miércoles, 17 de marzo de 2021

BEATRIZ BERNAL. VIRGO BELLATRIX

Portada original del Cristalián de España de Beatriz Bernal (Valladolid, 1545)
Portada original del Cristalián de España de Beatriz Bernal
(Valladolid, 1545)

“Hubo una ínsula, llamada de las Maravillas, de la cual era señora una doncella muy gran sabidora de las artes. Fue tanto el su saber, que jamás quiso tomar marido, porque nadie tuviese mando ni señorío sobre ella”.

Quien escribió esto fue una señora de Valladolid en un libro de caballerías titulado Historia de los invictos y magnánimos caballeros don Cristalián de España, príncipe de Trapisonda, y del infante Luzescanio su hermano (para abreviar: Cristalián). La obra fue publicada por primera vez en 1545, en la ciudad del Pisuerga y por una mujer que no quiso dar su nombre. Sin embargo, unos años después, su hija Juana de Gatos reimprimió el “román de aventuras” autentificando que su verdadera autora era Beatriz Bernal, su madre.
No se menciona el Cristalián entre los libros de caballerías que arden en el Quijote, donde se le da al género, que ya estaba en decadencia, la puntilla o golpe de gracia. Beatriz fue mujer del bachiller Torres de Gatos, con el que casó en segundas nupcias. En el proemio de la primera edición se presenta como correctora y no como autora, tópico de los libros de caballerías. Resultó que un Viernes Santo, haciendo las estaciones de penitencia con otras dueñas, se topó en una iglesia con un antiguo sepulcro en el que yacía un cadáver embalsamado y a sus pies un libro voluminoso, curiosa por demás como todas las hijas de Eva, quiso conocer sus secretos. Descubrió que estaba escrito en un castellano antiquísimo y, ni corta ni perezosa, lo corrigió y trasladó al español que hablaba.

Empieza Beatriz filosofando en su introducción sobre los bienes que nos hacen felices, ora naturales ora de fortuna. Los primeros los tenemos en propiedad; los segundos, “por arbitraria voluntad”. Los naturales nos atraen a algún género de excelencia, a bien vivir y servir a Dios, a ser bien considerados, conservar a los amigos y tener paz con los enemigos, a ser llanos y sinceros con muchos, y afables con todos. Los bienes de fortuna son espirituales o temporales, unos dan fama y gloriosa memoria; otros, inconstantes, no los da Fortuna a quien los merece, sino a quien se le antoja: rentas, haciendas, títulos, señoríos y estados. Quien sea digno de ellos se hallará capaz de felicidad y será considerado dichoso y bienaventurado, y de este hilo podrá sacar el ovillo de una gloria más duradera.

Beatriz Bernal halaga a continuación al emperador Felipe considerándole ejemplo memorable, así como a sus ascendientes, “los valerosos reyes de vuestra genealogía”, espejos de buen comportamiento, “inmortales dechados de quien sacar perpetua labor”. Son tantos los merecimientos del “serenísimo príncipe” Felipe, que si en nuestra época –es decir en el siglo XVI- se compusieran la Iliada, las obras de Ovidio o la Farsalia de Lucano, a él tendrían que ir ofrecidas y enderezadas. La alusión a estas obras clásicas prueban que la autora era mujer leída y cultivada en un siglo en que las mujeres tenían difícil su ilustración.

Afecta Beatriz modestia presentando su “misérrima obra” y ruega al emperador que no se maraville porque una persona “de frágil sexo” tenga la osadía de dedicársela (captatio benevolentia). Se exime de culpa por tres razones: que puede desestimarla y echarla al fuego, que siéndole favorable puede dejarla navegar para quien quiera leerla, y porque los insignes príncipes han de ser aficionados a leer aventuras y extremados hechos de armas, porque los habitúa a altos pensamientos.

Minerva doma al centauro. Sandro Botticelli.


Extremosa sí que es la historia de don Cristalián, porque está repleta de episodios truculentos y espeluznantes…, como una estética gore, avant la lettre. Así, en el Prado del Dolor, sembrado de hierba negra y espigas coloradas, nuestro caballero contempla a cien cuchilleros “que no tenían otro oficio sino degollar doncellas” con cuya sangre teñían el río. No contentos con ello, les sacaban los corazones de los que hacían harina en los molinos. Cuando Cristalián acaba con el jayán que ordena esta orgía de violencia y sangre, las doncellas se convierten en cuervos negros que se lanzan sobre sus agresores.

El ambiente tardo-medieval servía por entonces de espectáculo y de entretenimiento a hombres y mujeres del Renacimiento. Por supuesto, la Edad Media fue una época brutal, de violencias y pasiones desmedidas, en la que la tortura, la decapitación y el descuartizamiento público estaban a la orden del día. Ahora su legendario y romántico recuerdo es escenario para una estética del horror y de lo siniestro, de la muerte como entretenimiento vital, asociada a la nigromancia. La fantasía de Beatriz Bernal –y del lector- vuela desenfrenada por este paisaje sobrenatural, mágico y pintoresco.

