guerrera (Virgo bellatrix), capaz de luchar y actuar como varón sin renunciar a su femineidad. Se tra-viste ora de caballero ora de doncella y se llama “Minerva”, nombre de la diosa protectora de las artes y del telar, del comercio y la artesanía, o sea, de las actividades civilizatorias, a la que Ovidio llamó la “diosa de las mil labores”.

La doncella Minerva no se mueve buscando a su amado ni pelea para vengar su honor, sino que busca aventuras y justicia, es decir, se comporta como un verdadero caballero andante. Tras batirse con ella, dice Cristalián: “Mi señora, hacéis ventajas a todos los caballeros del mundo, así en bondad de armas, como en todo lo demás”. La Minerva de Beatriz Bernal no sigue a las tropas como las “soldadeiras” galaico-portuguesas ni se mutila los pechos como las amazonas, ni es una rústica serranilla con carácter, como las del Libro del Buen Amor de Juan Ruiz, sino que se convierte en amiga, confidente y compañera del héroe y en caudillo de las tropas cristianas que combaten a los infieles.

La novela de Beatriz Bernal, a pesar de sus más de trescientas páginas, alcanzó bastante éxito comercial, incluso mereció su traducción y reedición en italiano. Aunque se la considera la única mujer que escribió una novela de caballerías en el siglo XVI con el propósito explícito de que fuese leída y editada, tal vez hubo otras, cuyas obras se perdieron, fueron firmadas con pseudónimos, o pasan por anónimas.