miércoles, 26 de junio de 2024

CLEOBULINA (Eumetis)



Cleobulina de Lindos (VI-V a.C.) también llamada Eumetis es recordada como eximia creadora de enigmas y forma parte de la tradición de mujeres intelectuales de la Antigüedad griega. No obstante, su realidad histórica fue puesta en duda por Crusius, quien vinculó su figura a la transmisión de las fábulas de Esopo. Wilamowitz la pensó como personaje de comedia inventado por Cratino. Sin embargo, a la vista de la diversidad de testimonios sobre su ingenio y talento, resulta difícil rechazar su relevante existencia histórica.

Fue Cleóbulo, uno de los legendarios Siete sabios, soberano de Lindos, importante ciudad de la isla de Rodas, quien llamaba así a su hija, Cleobulina, cuyo verdadero nombre era Eumetis. Buffière pensaba que "Cleobulina" no era más que una personificación de las adivinanzas y acertijos formulados por Cleóbulo. Sin embargo, Diógenes Laercio, la Suda, Plutarco, Clemente de Alejandría, Jerónimo y Jorge Sincelo la nombran junto a otras mujeres sabias.

El testimonio más importante y brillante es el Banquete de los siete sabios de Plutarco de Queronea (c.50- c.120) en este simposio se asocia a Cleobulina con la tradición del enigma, del saber gnómico y de la fábula. No cabe duda que los enigmas planteados por la poetisa rodia fueron expresión original de una forma de mirar e interrogar el mundo. Lindos fue una de las ciudades helénicas en que las mujeres tenían acceso a la educación artística (mousiké) que además de la música incluía gramática, poesía y danza.

Cleobulina -o Eumetis- adquirió notoridad en la octogésimo segunda olimpiada (452-449 a. C.), junto a otras poetisas como Telesila y Praxila, pero la primera habría alcanzado su madurez (akmé) años antes, en el siglo VI. El nombre "Eumetis" es significativo (Metis fue la primera esposa de Zeus, rica en recursos). El sustantivo 'mêtis' significa una especie de astucia, de superioridad práctica. Así pues, "Eumetis" expresa el tipo de saber que posee Cleobulina.  

Según Plutarco, Cleóbulo se dejaba aconsejar políticamente por la hija, reconociendo así su sensatez y filantropía. Diógenes el doxógrafo refiere que Lindos fue ciudad gobernada democráticamente y al padre de Eumetis se atribuye la iniciativa de la construcción de un templo dedicado a Atenea Lindia.

La sophía encarnada por la tradición de los Siete Sabios integra tanto un saber teórico como práctico. Tal conocimiento se plasma en apotegmas como "nada en demasía" o "conócete a ti mismo" (gnôthi sautón), es decir, en máximas y frases breves dignas de recordar (gnômai), pero también en enigmas en las que el uso de la metáfora y la paradoja sirven de matriz al despegar de la filosofía y al agonismo intelectual o lucha de los hombres por el conocimiento. El enigma juega como simulacro verbal de una concepción del mundo que prevé su verdadera esencia o arcano (arjé) como algo oculto, esa armonía secreta a la que refiere Heráclito y que es más fuerte que la manifiesta. Paralelamente, otorga preminencia a la interioridad anímica sobre la ilusoria corporeidad.

En el Banquete de los siete sabios (1), Plutarco ofrece un bello retrato de Cleobulina. Narra Diocles el encuentro de los maestros (Plutarco los multiplica, aunque el protagonismo del diálogo corresponderá a los más renombrados). El evento se celebra con toda la liturgia de un simposio en la casa de Periandro, caudillo de Corinto. El humanista de Queronea presenta a Cleobulina como a una jovencita que con sus manos peinaba los cabellos del sabio Anacarsis. Se dirige hacia Tales con toda libertad y el de Mileto la abraza y, riéndose, dice:

"Embellece de tal forma a nuestro huesped (Anacarsis), para que no parezca, a pesar de ser muy civilizado, un hombre terrible y salvaje" (Moralia, 148C). 

Anacarsis será el director de la discusión, el simposiarca, ocupando Solón y Tales un lugar destacado en la misma. Anacarsis definirá la democracia o el gobierno igualitario como aquel en el que siendo consideradas las demás cosas iguales, lo mejor se define por la virtud y lo malo por el vicio. Sorprende este protagonismo de Anacarsis, que no era griego, sino "bárbaro", príncipe escita, lo cual queda claro cuando hablando del gobierno de la casa, Esopo alude al hecho de que Anarcarsis no la tiene en un lugar fijo, pues los escitas eran nómadas y usaban carros y tiendas, de lo que el escita hace gala por la libertad y autonomía que le brindan las ascéticas costumbres de su pueblo. También Diógenes el cínico, campeón de la autarquía, se vanagloriaba de no tener casa (154E-155A).

Diocles, el personaje que está contando lo conversado en el encuentro de los sabios en Corinto, pregunta quién es esa niña, y Tales responde: "¿no conoces a la sabia y famosa Eumetis?". A lo que Nilóxenos añade: "Tú alabas de la muchacha su sagacidad para los enigmas y su sabiduría, pues algunos de los problemas por ella planteados han llegado hasta Egipto". Tales aduce que ella emplea dichas cuestiones jugando con ellas como si fueran dados que lanza a aquellos con los que se encuentra. "Pero también posee una admirable sensatez, una inteligencia política y una forma de pensar filantrópica que ha hecho de su padre un gobernante más amable y solidario con sus súbditos" (148D). Nilóxeno confirma el juicio de Tales, completando la sensatez de Eumetis con las excelencias de su sencillez y franqueza, y pregunta por qué cuida con tanto cariño a Anacarsis. A lo que Tales contesta que porque el sabio escita es hombre prudente y porque, mientras conversa con él, Cleobulina está adquiriendo nuevos conocimientos.

Más adelante, en el capítulo 10 del Banquete plutarqueo, Cleodoro pone en cuestión que los enigmas de Eumetis valgan para que hombres sensatos los tomen en serio. Cleobulina está todavía presente, como Melisa, la mujer de Periandro, y -según el relator Diocles- hubiera contestado gustosamente al menosprecio de Cleodoro, pero "se contuvo por vergüenza y sus mejillas se colorearon de rubor" (154B). Sale Esopo en defensa del ingenio y talento de la joven: "¿No es acaso más ridículo no saber resolverlas? -pregunta, refiriendo a los enigmas que Cleobulina plantea. El hecho de que sea Esopo quien trae a colación uno de los enigmas de Eumetis indica la estrecha relación entre los géneros de la fábula y el enigma, igual que la importancia de la transmisión oral de la sabiduría gnómica. 

Si bien tanto Cleobulina como Melisa salen de la escena antes del fin de la discusión, sus presencias ponen en cuestión que los simposios estuviesen reservados exclusivamente a los varones y que las mujeres sólo participaran en ellos en su condición de heteras y flautistas. Hay evidencias de que la participación de mujeres en estos acontecimientos culturales y socializadores no era del todo inusual y que incluso existían banquetes sólo para mujeres (Joan Burton, citado por Mariana Gardella, (3)).

Edipo y la Esfinge, Gustave Moreau, detalle

Los enigmas podían caracterizarse por su carácter alusivo, humorístico, o por su intensidad trágica. Recordemos el formulado por la Esfinge a Edipo a las puertas de Tebas. Pueden agruparse junto con los acertijos, paradojas, acrósticos, anagramas, palíndromos y lipogramas en lo que ha dado en llamarse technopaígnia, técnica de elaborar juegos de lenguaje sorprendentes y desveladores. Aristóteles citará en su Poética a Cleobulina a la hora de definir qué sea el enigma y su relación con la metáfora. La función del enigma sería decir cosas reales juntando cosas imposibles. Como juntar cosas imposibles equivale a contradecirse, esto quiere decir que para Aristóteles el enigma es una contradicción que designa algo real (G. Colli). Los enigmas se presentan como paradojas que dan que pensar. Clearco de Solos definirá el enigma como un problema entretenido que moviliza la inteligencia. Algunos recuerdan el koan de la tradición zen oriental.

En griego se emplean dos palabrar para referir al enigma: 'aínigma' y 'grîphos'. "Aínigma" connota diversión; "grîphos", seriedad. El enigma encarna la impasse, el callejón sin salida o el compás de espera, del lenguaje con su carácter laberíntico, polisémico, y con su andar a la deriva y devenir indescifrable. Las expresiones enigmáticas ponen de manifiesto la escisión insalvable entre palabras y cosas o hechos. Sirven, a veces, para referir a aquello que existe sin nombre. En la Antigua Grecia, los enigmas se usaban con diferentes propósitos: simposial, pedagógico, agonístico, religioso (oracular) o filosófico. Heráclito usó del enigma, pues algunos de sus aforismos pueden interpretarse como acertijos. Giorgio Colli llega a decir que en el pensamiento del príncipe melancólico de Éfeso el enigma es central y ofrece la hipótesis de que "toda la sabiduría de Heráclito sea un tejido de enigmas que aluden a una naturaleza divina insondable", puesto que "todo par de contrarios es un enigma, cuya solución es la unidad, el dios que está tras ellos" (G. Colli, (2)): "El dios es día noche, invierno verano, guerra paz, saciedad hambre" -escribió Heráclito.