En su estudio sobre “Los motivos de suplicio en el Cristalián…”, Mª Carmen Marín Pina (universidad de Zaragoza) explica como en la Edad Media muchos crímenes, considerando tales la homosexualidad y el adulterio, pero también el maltrato y la violación de mujeres, se pagaban con la decapitación, que pusieron de moda los turcos. En el Cristalián, la entrega de la cabeza del enemigo cuenta como requisito para obtener la mano de la amada. Las cabezas cortadas se exhiben en estacas, en picas, en las torres de los castillos, a las puertas de los palacios y pintadas en escudos (los celtas llevaban las cabezas de los vencidos como trofeos en los arzones de sus caballos). Lucen como escarmiento y ejemplaridad formando parte de una pedagogía del miedo todavía vigente en el siglo XVI.

En esta literatura, el cuerpo humano en general es escenario de vejaciones y atrocidades. Sadismo y hechicería, pues nuestra autora inserta los suplicios en un contexto maravilloso. En los Hondos Valles dominan siete hadas, crueles artífices de terribles encantamientos. Por mandato de la Doncella del Gavilán, Cristalián manda al infierno a una de ellas metamorfoseada en árbol al cortar una de sus ramas, de donde sale un torrente de sangre. La sangre simboliza la violencia en estado puro. Suele ser una mujer vengativa y cruel la que planea el suplicio, en ciertos casos el motivo son los celos. Hace así bueno el aforismo de Nietzsche según el cual, puestas a ser malas, las mujeres son “mejores”, y aquel otro de que es temible la mujer cuando ama y cuando odia.

Ni siquiera la sabia Membrina, la dómina de la Ínsula de las Maravillas, está libre de que le corten la cabeza en un mundo que parece regido por la Reina de corazones del país de Alicia. ¡Menos mal que la decapitación ha sido simulada por la propia Membrina!, que así finge su muerte para probar la fidelidad de los caballeros de la corte de Lindelel. Deambulan por la novela caballeros sin cabeza y cabezas parlantes. A Beatriz Bernal no le tiembla la pluma y recurre a la decapitación como castigo, venganza, juego, enigma o misterio.
Helena Bonham-Carter en la Alicia de Tim Burton

La Reina de corazones de Alicia en el País de las Maravillas no hace más que mandar: "¡Que le corten la cabeza!". Se habla del "Síndrome de la Reina de corazones", que padecen aquellos que, como el Príncipe de Maquiavelo prefieren hacerse temer a hacerse amar:
“Los hombres tienen menos cuidado a la hora de ofender a un príncipe que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es un miedo al castigo, y ese miedo nunca desaparece".
Pero la decapitación no es suficiente, porque el dolor dura poco, por eso la autora vallisoletana imagina suplicios más duraderos. En el Castillo Bramador de la Montaña Vedada, Cristalián presencia terribles suplicios de mujeres antes de lograr el desencantamiento y liberación de su madre, la princesa bizantina Cristalina. Se recurre a otras formas de suplicio con hierro como el alanceamiento o el asaetamiento que se recrean gráficamente. Una forma menor de tortura es colgar o arrastrar de la melena (también Absalón fue alanceado cuando su hermosa cabellera quedó enredada en un roble). En el Clarisel de las Flores, unos perversos caballeros cuelgan en un árbol de los pelos al enano Membrudín para dejarlo morir de hambre o al albur de las fieras. 
El desangramiento y el vampirismo también aparece en los Hondos Valles. Para sanar a una de las maléficas hadas, su hermana le prescribe la sangre de los mejores amantes. No faltan alardes sórdidos y detalles morbosos. El hada vampírica ha de beber durante treinta días la sangre caliente “y al fin de estos días los amantes han de morir y con la muerte d’estos la fada ha de haber entera salud”. 
En la Montaña Despoblada, la maga Drumelia martiriza sin piedad a los parientes de Luzescanio, hermano de Cristalián. La escenografía de la tortura es siniestra, digna de un rito satánico: amarrados a cuatro columnas, dos mujeres y dos hombres ancianos esperan en camisa ser devorados por cuatro perros, que “les despedazaron las carnes por muchos lugares”. Al dolor físico se une el psicológico, el moral: padres que presencian la muerte de sus vástagos, lenta por ponzoña o rápida por decapitación, todo un espectáculo de mise en abîme, un retablo de horrores que ni siquiera requieren justificación racional.
Martirio de santa Águeda (Agatha). Sebastiano del Piombo

Los suplicios que pinta la literatura caballeresca en general, y el Cristalián en particular, recuerdan los de los martirologios, que eran lectura asidua a finales de la Edad Media y principio de la moderna. Las vidas de santos (hagiografías) eran lectura devota recomendada sobre todo a las damas. Según Mª Carmen Marín Pina, las atrocidades imaginadas por Bernal adelantan la violencia mostrada años después por María de Zayas en sus novelas cortesanas.

