Mostrando entradas con la etiqueta Suffragette. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Suffragette. Mostrar todas las entradas

domingo, 28 de febrero de 2021

SUFRAGISMO. La gran batalla por el voto de las mujeres en la primera ola del feminismo

La película Sufragistas (2015) es un estupendo referente para conocer más de cerca las denodadas luchas de las mujeres en el Reino Unido para conseguir la igualdad política, y para descubrir cómo, en el curso de esas batallas, el sistema patriarcal violentó de manera intolerable los cuerpos y mentes de las activistas que le plantaron cara durante la primera ola del feminismo. En la entrada anterior María Ángeles Boix examinaba la pugna por los derechos civiles en Estados Unidos en torno a la figura de Shirley Chisholm en una fase ulterior del movimiento (http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/03/chisholm-y-la-lucha-por-los-derechos.html ). Ahora vamos a retroceder casi 60 años para fijar nuestra mirada en la Vieja Europa, en el período verdaderamente agitado que precedió a la Primera Guerra Mundial.
Sufragistas, la película

El filme narra la historia de Maud Watts, una humilde trabajadora de una lavandería industrial. El relato comienza en Londres en 1912, un año clave en la evolución del feminismo temprano en Inglaterra. Mientras sale de la fábrica a hacer un recado, Maud presencia cómo, en medio de una algarada callejera, una de sus compañeras de trabajo, Violet Miller, rompe cristales en protesta por las condiciones políticas y sociales de las mujeres. Poco después tiene lugar una investigación en el Parlamento sobre la situación laboral de las trabajadoras, como trámite previo a la decisión sobre el derecho al voto femenino. Cuando Violet, que debía acudir a testificar, no puede hacerlo porque su marido la maltrata para impedírselo, Maud saca fuerzas de flaqueza y decide presentarse ella misma. Su testimonio resulta realmente conmovedor. Gracias a esa experiencia, descubre dentro de sí una fuerza y una rebeldía contra su situación de las que antes no había sido consciente. Al final, el Parlamento se muestra insensible a las declaraciones que habían puesto de relieve unos tremendos abusos sociolaborales sobre las clases trabajadoras. Cuando las mujeres congregadas en Parliament Square se enteran de la injusta negativa del legislador, organizan una protesta masiva durante la cual son golpeadas y arrestadas por la policía. Maud pasa una semana entre rejas y allí conoce a Emily Davison, una activista próxima a la líder del movimiento, Emmeline Pankhurst.

Emmeline Pankhurst en una alocución
Durante su encierro tiene también ocasión de conocer más de cerca la lucha heroica que se está llevando a cabo, y crece su adhesión a la causa. Sin embargo, cuando retorna a su casa, su esposo Sony le reprocha duramente la vergüenza que su detención ha acarreado a la familia, así como haber dejado abandonado a su pequeño hijo. Maud le promete que no se meterá en nuevos líos pero, cuando la invitan a una reunión secreta con la carismática Emmeline, no duda en acudir al lugar. A la salida los policías se encuentran apostados para atraparlas. A modo de escarnio, conducen de vuelta a Maud en el furgón, mientras los vecinos, escandalizados, atisban la escena a través de las persianas. Esta vez el marido la echa de casa sin contemplaciones.

Una portada satirizando a las sufragetes
 Aunque intenta seguir viendo a su hijo a escondidas, y en el trabajo pretende que nada ha sucedido, el supervisor la despide nada más ver su foto en los periódicos etiquetada como sufragista. Movida por un súbito arrebato, Maud quema a su jefe con la plancha. Es su forma de desahogarse por todos los años de continuos abusos sexuales que ha tenido que soportar. A pesar de la gravedad de los hechos, el inspector de la policía le ofrece la libertad a cambio de información sobre los movimientos de la célula terrorista, acuerdo que Maud simula aceptar. Sony continúa prohibiéndole que vea a su hijo, invocando en su respaldo la ley. Ello hace que Maud sea aún más consciente de la necesidad de actuar para conseguir cambiar esa injusta legislación. Al final, como Sony no puede ocuparse del hijo, lo entrega en adopción, lo que destroza el corazón de Maud. Sin lazos familiares que la aten, se lanza al activismo más radical, colocando bombas en buzones e interviniendo en el cable de telégrafos. Nuevamente es encarcelada junto con sus compañeras tras colocar una bomba en la residencia de verano del Primer Ministro Lloyd George. En protesta por la falta de reconocimiento de su condición de presas políticas, Maud inicia una huelga de hambre, y la institución carcelaria reacciona sometiéndola a una brutal alimentación forzada. Cuando la policía presiona a la prensa para que no informen sobre estas acciones violentas de las sufragistas, con el fin de evitar proporcionarles la publicidad que éstas buscan, la organización planea actuaciones aún más drásticas para atraer la atención a la causa. Así, acuden al derby de Epsom, al que asiste el rey Jorge V, pero sólo logran entrar al recinto Maud y Emily Davison. Esta decide actuar por su cuenta y se lanza a la pista de carreras, donde es arrollada por los caballos.

