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lunes, 19 de agosto de 2019

MUJERES EN LA ÓPERA. Entrevista con Carlos Ferreiro Cota.



En nuestro blog Ateneas tenemos el enorme privilegio de conversar con Carlos Ferreiro Cota (KFK), un artista multidisciplinar y una persona con una sensibilidad extraordinaria para la música. Sus conocimientos en materia de ópera son apabullantes y le hemos pedido que los comparta en este foro. Nos vamos a centrar en un enfoque cultural de las diferentes imágenes de la mujer en el género operístico. Veremos imágenes liberadoras aunque otras fueron estereotipos opresores. Lo más frecuente será su ambigüedad, hecho que evoca una larga historia de prejuicios aunque, también, de posibilidades de subversión lo que, sin duda, dará mucho juego a las reinterpretaciones contemporáneas.

Hechiceras y reinas del barroco.

Alcina
A: La historia de la ópera se inaugura oficialmente en 1607 con el Orfeo de Monteverdi. Para mí es muy significativo, desde un análisis de género, que Eurídice, la amada de Orfeo que el músico tracio trata de rescatar del Hades, fuese una figura muda en el mito que sirve de base a esta favola in música. Pero me gustaría que dejásemos pasar cien años desde ese momento fundacional para mirar de cerca a las grandes damas de la ópera barroca, brujas o reinas poderosas que George Friedrich Haendel presentó en escena como nunca antes se había hecho: las seductoras hechiceras Armida en Rinaldo y Alcina en la ópera del mismo nombre o gobernantes tan astutas como Cleopatra en Giulio Cesare o Agrippina, la madre de Nerón. Haendel escribió para ellas algunas de sus mejores arias. Por cierto que estas figuras siempre se interpretaban por cantantes femeninas, en contraposición a los papeles masculinos para castrati. Háblanos de las grandes heroínas, buenas y pérfidas, que Haendel nos regaló en la primera mitad del siglo XVIII.

KFK: Musicalmente hablando estos personajes femeninos se caracterizan por sus “lamentos” que son de un gran virtuosismo instrumental y vocal. Tanto Armida en Rinaldo como Alcina son hechiceras, su magia sirve como artimaña de comunicación entre dioses y hombres. Alcina seduce a los hombres y los transforma en bestias; es la imagen de la seductora que utiliza la magia negra y a quien hay que abatir, pero al enamorarse se torna vulnerable y humana. En cuanto a Agripina y Cleopatra, si bien la primera representa la vileza y la falsedad para llevar a su hijo Nerón al poder, la segunda ve en Julio Cesar un aliado ideal para tomar el poder en contra de Tolomeo; el vocablo “poder” es una fijación para ambos personajes. Añadamos también a Rodelinda a éstas dos últimas por sus ansias de mando.

 La Reina de la Noche.


A: No quisiera abandonar todavía el siglo XVIII sin hablar de una obra maravillosa e inclasificable de Mozart, La flauta mágica (1791). ¿Qué nos puedes decir de las figuras femeninas en esta ópera irrepetible (la Reina y sus damas, Pamina) y su relación con los ritos masónicos?

KFK: Se considera La Flauta Mágica la primera gran ópera alemana, en ella se destacan la naturaleza, argumentos fantásticos, el misterio que más adelante desarrollarían Weber y Wagner en el siglo XIX. Esta ópera tiene muchas lecturas: puede tener una simbología masónica, ser un cuento de hadas…lo cierto es que es la lucha entre la luz: Papageno y la oscuridad: la Reina de la Noche. Ésta es una madre terrible, diabólica, es la madre de Pamina. Es una mujer fuerte. Representa un enfrentamiento entre matriarcado y patriarcado y el conflicto entre madre e hija.
A: Sí, y al final triunfa el amor. ¡Menos mal!

 Las locas románticas.

Lucia de Lammermoor

Vamos a dar un salto al siglo XIX para hablar de las locas en la ópera (Ophelia, Linda de Chamounix, la Dama del Lago, Elvira en I Puritani, la Sonnambula, Lucia de Lammermoor…), un tema que me apasiona y que tú conoces muy bien. Sin duda, los compositores decimonónicos utilizaron la locura femenina como pretexto para llevar a un límite casi sobrehumano las posibilidades vocales de las sopranos. Pero esa figura de mujer que enloquece por amor o desdén, siguiendo el criterio de Elaine Showalter, también reproducía en el escenario el estereotipo de un ser débil, incapaz de luchar contra la realidad y que se refugia en la locura para escapar del insoportable dolor. Háblanos esas grandes heroínas románticas, que yo pienso que todavía tienen muchas cosas que enseñarnos a los espectadores del siglo XXI.

KFK: Lucia de Lammermoor, Ana Bolena, Linda de Chamounix…El abandono del hombre desencadena el delirio. Estas mujeres son frágiles, consagradas a la pasión en todo lo que comporta de ceguera y abandono. Las arias de esas escenas de locura poseen un gran virtuosismo; la música está a la altura de la extrema tensión psíquica evocada. A través de los mitos, las leyendas, los cuentos, los dramas históricos, la ópera nos hace vivir situaciones en que, por personaje interpuesto, se canta la locura del oyente espectador, que se reconoce en esos héroes y heroínas que son hermanos y hermanas nuestros en la condición humana.
A: ¡Preciosas reflexiones, Carlos!

La mujer exótica.


El siglo XIX también vivió la eclosión máxima del colonialismo. Por eso no debería extrañarnos que el encuentro entre Occidente y Oriente esté muy presente en la ópera de la segunda mitad del siglo. Curiosamente, Oriente está habitualmente representado en las óperas por figuras femeninas (en línea con la interpretación de Edward Said en Orientalismo, 1978, que entiende que el Oriente se feminiza para justificar su posesión y explotación). ¿Cómo ves tú a las
mujeres exóticas que imaginan los compositores de ópera europeos: Aida, Madame Butterfly, Lakmé, Leila en Los pescadores de perlas de Bizet (arriba), Thaïs …

KFK: Es muy interesante la relación entre Oriente y Occidente y los conceptos de género, raza y cultura. La idea que tenemos los europeos de la mujer oriental es: bella, sumisa, tradicional y bastante reservada; ejemplo de esto último es Madame Butterfly: una joven japonesa que es obligada a casarse con un oficial estadounidense y a quien trata de amar siguiendo unos valores de su tradición. Él nunca la ha querido y la engaña hasta que al final ella se da cuenta de que ese amor ha sido una fantasía y se suicida. Indudablemente de estas óperas nos atraen sus exóticas localizaciones, el choque de culturas…pero siempre los compositores dotan a sus protagonistas de las mismas elevadas emociones y en su música aparece un toque de identidad musical con la tierra en donde se ambienta la acción.