Por venganza, castigo o placer, el ser humano ejecuta o padece crueles agresiones. Y el lector disfruta con ellas. Lo macabro provoca en los lectores –dice Marín Pina- un paradójico sentimiento de repulsa y atracción. El arte satisface así la curiosidad y el gusto por contemplar el alcance de la depravación humana en el cuerpo ajeno, con la tranquilidad última de saberse a salvo. La literatura desahoga los peores instintos de forma inocua, aunque siempre encontraremos descerebrados y psicópatas que los adopten como modelo a imitar. Lo estamos viendo con los videojuegos violentos.

Monserrat Piera, en su artículo “Minerva y la reformulación de la masculinidad en Cristalián de España de Beatriz Bernal” (Tirant, 13, 2010), desde una perspectiva de género y feminista celebra que el libro de la vallisoletana se distancie de los modelos artúricos vigentes ofreciendo al lector un mundo caballeresco sin géneros, que vulnera y trasciende la perspectiva “masculinista” y patriarcal. Lo prueba el hecho de que aparezcan en comparación con otras obras similares pocas batallas y el número elevadísimo de personajes femeninos, así como su protagonismo; particularmente, el de Minerva, una doncella guerrera (Virgo bellatrix), capaz de luchar y actuar como varón sin renunciar a su femineidad. Se tra-viste ora de caballero ora de doncella y se llama “Minerva”, nombre de la diosa protectora de las artes y del telar, del comercio y la artesanía, o sea, de las actividades civilizatorias, a la que Ovidio llamó la “diosa de las mil labores”.

La doncella Minerva no se mueve buscando a su amado ni pelea para vengar su honor, sino que busca aventuras y justicia, es decir, se comporta como un verdadero caballero andante. Tras batirse con ella, dice Cristalián: “Mi señora, hacéis ventajas a todos los caballeros del mundo, así en bondad de armas, como en todo lo demás”. La Minerva de Beatriz Bernal no sigue a las tropas como las “soldadeiras” galaico-portuguesas ni se mutila los pechos como las amazonas, ni es una rústica serranilla con carácter, como las del Libro del Buen Amor de Juan Ruiz, sino que se convierte en amiga, confidente y compañera del héroe y en caudillo de las tropas cristianas que combaten a los infieles.

La novela de Beatriz Bernal, a pesar de sus más de trescientas páginas, alcanzó bastante éxito comercial, incluso mereció su traducción y reedición en italiano. Aunque se la considera la única mujer que escribió una novela de caballerías en el siglo XVI con el propósito explícito de que fuese leída y editada, tal vez hubo otras, cuyas obras se perdieron, fueron firmadas con pseudónimos, o pasan por anónimas.

sábado, 6 de marzo de 2021

TELESILA Y LA POESÍA FEMENINA DE SU TIEMPO

 

Tiziano. Muerte de Acteón (1570-1575).
A manos de Diana (la Ártemis o Artemisa griega)

CURADA POR EL ARTE. ARMADA POR LAS CIRCUNSTANCIAS

Telesila de Argos (Τελέσιλλα) debió de vivir a fines del siglo VI a. C. en esa ciudad del noreste de la península del Peloponeso que le sirve de apellido. Como otras artistas a lo largo de la historia, fue considerada "novena musa". Celebrada por Apolodoro, Pausanias, Luciano..., Plutarco es la fuente principal para recordar que procedía de noble familia, que padeció una grave enfermedad que la medicina hipocrática no supo curar, y que angustiada pidió socorro de los dioses y consultó al oráculo. El augurio le aconsejó que se dedicara al arte. Así lo hizo la ilustre argiva y, cultivando el canto, la música y la poesía, recobró la salud y con ella la fortaleza de ánimo.

Tan valerosa se mostró Telesila en el combate entre Esparta y Argos, que acabó elevada a la excelsa condición de heroína. Al parecer, muchos de sus paisanos varones habían sido masacrados en la invasión o cerco que los lacedemonios pusieron a Argos comandados por su rey Cleómenes I. Entonces Telesila, ni corta ni perezosa, tomó el escudo y la espada y armó y ordenó una escuadra femenina que repartió por el familiar camposanto, entre sepulcros, con lo que consiguió repeler a los espartanos matando a muchos; y a Demaralo, el extranjero que pretendía hacerse con el control de la ciudad, le echó fuera, a la fuerza.