La película finaliza con escenas reales de su funeral, una larguísima comitiva de mujeres engalanadas con los signos de su militancia, y después, una relación de las fechas en que se consiguió el voto para las mujeres en los distintos países,entre las que se pueden señalar:
- Nueva Zelanda, en 1893
- Australia, en 1895
- Finlandia, en 1906
- Estados Unidos: en 1869 en el estado de Wyoming, en 1870 en el estado de Utah y, en los estados del sur, en 1919
-en el Reino Unido, en 1918

-en España, en la Constitución de 1931
El voto femenino en Francia aún tendría que esperar hasta 1944, en los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial.

Suffragettes y Suffragists
El título de la película en inglés, Suffragette, ofrece una pista muy importante acerca del concreto tipo de sufragismo al que se refiere. En castellano se pierde fácilmente esa referencia porque no disponemos de dos palabras diferentes para traducir esos dos conceptos distintos. Aunque el objetivo de ambos sufragismos era el mismo, empoderar a las mujeres gracias al derecho al voto, como trampolín hacia la igualdad política, los métodos de una y otra organización fueron muy diferentes. Con el término sufragetes nos referimos a un grupo de activistas que usaban medios violentos para conseguir el derecho al voto femenino, mientras que las sufragistas trabajaban dentro de la legalidad y en el marco de los partidos políticos.


Para comprender plenamente los motivos de escisión entre ambos grupos, debemos remontarnos unas décadas antes de 1912. En 1876 se fundó la sociedad “Los Derechos de las Mujeres”, que en 1883 se transformó en la “Sociedad para el Sufragio de las Mujeres”. Millicent Fawcett, que llegaría a ser la principal líder del movimiento sufragista, constituyó en 1897 una organización con el mismo fin, la Unión Nacional de Sociedades de Sufragio Femenino (en siglas, NUWSS), que pretendía actuar con medios pacíficos para obtener el voto para las mujeres. Ante la falta de avances en su programa de actuación, en 1903 Emmeline Pankhurst (1858-1928), oponente de Fawcett, fundó una nueva organización, la Unión Social y Política de las Mujeres (Women’s Social and Political Union, en siglas WSPU). Su objetivo era luchar por la igualdad entre hombres y mujeres mediante el derecho al voto y, a través del mismo, alcanzar una efectiva paridad en materia de derechos de la persona, familia y propiedad (divorcio, derechos hereditarios…) A diferencia de la NUWSS de Fawcett, sólo admitía entre sus filas a mujeres y, además, sentó como principio la actuación al margen de los partidos políticos, porque consideraba que solo las utilizaba para respaldar las propuestas de los parlamentarios, sin hacer un esfuerzo real para otorgarles el derecho al voto. Al principio, las tácticas de la WSPU fueron pacíficas, a través de mítines y concentraciones ante el Parlamento, pero su postura se radicalizó ante el fracaso de las sucesivas propuestas legislativas dirigidas a reconocer el sufragio femenino. En 1905 diversas sufragistas fueron arrestadas por gritar consignas a su favor. Ello desencadenó una riada de detenciones en protesta, porque las detenidas preferían ser encarceladas antes que pagar la multa que se les exigía. Éste es el origen del término “suffragette”, que utilizó por primera vez el Daily Mail en 1906 para menospreciar a estas activistas. Sin embargo, estas aceptaron gustosamente el calificativo, que les permitía diferenciarse de las “suffragists”, que actuaban integradas dentro del sistema que les negaba sus derechos. Siempre ingeniosas, hasta hicieron un juego de palabras con el término, “suffraGETtes”, para resaltar no sólo que querían el sufragio sino que lo iban a conseguir (GET).