A: Sí, yo también creo que esas mujeres orientales en la ópera están revestidas de una admirable dignidad.

Malas y fuertes.
Turandot

Carmen, Lulú, Salomé, Turandot, Manon, Norma… son mujeres fuertes que transgreden el límite de lo socialmente permitido. ¿Crees que ofrecen un mensaje emancipatorio para la mujer del siglo XXI?

KFK: El personaje femenino en la ópera siempre ha estado enmarcado por los convencionalismos sociales de su época, al menos externamente: se deja llevar, pero no convencer; dentro de sí bulle ese deseo de libertad, de amar y odiar, de poder y venganza y dispuesto a la indiferencia, al desprecio y hasta la locura con tal de lograr el fin deseado. Y llega Carmen a finales del siglo XIX, gitana, hermosa y provocativa, sin nada que perder, por su libertad muere, su canto es fuerte, carece de sensiblería y ella y Don José son conscientes de que nunca se entenderán. Primera mitad del siglo XX llegan Salomé, Electra, Jenufa, Katia Kavanova, Lulú…el lenguaje de estas mujeres cambia, van a lo concreto, se despojan de convencionalismos y expresan lo que sienten, sin importarles su destino. Está claro que están transmitiendo ese mensaje emancipador para la mujer del siglo XXI.

A: ¡Qué admirables figuras!

La ambigüedad en Tosca (1901).


Me gustaría dedicar una atención más detallada a este complejo personaje de Puccini. Floria Tosca es una mujer libre, apasionada, rica, una artista admirada y deseada, y alguien con tanta fuerza interior que no duda en matar a su violador. Pero, al mismo tiempo, sus celos, su falta de compromiso político y su cobardía desencadenan la tragedia para ella y su amado. ¿Cómo crees tú que podríamos salvar esas tremendas contradicciones en esta figura femenina para que pueda seguir siendo un referente positivo?

KFK: Las características principales de la personalidad de Tosca son la religiosidad inculcada por su educación y los celos extremos. Vive atormentada por dos pecados: el de su profesión y el de su relación con Cavaradossi. El personaje de Tosca está enmarcado en un contexto histórico muy determinado: la Roma del año 1800, sumida en el enfrentamiento entre los partidarios del antiguo régimen y los republicamos sobre los que se proyecta la sombra de Napoleón. Tosca ve vapulear sus emociones: primero es acosada por un villano (Scarpia) y segundo su amor por el heroico y desinteresado Mario Cavaradossi. En este caso se puede decir que hay un paralelismo entre amor y política y lo que ésta última es capaz de decir sobre nosotros.

A: Sí, hay muchos factores a valorar. No podemos juzgar a Tosca desde el presentismo.

 Las mujeres wagnerianas.

Las Walquirias

Bueno, Carlos, quiero que nos hables de esta tradición musical germánica que tanto te gusta. Desvélanos los secretos de la visión de las figuras femeninas, mitológicas o humanas, en las óperas de Richard Wagner.

KFK: Digamos que las figuras femeninas de Wagner que más me atraen son las “terrenales”: Senta en El Holandés Errante, Elisabeth en Tannhäuser y Elsa en Lohengrin son mujeres “redentoras”, están para salvar al “hombre”. Senta quiere ser el ángel protector del Holandés que viene de un mar lejano, tormentoso y de un pasado oscuro; Elisabeth encarrila a Tannhäuser que anda con malas compañías (Venus) y a Elsa se le escapa Lohengrin, viene de lo desconocido, de un mundo lleno de luz y parece que desea regresar a él. Todas estas figuras femeninas adquieren identidad gracias al amor por un hombre y a la salvación de éste, a Isolda también la podríamos incluir en el grupo. Dentro de El Anillo del Nibelungo tenemos a las Valquirias, doncellas guerreras siempre muy serviciales, las Hijas del Rin, Brunilda enamorada de Sigfrido…en fin, ya sabes que las deidades, en cuestión de amoríos, andan un poco a su bola.
A: Sí, son libres y poderosas.

Dibujando personajes mediante la tesitura.

Madame Butterfly

Siempre me pareció muy sugerente esa convención musical de ajustar la tesitura de la voz de la cantante a las características del personaje: la soprano, una joven; la mezzo, una mujer algo mayor o de personalidad oscura o contradictoria; la contralto, una mujer madura. También es interesante advertir que cada época histórica ha valorado más un tipo de voz sobre otro. En el siglo XX se vivió el apogeo de las sopranos pero en la primera mitad del s. XIX, recién salidos del reinado de los castrati, preferían a las mezzosopranos, como demuestra el caso de la maravillosa María Malibran. ¿En qué medida estas convenciones se mantuvieron en las óperas más innovadoras del siglo XX?

KFK: Tienes toda la razón, había como una escala de valores según la tesitura de la voz; en el siglo XX  se siguen respetando las voces para acoplarlas al personaje: Electra (soprano), Chrysothemis (soprano) y Klytaemnestra (mezzo); Salomé (soprano) y Herodías (mezzo); Katia Kabanova (soprano) y su suegra Marfa (mezzo); Lulú (soprano) y la condesa Geschwitz (mezzo)…Hay como un duelo de personajes, de voces entre sopranos y mezzosopranos, ya Wagner había en el siglo XIX creado algo parecido en Lohengrin entre Elsa (soprano) y Ortrud (mezzo). Hoy en día hay magníficas cantantes de todas las tesituras admiradas por la búsqueda de personajes olvidados en óperas de siglos anteriores.