Luis Carrillo y Sotomayor (Baena 1585?-1610), humanista cordobés de pluma y espada y precursor de la estética barroca, recoge la historia legendaria de Telesila, a la que llama Telesia, en su Libro de la erudición poética, como ejemplo de compatibilidad entre el ejercicio de las letras y de las armas. Y así concluye, traduciendo a Plutarco, que no sólo las musas cantan las armas, sino también "aparejan" con ellas (ut Musae etiam arma ipsa non solum canant, sed parent). 

Argos, al noreste de Esparta en la península del Peloponeso.
Mapa de la Grecia arcaica

Otra versión cuenta que la poetisa y heroína participó indirectamente en el combate, pero que fue ella la que enardeció a los diezmados soldados argivos con sus cantos guerreros, ayudándoles decisivamente a rechazar al enemigo en el año 510 antes de Cristo.

Se conservan nueve fragmentos de sus poesías, uno de ellos en un metro que por su originalidad los alejandrinos llamaron “telesileo” (glicónico acéfalo). Ateneo afirma que Telesila compuso una oda a Apolo llamada Φιληλίας (Amigo del sol) y Pausanias añade a esa oda otra a Ártemis. Los versos que se conservan pertenecen a un partemio destinado a ser recitado, como su nombre indica, por un coro de vírgenes, que trata de los amores de Ártemis y Alfeo (río divinizado), la diosa huye del dios (φεύγοισα τòν᾽Αλφεóν), que sin duda deseaba mojarla.

CONTEXTO POÉTICO

Artemisa de Mitilene
(IV a. C.)
Telesila forma parte de un importante movimiento lírico de la Grecia continental, que contrasta con el de las islas del Egeo (Alceo, Safo, Anacreonte) y que se abre paso a partir del siglo VI a. C. y cuyos representantes son mujeres. A Telesila de Argos hay que añadir Mirtis, Práxila de Sición, Corina de Tanagra (en Beocia). Esta última es contemporánea de Píndaro. De hecho, Corina presenta a Mirtis rivalizando con Píndaro y el geógrafo Pausanias (s. II d. C.) confirma que Corina fue discípula de Mirtis y rival victoriosa de Píndaro en varios certámenes o festivales (agones).

Rodríguez Adrados las considera poetisas (*) comprometidas con cultos locales, coros y círculos femeninos asociados a templos. En efecto, la poesía de todas ellas es o hímnico-religiosa o mítica. En Argos se atribuían las danzas de coros enfrentados, masculinos y femeninos, a la conmemoración de la hazaña militar de Telesila, la cual armó y disfrazó de hombres a las mujeres para defender su ciudad, lo que demuestra según Adrados que estuvo ligada a dichos coros populares.

Práxila de Sición, por su parte, está relacionada con los dioses Dionisio y Adonis, sobre todo. Compuso himnos, escolios y ditirambos para banquetes. Sobre todo fueron las poetisas beocias las que cultivaron el mito. De Mirtis conocemos la paráfrasis de una historia de amor desgraciado: el de Ocna y Eunostos. Corina escribió seguramente largos mitos panhelénicos como el de los siete contra Tebas, las hijas de Minias o el escudo de Atenea; y otros más regionales, como el del gigantesco cazador Orión que acaba convertido en constelación, o el de los adivinos Evónimo y Acrefen, etc. Una parte de los poemas de Corina eran conocidos como Geroia o Veroîa, es decir, o bien como “historias de viejas” o como “relatos tradicionales”. La poesía de Corina, de la que nos quedan más vestigios que de la de Telesia, era simple y coloquial, destinada a festividades, menos personal e innovadora que la de Safo de Lesbos:

“Me llama Tespsícora para cantar bellas canciones a las tanagreas de blancos peplos y mucho disfruta la ciudad con mis cantos, mi charla melodiosa” (Corina de Tanagra)

“Lo más bello que dejo es la luz del sol, lo segundo las estrellas brillantes y la faz de la luna y también los higos maduros y las manzanas y las peras” (Práxila de Sición).

 

Adonis annua

INTERCAMBIO DE VESTIMENTAS

En reconocimiento a la bravura y arte de Telesila, Telesilla o Telesia de Argos, su ciudad le erigió una estatua en el templo de Afrodita y se instituyó un festival llamado Ὑβριστικά o Ἐνδυμάτια, en el cual mujeres y varones intercambiaban jovial y lúdicamente sus ropas.

(*) Nota bene: No se nos escapa que hoy mujeres que han escrito o escriben excelente poesía (como Gloria Fuertes), que prefieren hacerse llamar "poetas", en lugar de "poetisas"; sin embargo, "poetisa" se ajusta a la reivindicación feminista de la visibilidad del género, femenino, del artista. Así que hemos optado por dejar el apelativo tradicional que usa Rodríguez Adrados, que recoge, al menos, el sexo del autor.