Un ejército de sufragistas
Emmeline deseaba dirigir “un ejército sufragista en el campo de batalla” y así lo demostró en 1908, cuando 500.000 activistas se reunieron en Hyde Park para asistir a uno de sus mítines. Ante la indiferente respuesta del Parlamento, 12 sufragetes se personaron en su sede con la intención de pronunciar allí un discurso pero la policía las expulsó. Tras ello, Edith New y Mary Leigh se dirigieron a la residencia del Primer Ministro en el número 10 de Downing Street y no dudaron en arrojar piedras a las ventanas, por cuyo delito fueron condenadas a dos meses de prisión. En el juicio, Emmeline recordó a los jueces cómo los agitadores políticos varones también habían tenido que romper muchas ventanas en el pasado antes de conseguir derechos civiles que entonces se consideraban ya incuestionables.

Tras la derrota del Partido Liberal en 1910, de la que la izquierda culpó a la WSPU por su falta de apoyo, se presentó una propuesta de ley favorable al voto femenino, la Conciliation Bill. Durante su tramitación, la WSUP acordó suspender los actos violentos pero, ante el fracaso de las negociaciones, el 18 de noviembre de 1910, 300 mujeres se manifestaron en Parliament Square, enfrentándose a la policía. El grupo estaba dirigido por Emmeline y por la princesa india Sophia Duleep Sigh, que era una de las activistas más encendidas de la época. El primer ministro Lord Asquith se negó a recibirlas. Por orden de Churchill, a la sazón secretario de Estado, la policía agredió a las manifestantes, resultando arrestadas 119 personas. El escándalo se conoció como el Black Friday, aunque ahora el mercado se ha apropiado de ese nombre para estimular las ventas de temporada.

A causa de la debilidad física de las mujeres a la hora de hacer frente a los asaltos de las fuerzas del orden, Emmeline decidió que debían recibir clases de defensa personal. Para ello contó con la ayuda de Edith Garrud, una extraordinaria mujer experta en áreas artes marciales que, ya desde 1908, venía actuando como entrenadora de las sufragistas.
Huelgas de hambre


Los hechos narrados en la película se refieren a una nueva propuesta legislativa, la que se realizó en marzo de 1912, un año crucial en la lucha por que se produjo un viraje hacia tácticas más agresivas: las sufragetes se encadenaron a rejas, incendiaron buzones, pusieron bombas…. En efecto, cuando la propuesta fracasó, como tantas veces antes, Emmeline ordenó que se retomasen las protestas violentas. En respuesta, la policía realizó una redada en las oficinas de la WSUP y Emmeline fue detenida y condenada. En la prisión de Holloway llevó a cabo su primera huelga de hambre, una vía de protesta que ya había puesto en práctica en 1909 Marion Wallace Dunlop. La intención de esta fue conseguir que se reconociese a las sufragtes la condición de presas políticas. La cuestión no era baladí para los fines de su lucha. Si se las situaba en la segunda o tercera división penitenciaria, no podían disfrutar de las ventajas de que gozaban los presos políticos de la primera división, como recibir visitas o tener a su disposición medios para escribir libros o artículos. Pero no existía un criterio uniforme entre los tribunales sentenciadores a la hora de conceder un determinado nivel penitenciario a las sufragetes, de manera que no siempre se las ubicaba en la primera división. La WSPU realizó una campaña con ese fin pero el gobierno británico no estaba dispuesto a que la organización utilizase las prisiones como escaparate para su programa reivindicatorio. El caso es que, después de 91 horas de huelga y ante el temor de que Marion Dunlop se convirtiera en una mártir para el movimiento, además de obligar al Estado a abonar una indemnización por su muerte, el Secretario de Estado ordenó su liberación por motivos médicos.