La hora del relevo.

Sunset Boulevard
A: ¿Crees que la ópera como género está en declive y que el musical le ha arrebatado el favor de los espectadores? ¿Tenemos grandes personajes femeninos en estas obras musicales para todos los públicos?

KFK: Si decimos que en la ópera encontramos la sublimación de nuestras emociones, ésta nunca estará en declive; siempre buscaremos en ella el hechizo de la voz, de esa voz lejana y materna. Admiramos a los cantantes de ópera por su profundidad, su autenticidad ya que son capaces de despertar en nosotros los sentimientos más poderosos, nos arrancan de la tierra para transportarnos a otro mundo. Con relación al musical, si quieres, sus personajes femeninos y masculinos también, son más “light”; están motivados por el espectáculo: un texto contenido y asequible, una música pegadiza y facilona y en ocasiones un baile que coordina a la perfección letra y música. Creo que son campos muy distintos y cada cual tiene su propio público.


A: Pues sí, son perfectamente compatibles. Y, de hecho, muchas adaptaciones escénicas tratan de utilizar escenarios contemporáneos, lo que en la práctica acerca a los géneros. Pero nos falta un Verdi, un Puccini para seguir inventando óperas inolvidables.

Donde el corazón se esconde.

Para finalizar, cuéntanos con detalle cuál o cuáles son tus personajes femeninos favoritos en la ópera y por qué. Estoy segura de que nos fascinará tu interpretación.

Roberto Deveraux

KFK:
A veces más que la historia en sí, siempre he admirado las diversas formas de expresar los sentimientos tanto de los personajes masculinos como femeninos de la ópera a través de los siglos, pero indudablemente los femeninos se llevan la palma. Si tengo que elegir y por orden  cronológico  me quedaría con las “desdichadas”, llamémoslas así, de Donizetti: su trilogía Tudor (Maria Stuarda, Ana Bolena y Elisabeth de Roberto Devereux), Lucia de Lammermoor, Lucrecia Borgia…Hay escenas que reflejan una gran tensión acumulada, recreándose en el lirismo y exponiendo el aspecto más interno del personaje en una melodía infinita, acompañada ésta por el coro hasta un estallido final en el que se liberan esos sentimientos contenidos. En el siglo XX tengo dos de mis óperas favoritas: Salomé y Electra de mi admirado R. Strauss. Si Salomé es la lujuria, Electra es la venganza. Salomé se expresa muy claramente: desea a Juan el Bautista y por ese capricho se deja llevar, arrastrando con ello a todos los que la rodean. La atonalidad está muy bien empleada por el compositor para exponer las asperezas anímicas de la protagonista. No puedo olvidarme de otras dos de mis protagonistas preferidas Jenufa y Katia Kabanova de Janacek.   

Electra 
Pues ya habéis visto, Carlos Ferreiro nos ha deslumbrado con su sabiduría. Quisiera recomendaros su blog Eternamente (http://eternamentekfk.blogspot.com/ ), una maravilla en la que conviven relatos inteligentes y sensibles con la música o la danza que siempre acompañan a sus entrañables personajes y, también, las extraordinarias imágenes con las que ilustra sus historias. Igualmente en este enlace encontraréis información sobre su trayectoria intelectual y artística:
 
Turandot

viernes, 14 de septiembre de 2018

MARY SHELLEY: ANTROPOLOGÍA EN "FRANKENSTEIN"


En esta entrada vamos a explorar las sorprendentes conexiones que presenta la novela Frankenstein, o el moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley, con la Antropología. Aunque quizá no es un vínculo que resalte a primera vista, hay aspectos muy interesantes en la obra que la conectan con temas propios de la reflexión antropológica, como las teorías racialistas, el colonialismo y los viajes de exploración y conquista, las comunidades utópicas en el Nuevo Mundo, el hombre salvaje o la observación participante como método de trabajo etnográfico.. Si nos paramos un momento a reflexionar, no debería extrañarnos esa riqueza de temas ocultos en las entretelas de una novela que se escribió en el gozne entre el mundo antiguo, que había desaparecido para siempre tras la Revolución Francesa, y el prometedor pero también peligroso horizonte sociopolítico y científico que se abría ante el "recién nacido"siglo XIX.

1. El racialismo entra en escena.
Una siniestra noche del mes de noviembre, pude por fin contemplar el resultado de mis fatigosas tareas. Con una ansiedad casi agónica, coloqué al alcance de mi mano el instrumental que iba a permitirme encender el brillo de la vida en la forma inerte que yacía a mis plantas. Era la una de la madrugada, la lluvia repiqueteaba lúgubremente en las calles y la vela que iluminaba la estancia se había consumido casi por completo. De pronto, al tenebroso fulgor de la llama mortecina, observé cómo la criatura entreabría sus ojos ambarinos y desvaídos. Respiró profundamente y sus miembros se movieron convulsos.
¿Cómo podría transmitirle la emoción que sentí ante aquella catástrofe o hallar frases que describan el repugnante engendro que, al precio de tantos esfuerzos y trabajos, había creado? Sus miembros estaban, es cierto, bien proporcionados y había intentado que sus rasgos no carecieran de cierta belleza. ¡Belleza! ¡Dios del cielo! Su piel amarillenta apenas cubría la red de músculos y vasos sanguíneos. Su cabello era largo y sedoso, sus dientes muy blancos, pero todo ello no lograba más que realzar el horror de los ojos vidriosos, cuyo color podía confundirse con el de las pálidas órbitas en las que estaban profundamente hundidos, lo que contrastaba con la arrugada piel del rostro y la rectilínea boca de negruzcos labios.
                                                                                       Frankenstein, cap.V.
Anne K. Mellor, en su artículo "Frankenstein, Racial Science, and the Yellow Peril" (2001) realiza un incisivo análisis de la novela, poniendo de relieve cómo esa descripción física del monstruo se enmarca en el debate racialista que estaba emergiendo en aquella época. El dato, que no parece en absoluto casual, de la piel amarilla de la Criatura, apunta a que no pertenece a la raza blanca. Es algo que ya se pone de relieve ante el lector mucho antes de que el Dr. Frankenstein abandone horrorizado su laboratorio, tras contemplar el desazonador resultado de su experimento científico. Nuestra primera visión de la Criatura tiene lugar en las páginas iniciales de la novela (cuarta carta), cuando el capitán Walton y sus hombres, atrapados por los hielos árticos, logran ver en la distancia un trineo conducido por un ser de forma humana aunque de estatura gigantesca. 