La tradición nos ha legado cuatro enigmas de Cleobulina: el de la ventosa, el del buen ladrón, el de la flauta y el del año. Y Plutarco le atribuye la autoría de una fábula, la del vestido de la luna. "Vi a hombre soldar con fuego bronce a hombre", refiere a la aplicación medicinal de la ventosas de bronce que se aplicaban calientes. Al parecer, el enigma del buen ladrón ponía de relieve el relativismo de las normas morales. El enigma de la flauta es citado en el simposio de los sabios por Esopo tras finalizar la comida, realizar las libaciones y recibir las coronas repartidas por Melisa (la anfitriona). En el acertijo de Cleobulina por metonimia se llama burro muerto a la flauta frigia hecha con los huesos de este animal y explota la idea paradójica de que un animal muerto pueda aún patear:

"Un asno muerto me golpeó los oídos con una tibia huesuda"

"Nos admiramos de que un asno, que por lo demás es el animal más obtuso y menos musical, proporcione el hueso más fino y musical" -comenta Esopo. En la fábula del vestido de la luna, esta personificada pedía a su madre que le tejiese una túnica a medida. Pero la madre le dijo: "¿Cómo te voy a tejer a tu medida? Ahora te estoy viendo llena, pero en otro momento en cuarto creciente y más tarde en cuarto menguante" (157A).

Al contrario que la tragedia, la comedia no pone en escena a mujeres míticas como Antígona, Medea, Fedra..., sino a mujeres comunes. En Aristófanes aparecen las mujeres como protagonistas en tres de sus once comedias. Las pinta lascivas, amigas del vino y muy capaces de asociarse para actuar colectivamente con el fin de someter a sus hombres. En Lisístrata, las esposas atenienses hacen una huelga sexual y las ancianas toman la acrópolis. Sin embargo, la utopía de la ginocracia en Lisistrata y Asambleístas está al servicio de la sátira cómica. 

Sobre Cleobulina se conservan dos menciones en la Comedia Antigua. Cratino escribió una pieza titulada Cleobulinas que pudo ser representada entre el 435 y el 420 a. C. Es posible que en dicha obra perdida se recitaran enigmas y se formularan acertijos de contenido erótico. Se conserva la expresión "lanzando peplos ardientes" que tal vez evoca la muerte de Heracles propiciada por su esposa Deyanira cuando viste al héroe adúltero con la túnica letal impregnada con la sangre de Neso. Zenobio interpreta la expresión en el sentido de la divulgación de injurias, como cuando los adversarios (y adversarias) de Pericles arremetieron contra su consejera y hetera Aspasia acusándola de impiedad. Cratino llama a Aspasia "prostituta (pallakeis) de ojos de perro".

Por su parte, Alexis de Turios, ya durante la Comedia Media, escribió también una pieza llamada Cleobulina, de cuyo contenido no queda resto alguno. Sabemos que en la Comedia Media las prostitutas adquirieron un valor protagonista como filones de comicidad.

No cabe duda de que Cleobulina formó parte de las mujeres artistas e intelectuales de la Antigüedad, como Téano de Crotona (s. VI a. C., pitagórica); Gorgo, espartana esposa de Leónidas I (s. VI-V); la tebana Timoclea (S. IV)... Curiosamente, dicha tradición está integrada por mujeres no atenienses. Por desgracia, sus legados se han perdido y sólo tenemos de sus talentos e ingenios noticias fragmentadas. En el cuarto libro de sus Stromata Clemente de Alejandría (c. 150 - c. 215) cita una extensa lista de mujeres ilustres con el objetivo de mostrar que son tan capaces (teleiótes) de perfeccionarse y cultivarse como los varones. De la tradición griega Clemente cita a Lisídica, Filotera, Telesila y Leona (amante de Aristogitón) por sus intervenciones políticas y, por sus meritos intelectuales, cita a las pitagóricas Téano y Arignota; a Temista de Lámpsaco, epicúrea; a Lastenia de Mantinea y Axiotea de Fliunte, académicas; a Menéxena y otras "hijas dialécticas" de Diodoro Crono; a Hiparquía de Maronea, filósofa cínica compañera de Crates de Tebas; y a Arete, hija de Aristipo de Cirene.

Clemente cita a Cleobulina junta a Aspasia, Corina, Telesila, Mía y Safo. Antífanes escribió una comedia titulada Safo en la que también atribuye a la poetisa lesbia un enigma. Giorgio Colli sostiene que el enigma es el equivalente en la esfera apolínea de lo que el Laberinto es en la esferea dionisíaca. La ambigüedad del oráculo lo convierte en un enigma y la pavorosa obscuridad de la respuesta indica la diferencia entre el mundo humano y el divino. 

La conexión entre adivinación y enigma es primigenia en la civilización arcaica de Grecia. Platón refiere a ello tanto en el Banquete como en el Timeo. Separándose de la adivinación y de la esfera divina de que procede, el enigma se humaniza y tiende a convertirse en objeto de una lucha humana por la sabiduría. En el Cármides platónico el enigma aparece cuando "el objeto del pensamiento no va expresado por el sonido de las palabras". En el Fedón se presupone su condición mística o mistérica, en la que cierta experiencia resulta inexpresable y en el enigma se manifiesta lo divino, lo oculto o una interioridad inefable. "Muchos son los que llevan el tirso, pero pocos los poseídos por Dionisos". Esta cita, de resonancia órfica, resulta también enigmática. 

Platón toca también el aspecto perverso y trágico del enigma cuando en la Apología de Sócrates compara la acusación lanzada por Meleto contra su maestro con un enigma. Y es perfectamente posible interpretar como enigma las últimas palabras de Sócrates antes de que hiciese su efecto la cicuta: "Debemos un gallo a Asclepio, pagad la deuda, no la olvidéis" (2).Estoy de acuerdo con Colli en que nuestra filosofía es continuación y desarrollo de la forma literaria inventada por Platón, que paradójicamente nace como un fenómeno de decadencia, ya que "el amor a la sabiduría" (philo-sophía) es inferior a la "sabiduría" (sophía), esa que Platón atribuye a los pitagóricos, y que resuena en sus diálogos, también como eco de los enigmas de Cleobulina de Lindos, la genial poetisa y consejera rodia.


Notas bibliográficas y fuentes

(1)  En Plutarco: Obras morales y de costumbres (Moralia) II, Gredos, Madrid 1986. Introducción, traducción y notas por Concepción Morales y José García López.

(2) Giorgio Colli. El nacimiento de la filosofía, Tusquets, Barcelona 1977.

(3) Mariana Gardella y Victoria Julián publicaron un librito, que puede leerse en Internet, sobre El enigma de Cleobulina, el cual incluye los principales testimonios sobre su vida y obra, así como un análisis de su lugar en la historia de la cultura griega antigua. A esta obra debe mucho esta entrada.




lunes, 17 de junio de 2024

PAPUSZA (Bronislawa Wajs)

 

Representación fílmica de Papusza. Fuente de la foto: elDiario.es

Es difícil vivir entre dos mundos. Los anfibios se las apañan, pero los humanos, a pesar de nuestra adaptabilidad y versatilidad, no somos anfibios culturales. Para Bronislawa Wajs, conocida por su nombre gitano Papusza (Muñeca), la vida no fue fácil entre dos mundos de diversas y aun de adversas costumbres: La modernidad nacional, el individualismo civil, y el fuerte y antiguo "lazo de la sangre" clánico y tribal. 

Supe de su trágica y conmovedora figura por mi amigo calé Jesús Camacho, persona también audodidacta, gran admirador de la poetisa polaca, cuya actitud considera ejemplar, en orden a la integración social del pueblo gitano y su emancipación real. En verdad, Papusza fue una heroína artista y su personaje resulta tan dramático, tan entrañable y exótico, como fascinante.

Bronislawa nació en Lublín, en la orilla derecha del río Vistula, tal vez en mayo de 1910, y las crónicas le otorgan el honor de ser la primera poetisa gitana. Su padre biológico murió en Siberia y fue criada por su madre y un padrastro alcohólico y borracho, al lado de cinco hermanastros. Llevó una vida dura y nómada, la característica entonces de su pueblo en la Polonia oriental de entreguerras, montada en el "tabor", caravana de carromatos en que conviven hombres, caballos, mujeres y niños, recorriendo los caminos rurales, de pueblo en pueblo, ofreciendo su arte y otras pericias consuetudinarias sin aceptar más normas que los atavismos propios y la autoridad de los patriarcas, todos analfabetos. 

Papusza era curiosa, quiso saber de mundo exterior, y aprendió a escribir por cuenta propia ayudada por una tendera judía. A los dieciséis años la casaron a la fuerza con un arpista hermano de su padrastro que le llevaba veinticuatro años y del que no pudo tener hijos, cosa que él le reprochó siempre sin saber si la causa de la esterilidad era propia o ajena. La pareja, sin embargo, adoptó a un niño huérfano encontrado y abandonado vivo entre cadáveres.

Marido y esposa actuaban juntos aquí y allá. Papusza cantaba y Dionisy tocaba el arpa. Ella también aprendió a interpretar con arpa y violín mientras recitaba sus versos. A su talento unía su hermosura juvenil y salvaje "como una pantera". Admitió ser coqueta y fue víctima de más de un intento de violación.



Su vida errante no le impidió componer uno de los primeros y escasos poemas relativos al exterminio gitano perpetrado por los nazis: Lágrimas sangrientas (1957), en el que expresaba tanto el sufrimiento de su pueblo como su amor por la vida y la naturaleza. El poema acaba así: 

"¡Cuánta miseria y hambre! / ¡Cuánto dolor y camino! / ¡Cuántas afiladas piedras se clavaron en los pies! / ¡Cuántas balas silbaron cerca de nuestros oídos!"