Ante ello, las demás prisioneras se apresuraron a forzar su situación poniéndose igualmente en huelga de hambre, lo que se convirtió en una respuesta generalizada entre las sufragetes encarceladas. Además de publicidad, conseguían volver mucho antes a la línea de combate. El gobierno ordenó entonces que las huelguistas fuesen alimentadas a la fuerza. Pankhurst escribió que la prisión "se convirtió en un lugar de horrores y tormentos. Escenas repugnantes de violencia tenían lugar a cada hora del día, mientras los doctores iban de celda en celda efectuando su horrible trabajo”. Éste consistía en alimentar a las huelguistas por vía nasal u oral, utilizando para ello unas mordazas de acero que conseguían mantenerlas con la boca abierta. Atadas a sillas y sometidas a una fuerza considerable, el proceso debía de resultar dolorosísimo. Emmeline escribió en su diario que nunca conseguiría olvidar el sufrimiento de las mujeres, con los gritos que taladraban sus oídos. Muchas sufrían a corto plazo daños en los sistemas circulatorio, digestivo y nervioso, e incluso pleuritis o neumonía por defectuosa colocación del tubo y, a largo plazo, arrastraban unos sufrimientos físicos y psíquicos perdurables, como puede verse en la película que le sucede a Maud Watts, que también hace huelga de hambre.

La ley del gato y el ratón
Después de un amplio debate sobre los aspectos implicados en la cuestión, en 1910 Churchill corrigió las reglas relativas a las divisiones carcelarias, permitiendo a las presas sufragistas de la segunda y tercera división disfrutar de ciertos privilegios de la primera, habida cuenta que no se encontraban encerradas por crímenes graves. Ello puso fin a las huelgas de hambre durante dos años. Sin embargo, tras la detención de Pankhurst en 1913, a la vuelta de una gira de conferencias por Estados Unidos, volvieron a recrudecerse los incidentes. Entonces el gobierno respondió con la Prisoners Act, con arreglo a la cual las huelguistas de hambre eran liberadas de manera temporal en el momento en que su estado de salud se resentía de manera grave, volviendo a ser encarceladas cuando se habían recuperado.

Esta norma, que también exculpaba al ejecutivo por las eventuales muertes de las huelguistas, fue conocida popularmente con el nombre de "la ley del gato y el ratón". Es cierto, el gobierno jugaba con las prisioneras forzándolas a que abandonaran su protesta. Muchas volvían hacer huelga de hambre en cuanto las reintegraban a la cárcel. Pero la nueva ley limitó los casos de alimentación forzada a quienes habían cometido delitos muy graves. Por otro lado, las autoridades se aseguraban de que las sufragetes estuvieran tan débiles y enfermas que no pudieran asistir a mítines y otros actos mientras se hallaban fuera de su custodia.

Pero a las astucias del gobierno la WSPU respondió con no menos inteligencia. Emmeline encargó la formación de un cuerpo de élite compuesto por 30 integrantes, que fue conocido con los nombres de Bodyguard (las "guardaespaldas"), las "Jiujitsuffragettes" o las "Amazonas". Su objetivo era impedir que las sufragetes fugitivas fueran nuevamente arrestadas y conducidas a prisión. Escondidas en lugares secretos, Edith Garrud las entrenaba en técnicas de jiujitsu y en el uso de los bastones indios para golpear a los policías asaltantes. Las Bodyguard mantuvieron una serie de singulares combates cuerpo cuerpo con la policía que fueron muy comentados por la prensa. También protagonizaron espectaculares fugas bajo disfraz. Para ellas, los periodistas acuñaron otro término, las "suffrajitsu", por sus técnicas de autodefensa, sabotaje y subterfugio.

No obstante, su militancia se suspendió durante la Primera Guerra Mundial, pues en el Emmeline decidió que, por razones patrióticas, debían apoyar al gobierno británico en la contienda contra Alemania. Su apoyo fue premiado con la inmediata liberación de todas las sufragetes.
Por fin, el derecho al voto
Ya casi al término de la contienda mundial, en 1918, se aprobó la Representation of the People Act, que reconoció el derecho de voto a las mujeres mayores de 30 años que cumplieran unas determinadas condiciones de riqueza (propietarias o arrendatarios con una renta anual mínima) o que contaran con una educación superior (diplomadas en universidades). Gracias a esa ley, pudieron votar 8.400.000 mujeres, solo las pertenecientes a las clases media y alta. La razón para la asimetría de voto entre mujeres (30 años) y hombres (21 años) residió en el temor que tenía el Parlamento de que el voto femenino desestabilizase el sistema político. Debido a la Gran Guerra, se había producido una elevada mortandad entre los varones militarizados, de manera que las mujeres habrían podido convertirse en la mayoría de los votantes de no existir esa restricción.