A la mañana siguiente rescatan al Dr. Frankenstein y las reveladoras reflexiones de Walton al respecto son: "Al contrario que el viajero divisado la noche anterior, no era un ser salvaje, habitante de alguna isla inexplorada todavía, sino un europeo". La necesaria conclusión es que la Criatura no es de raza caucásica sino de otra diferente. La referencia parece hecha a los isleños que recientemente había encontrado el capitán Cook en el Pacífico, o a las inquietantes figuras que atisbaban los gestores de la Compañía de Indias Orientales en su busca de las especias del Índico. Como apunta Anne Mellor, los lectores de aquel tiempo habrían identificado inequívocamente a ese hombre de piel amarilla y pelo negro largo y lacio, que cruza las estepas de Rusia y Tartaria, con un miembro de la raza mongoloide. Esta es una de las cinco categorías que definió por primera vez, en 1795, Johann Friedrich Blumenbach. Este estudioso, más que ningún otro, sentó los fundamentos de la moderna ciencia de la Antropología Física, y la novela se hace eco de ella, al igual que de otros fascinantes desarrollos científicos del siglo XIX: la teoría de la electricidad animal de Luigi Galvani, los descubrimientos químicos de Humphrey Davy, o la teoría evolucionista de Erasmus Darwin. De esa manera, ciencia y antropología quedan englobados, dentro de la novela, en la nueva cosmovisión del mundo contemporáneo.
Poligenismo y monogenismo.
Hacia 1800 dos teorías contrapuestas pugnaban por explicar las grandes diferencias observables entre las tribus y naciones humanas, y que eran bien conocidas en los ámbitos intelectuales europeos. La primera, la poligenista, sostenida por Emmanuel Kant, Lord Monboddo o Charles White, mantenía que las tribus humanas se habían originado por separado unas de otras, y que podían situarse como grados distintos a lo largo de la Gran Cadena del Ser, que se extendía jerárquicamente desde Dios y las criaturas angélicas hasta los seres inferiores, sin vacíos intermedios. De aquí nace el engañoso concepto del eslabón perdido. Para completar esa imaginaria cadena, dicha teoría situaba a los negros africanos, como una especie distinta, entre los seres humanos y los primates. En contra de ese determinismo biológico, muchos estudiosos invocaban la doctrina cristiana y los escritos de Aristóteles y Estrabón para argumentar que todas las tribus humanas eran parte de la misma especie y se habían formado, a lo largo del tiempo, desde una sola pareja originaria, Adán y Eva. Las diferencias en el color de la piel, el cabello, la forma craneal y la anatomía se atribuían a la adaptación a condiciones medioambientales tales como el clima, el agua o la alimentación. El más reconocido defensor de esta visión monogenista fue el conde de Buffon, que tanto en su obra de 1749, Variaciones en la especie humana, como en su monumental Historia natural (1749-1804), sostuvo que los animales que pueden procrear y cuya progenie, a su vez, es fértil, deben encuadrarse en la misma especie. Por tanto, como esa condición se cumple, todos los seres humanos pertenecen a una sola especie, no obstando a tal conclusión las diferencias morfológicas y de carácter producidas por el clima y las costumbres.
El racialismo pseudocientífico de Blumenbach.
Como un peculiar desarrollo de la teoría monogenista, Johann Friedrich Blumenbach, en su disertación doctoral de 1775, De generis humani nativa varietatis, elaboró el concepto analítico de raza con el fin de clasificar los distintos subgrupos dentro de la especie humana. Merece la pena recalcar que la categoría biológica de raza como algo estable y transnacional no era reconocida antes de finales del siglo XVIII. Blumenbach, siguiendo las teorías renacentistas y del naturalista sueco Linneo acerca de los cuatro humores, identificó cuatro razas: la blanca o caucásica ( un término que acuñó a partir de los incipientes estudios sobre el indoeuropeo, cuyo origen se situaba en el Caúcaso); la raza mongoloide; la americana; y la etíope. En 1781, sin embargo, adicionó una quinta raza, la malaya. Y en 1795 no sólo desarrolló ampliamente su descripción de esas cinco razas sino que, y esto es lo más importante, las situó en un orden histórico evolutivo. La caucásica sería la más antigua o más primitiva y, a partir de ella, se habrían desarrollado/de-generado, por un lado, la mongoloide y, por otro, la etíope. A medio camino entre el punto de partida y cada uno de esos dos extremos (siempre recalcando la recurrente idea de la Gran Cadena del Ser), Blumenbach situaba la raza americana, paso intermedio hacia la mongoloide, y la malaya, hacia la etíope.
La "Shelley Connection".
La parte más interesante, para mí, de estos análisis sobre Frankenstein, es el momento en que los estudiosos trazan las conexiones directas entre las innovaciones teóricas de la época y cómo llegaron a conocerlas y a aplicarlas tanto Mary como Percy Shelley. Anne Mellor recuerda que los dos discípulos más importantes de Blumenbach fueron James Cowles Prichard, un destacado médico galés, y William Lawrence, profesor de Anatomía y Cirugía en el Hospital de San Bartolomé en Londres. Y fue William Lawrence, médico y amigo de los Shelley, quien con mayor energía defendió el pensamiento materialista de Blumenbach acerca de las cinco razas humanas. Primero, en sus lecciones anuales sobre anatomía desde 1812, que se basaron en la Anatomía comparativa de Blumenbach, un tratado que Lawrence tradujo y desarrolló en 1807 durante sus primeros años profesionales junto al Dr. James Abernethy. En 1819 Lawrence recogió aquel material docente en un libro que dedicó a Blumenbach. En sus conversaciones sin duda Lawrence debió de comunicar a Mary y a Percy su concepto mecanicista del organismo humano como compuesto enteramente de una sustancia corporal, en oposición al principio vitalista que defendía su maestro Abernethy (dedicaremos atención al tema en posteriores entradas). Para Abernethy, el alma escapaba del cuerpo en el momento de la muerte. En cambio, Lawrence -que sirvió de modelo para el profesor Waldman en la novela-, creía que la Química es la ciencia más importante, la que enseña la composición de los cuerpos, rechazando con ello la existencia de ninguna sustancia espiritual. 
Percy B. Shelley
Percy Shelley, cuando empezó a estudiar Medicina, probablemente tuvo su primer contacto con William Lawrence en 1811 mientras asistía a las lecciones sobre Anatomía de Abernethy. Además, Lawrence se convirtió en el médico de los Shelley desde esa fecha, y Mary continuó consultándole materias médicas y otras hasta la muerte del doctor en 1830. Como pone de relieve Mellor, hay otro motivo por el cual el revolucionario Percy pudo haber estado particularmente interesado en las ideas del inteligente, bien educado y políticamente radical Lawrence, pues este atacaba continuamente las desigualdades sociales y la pequeñez intelectual de su época. Por otra parte, es claro que Percy Shelley también leyó al propio Blumenbach o tuvo conocimiento de su clasificación racial a través de Lawrence u otros historiadores naturales, como se deduce de la alusión al color de las cuatro razas en su "Oda al Viento del Oeste": "Yellow, and black, and pale and hectic red".

