Mostrando entradas con la etiqueta modernismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta modernismo. Mostrar todas las entradas

domingo, 17 de enero de 2021

EL RETRATO DE ENTRESIGLOS. UNA MIRADA A LA MUJER A TRAVÉS DE LA PINTURA

EL RETRATO DE ENTRESIGLOS                                                        Por María Lorenzo
No es fácil encontrar un título que englobe unitariamente todos los pormenores de nuestra inmersión en el espíritu (o espíritus) de una vasta época (1865-1935), en la heterogénea franja sociopolítica, cultural y económica que llamamos Occidente, a través de los testimonios que aportar un género pictórico, el retrato. Se da la singularidad de que, en su ejecución, la idiosincrasia del autor puede estar relegada a un segundo plano, reflejando en cambio los gustos y preferencias de la clase social que constituye su clientela, en un complicado juego de intereses.
De acuerdo con el poeta Luis Antonio de Villena, la etapa Simbolista se inaugura tras la muerte de Baudelaire (1867) y comienza su declive con la muerte de Rubén Darío (1916). Puede parecernos arbitraria e interesada, especialmente para un autor literario, la elección de ésta última fecha, pero a mí se me antoja adecuada, porque viene a coincidir con el final de la Belle Époque, un término nostálgico que engloba el periodo de bonanza desde 1900 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, el final de una era de ingenua fe en el positivismo científico.

¿Es posible intercambiar los términos Modernismo y Simbolismo, dado su amplio solapamiento en el tiempo? Lo es sólo en la medida de que ambos constituyen una agónica pero renovadora concepción del mundo, buscando una revolución de los valores estéticos, personales y sociales para concluir en un nuevo modo de vida, opuesto al del burgués o trabajador, al aura mediocritas de la clase media, si bien el mercado acabó asumiendo y suavizando el carácter subversivo de estas vanguardias que, como el Impresionismo, pasaron de suscitar la risa y la burla del público a convertirse en la seña de identidad cultural para la burguesía.
Pero el Simbolismo (ya en estado embrionario en la pintura prerrafaelita) se caracteriza por la nostalgia, el spleen, la hiperestesia emocional, el predominio del yo de un artista que, como tal, es un enfermo, enajenado de un mundo cada vez más industrializado (pensemos en el místico erotismo andalucista de aquel epígono del Simbolismo que fue Romero de Torres, o en la mala vida del morfinómano Santiago Rusiñol). Lo que entendemos por Modernismo, en cambio, presenta unas connotaciones muy afines con las características del mundo moderno, con la vida de las ciudades (y así Ramón Casas encuentra el borde curvo de la vía del tren y la verticalidad del cable de teléfono tan estéticos como para extraer de ellos un tema pictórico) y, desde luego, tratándose del género del retrato, el autor no sólo pinta “para la vanidad que paga”, utilizando los términos de Blasco Ibáñez en “La maja desnuda”, sino para justificar de algún modo la hegemonía de una clase social pudiente y despreocupada (como ocurre con Sargent, que creció en Italia entre aquel ir y venir de ingleses rentistas que veían pasar la vida en unas eternas vacaciones, en países exóticos o coloniales).