Finalmente, 10 años después, en 1928, se aprobó el voto incondicionado para hombres y mujeres ingleses de 21 años. Emmeline había muerto sólo unos meses antes y no pudo presenciar este gran triunfo para el esfuerzo de toda su vida. Siempre nos quedará la duda de si las tácticas violentas de las sufragetes aceleraron o en realidad ralentizaron este proceso histórico. Las conexiones causales entre los fenómenos políticos y sociales de este largo y convulso período son tan complejas que nunca lo sabremos.
Personajes de la historia


Maud Watts, la protagonista a la que interpreta magistralmente Carey Mulligan, es una figura totalmente inventada, aunque resulta totalmente verosímil como resumen de muchas vidas reales. Maud es una joven que toma conciencia progresiva de las injusticias sociopolíticas y económicas que soportan las mujeres de su época y que un poco de manera accidental se ve envuelta en el devenir de los acontecimientos. Finalmente encuentra su refugio en la hermandad solidaria de las sufragetes y sigue con ellas su trágico destino.
Edith Ellyn, la activista encarnada por Helena Bonham-Carter, esta inspirada en parte en dos figuras reales: Edith Garrud, la instructora de artes marciales, y Edith New, otra sufragete a la que hemos hecho alusión más arriba. La actriz presionó para que, en homenaje a estas mujeres, se cambiara el nombre inicialmente pensado para su personaje, Caroline, la farmacéutica fabricante de bombas, por el de Edith.
El personaje que interpreta Natalie Press, Emily Davison, es históricamente fidedigno. El 4 de junio de 1913 se convirtió en una de las principales mártires de la causa sufragista cuando quizá intentaba colocar la banderola con el lema "Voto para las mujeres" en el caballo del rey Jorge, que participaba en la carrera y se encontraba presente en el evento. En la película se deja abierta la pregunta acerca de si Emily, en realidad, se suicidó para atraer publicidad hacia la causa.

Aunque Meryl Streep tiene una corta intervención en la película, su papel como la carismática en Emmeline Pankhurst es verdaderamente sensacional, como es costumbre en esta fabulosa actriz. La película refleja bien el modo de vida nómada que la líder de las activistas se vio obligada a adoptar desde 1907, cuando vendió su casa en Manchester y pasó a vivir en la clandestinidad, alojada en hoteles y en casas de simpatizantes, dando conferencias y alentando en la lucha a las sufragetes. En esa tarea la acompañó su hija Christabel, mientras que Adele y Sylvia se distanciaron de los planteamientos violentos y militaristas de su madre. El fervor que despertaba Emmeline entre sus seguidoras era tal que, en 1914, en protesta por su encarcelamiento, Mary Richardson acuchilló La Venus del espejo de Velázquez en la National Gallery de Londres.
Una crítica que se ha hecho a la película escrita por Abi Morgan y dirigida por Sara Gavron, aunque en general ha sido muy aplaudida, es que se limita a reflejar el activismo de las mujeres burguesas y blancas, sin incluir a las de otras razas. Las autoras se han defendido argumentando que la emigración femenina en el período 1911 a 1913 fue escasa en el Reino Unido y que no tenían una implicación tan clara en las luchas por los derechos civiles. Pero lo cierto es que hay una excepción muy importante, la de la princesa india Sophia Duleep Sigh (1876-1948), hija de un maharaja del Punjab y ahijada de la reina Victoria. Seguramente gracias a estos importantes vínculos nunca fue detenida pero estuvo presente en el Black Friday, mano a mano con Emmeline, vendió ejemplares del periódico Suffragette y participó muy activamente en acciones políticas en pro del derecho al voto tanto en Gran Bretaña como en su país de origen.