Orientalismo en Frankenstein.
También Mary estaba familiarizada con la categorización racial de Blumenbach: la Criatura aprende historia escuchando a hurtadillas las lecciones de Felix De Lacey, que lee a su amada Safie Las ruinas de Palmira ( 1791 ) del vizconde de Volney. En ese texto los mahometanos acusan a los cristianos de intentar destruir todas las naciones y razas. La ilustrada Criatura resume así la enseñanza aprendida del célebre texto de Volney:
Conocí la innata negligencia de los asiáticos, el genio y las actividades intelectuales de los antiguos griegos, las virtudes y hazañas bélicas de la Roma clásica, la decadencia de aquel poderosísimo imperio y el nacimiento de las órdenes de caballería, la cristiandad y la monarquía. Supe cómo fue descubierta América y lamenté, junto a Safie, la desdichada suerte de los indígenas habitantes de tan remotos lugares.
                                                                                        Frankensteincap.XIII.
Hacia 1815 la imagen estereotipada de los orientales como seres de piel amarilla, pelo negro e imberbes ( mientras que antes se consideraron de piel blanca), se hallaba consolidada no sólo en los escritos científicos de Blumenbach, Richard o Lawrence sino también en la cultura europea en su conjunto. Desde 1780 esas descripciones se vieron corroboradas por el creciente comercio desarrollado por la Compañía de las Indias Orientales en Asia, y aparecen igualmente en los informes diplomáticos y de los misioneros en India y China, al igual que en los populares libros de viajes, como el de John Barrow de 1804. De acuerdo con Mellor, Frankenstein (1818) inició una nueva versión de este "Hombre Amarillo", el oriental como gigante. La única representación gráfica de la Criatura que Mary Shelley pudo haber visto, en el frontispicio de la edición revisada de 1831, diseñada por T. Holst y grabada por W. Chevalier, tenía la piel amarilla.

En sus lecciones sobre anatomía, Lawrence siguió a Blumenbach al insistir en que las especies humanas eran intrínsecamente distintas de todas las especies animales, inclusive los primates; que la raza africana no era un eslabón perdido entre éstos y los humanos sino una simple variedad y que había cinco razas humanas basadas en el color de la piel y los ojos, el tipo de pelo, la formación craneal y la anatómica. Pero Lawrence añadió un importante elemento a la teoría racialista de Blumenbach. Siguiendo a pensadores de la Ilustración alemana como Kant y Herder, Lawrence atribuyó una característica moral distintiva a cada tipo racial. Para él, la raza blanca es preeminente por sus superiores sentimientos morales y capacidades mentales, aunque las razas inferiores también cuentan con otros atributos positivos y negativos. En particular, por lo que se refiere a la raza mongoloide, argumentaba que, aun contando con una antiquísima historia y una sofisticada civilización, el secular estancamiento de los imperios de China y Japón era prueba irrefutable de su naturaleza inferior y de su limitada capacidad en comparación con las razas blancas, citando como ejemplos de destrucción sin progreso a Atila, Tamerlán o Gengis Khan. Lawrence intentó proveer de base científica a lo que Edward Said denominó "orientalismo", la producción cultural de un estereotipo de la raza asiática como, por una parte, un pueblo estancado, perezoso y decadente y, por otro lado, violento, bárbaro y destructivo. Ese planteamiento ideológico legitimaría a los occidentales para ejercer su "benéfica tutela" en pro de la humanidad, visión que se halla en la base de la expansión colonial.
Frankenstein y la momia

