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jueves, 29 de mayo de 2014

EL HOMBRE A TRAVÉS DEL CUAL BAILA LA VIDA

 
 Acabo de encontrar en el bolsillo de la chaqueta de mi padre un breve poema que dice:

           “No volverá
            ni un segundo
            ni un aire
            ni uno mismo.

           Es lo suyo”

   Está firmado por Antonio García Soler, a quien no conozco. La  pregunta que me hago es, cómo pudo mi padre, pescador y marinero de una pequeña aldea griega, aficionarse a la poesía. Y entonces recuerdo unos acontecimientos sucedidos hace muchos años, que nos dejaron a todos una profunda huella, y a mi padre, quizás, algún libro de poesía.


   Cuando yo tenía unos siete años, y la aldea era todavía más pequeña que ahora, llegaron a ella dos extraños: uno, extranjero, siempre bien vestido y peinado, cargado con un cofre lleno de libros y los documentos que lo acreditaban como dueño de la antigua mina de lignito; el otro, un ser extraordinario: un hombre que se comunicaba con sus ojos profundos –me daban miedo, ya que pensaba que en ellos se volcaba el alma de su propietario, pero a su vez, que eran capaces de asomarse al alma de cualquiera que los mirase - , su risa estruendosa, fuerte e intempestiva, pero, sobre todo, con el baile. Su único equipaje era un sarturi. Ellos fueron los principales protagonistas de cualquier hecho de la isla, casi desde que Zeus llegó con Europa a estas playas.