La historia que nos cuenta Suffragette es indudablemente dura. Nos habla de un pasado de lucha dolorosa en el que no se suelen detener los manuales de Historia. Me parece un filme necesario para aprender qué camino tan dificultoso tuvo que recorrerse para llegar a donde hoy estamos. Estos nombres, Emmeline Pankhurst, Millicent Fawcett, Emily Davison, Edith Garrud, Edith New, la princesa Sigh, merecen un hueco en nuestro almacén de conocimientos. Muchas mujeres anónimas tuvieron que pagar un precio altísimo para que nosotros podamos disfrutar de una igualdad siquiera relativa. A las que se atrevieron a protestar las tildaron inmediatamente de locas, una estrategia para silenciar sus voces, como pone de relieve Elaine Showalter en The Female Malady: Women, Madness, and English Culture, 1830-1980. Sus cuerpos fueron también violentados, para impedirles ejercer su libertad de expresión, cuando pretendieron hacer huelga de hambre. Nunca deberíamos olvidar la deuda de gratitud que tenemos contraída con su entrega.
Fuentes consultadas:
-Goodman, Lizbeth: Literature and Gender. Routledge, 1996

-Truffaut-Wong, Olivia: Is Edith in "Suffragette" based on a real person?.22-10-2015. Web. 4-3-2016. 
-Emmeline Pankhurst.Wikipedia.Web.4-3-2016
-Black Friday.Wikipedia.Web.7-3-2016
- Sophia Duleep Sigh.Wikipedia.Web.7-3-2016
-Sufragete.Wikipedia.Web.4-3-2016
-Suffragette.Wikipedia.Web.4-3-2016
-Suffragette (film).Wikipedia.Web.4-3-2016


sábado, 19 de noviembre de 2016

EL PAPEL PINTADO AMARILLO. Charlotte Perkins Gilman y la psiquiatría patriarcal

Seguimos con la reflexión antropológica acerca de ciencia y literatura. En la primera entrada de esta serie abordábamos la figura del monstruo y su problemática relación con su creador, un científico soberbio que desafía a Dios pretendiendo suplantar su papel. Éste es un elemento estructural que se encuentra presente del mismo modo en las entradas dedicadas a los androides y los robots, en Blade runner y Metrópolis. Pero existe un segundo hilo conductor que relaciona a los monstruos y a los robots, en cuanto que unos y otros son dobles deformados, ya sea de sus propios creadores (Frankenstein, Mr. Hyde, el Hombre invisible) o de otro personaje de la historia (la mujer perversa y el ángel del hogar en Metrópolis). En todas las obras examinadas hemos podido atisbar igualmente un nuevo espacio, el laboratorio, en el que se hicieron realidad las fantasías y temores más acendrados de la sociedad occidental en el siglo XIX, como reacción a los peligros del tecnocientifismo. Existía una actitud ambivalente ante los asombrosos avances de la ciencia, pues atemorizaba su potencial destructivo y, en particular, la teoría de la evolución se percibía como un enorme desafío para la ideología tradicional. En esta nueva entrada pretendemos dar otra vuelta de tuerca a esa idea del laboratorio como lugar antropológico: ¿y si, en lugar de limitarse a ser un dominio espacial acotado, la propia sociedad se hubiese convertido en un gigantesco laboratorio, en un espacio totalmente medicalizado en el que experimentar con los cuerpos y las mentes de las mujeres, hasta convertirlas en dobles monstruosos de los hombres? Para reflexionar sobre la cuestión vamos a rescatar la figura del doble, esta vez una prisionera en el manicomio que realmente era la opresora sociedad patriarcal de fin de siglo. Y lo vamos hacer de la mano de una espléndida pero un tanto desconocida autora, Charlotte Perkins Gilman (1860-1934), con su obra El papel pintado amarillo (1891).