Lawrence proporcionó dos puntos más que posible relevancia, de acuerdo con el análisis de Anne Mellor, para la representación de la Criatura del Dr. Frankenstein. Dada su creencia en que la raza caucásica era superior y en la inferioridad intrínseca de la raza negra, cuando Lawrence examinó los incuestionables logros de los antiguos egipcios, se vio forzado a aseverar que no fueron negros sino una población euroasiática con una mínima proporción de raza africana. Mellor apunta a que en la novela se identifica a la Criatura dos veces con una momia por su piel arrugada. Las únicas momias que Mary pudo haber visto, bien en el Museo Británico, donde fueron exhibidas en la década de 1790, bien en el Louvre, que visitó en 1814,-estas traídas por la expedición napoleónica-, tenían las caras pintadas en los sarcófagos con una paleta cromática que iba del amarillo pálido al amarillo rojizo o incluso el marrón oscuro. Una vez destapadas, también presentaban una piel amarillenta y arrugada. Además, Lawrence insistió en que los mongoloides eran una raza sin barba, que en 1815 era un distintivo de virilidad y, por tanto, de superioridad racial y sexual ampliamente asignado a la raza caucásica.
2. Frankenstein como el Buen Salvaje. Las comunidades utópicas en el Nuevo Mundo.
En la riqueza de temas que se entrecruzan en la novela, el terror gótico, que parece el más evidente para nosotros, es de hecho subalterno frente al problema de la educación en toda su pluralidad de aspectos, inclusive la discriminación de género. Pero el referente más claro es el del "bon sauvage" de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778): "el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe", proclamó en El discurso sobre el origen y fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1755). En la novela, la Criatura nace bondadosa e inocente, dotada de una aguda inteligencia y sensibilidad, pero el rechazo social y de su propio creador la convierten en un monstruo asesino que, no obstante, concita más simpatía que la soberbia y frialdad emocional de Victor Frankenstein: "Yo era bueno y cariñoso. Los sufrimientos me han convertido en un malvado. Concededme la felicidad y seré virtuoso". El elocuente monstruo continúa con su conmovedor discurso: "¡Creedme, Frankenstein, soy bueno; mi espíritu está lleno de humanidad y amor, pero estoy solo, horriblemente solo! ¡Incluso vos, que me creasteis, me odiáis!" (cap. X).
Los vínculos de la novela con el mito del noble salvaje, que no arranca de Rousseau sino de autores patrios como Bartolomé de las Casas, o de los Essais de Michel de Montaigne (1533-1592), han sido ampliamente estudiados y no resulta necesario repetirlos aquí. Sí, en cambio, merece la pena destacar una de las múltiples alusiones de la novela al contexto cultural de la época, la comunidad utópica que pretendieron crear en el Nuevo Mundo un grupo de bien conocidos poetas románticos ingleses.
La pantisocracia.
Robert Southey ( 1774-1843) pertenece a la primera generación de poetas románticos británicos junto a William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge. Los tres son conocidos como los poetas del Lake District, por el lugar donde residieron. Percy Shelley, Lord Byron y John Keats, por su parte, integran la segunda generación, y fueron denominados "poetas satánicos" por su descreimiento religioso. El canon formado por los seis grandes poetas (incluyendo a William Blake) hace tiempo ya que se amplió para acoger, más que merecidamente, a Mary Shelley. Esta no ignoraba los planes radicales de sus predecesores literarios. Y es que el joven Southey, junto con Coleridge y otros aventureros más, concibieron escapar de los males sociales para recuperar, en el Nuevo Mundo, el estado de naturaleza perdido por Adán y Eva. Inspirados por la República de Platón, por las utopías renacentistas (de Tomás Moro, Francis Bacon y Campanella) y por los relatos de viajeros y exploradores, pretendieron crear la pantisocracia, una comunidad igualitaria donde vivir de forma sencilla y natural, liberados de la esclavitud del lujo, compartiendo sus posesiones, trabajando para todos y dedicándose a la ciencia y la literatura. De acuerdo con sus planes de acción, tomarían como esposa a una dulce y adorable mujer, que sería la encargada de prepararles una comida sencilla y de mantener bella y fuerte una nueva raza, que nacería ya alejada de la influencia corruptora del Viejo Mundo.


Río Susquehanna en la actualidad
Un auténtico quebradero de cabeza fue, para aquellos poetas revolucionarios, elegir el lugar perfecto donde iniciar su nueva andadura. A través de la información proporcionada por un contacto de Coleridge en Pennsylvania, decidieron comprar terreno suficiente para doce familias en las orillas del río Susquehanna. Esa elección vino dada por el hecho de que el paisaje allí era muy hermoso y no había riesgo de ataque por parte de los indios. Pero pronto fueron conscientes de las dificultades que minaban su camino hacia la libertad: la falta de recursos financieros, la necesidad de trabajar duro la tierra...En 1794, intentando salvar el plan a la desesperada, Southey propuso trasladar la empresa a Gales hasta que, al final, cundió el desánimo y abandonaron la idea. Pero Mary encontró la forma de introducir el plan en su novela. Y es que la Criatura propone a Frankenstein que le otorgue una compañera con la que marchar a Sudamérica para iniciar allí una nueva vida. El retorno a la naturaleza, la autosubsistencia, el vegetarianismo y la aspiración utópica, son los argumentos del discurso del Monstruo que evocan el malogrado proyecto pantisocrático:
Me estableceré en las enormes tierras deshabitadas de América del sur. Yo no preciso, para alimentarme, la misma comida que el hombre; no devoro el cordero o al cabritillo para nutrirme con su carne. Bayas, bellotas y raíces me son manjar suficiente. Mi compañera será idéntica a mí y sabrá, también, contentarse con la misma comida. Nuestro lecho será de hojas secas, pero el sol brillará para nosotros, como brilla para los demás seres y hará fructificar nuestros alimentos. La escena que os describo es agradable y feliz, debierais comprender que poniendo trabas a su realización mostráis una cruel e inútil tiranía.     Frankenstein, cap.XVII.