El poeta polaco Jercy Ficowski la oyó cantar y se enamoró de su talento. Tradujo los poetas de Papusza del romaní al polaco y aparecieron publicados en revistas y periódicos cuando ella tenía cuarenta años. Hablaba y escribía calé o romání, pero también hablaba polaco y leía polaco.

Sin embargo, la fama que alcanzó con ello le sirvió de muy poco entre los suyos. Sus hermanos gitanos le acusaron de vender los secretos de su raza y de sus costumbres, amenazándola y repudiándola. La misma posición de la poetisa parecía contradictoria, por una parte sus poemas constituían una elegía de la vida nómada, mientras ella misma colaboraba con las autoridades a favor del asentamiento y la alfabetización de los poco menos de quince mil gitanos polacos que sobrevivieron al holocausto.

Las autoridades socialistas, después de los horrores de la Segunda Gran Guerra, concibieron el plan de El Gran Alto, buscando el fin del nomadismo gitano, inspirándose en los conceptos de productividad, asistencia social (dependencia), pero los gitanos tendían en general a rebelarse contra una asimilación forzosa y, como siguen haciendo, son reacios a la exogamia e imponen la endogamia en un férreo régimen familiar de heteropatriarcado. Sin embargo, Papusza estaba convencida de que medidas de ese género mejorarían notablemente la difícil vida de los gitanos y sobre todo les sacaría del analfabetismo. Para ella, la educación era la única esperanza para gentes que malvivían "fuera de la historia" y el asentimiento definitivo permitiría la escolarización sistemática de los niños.

Sus razones no convencieron a su grey. El Baro Shero, cacique patriarca, la juzgó y la declaró "impura" (mahrime). Repudiada, deprimida, una severa crisis nerviosa la mantuvo ingresada en un siquiátrico de Silesia durante ocho meses. Jesús Camacho explica sus desgracias por la resistencia de los suyos a la integración social, atrapados en el clan como en una caverna platónica, contemplando las sombras de la tradición, con la mirada vuelta siempre hacia el pasado, hacia los ancestros: "sólo pueden ver lo que puede discernir su sentido físico" -escribe. Se resisten a abrirse al mundo civil, ciegos de etnicidad y soldados como lapas al peñasco del parentesco y al bullir de la sangre próxima. Habitan por ello un "círculo cerrado de convivencia", de espaldas al progreso y a la libertad, ajenos a un sentido más universal de humanidad. De este modo, de espaldas al estado civil, no pueden desarrollar sus potenciales individuales, enraizados y anclados en la tradición tribal. Camacho, gitano emancipado, concluye: "estamos obligados a dejar el estado de naturaleza y establecer una convivencia social en orden al bien común".

Papusza recuerda la figura del venerable Sócrates liberado de las ataduras, escalando hacia el exterior luminoso de las verdades eternas, y regresando luego, solidario con los suyos, con la intención pedagógica y emancipadora de hacerles ver que sólo captan sombras en aquel reducido y obscuro recinto troglodita. Pero Platón no era optimista, cuando Sócrates pretendiera la liberación de sus antiguos compañeros de presidio, estos no le creerían, no le harían ni caso, y si pudieran echarle mano hasta le matarían. A Papusza no la mataron, pero casi, condenada al ostracismo y al olvido por los suyos. Su situación empeoró con la publicación de su poemario Canciones habladas (1973). Tuvo ya que vivir aislada con los únicos apoyos de su hermana y de su anciano marido, que también requería cuidados. Falleció olvidada en la pequeña ciudad de Inowroclaw.

"¡Oh, Señor, ¿adónde debo ir? / ¿Qué puedo hacer? / ¿Dónde puedo hallar / leyendas y canciones? / No voy hacia el bosque, / ya no encuentro ríos, / ¡Oh bosque, padre mío, / mi negro padre! El tiempo de los gitanos errantes / pasó ya hace mucho. Pero yo les veo, / son alegres, fueres y claros como el agua. / La oyes correr / cuando quiere hablar / pero la pobre no tiene palabras... / el agua  no mira atrás..."  

La nostalgia parece ser, según Isabel Fonseca, la esencia de la canción gitana (Fonseca lo explica en su excelente estudio sobre el mundo de los gitanos: Enterradme de pie). Pero no es nostalgia de ninguna patria perdida ('nóstos', de donde nostalgia, significa patria en griego), porque el gitano no tiene patria, sino más bien la memoria, feliz o amarga, del largo camino perdido o recorrido.

Estatua homenaje a la poeta en Gorzów Wielkopolski.
De Stiopa - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=27061241

En 2013 se filmó una película de Joanna Kos y Krysztof Krausse sobre la vida de Papusza, que ganó el premio al mejor director en la Seminici de Valladolid. En el Museo de Auschwitz se expone el poema Lágrimas sangrientas junto a una foto de la autora. La casa donde vivió y murió Papusza al final de su vida, en Gorzów Wielkopolski, fue señalada con una placa conmemorativa y en 2008 se colocó una estatua de la poeta en un parque de la localidad (v. supra).

Canciones y vídeo sobre y de Papusza en Youtube: 

https://youtu.be/U6lG7307R5g?si=LnErYUoyzAexZ2ee

https://youtu.be/3zhufaRfGGk?si=pO_GsuMSYrKaA5wG

viernes, 8 de marzo de 2024

MARÍA DE ZAYAS Y SOTOMAYOR






"No sé qué dulzura tiene esta triste vida,
que aunque sea con trabajos y desdichas la apetecemos"

María de Zayas y Sotomayor. Desengaño tercero.

CUARTO DESENGAÑO

Corre la primera mitad del siglo del barroco, tiempos de Felipe III "el Piadoso" y de Felipe IV "el rey Planeta"... 

Don Martín, joven caballero y noble galán de buen juicio y entendimiento, navega de vuelta a España tras hacer méritos en las guerras napolitanas. Canta los amores de una prima con la que quiere casar. Mas quiso la fortuna (cruel enemiga del descanso) que una terrorífica tormenta hiciera naufragar su nave. Tras destrozarse contra los escollos de una tierra desconocida, don Martín y un compañero se agarran a unas tablas y saltan a la concavidad de una enorme roca para ponerse al resguardo de las mortíferas olas. Amainado el temporal, aún les quedan fuerzas para nadar hasta la playa. Desde allí siguen una senda que les conduce a un castillo...

El señor de aquel palacio-fortaleza les acoge con hospitalidad. Están en Gran Canaria. Dos doncellas y cuatro esclavas blancas, herradas en los rostros, ponen luz, manteles y menaje para la mesa en la que repondrán sus fuerzas Martín y su colega invitados por el anfitrión.  En lugar de los perros que esperaban ver salir de un portón bajo, que había estado cerrado con llave, acude una mujer joven, desnutrida, sin color, pero todavía hermosa, que maravillosamente sería preciosa de no estar en un estado tan lastimoso. La criatura da pena y parece moribunda, marcha encogida cubierta con una saca basta y ceñida con una soga. En sus finas y ebúrneas manos una negra calavera. Se aproxima gimiendo, sollozando, y ven que se esconde como una perra dócil bajo la mesa, donde los señores le echarán las piltrafas de su cena.



Poco después de este siniestro espectáculo, Martín ve salir por otra puerta mayor a otra mujer más negra que el azabache con fiera faz de demonio, narices romas como las de los perros bracos y boca de león. Va vestida lujosamente de un raso de oro encarnado, adornada con un enorme collar de perlas que contrastan vivamente con su piel, de sus brazos cuelgan pulseras diamantinas, en su cabeza luce algunas flores y piedras de valor, esmeraldinas sortijas en sus dedazos. El dueño del castillo le toma de la mano con solemne cortesía y la sienta a la mesa junto a sí.



No hay que decir que Martín y su amigo se quedan boquiabiertos. No quieren ofender al hospedante... Este dice llamarse Jaime de Aragón y estar dispuesto a explicar las razones del extraño episodio que los huéspedes acaban de contemplar. Lo hará por primera vez. 

Empieza por una extraña aventura que le acontece en una lejana ciudad. Una viuda rica se enamoró de él y pagó espléndidamente sus favores sexuales, pero él no sabía con quien se acostaba, pues era conducido a su casa por un criado, con los ojos vendados. Gozó con ella tan dulces favores e intensos placeres con el comercio de sus carnes en la obscuridad, que sin verla se enamoró de ella. Cuando una noche encendió desobediente la luz en la estancia en que transcurrían sus encuentros, los ojos también pudieron disfrutar la hermosura que habían disfrutado otros sentidos. Pero aquella rebeldía pudo suponer su perdición.

A sabiendas de que los españoles no saben guardar secretos, Lucrecia, princesa de Erne, que así se llamaba la fogosa viuda, mandó unos sicarios para matar a don Jaime, antes de que su honor cayera por los suelos. No consiguieron asesinarle de milagro. Aún malherido consiguió espolear su caballo y poner tierra de por medio. Para salvar su vida huyó de aquellas obscuras glorias. Pero no podía olvidar el rostro de Lucrecia (¿una atracción-repulsión que le ponía?). Pasaron los años y en una ceremonia religiosa vio aquel mismo rostro en el de una desconocida, Elena, que así se llama la que roe huesos y mendrugos como perra bajo la mesa. Pobre aunque de origen noble, don Jaime la adoró y no dudó en esposarla. 

Se arrullaron, se mimaron, disfrutaron de respetos y ternuras durante un tiempo. Don Jaime acogió a un primo de Elena, igual de pobre pero con talento, a fin de que pudiera cursar estudios religiosos. Pero hete aquí que después de un ausencia obligada, ilusionado con volver a recobrar el abrazo de su idolatrada esposa, la sirvienta negra (ahora la señora de la casa) le soltó que la joven estaba en contubernio con su primo. Se acreditaba como fidelísima sirvienta, hija de una pareja de esclavos africanos de los padres de don Jaime, inteligente y persuasiva: "Sabe Dios la pena que tengo en llegar a decirte esto; que no es justo que pudiendo remediarlo, por callar yo, vivas tú engañado y sin honra". 