The Yellow Wallpaper
Este relato cuenta la terrible historia de una mujer que, aquejada de una depresión postparto, pasa un verano en una solitaria mansión colonial como parte de su tratamiento curativo. La protagonista está casada con un médico que, sin atender a su voluntad, escoge esa casa sombría y se empeña en confinarla en una horrible habitación durante tres largos meses. Para ello se ampara en su doble autoridad de esposo y médico. A la nerviosa protagonista le exaspera aquel cuarto enrejado y el horroroso papel amarillo de sus paredes. Pero, sobre todo, le causa una enorme desazón no poder escribir, pues la esencia de su cura es el reposo intelectual y una soledad absoluta. Su aversión al papel pintado amarillo es, en realidad, un síntoma físico, la somatización del tremendo malestar que esa terapia le produce y que no se atreve a reconocer a nivel consciente. En un arranque de rebeldía, la protagonista, que es también la narradora de la historia, decide llevar secretamente un diario porque siente alivio al expresar sus conflictivos pensamientos. Constantemente vigilada por su esposo y por la hermana de este, y alejada de su hijo recién nacido, sola y sin nada que hacer, llega a obsesionarse con las extrañas volutas que observa en el tapiz amarillo de la pared. Presa de alucinaciones cada vez más intensas, intuye que esas líneas sinuosas las mueve una figura de mujer que está atrapada dentro del papel pero que logra escaparse por las noches, aunque sólo consigue andar arrastrándose. En su irreversible avance hacia la demencia, la protagonista descubre a otras muchas mujeres prisioneras del papel amarillo y, cuando su estancia en la casa encantada está a punto de acabar, y ya totalmente enajenada, arranca salvajemente el papel de la pared para liberarlas.