Hay       Una cuestión fundamental que acerca la novela a las fantasías utópicas de los jóvenes poetas. El Dr. Frankenstein, inicialmente, se deja persuadir por los convincentes argumentos de la Criatura y, de hecho, comienza los trabajos para fabricar una compañera a su solitario vástago. Pero cuando ya los tiene casi ultimados, se obsesiona con el temor de que los dos monstruos procreen una raza indomable capaz de destruir a la humanidad, por lo cual aborta el plan. No es difícil ver en ello un eco de los planes de los poetas utópicos de crear una raza fuerte. Y no debe extrañarnos que Mary estuviese familiarizada con ellos: Coleridge y su padre, el filósofo anarquista William Godwin, eran grandes amigos y se admiraban mutuamente. En 1806, cuando solo contaba con ocho años, Mary estuvo presente, escondida tras un sofá de su casa, mientras Coleridge mismo leía con voz poderosa La balada del viejo marinero, que había escrito en 1798Fue una experiencia que la marcó profundamente y que tuvo una influencia decisiva en la elaboración de Frankenstein, como ahora podremos comprobar.
Coleridge
3. El viaje al ÁrticoMitos, exploración y conquista.
Quiero inútilmente convencerme de que el polo es un paraje frío y desolado, pero, una vez tras otra, aparece en mi imaginación como un lugar lleno de hermosura y delicias. Allí, Margaret, jamás se pone el sol y su enorme disco no hace más que acariciar el horizonte, luciendo en eterno esplendor. Allí (...) el hielo y la nieve desaparecen. Incluso es posible que, navegando sobre el calmado océano, seamos conducidos hacia una costa que sobrepase, en hermosura y encanto, a todos los países descubiertos hasta hoy en las partes habitadas del globo. Es posible que sus recursos y sus paisajes sean incomparables (...) Satisfaré mi ardiente curiosidad hollando una parte del mundo que jamás ha sido explorada, y probablemente caminaré sobre una tierra en la que nunca se ha posado la planta humana. Es eso lo que me atrae y bastaría, por sí solo, para impulsarme a vencer el miedo al peligro y a la muerte (...) Y aún en el caso de que todas esas conjeturas fueran erróneas, no puedes negar el beneficio inestimable que procuraré a la humanidad descubriendo, en las cercanías del polo, una ruta por mar a esos países a los que tantos meses tardamos en llegar, o desvelando el secreto de la fuerza magnética que solo puede ser descubierto- si es que existe algún modo de hacerlo- gracias una aventura como la mía.
                                                                             Frankenstein, Primera carta.
La novela arranca con el relato del capitán inglés Robert Walton que, desde la parte más septentrional de Rusia, pretende descubrir el Paso del Noroeste. Al joven marino le arrebata el entusiasmo pero, al mismo tiempo, está atemorizado por el enorme peligro que deberá arrostrar en esa aventura: quedar atrapado por los hielos sin posibilidad de retorno, como ya le había sucedido a numerosas expediciones anteriores y seguiría sucediendo en los ulteriores intentos. Pero puede más su afán de alcanzar la gloria con el descubrimiento de una ruta comercial más corta, del secreto de la fuerza magnética del Polo Norte o de tierras todavía inexploradas cuando ya no quedaban continentes por cartografiar. Igual que el doctor Frankenstein se apasionó con las ilimitadas posibilidades de la ciencia moderna, Walton también sueña con llevar a cabo la hazaña de encontrar la vía hacia el norte del océano Pacífico atravesando los mares que circundan el Polo. En ese sentido, y en muchos otros, Mary Shelley los presenta como almas gemelas, aunque sus destinos acaban siendo bien diferentes.
El Paso del Noroeste, una búsqueda temeraria

La exploración del Ártico comienzo muchos siglos atrás. Queda constancia que el griego Pytheas de Massalia, hacia el 330 a. C., ya surcó estas heladas aguas y después lo hicieron los monjes irlandeses y los vikingos, hasta que está osada aventura se convirtió en un serio proyecto comercial y de conquista en el siglo XV. Tras el descubrimiento de América, España y Portugal se repartieron los accesos a las riquezas de África y Asia. España dominaba la ruta hacia el Pacífico a través del Estrecho de Magallanes y Portugal disponía de la llave hacia el Océano Indico por el Cabo de Buena Esperanza. Los británicos quedaron excluidos del festín y solo tenían ante sí dos posibilidades: la rapiña a los barcos de sus enemigos, que practicaron con fruición, o intentar descubrir un paso alternativo que uniese el Atlántico y el Pacífico por el extremo norte. Con ello se reducirían los largos viajes a Catay (China) y Cipango (Japón) en muchos meses, pues la ruta del Polo Norte sería más corta que la del ecuador. Walton alude claramente a esta finalidad en la carta primera a su hermana Margaret Saville.
Durante muchos siglos arrojados navegantes holandeses, españoles y, sobre todo ingleses, como John Cabot, Frobisher, Hudson, Baffin o Vancouver, intentaron encontrar, sin éxito, el Paso del Noroeste pero jalonaron el mapa mundi con hitos que nos recuerdan sus nombres y su arrojo. En la primera carta, Walton describe la ruta que va a seguir desde Arcángel, en la Rusia europea, a orillas del Mar Blanco, hacia el Pacífico; y, en la segunda, indica que prevé regresar bien por el extremo más meridional de América o por África. Sin duda Mary seguía muy de cerca las informaciones sobre los viajes de exploración.

Mapa de Ortelius de 1589
La primera carta de Walton hace referencia también al prolongado mito de un paraíso terrenal más allá de los impenetrables hielos del Polo Norte. Hasta el segundo viaje del Capitán Cook, en 1772-1775, se creyó en una imaginaria Terra Australis Incognita, un continente todavía por descubrir en el hemisferio sur. En su primer viaje el gran marino inglés mostró que Nueva Zelanda no formaba parte de un continente mayor y, en el subsiguiente, que toda gran extensión de tierra no podría estar situada en zonas de clima templado sino en la Antártida. Cuando la fantasía de ese gran continente austral se desvaneció, cobró más fuerza la idea de que en el Polo Norte habría un territorio de excelente clima en el interior de los hielos, de acuerdo con la regla de la inversión climática.
Mapa del continente septentrional por Mercator, 1595
Buscando el Grial en el Ártico.

La búsqueda de esas nuevas tierras corría paralela con el empeño romántico de sobrepasar los límites de lo humano, un afán prometeico muy en consonancia con la novela y el poema de Coleridge que le sirve de constante referencia. De hecho, el capitán Walton reconoce esa influencia en su segunda carta:
Me dirijo a regiones aún vírgenes, "al país de la niebla y la nieve", pero yo no cazaré albatros. No sufras, pues, por mi vida ni temas verme regresar, exhausto y miserable, como el "Ancient Mariner". Te imagino sonriendo ante esta alusión al poema de Coleridge. Quiero, a este respecto, rebelarte un secreto; a menudo he atribuido a las obras de este poeta, el más imaginativo de la literatura moderna, la causa de mi pasión por el mar y el entusiasmo que sus misterios despiertan en mí. Algo inexplicable se remueve en mi corazón(...) pero existe también en mí un amor a lo maravilloso, una fe en lo insólito que se une a todos mis proyectos y me fuerza a despreciar los senderos trillados para empujarme a afrontar este océano indómito y estos países desconocidos que me dispongo a descubrir.