Aún sin pruebas físicas, Don Jaime la creyó y, ciego de furiosa cólera, quemó vivo al primo traidor, reservando su craneo asado para que le sirviera de vaso en que beber los acíbares de su adulterio, a Elena, "como bebió en su boca las dulzuras".



Dos años hacía que maltrataba a Elena y la tenía encerrada como a una mala bestia, no ofreciéndole otra cosa que pajas por cama ni otra compañía que la tristisima calavera. Y así quería seguir tratándola Don Jaime hasta que entregara su alma pecadora a Dios, ofreciéndole de paso el espectáculo de la esclava aborrecida, adornada con sus galas, dueña y señora en lugar principal de la mesa, pues al hidalgo le parece poco castigo asesinarla inmediatamente por su adulterio y desea reparar su "honor" con crueldad extrema.

Perplejos, marchan Don Martín y su compañero a reposar y al poco les desvelan unos gritos pelados de la negra, clamando al cielo y pidiendo confesión porque siente que se muere. Es cristiana convencida y teme el castigo divino, por eso revela que levantó falso testimonio contra su señora. Era ella y no Elena quien estaba prendida del primo y le andaba persuadiendo para que fuese su amante. Como el muchacho sólo tenía cuidados familiares para con su prima y no hacía caso de la pasión de la negra, y como esta tuvo unas impertinencias con la señora y fue castigada y azotada por ello, también castigada por el primo, pensó en vengarse de los dos, muy despechada, y por eso esperó a Don Jaime para difamar y calumniar a su señora... Ruega ahora perdón y a Don Jaime que devuelva a la Elena a su legítimo y bien merecido estado, pues está padeciendo sin culpa.

Don Jaime desesperado va por Elena, abre la perrera, pero la encuentra muerta. Los caballeros le contienen y desarman porque hace amago de suicidarse. Al fin enloquece y no hay manera de devolverle la salud...

***

He reventado el argumento de uno de los diez relatos de desengaños amorosos del segundo volumen de las novelas cortas que publicó María de Zayas y Sotomayor en Barcelona (1647). La conclusión que saca la escritora de su relato es la siguiente:

"En lo que toca a crueldad, son los hombres terribles, pues ella misma los arrastra, de manera que no aguardan a segunda información; y se ve asimismo que hay mujeres que padecen inocentes, pues no todas han de ser culpadas, como en la común opinión lo son. Vean ahora las damas si es buen desengaño considerar que si las que no ofenden pagan, como pagó Elena, ¿qué harán las que siguiendo sus locos devaneos, no solo dan lugar al castigo, mas son causa de que infaman a todas, no mereciéndolo todas? Y es bien mirar que, en la era que corre, estamos en tan adversa opinión con los hombres, que ni con el sufrimiento los vencemos, ni con la inocencia los obligamos".

***



De la vida de María de Zayas y Sotomayor (1590-1661?) sabemos bien poco, que vivió en la primera mitad del siglo XVII, que pertenecía a la aristocracia madrileña, que admiraba y era admirada por Lope de Vega. Publicó dos colecciones de novelas cortas, en Zaragoza (1637) y Barcelona (1647), veinte en total, diez por cada colección. Puede que fuese hija de un caballero de la Orden de Santiago, Fernando de Zayas, nacido en Madrid en 1566. 

Añoraba Doña María los tiempos gloriosos de los Reyes Católicos, del emperador Carlos I y del prudente Felipe II. Era consciente de la decadencia de España. Defiende el derecho de las mujeres a la cultura y el poder político. Los desengaños amorosos que relata advierten de los engaños masculinos. Trata el erotismo femenino con seriedad y sorprendente libertad. Tilda la educación que venía dándose a las mujeres de castradora, la cual, por añadidura, manifiesta el temor de los varones a la competencia del otro sexo.

Es sorprendente que María de Zayas sea tan poco conocida y mencionada en los manuales de historia literaria, siendo sin embargo considerada por la crítica como la mejor novelista de su siglo después de Cervantes. Sus diálogos tienen gran vivacidad, ensarta motivos diversos con habilidad, maneja con soltura diversos tonos y emplea un lenguaje sencillo sin rehuir expresiones populares y descartando el alarde culterano, aunque es evidente que era mujer culta. 

Describe con perspicacia los estados anímicos (con harta frecuencia patéticos) de sus personajes, adentrándose incluso en el mundo onírico. Escribió versos que a veces incluye en sus prosas y se conserva una comedia suya: La traición de la amistad, protagonizada por Fenisa, incorregible coqueta que multiplica sus conquistas, donjuan femenino que ama a varios galanes a la vez porque declara tener un corazón "capaz de albergar un millón de amadores", pues "tantos quiero cuantos miro". Acaba sola y es castigada por engañar a una amiga (gran pecado contra la sororidad de la que Zayas es apóstol).

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Entre 1620 y 1665, las novelas cortas estuvieron de moda. Se hacían eco de la "novella" italiana, del Decamerón de Boccaccio y de la tradición cortesana provenzal. En España contaba además la tradición del "ejemplo", del cuento de raíz oriental, de la historia narrada o "patraña" (Timoneda). Cervantes conjugó ambas tradiciones en el título mismo de sus Novelas ejemplares (1613). María de Zayas prefería no usar el título "novela" para sus producciones, pues le parecía un nombre desprestigiado, prefería el de "Maravillas" o "Desengaños". Sin embargo su primera colección se titulará Novelas amorosas y ejemplares, tal vez por indicación del editor, si quería aprovechar la exitosa estela abierta por las Novelas ejemplares de Cervantes. La Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto se titulará Desengaños amorosos. Alicia Yllera es responsable de una magnífica edición crítica de esta última parte (Cátedra, 2021).

En el siglo XVII vieron la luz pública una serie de novelas picarescas que tenían por protagonistas a mujeres, La Pícara Justina (Fco. Lope de Úbeda), La Hija de Celestina (Salas de Barbadillo) La Garduña de Sevilla (Castillo Solorzano), en las que se muestra que en bellaquerías, desparpajo y maldad, la mujer es igual y tan buena como el hombre. A las tradiciones que he señalado hay que añadir además el influjo de la novela bizantina con su repertorio de viajes, tempestades, cautiverios, amores románticos, aventuras. Tanto en esta como en la ya caduca novela de caballerías importa sobre todo la acción, pero los eventos de las novelas de caballerías sucedían en un pasado lejano y ambiguo, en una geografía fantástica que distanciaba al lector, que buscaba sobre todo imaginación y entretenimmiento como olvido del mundo cotidiano, de sus preocupaciones y miserias.

María de Zayas quiere también suscitar admiración con historias fantásticas que consigue hacer verosímiles gracias a su indiscutible habilidad artística, los elementos mágicos que incluye en sus novelitas: pactos con el diablo, apariciones de difuntos, sueños premonitorios..., explican el éxito de la autora en en siglo XVIII, cuando se pone de moda la novela gótica. Se ha hablado del "realismo" de Zayas, y en efecto podemos describir su prosa como realista si la comparamos con las novelas de caballerías, no obstante, la confusión sueño-realidad es elemento predilecto del barroco en esta estética de la admiración que cultiva con tanta perspicacia como maestría la autora, a la que interesa, no sólo denunciar las injusticias y crueldades machistas, sino también lo extraordinario, lo extremo y hasta lo grotesco y desagradable.

El tema principal es la pasión amorosa y sus estragos, o el desencanto de la mujer enamorada y descuidada por su marido, desarrollados a lo largo de una pluralidad de peripecias que va tejiendo en una cascada de relatos. Una sorprendente característica de estos cuentos es que están ayunos de happy end, de final feliz. Sólo en dos de las veinte novelas, las protagonistas acaban felices y comiendo perdices. La mayoría acaba huyendo del mundo y buscando la tranquilidad del retiro conventual (en los conventos de la época abundaban las mujeres cultas), o muriendo, sobre todo en la segunda parte: Desengaños.

El amor es pasión arrolladora, sensual y lúbrica, más que elaboración platónica, y María de Zayas lanza sobre dicha pasión una mirada desilusionada. En los hombres, el amor parece reducirse a un deseo de posesión física que, una vez satisfecho, pronto causa hastío. Sólo las mujeres son fieles y constantes en sus sentimientos. Tras la galantería y cortesía mundanas se esconde un teatro de engaños que concluye en desencanto.

La fuerza de las obras de María de Zayas se ha encontrado sobre todo en su pesimismo. Mme. de la Fayette en La princesa de Cleves (1678) es su análoga gala. Hoy, María de Zayas, como sor Juana Inés de la Cruz es considerada una pionera del activismo feminista con los consiguientes anacronismos entrañados por tal consideración... "Va a ser una voz femenina la que airada arremete en todos los frentes" contra la lamentable condición social de la mujer. Escribe Oliva Blanco que en María de Zayas se advierte un obsesivo deseo de defender a las mujeres, de denunciar la opresión que sufren por parte de los hombres y el trato que reciben. La autora de los Desengaños se adelanta así a muchas de las proposiciones que planteará Feijoo en su Discurso XVI de su Teatro crítico universal (1726-1740).

En su época, la "cuestión femenina" presentaba dos facetas: la reivindicación del derecho de la mujer a la cultura y la exigencia de libertad a la hora de escoger marido. La figura de la mujer literata, humanista e intelectual, no era nueva. En el siglo anterior Francisca de Nebrija sustituyó a su padre Antonio  en la Universidad de Alcalá de Henares y Lucía Medrano ocupó una cátedra en la Universidad de Salamanca.



Desde luego la protesta de María contra la marginación cultural y la crueldad masculina es temprana, pero un tanto timorata. El principal deseo de la autora de los Desengaños es defender la honra de las mujeres. Reprocha por eso a los hombres su general denigración de las hembras, que las condenen a todas por algunas que yerran, así como el hecho de ser ellos, en muchos casos, la causa del mal de las mujeres. Declara repetidas veces que las almas no tienen sexo. En una de sus novelas exhorta al varón a preferir por compañera a la mujer inteligente, antes que a la boba coqueta. Reprocha con vehemencia el que se excluya a las mujeres de las letras y de las armas, afeminándolas más de la cuenta. He aquí su apelación directa a los hombres:

"Yo aseguro que si entendierais que también había en nosotros valor y fortaleza, no os burlaríais como os burláis; y así por tenernos sujetas desde que nacimos, van enflaqueciendo nuestras fuerzas con temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas, ruecas, y por libros, almohadillas" (Primera parte: La fuerza del amor). 

En El prevenido engaño, Violante aborrece casarse porque teme perder la libertad de que gozaba hasta entonces. Sin embargo, la postura de María Zayas es ambigua en cuanto a la libertad de la mujer para escoger marido, si bien interpreta la infidelidad femenina como efecto del abandono por parte del esposo y retrata a las mujeres cruelmente castigadas por la incompresión o por los injustificados y posesivos celos masculinos. 

"María de Zayas nos ha dejado una impresionante imagen de los sexos en lucha" (Alicia Yllera). Sin embargo, en su prosa se mezcla el incipiente feminismo con el aristocratismo y la añoranza del pasado. Acepta el más estricto código del honor, patrimonio de la nobleza, lo que a ojos modernos parece en contradicción con la defensa de las mujeres. Defiende el buen nombre de las mujeres porque cree a pies juntillas en el principio de la honra, asociado a la castidad femenina en un tiempo en que la literatura exageraba un concepto que tenía fuertes apoyos en la defensa celosa de la limpieza de sangre y de la pureza del linaje. Tal concepto tenía una dimensión moral y social: dependía de la opinión de los demás y era particularmente exigente con las mujeres. María de Zayas no retrocede ante la oportunidad de sus personajes para salvar la honra mediante la ocultación, el disimulo o ante la ocasión de repararla mediante la venganza. Como aristócrata, desvincula la honra del dinero. Los nobles no se vienen abajo por haber perdido su hacienda, sino su honra o su amor. Añora el mundo caballeresco en que los caballeros servían a las damas conservando su espíritu guerrero, porque cuanto ve es ya engaño y decadencia, no sólo española, sino general. 

La corte es para Zayas un caos de confusión y es por eso por lo que el convento ofrece  a las mujeres interesadas por el estudio, mejor que el matrimonio, un ambiente propicio. Incita a las doncellas a la desconfianza: "En cuanto a la crueldad con las desdichadas mujeres, no hay que fiar en hermanos ni maridos, que todos son hombres" (Inocencia castigada)

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José García López, en su Historia de la Literatura Española (1972) considera a doña María de Zayas una de las figuras más importantes de la novela corta de ambiente cortesano. Celebra sus aciertos psicológicos y su orientación feminista. El elemento patético y la audacia de ciertas situaciones da a sus relatos un inconfudible tono barroco.

Las novelas cortas cortesanas, tras el espaldarazo cervantino de las Ejemplares y con el lejano modelo del cuento renacentista boccacciano constituyeron la auténtica literatura de masas del siglo XVII, si es que podemos hablar de "masa" para referir a una minoría burguesa y aristocrática de preponderancia femenina y suficientemente culta para solazarse con la lectura privada.

El marco general de sus dos colecciones de cuentos es entretener el ocio de una damita convaleciente, que acabará entrando en un convento. Los infortunados amores que las historias ejemplifican determinan su decisión final de apartarse de la mundanal mentira. De este modo se establece una relación originalísima entre el marco general de las novelas, enlazadas entre sí, de los desengaños que describen, y la decisión final de Lisis, la anfitriona en cuyo salón se cuentan las historias. Menéndez Pidal vio en ese tono desengañado, rebelde, trágico y de fuerte denuncia feminista, "un mucho de velado autobiografismo" imposible de verificar, pues contamos con escasos datos sobre su vida. Con María de Zayas la novela cortesana cobra una perspectiva nueva en que la mujer irrumpe como autora, ya no se presenta sólo como creía ser, es decir, como el hombre deseaba que fuera, sino que da testimonio artístico de su potente talento y ambición...



Bibliografía principal


María de Zayas. Desengaños amorosos, Ed. de Alicia Yllera, Cátedra, 2021.
- Novelas ejemplares y amorosas o Decamerón español, Alianza, 1968.
Ramón Menéndez Pidal. Historia de la cultura española. El siglo del Quijote, II, pg. 492.
Oliva Blanco Corujo. La polémica feminista en la España Ilustrada, Almud 2010.

 



miércoles, 22 de febrero de 2023

LOUISE MICHEL

 

Louise Michel, Educadora (1830-1905)
En Nueva Caledonia. Fuente Wikipedia

A Louise Michel la nacieron en la primavera de 1830, hija natural de una sirvienta y un terrateniente (o del hijo del patrón). Disfrutó de una infancia feliz y recibió una educación esmerada y liberal. Leyó a Voltaire y a Rousseau. Soñó con ser poeta y estudió magisterio, pero no pudo ejercer en la escuela pública por negarse a jurar bajo el imperio de Napoleón III. Eso no le impidió abrir escuelas libres en las que desarrolló una pedagogía innovadora, insistiendo en la responsabilidad y participación del alumnado y escribiendo piezas teatrales que interpretaban sus alumnas. En 1850 le escribió a Víctor Hugo, y ya mantuvieron correspondencia hasta el final de los días del célebre escritor de Los miserables.

En 1856 se traslada a París. Abre escuela en Montmartre y luego en la calle Oudot con unas sesenta alumnas en 1870. Publica textos y poemas bajo el seudónimo de Enjolras, personaje de Víctor Hugo. Enseña ciencias naturales y lee a Darwin y a Claude Beernard mientras colabora con el semanario Le Droit des femmes. Frecuenta los ambientes socialistas y revolucionarios, pugnando activamente por la independencia de la mujer trabajadora.

Tras la derrota de Napoleón III en la Guerra franco-prusiana, asumirá importantes responsabilidades en la defensa de la capital y será protagonista de la Comuna de París, primer gobierno autogestionario de la clase obrera en el mundo, primero como presidenta del Comité de Vigilancia de un distrito. Encabeza la manifestación de mujeres que impide que los cañones de los comuneros caigan en manos de los Versalleses, logrando la confraternización del pueblo y la soldadesca.

Durante los meses de la Comuna organiza comedores infantiles y orfanatos laicos, idea la formación de escuelas profesionales y combate en las barricadas, ejerciendo de enfermera, reclutando mujeres para conducir ambulancias y liderando un batallón femenino. Se entregó a los Versalleses para obtener la liberación de su madre, que amenazaban con fusilar. Tras la victoria de los tropas del gobierno francés de Versalles, su compañero sentimental Teófilo Ferré fue ejecutado en noviembre de 1871. Luisa le dedicará el poema "Los claveles rojos". La "Loba roja" es condenada por un consejo de guerra a diez años de destierro en los campos inhóspitos de Nueva Caledonia, tras cumplir veinte meses en prisión.

En la colonia francesa permaneció siete años. En Nueva Caledonia se empapó de la ideas anarquistas de Nathalie Lemel, encuadernadora y líder de la Unión de Mujeres en la Comuna. Corrieron rumores de una unión lésbica entre las dos. Luisa estudió y recogió datos de la flora y la fauna, que envió al Instituto Geográfico de París. Se acercó a los canacos, tenidos y temidos por antropófagos. Aprende su lengua y monta una escuela tomando partido por los nativos en la revuelta de 1878. Incluso tuvo tiempo y fuerzas para fundar un periódico: Petites affiches de la Nouvelle-Callèdonie y para publicar la Leyendas y canciones de gestas canacas. En 1878 se le permitió retomar su labor docente en la isla de Noumea como maestra de hijos de los deportados.

Con la amnistía de los comuneros regresa a París en 1880 ovacionada por la multitud y convertida en leyenda: "La Virgen Roja". Su obra La miseria publicada por entregas alcanza enorme éxito. Imparte charlas y conferencias y participa en mítines en los que enarbola por primera vez la bandera negra libertaria, desmarcándose del autoritarismo socialista. Encabeza una manifestación de desempleados que acaba en el saqueo de tres panaderías y es condenada a seis años de prisión. En la cárcel se mostrará activa en defensa de las prostitutas a las que considera víctimas de explotación social. 

Fue amnistiada por el presidente de la III República y en 1887 se declara contra la pena de muerte. Un año después es víctima de atentado, herida en la cabeza se niega a denunciar al agresor. Recuperada, sus discursos incendiarios provocan desórdenes y es arrestada y luego liberada. Por temor a que la internen en un manicomio, se exilia en Londres donde gestionará una escuela libertaria. A su regreso a Francia en 1895 funda Le Libertaire con Sebastián Faure. 