Ilustraciones de Gustavo Dore para el Ancient Mariner, con el albatros, símbolo de la inocencia  
El norte magnético
1818        1818, el año en que se publicó Frankenstein, vio partir desde Londres dos expediciones en busca del Paso del Noroeste. Se trataba de aprovechar el hecho de que, tras las guerras napoleónicas, Inglaterra había quedado dueña y señora de los Siete Mares. Uno de los objetivos del capitán Walton, localizar el norte magnético, solo lo alcanzaría James Clark Ross en 1831, situándolo en la isla de King Williams. Sin embargo, en 1905, el noruego Roald Amundsen, después de atravesar, por primera vez, el ansiado Paso, pudo comprobar que el punto se había desplazado 40 millas al noroeste, de manera que no es un lugar fijo sino que depende del estado de la gran masa de hierro semifundido que yace en el corazón de la tierra, a 2.900 km de la superficie. El norte magnético, que no coincide con el geográfico, se desplaza a razón de 150 metros por día. Ha habido otras localizaciones anteriores del norte magnético, que se invierte en ciclos de cientos de miles de años. El paleomagnetismo nos enseña que la última vez se produjo hace 770.200 años, inversión se conoce como Brunhes-Matuyama por el nombre de los geofísicos que la estudiaron, pero hay otras anteriores. Ese magnetismo deja una impronta en los sedimentos terrestres y permite datar con precisión las sucesivas capas como lo hace el método del carbono 14.



¿Era la Criatura un etnógrafo avant la lettre?
Aunque suene extraño, el antropólogo Dave Wolf lanza esta atrevida idea no sin fundamento, ya que tiene bastante sentido en el contexto de la genial novela de Mary Shelley. El monstruo está observando todo el tiempo, no solo a su creador sino a la familia De Lacey. Y su expreso objetivo es aprender la historia, los hábitos y las costumbres de los humanos, descubrir los motivos que influyen en sus acciones, tal como lo haría un antropólogo. Ciertamente la capacidad de observación es el rasgo más destacable y constante en la Criatura. Por otro lado, su vigilancia no es invasiva, pues en todo momento trata de no ser visto ni interferir la conducta ajena. Solo su creador intuye su presencia. 



Se contrapone a los humanos como miembros de razas diferentes y el "monstruo antropólogo" aprende el idioma de los miembros de aquella "tribu francesa" para poder interactuar con ellos. Resultan particularmente sorprendentes sus reflexiones sobre la terminología del parentesco y las relaciones que la misma encarna: "También aprendí el nombre de mis vecinos. El joven y la muchacha tenían varios, pero el anciano se llamaba solamente padre. La muchacha podía ser hermana o Ágata y el joven, Félix, hermano o hijo. No puedo expresar la alegría que experimenté al descubrir el sentido de tales vocablos y al ser, a mi vez, capaz de pronunciarlos" (cap.XII). Es verdaderamente asombroso tropezarse, en una novela de comienzos del siglo XIX, con estas ideas que captan con tanta sencillez uno de los problemas de la moderna Antropología del parentesco. 
La Criatura es también un viajero incesante que arrostra grandes dificultades para ello, tal como lo hacen los antropólogos para llevar a cabo su trabajo de campo.Y Dave Wolf, cuyas ideas estoy enlazando con las mías propias, todavía apunta otra posible conexión con la Antropología: el problema de la fiabilidad de los informantes. Hay varios marcos a través de los cuales el lector recibe la historia. El prefacio, que marca su carácter de producto literario, en contraste con el juego de muñecas rusas que se inicia con las cartas del capitán Walton y sigue con su diario, el relato de Victor Frankenstein, el de la Criatura, el diario de laboratorio, otras cartas..., cada unos con su visión particular de lo que está sucediendo. Y, por último, cabe destacar el análisis del ser humano como esencial y constitutivamente social, y que lo que convierte al monstruo en tal es negarle una identidad social y la posibilidad de ser aceptado por un grupo.


Antropología, etnografía, arqueología, debates científicos de vanguardia, viajes de exploración, magnetismo, pedagogía, las comunidades utópicas...¿cómo pudo aquella jovencita de 18 años, sin una educación formal, condensar tal cantidad de temas en una novela primeriza? Resulta realmente fascinante esa condición de "antena humana" de Mary Shelley, que supo captar el mundo cultural en plena ebullición tras la Revolución francesa y trasmitirnos todo su poder de seducción, como igualmente sus temores y errores.
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Esta entrada está especialmente dedicada a mi compañera de aventuras antropológicas sobre el papel, Ángeles Boix Ballester, que es la auténtica experta en Frankenstein.
Fuentes consultadas:
-Knellwolf, Christa: "Geographic Boundaries and Inner Space: Frankenstein, Scientific Exploration, and the Quest for the Absolute". En Frankenstein. Norton Critical Edition. Segunda edición, 2012.
-Levy, Michelle: "Discovery and the Domestic Affections in Coleridge and Shelley". Studies in English Literature, 1500-1900, vol. 44, No.4, The Nineteenth Century (Autumn, 2004), pp.693-713. Web. 30-7-2018.
-Mellor, Anne K.: "Frankenstein, Racial Science, and the Yellow Peril". En Frankenstein. Norton Critical Edition. Segunda edición, 2012.
-Reverte, Javier: En mares salvajes. Un viaje al Ártico. Círculo de Lectores, 2011.
-Shelley, Mary: Frankenstein. Bruguera, 1981.

-Wolf, Dave: Anthropological Analysis of Frankenstein by Mary Shelley. 21-10-2013. Web. 22-10-2014.
-Cuando el polo norte magnético de la Tierra estaba en el sur. 9-7-2015.Web. 31-7-2018.
-Pantisocracy. Wikipedia. Web. 29-7-2018.
-Robert Southey. Wikipedia. Web. 29-7-2018.

-Terra Australis Ignota. Wikipedia. Web.31-7-2018.