En 1896 participó en Londres en el Congreso obrero en el que se produjo la ruptura entre marxistas y anarquistas. En 1897 fue detenida y expulsada de Bélgica por sus actividades revolucionarias. Todavía a principios del siglo XX, ya septuagenaria, supervisa la publicación de su abundante obra literaria y da conferencias por toda Francia. Fallece de una pulmonía en enero de 1905 en un hotel de Marsella. Miles de personas acudieron a su funeral en París.

 Se había convertido en un icono del anarquismo, del feminismo, pero merece también ser considerada una autoridad pedagógica del movimiento obrero y del liberalismo social en general, como un ejemplo de altruismo y activismo comprometido a favor de los menesterosos. Seguramente sus poemas, leyendas y cuentos merecerían más atención. Hoy se dice que su novela La miseria profetiza la crisis social de los suburbios franceses de las grandes ciudades en nuestros días. Algunas escuelas francesas llevan su nombre y una estación de metro de París. Durante la guerra incivil española, dos batallones de brigadistas internacionales se llamaron "Luise-Michel".

Louise Michel, de Guardia Nacional

Debió de ser en los últimos años del siglo XIX, cuando Alejandro Sawa, el "Hiperbólico andaluz" de las Luces de Bohemia de Valle-Inclánasistió a una conferencia de la educadora francesa y famosa revolucionaria en el boulevard des Capucines de París, entre un público que nuestro poeta caracteriza de "mundano" y, por consiguiente, poco apropiado para que la "conferencista" pudiera ensayar "esos aletazos que desde el ras de lo innoble le levantaban, tantas veces, hasta las cimas de lo absoluto" (Iluminaciones en la sombra, 1910).

La conferencia duró dos horas y Sawa describe a Luisa Michel como una leona encerrada en un gallinero. Dice de ella que no era mujer, sino llama; pequeñita, demacrada, toda ojos, iluminada; 

"sus manos parecían gozar de familiaridades con el rayo, y en la constante convulsión del cuerpo había algo de los estremecimientos sagrados de las pitonisas"... "la palabra 'amor' fluía de sus labios con la misma abundancia que el agua de los manantiales". 

Su corazón, templo universal de la misericordia.

Reconoce Sawa que las palabras de revuelta de la activista francesa fueron un buen tónico o cordial para su corazón herido...

"¡Una noche de fiebre en que mi exaltación fue tanta que juzgué hacedera la empresa de unir en comunión de amor a todos los hombres!"

Eso sucedió cuando ya el romanticismo idealista, ácrata y bohemio, ejemplarizante o maldito, periclitaba.

lunes, 9 de enero de 2023

ASPASIA DE MILETO

 

El debate de Sócrates y Aspasia, por Nicolás-André Monsiau (s. XVIII)


Cuentan que Pericles, el gran general aristócrata y líder del partido demócrata ateniense durante cuarenta años, excelente estadista, administrador y diplomático, que elevó la hegemonía de la talasocracia ateniense a gloria histórica, repudió a su legítima esposa para vivir con Aspasia de Mileto. Aspasia, hija de Axíoco, era rubia y tenía una agradable y melodiosa voz que deleitaba a los hombres de todas las edades y oficios. La hermosa jonia pasaba por ἑταῖρα. Esta palabra, "hetaira" o "hetera", admite equívocas traducciones. Puede significar cortesana, dama de compañía, compañera, barragana o prostituta. Pero a la concubina llamaban los griegos "pallaké" y a las prostitutas ordinarias no se las llamaba hetairas, sino "pornai" o "porné", de donde proviene el término moderno "porno-grafía". 

Salvando distancias enormes, geográficas y culturales, las hetairas eran el análogo griego de las geishas japonesas: mujeres libres que desempeñaban funciones artísticas en las tertulias elegantes, consejeras, acompañantes que, ocasional y libremente, prestaban servicios afectivos y sexuales a varones escogidos, mujeres que habían recibido una educación esmerada, disponían de independencia económica, pagaban impuestos y podían participar en condiciones de igualdad con los varones en los simposios. Según W. Jaeger, en la Atenas de Pericles los simposios podían compararse por su importancia espiritual con los gimnasios, en ambos espacios surgió una "gimnasia del pensamiento" y una forma nueva y superior de Paideía (educación), que podemos asimilar a la dialéctica socrática o brevi-elocuencia, mejor que a los discursos largos, espectaculares y bien retribuidos, de los sofistas (macro-elocuencia).

No sabemos por qué Aspasia se trasladó desde Mileto a Atenas con apenas veinte años. Tal vez quiso conocer la capital del Ática, atraída por su auge económico, militar y artístico, tal vez no quiso dejar sola a su hermana, que se había casado con un ateniense, Alcibíades el Viejo. En la región de la que procedía, la costa de Jonia, los niños y las niñas convivían en las escuelas públicas y era más fácil que en Atenas que una mujer accediera a la formación superior del espíritu. En la ciudad de Atenea el rol social de la ciudadana ateniense estaba restringido al ámbito doméstico.

El encuentro con Pericles, que le doblaba la edad, debió suceder hacia el 447a. C., según Armand D'Angour. Al contrario que las prostitutas, las hetairas no solían tener muchos clientes, siempre distinguidos y con recursos para pagar sus servicios. A veces sólo uno. Este fue el caso de Pericles. Usaban estas mujeres prendas de tejidos transparentes, frecuentemente de color azafranado. Se maquillaban, depilaban, perfumaban y se dejaban trabajar sofisticados peinados con uso de postizos. A veces servían de modelo a pintores y escultores. El capítulo III (11) de las Memorables de Jenofonte está dedicado al encuentro de Sócrates y la bella hetaira Teodota, que está posando para un pintor, la misma que luego sería amante del descarado y famoso Alcibíades y que se ocuparía de su entierro en Frigia (v. Plutarco, Cimón, 9).

Según Diógenes Laercio, Platón le dedicó un poema a la hetaira Arqueanasa: "Poseo A Arqueanasa colofonia / sobre cuya rugosa y senil frente / acerbo amor se esconde, / ¡Míseros de vosotros que gozasteis / su juventud primera! / ¡Oh cuán activo ardor sufrir debisteis!". Cuenta el gramático heleno Ateneo de Naucratis a principos del siglo III d. C., citando al socrático Antístenes, que Pericles "presa de amor por Aspasia, dos veces al día, al entrar y salir de su casa, abrazaba a su mujer". Ateneo juega con la semejanza fónica del nombre "Aspasia" y el verbo "aspázomai" que significa abrazar. Mucho antes, Plutarco de Queronea también recoge la anécdota en su biografía de Pericles (24) diciendo que la saludaba al salir y entrar de casa con un beso. Javier Murcia Ortuño comenta que no debía de ser esto lo normal entre los matrimonios oficiales de Atenas.

Las hetairas alcanzaban una cultura y educación que se les negaba a las ciudadanas, reducidas al ámbito familiar, a la función reproductiva y a lo que María Ángeles Durán llama "el Cuidatoriado", el cuidado de hijos y mayores. Es evidente que Pericles, como muchos otros, consideraba a Aspasia mujer sabia y entendida en política. La milesia se relacionó con Anaxágoras, con Eurípides, con Fidias..., y Sócrates frecuentó su salón, según refieren sus discípulos Jenofonte y Platón. El primero, en sus Memorables o Recuerdos de Sócrates (II, 6, 36) y el fundador de la Academia en su diálogo Menéxeno (235c), donde el personaje Sócrates reconoce a Aspasia como una de las mujeres más distinguidas en el arte de la oratoria. 

Al parecer, Sócrates, coetáneo suyo, no sólo la recomendaba, sino que la tuvo por maestra. Hay quien dice que el Tábano de Atenas debe a Aspasia su método irónico de indagación. Pero no creo que haya que atribuir demasiado crédito a esta exageración, aunque sin duda Sócrates acusó su influencia. En el Menéxeno se dice que Pericles fue educado por Aspasia y que por ello debía ser mejor orador público que alguien educado por Antifonte el sofista. Es posible que Platón tomase de Esquines (389-314 a. C.) algunas de sus afirmaciones del Menéxeno. Y hay quien piensa que la sacerdotisa Diotima mentada por Socrates en el platónico Banquete como reveladora de decisivos misterios, y no sólo eróticos, es una máscara de Aspasia, logógrafa y pedagoga. "Diotima" significa "honrada por Zeus" y a Pericles le apodaban "El Olímpico" porque portaba las armas de Zeus cuando tronaba pronunciando sus discursos, y no cabe duda de que Pericles honró como nadie a Aspasia... Aunque la mayoría de eruditos creen que Diotima fue un personaje histórico diferente de la milesia.

En el Menéxeno (escrito hacia el 387 o poco después), Platón se burla de la grandilocuencia de Lisias, el famoso orador. En el diálogo se ironiza sobre un discurso fúnebre o epitafio compuesto supuestamente por Aspasia, que había muerto hacía más de trece años, como una especie de divertimento lleno de anacronismos y exageraciones. Es una especie de parodia de la extraordinaria habilidad de los rhetores para apañar "a base de corta y pega" un discurso con el que halagar, excitar y hechizar a su miltitudinario auditorio, función imprescindible en la Atenas democrática. El propósito de Platón en ese diálogo era probablemente denunciar la retórica vana de los sofistas, y muy especialmente a Gorgias de Leontini, que visitó con enorme éxito Atenas en el 427 a. C. en calidad de embajador siciliano y cuyo seguidor panhelenista Isócrates (436-338 a. C.) fundará en el 392 una importante escuela competidora de la Academia, una escuela que no sólo proporcionaba formación retórica, sino también ética y emparentada con el intelectualismo socrático. El Menéxeno debió escribirse poco después de la publicación de la Aspasia de Esquines y coincidiendo  con la apertura de la Academia (387 a. C.) o poco después, cuando ya Platón había decidido distanciarse de las escuelas de Retórica y de la Sofística. Esquines había retratado a Aspasia como experta educadora en la elocuencia. Sócrates atribuye en el Menéxeno a Aspasia la composición de la famosa oración fúnebre que pronunció Pericles sobre la idiosincrasia de su polis y que recoge Tucídides (II, 37, 1). Aspasia simboliza en el diálogo platónico el proceso de soldadura de todos los discursos anteriores para la elaboración de epitafios. Sócrates la llama "preceptora", pero no está claro si sostuvo una verdadera escuela, ni se a ella asistían mujeres interesadas por una cultura superior.

José Garnelo y Alda, pintor erudito y academicista de entre-siglos,
laureadísimo, hijo adoptivo de Montilla (Córdoba),
 pintó este extraordinario cuadro: Aspasia y Pericles (1893) 
que acabó llamándose "El Pedagogo",
aunque en realidad "la pedagoga" es Aspasia de Mileto.

Los atenienses no vieron con buenos ojos que una hetaira extranjera influyera tanto en las decisiones de Pericles y acabaron acusándola de impiedad, según Plutarco, iniciándose un proceso contra ella, que bien podría haber apuntado contra Pericles golpeándole donde más le dolía (h. 432 a. C.). Se cuenta que Pericles llegó a derramar lágrimas suplicando entre sollozos a los jueces que la indultaran. No obstante, la veracidad histórica de este proceso contra Aspasia ofrece muchas dudas. La acusación se parece demasiado a la formulada contra Sócrates: impiedad y corromper a las mujeres atenienses, un delito religioso. Como ha señalado M. Montuori, una meteca no podía incurrir en un delito de asebeia (impiedad) y puede que todo sea una invención cómica del poeta Hermipo, el mismo al que la leyenda atribuía la acusación pública. Plutarco sigue a Esquines el Socrático al atribuir estas lágrimas a Pericles. La ofensiva contra Pericles incluía por parte de los sectores más conservadores incluía también a Fidias, el famoso escultor y amigo de la pareja, que resultó condenado, y a Anaxágoras por herético. El gran filósofo de Clazomenas tuvo que abandonar a prisa y corriendo Atenas. Indro Montanelli da por seguro que fueron los conservadores del partido oligarca, envalentonados por esos éxitos, quienes llevaron a los tribunales a Aspasia. Los campeones de la "prensa amarilla" de la época, capitaneados por Hermipo, compitieron en lanzar las calumnias más infamantes contra la primera dama de Atenas, presentándola como una vulgar celestina ante un tribunal con mil quinientos jurados. Ella había convertido la casa del strategos autokrator (arconte militar desde el 467en un burdel, debilitando y enviciando a Pericles, su amante.

Antístenes el Viejo, discípulo de Sócrates y fundador de la escuela cínica, tituló uno de sus diálogos con el nombre de "Aspasia". Esquines hizo lo mismo y la mostraba como profesora e inspiradora de excelencia. De ambos diálogos no nos quedan sino fragmentos, del de Antístenes sólo nos han llegado tres citas, que más bien consienten la hipótesis de que su diálogo era un ataque contra Pericles y Aspasia. En el eco latino, ciceroniano, del diálogo de Esquines, Aspasia aparece como un "sócrates femenino" aconsejando a la esposa de Jenofonte y a Jenofonte cómo adquirir la virtud (areté) a través del autoconocimiento. Curiosamente, Aspasia murió poco antes de la ejecución de Sócrates en el 399 a. C. Y toda la literatura, perdida en su mayoría, que surge a comienzos del siglo IV sobre Aspasia procede del círculo de los socráticos.

Una tradición cómica hizo de Aspasia de Mileto responsable nada menos que de la Guerra del Peloponeso de Atenas contra Esparta y de la trágica expedición ateniense contra Samos, rival de su ciudad natal Mileto, hacia el 440 a. C. Lo mismo que se burló de Sócrates en Las Nubes, Aristófanes caricaturizó a Aspasia en Los acarnienses, acusándola también de haber causado la Guerra del Peloponeso (431-404). Estas insidias contra la inteligente y poderosa extranjera las recoge Ateneo de Naucratis: "Y el olímpico Pericles, como dice Clearco en el primero de sus Eróticos, ¿no transtornó la Hélade entera por causa de Aspasia, no la más joven, sino la coetánea del filósofo Sócrates, a pesar de la enorme reputación que poseía por su inteligencia y capacidad política?" (Deipnosofistas, XIII, 589). La "joven Aspasia" fue una hetaira del rey persa Ciro a la que este, por la fama de la milesia, le cambió y puso su nombre.

Pericles, quien, antes de sucumbir él mismo, tuvo que ver y sufrir cómo morían durante la peste del 429 sus dos hijos legítimos: Jantipo y Paralos, engendró un hijo "natural" en Aspasia: Pericles el Joven, hacia el 440 a. C. El gran estratega alcmeónida y líder del partido demócrata se preciaba de que Atenas era una ciudad abierta -las democracias suelen serlo-, donde no se expulsaba a los extranjeros (metecos), al contrario que en Esparta donde se los miraba mal o se los deportaba. Pero el mismo general se contradijo al aprobar una ley que restringía los derechos de ciudadanía, sólo concedidos a quien contase con padre y madre ateniense. El tiro le salió por la culata al dar a luz Aspasia a su hijo "bastardo". Sin embargo, apiadados por la pérdida de los hijos de su primera esposa, la ciudad consintió en darle al joven Pericles la carta de ciudadanía. Jenofonte retrata el diálogo de Sócrates con el Joven Pericles en sus Memorables (III), en cuyo talento cifraba el filósofo sus esperanzas de regeneración de Atenas, cuando esta ya se precipitaba en la decadencia durante los últimos años de la guerra contra Esparta. El hijo de Pericles fue uno de los generales que vencieron a Esparta en las Arginusas y que luego la ciudad ejecutó "en agradecimiento", tras un tormentoso juicio que a Sócrates le tocó por suerte presidir y en el que este hizo valer lo que pudo su voto, en contra de que se les condenara a muerte.

Pericles debió estar unido a Aspasia desde 450-445 hasta su fallecimiento durante la epidemia del 429 o 428 a. C. Según algunos, sin su protector y esposo de facto, a partir de ese momento Aspasia cayó en desgracia, se le acusó de todos los males de Atenas y tuvo que poner pie en polvorosa. La tildaron de Deyanira, la esposa que mató involuntariamente al héroe Heracles, de Ónfale, reina de Lidia que esclavizó a Heracles durante un año. Los comediógrafos Cratino y Eupolis la compararon con Helena, por la que se había armado la guerra de Troya. Pericles había sido su Paris. Según otros, tras la muerte de Pericles, Aspasia fue amante o casó con Lisicles, político y general y todavía pudo darle a este un hijo en 428. Pero tal relación es dudosa y puede ser también un efecto de la ficción cómica, pues Lisicles significa "proveedor de recursos".

Plutarco de Queronea expresa su admiración por una mujer que fue capaz de "dirigir a su antojo a los principales hombres de Estado y ofrecía a los filósofos ocasión de discutir con ella en términos exaltados y durante mucho tiempo" (Pericles, XXIV). Luciano de Samosata le llama "modelo de sabiduría". Según la enciclopedia bizantina Suda (s. X) Aspasia fue "lista más allá de las palabras", sofista y profesora de retórica. 

Extraña que Giovanni Boccaccio en el Renacimiento no se refiera a Aspasia en su catálogo de mujeres ilustres (De claris mulieribus). Aspasia fue un personaje muy apreciado por los románticos del siglo XIX y por la novela histórica del siglo XX. Murió hacia el 400, con setenta años, edad avanzada para su época. Supo triunfar, influir (poder en la sombra), manejar voluntades, formar espíritus y cuidarse, esta mujer excepcional.


domingo, 18 de septiembre de 2022

GALA PLACIDIA

 

Gala Placidia (Domina Nostra Augusta, 421-438)
con su hijo Valentiniano.

Aelia Galla Placidia (h. 390-450) fue fruto del segundo matrimonio del emperador Teodosio I el Grande con Gala, hermana de Valentiniano II. Quedó huérfana de madre con cuatro años y se hallaba en Roma cuando los godos saquearon la ciudad en el 410. Fue Serena, la mujer de Estilicón, quien se ocupó de su educación en Milán y Roma. Tal vez no quería vivir ni en Constantinopla ni en Rávena por no llevarse bien con sus hermanastros: Honorio y Arcadio, a los que Teodosio había cedido el imperio occidental y oriental respectivamente.

Placidia heredó la belleza de su madre y el carácter de su padre. Durante el saqueo de Roma cayó en manos de la soldadesca de Alarico, rey que la trató con respeto y se la llevó a Brindisi. Ataúlfo, hermano (o primo, o cuñado) de Alarico, se enamoró de la bella prisionera, que le correspondía. El rey de los bárbaros, que se habían convertido al cristianismo dentro de las fronteras del imperio, que ya no eran tan "bárbaros", aprobaba el idilio en que tan bien se compendiaba su política de integración entre godos y latinos.

Comparado con sus guerreros de origen nórdico, altos y rubios, Ataúlfo no resultaba imponente, pero tenía un temperamento apasionado y caballeresco. El contraste debió gustar a la princesa Placidia criada entre eunucos y poltrones. Ataulfo estaba ya familiarizado con la lengua y leyes romanas e incluso pretendía restaurar la gloria de Roma en vez de destruirla, vigorizándola con sangre germana.

Ataúlfo según Raimundo Madrazo, 1858.
Museo del Prado.

El matrimonio no pudo celebrarse de inmediato porque Honorio había prometido la mano de su hermanastra a su general Constancio, de sangre ilírica, mayor, físicamente repelente y dado a ocurrencias lúbricas y chistes groseros. Tras la muerte de Alarico, proclamado rey su hermano Ataúlfo, este atravesó con su ejército los Alpes y penetró en la Galia. Quiso contentar a Honorio mandándole la cabeza del usurpador Jovino. Ante el regalo, y a pesar de las protestas de Constancio, el emperador consintió el enlace del godo y la romana. 

El matrimonio se celebró en Narbona. Placidia envuelta en la púrpura imperial esperó a Ataúlfo que acudió a recogerla cubierto con una túnica blanca de lana y armado con su hacha de guerra. De los regalos que hizo a la princesa se habló en todo el mundo: cincuenta bellísimos adolescentes esclavos con sendas bandejas repletas de oro y joyas procedentes del saqueo de Roma. Prisco Átalo (que había disfrutado de los honores de efímero emperador con el apoyo de Alarico) declamó un discurso en que exaltaba el himeneo como símbolo de unión entre los dos pueblos. Días y noches de juerga subrayaron la distensión entre germanos y latinos.

Obligados por las tropas de Constancio al servicio de Honorio a abandonar la Narbonense, atravesaron los Pirineos y penetraron en la Tarraconense, estableciéndose en Barcelona (Barcino), donde Gala Placidia dio a luz un niño. Ataúlfo pretendía poner orden en Hispania, cuyo territorio y saqueos se disputaban suevos, alanos y vándalos. Esperando tal vez que su cuñado el emperador Honorio le cediera esta provincia, fue asesinado junto con su hijo en setiembre del 415. Algunos historiadores culpan del atentado a Sigerico. Cuando Ataúlfo expiró recomendó a los suyos: “Vivid en amistad con Roma y restituid Gala Placidia al emperador”. Sigerico no hizo caso, esclavizó a la princesa viuda y la obligó a seguirlo a pie mientras él desfilaba a caballo.

Gala Placidia en una moneda acuñada por su hijo Valentiniano III

Placidia dio pruebas de su fortaleza y a pesar del hondo dolor de la pérdida de su marido y de su hijo sufrió los ultrajes sin pestañear y con una sonrisa en la boca, como una reina. Tal vez su actitud contribuyese a abreviar la carrera de Sigerico que una semana después fue asesinado por sus furibundos soldados. Le sucedió por aclamación Walia que cumplió la voluntad de Ataúlfo y acompañó a Placidia a los Pirineos donde el general Constancio la recibió con gran pompa. 

La despedida de Placidia a “sus” godos valió un tratado de paz estable con Honorio. Ya no volvieron a Italia y combatieron en nombre del emperador contra alanos, vándalos y suevos hasta establecer un reino con capital en Tolosa. Se dice que Walia, usando a Placidia como rehén, la canjeó por 600.000 modios de trigo y el beneplácito de Honorio para la conquista de Hispania en nombre del Imperio. Y en efecto, en poco más de dos años los visigodos aniquilan a los vándalos silingos que estaban asentados en la Bética y prácticamente a todos los alanos de la Lusitania.


En Rávena, ciudad pantanosa, melancólica y romántica, Placidia resistió durante tres años el agobio de Constancio y la insistencia de Honorio en que lo desposara. Al fin cedió a “la razón de Estado”. Del matrimonio nació una niña a la que llamaron Honoria y luego un niño llamado Valentiniano, al que se proclamó príncipe heredero, “Nobilísimo". Cuatro años después Honorio asoció a Constancio al trono y Placidia fue proclamada Augusta.

Cuando siete meses después Constancio murió, Placidia tuvo que enfrentarse a un tercer cortejador, el menos esperable, su propio hermano. No supo cómo defenderse del capricho incestuoso y escapó con sus dos hijos a Constantinopla, junto a su sobrino Teodosio II. Se le acusó de conspirar con los godos contra Honorio, pero este, el Porfirogénito murió poco después. Sólo tenía treinta y nueve años y seguramente sólo le echaron en falta sus gallinas y pollos.

Un tal Juan quiso hacerse con el poder en Rávena; entonces era muy frecuente que un señor de la guerra o un general ambicionaran usurpar el poder de lo que quedaba del Imperio romano occidental, lo intentase y fracasase. Teodosio II no aceptó las pretensiones de Juan y acompañó personalmente hasta Salónica a la Augusta y al principito confiando su protección a otro general de sangre bárbara, Ardaburio. A Juan el usurpador lo hicieron prisionero, lo llevaron a Aquilea donde estaba Placidia y su hijo, le cortaron la mano derecha, lo montaron en un asno para burlarse de su “victoria” y la soldadesca le linchó. No fueron tiempos plácidos los de Placidia, sino muy violentos.

A fines del 425 un cortejo imponente avanzó desde Rávena a Roma con Placidia y el pequeño Valentiniano a la cabeza, quien con siete años se revistió de púrpura en el Capitolio, se coronó la diadema y el pueblo le aclamó como Augusto. En lo político y militar, Placidia no se mostró muy activa como regente. Le interesaban más las cuestiones espirituales, por eso ponía gran celo en la persecución de las herejías mientras el imperio se derrumbaba y las cloacas de Roma se atascaban. Dirigía concilios y dictaba edictos. Nestorio y Dioscuro eran condenados en Éfeso y Calcedonia respectivamente. Para ella los herejes eran más peligrosos que los longobardos, los francos y los vándalos. Dejó la defensa de Occidente en manos de dos generales Bonifacio y Aecio.

No supieron o no pudieron llevarse bien los dos generales. Fue el mismo Bonifacio, que mantuvo correspondencia con san Agustín y echó fama de santo quien invitó a los vándalos a establecerse en África, que entonces era una provincia romana rica y fértil. Aecio y Bonifacio acabaron enfrentándose en guerra abierta que concluyó en un duelo personal a muerte, episodio ya muy de tono medieval. 

Gala Placidia visita su mausoleo en Rávena,
recreación de Vasilyi Smirnov (1880).

Enérgica y voluntariosa supo aprovechar su posición y las circustancias de la turbulenta época que le tocó vivir para encumbrarse hasta la cima del poder autocrático, como dice su biógrafo Fuentes Hinojo. En cualquier caso fue mucho más que un peón o una moneda de intercambio en el tablero en que jugaban godos contra romanos y cristianos contra paganos. 

Mientras Bonifacio y Aecio se zurraban la badana Placidia siguió enclaustrada en su palacio de Rávena litigando contra las heterodoxias. Tal vez fuese consciente de que sólo la Iglesia sobreviviría a la catástrofe del mundo romano. En aquel Imperio occidental anquilosado y saqueado, hundido demográficamente y prácticamente reducido a la bota italiana con unos cuatro o cinco millones de habitantes eximidos de reclutamiento, dependientes y esquilmados por los señores de la guerra y las fuerzas mercenarias, cualquier innovación podía contemplarse con recelo, como gota que colmaría el vaso.

Cuando sintió que la muerte se acercaba, Placidia trasladó su corte a Roma, cuyo papa León I era más un Jefe de Estado que un teólogo. Placidia sabía que el verdadero sucesor sería el Jefe de la Iglesia y que los próximos funcionarios territoriales serían sus obispos. Expiró antes de cumplir los sesenta, el veintisiete de noviembre del 450 mientras los hunos de Atila entraban en Aquicum (Budapest). 

Su cuerpo embalsamado fue llevado a Rávena y colocado en un sarcófago en la Iglesia de los Santos Nazario y Celso. Su mausoleo es uno de los monumentos más extraordinarios que nos han llegado desde aquel siglo convulso. Allí permaneció su momia, visible por una rendija durante mil años, hasta que un idiota en 1577 para verla mejor acercó una antorcha a la abertura, los mantos ardieron y los restos mortales de Placidia fueron definitivamente reducidos a ceniza.

 

El mural pintado por Bohemio en la fachada principal
del centro temático de Las Termas de Alameda.

Paulo Orosio en su Historia contra los paganos (417) nos presenta a Gala Placidia como "una mujer de agudo ingenio y espíritu religioso" cuyo influjo en el gobierno del Estado fue tan beneficioso como favorable. Otros cronistas e historiadores próximos a su tiempo corroboran este perfil. Sin embargo, tiempo después, ya entrado el siglo VI comenzó a extenderse, con fines interesados e interesantes para Constantinopla, la imagen devaluada de una gobernante débil que favoreció la desintegración del Imperio occidental. Esta "mala prensa" justificaba que Bizancio arremetiese manu militari contra Italia, África e Hispania.

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El músico español Jaume Pahissa escribió la opera Gal·la Placidia en 1913, basada en la tragedia del mismo nombre del poeta y dramaturgo Ángel Guimerá.

En la actualidad el artista malagueño Juan María Rivero 'Bohemio' ha llevado esta relevante figura romana al pueblo de Alameda a través de la recreación de los mosaicos de su mausoleo en Rávena.

Pablo Fuentes Hinojo ha publicado una biografía extensa de Gala Placidia (ed. Nerea, 2004).

Rosa de la Corte, profesora gaditana, publicó en 2016 una novela protagonizada por Gala Placidia. Memorias de una reina (Hélade ediciones).

Otras fuentes además de las citadas: Indro Montanelli y Roberto Gervaso. Historia de la Edad Media, Debolsillo, Barcelona 2002.