La Nueva Mujer y la sociedad medicalizada
Ese cuento causó extrañeza cuando fue publicado en 1891. Un médico opinó que su lectura era capaz de trastornar a cualquier persona, mientras que otro lo consideró la mejor descripción de la locura que jamás había leído. No debe extrañarnos porque la propia autora había sufrido en sus carnes esa desasosegante terapia del encefalograma plano y que, no casualmente, sólo se experimentaba con el género femenino. Hacia 1880-1890 una oleada de feminismo recorrió el mundo occidental, instalando en la mente de muchas mujeres la ilusión de una vida independiente del control patriarcal, más plena y creativa. El resultado fue la aparición de la New Woman, que se ponía como meta la mejora en su educación, el acceso al trabajo, la libertad de decidir su destino, el fin del oprimente corsé… Esas legítimas aspiraciones no tardaron en chocar con el rechazo social. El resultado fue una auténtica epidemia de desórdenes nerviosos en estas mujeres, disociadas entre sus expectativas vitales y las escasas posibilidades de realizarlas. La anorexia, la histeria, la neurastenia… producto de tal confrontación, llenaron los consultorios y los manicomios de pacientes mayoritariamente del sexo femenino. Como revela Elaine Showalter en su revolucionario ensayo The Female Malady (1981), la psiquiatría de la época, de corte darwinista, interpretó esa insania mental femenina como la regresión a un periodo evolutivo anterior de la humanidad, como si la mujer volviese, por su naturaleza instintiva, a la fase primitiva a la que en realidad pertenecía y de la que no podía salir, en contraste con el hombre, siempre mentalmente más avanzado. El elemento de comparación era el ideal victoriano de feminidad pero el problema no se limitaba a Inglaterra. También en Norteamérica la salud del cuerpo político se hacía depender de la estabilidad del núcleo familiar, pues se entendía que su disolución  podía ocasionar la muerte del estado. Ello justificaba el sacrificio de ser un espejo de virtudes impuesto a la esposa en bien de su marido, de los hijos y de un ideal político más elevado. Por supuesto, esa renuncia, esa disciplina ética, solo se exigía a la mujer. En El papel pintado amarillo la autora satiriza la hipocresía escondida en ese doble estándar moral. El esposo la abandona para pasar cada vez más noches en la ciudad, y la ingenua protagonista cree ciegamente que ello es debido a que tiene muchos casos médicos que atender.
Para comprobar la tortuosa relación entre el darwinismo y la visión fin de siècle de la enfermedad mental femenina, conviene repasar algunos aspectos de la idea de mujer vigente entonces en la sociedad occidental. En El origen del hombre (1871), Darwin había afirmado la superioridad del varón sobre la mujer, en energía e intelecto, por su mayor capacidad para el arte, la ciencia y la filosofía, mientras que la mujer destacaba en intuición, percepción e imitación por su metabolismo pasivo y menos energético, lo que la situaba en un escalón evolutivo más bajo. La medicina de la época, exclusivamente ejercida por hombres, afirmaba que la gran cantidad de energía que el cuerpo de la mujer emplea en la menstruación impedía su desperdicio en actividades intelectuales. Incluso se pensaba que éstas podían causar epilepsia o un shock mental a las mujeres, o producir daños irreparables a su capacidad reproductora debida a la atrofia de los senos y la esterilidad. Desde la prejuiciada visión de la ciencia médica de entonces, estas mujeres liberadas se convertían en seres monstruosos: en su deseo emancipador, no llegaban a convertirse en hombres pero tampoco podían ya cumplir la función que la naturaleza les había encomendado. La solución era confinar a la mujer, con el pleno respaldo científico, a unos estrechos roles de género que la identificaban con sus órganos reproductivos. Su trabajo debía ser, exclusivamente, la maternidad y el hogar, y el sacrificio en interés del varón. A las que se atrevían a discutir el poder patriarcal las encerraban en asilos e instituciones mentales. La solución para la histeria, como se la conocía en Europa, o la neurastenia, nombre que recibió en América, pasaba por un abandono radical del trabajo intelectual, con sumisión total a la autoridad del Doctor, representante por antonomasia del género masculino. El ejemplo más famoso de esa terapia fue el desarrollado, tras la guerra civil americana, por el distinguido neurobiólogo norteamericano Silas Weir Mitchell. Consistía en aislar a la paciente de su familia y amigos-sus redes de apoyo- y someterla a masajes, electricidad, descanso y dieta. Si este sistema fallaba, la solución a la resistencia pasaba por ingresar a la mujer en una clínica para asegurar su inmovilidad total y su alimentación forzada. Con ello se pretendía garantizar la ciega obediencia a la figura del médico carismático y dictatorial. Las pacientes rebeldes quedaban así infantilizadas y se las reeducaba para provocar en ellas una suerte de renacimiento espiritual. Este sistema empezó a aplicarse también en Inglaterra en la década de 1880 y Dios sabe cuántos trastornos causó o agravó a un lado y otro del Atlántico. Tal fue el caso de la escritora Charlotte Perkins Gilman quien, tras tres meses de tratamiento en los que sólo se le autorizaban dos horas de lectura al día y, sometida el cruel imperativo de no volver a escribir jamás, llegó al borde de la demencia. La autora contó su traumática experiencia en The Yellow Wallpaper aunque magnificándola en su parte final pues ella, por suerte, no llegó a padecer alucinaciones y fue capaz de poner fin a aquel castrador experimento. De hecho, en el cuento se menciona al propio doctor Mitchell y, en su autobiografía, publicada en 1931, Charlotte confesó que su intención al escribir esta dramática historia fue ayudar a tantas mujeres que habían padecido un tormento semejante y obligar a Mitchell a cesar en aquel despropósito. Para ello le envió una copia de su relato y, de hecho, consiguió que su “verdugo” dejara de aplicar la tortura del reposo mental.

No deberíamos olvidar que, en estas mismas fechas, se estaba produciendo en el sistema penitenciario inglés una frontal violación de la libertad de las mujeres para decidir sobre su propio cuerpo, como medio de acallar las protestas de las sufragistas. Las prisioneras en huelga de hambre eran liberadas para evitar la publicidad a su causa y que el Estado tuviese que abonar indemnizaciones. Con ello las sufragetes conseguían hacer más visibles sus campañas y, además, volver a la línea de combate sin cumplir sus condenas. Para atajar estas desventajas para sus propósitos represores, el Gobierno inglés ordenó que las huelguistas fuesen alimentadas a la fuerza. Emmeline Pankhurst, líder del movimiento sufragista, escribió que la prisión "se convirtió en un lugar de horrores y tormentos. Escenas repugnantes de violencia tenían lugar a cada hora del día, mientras los doctores iban de celda en celda efectuando su horrible trabajo”. Éste consistía en alimentar a las huelguistas por vía nasal u oral, utilizando para ello unas mordazas de acero que conseguían mantenerlas con la boca abierta. Atadas a sillas y sometidas a una fuerza considerable, el proceso debía de resultar dolorosísimo. Emmeline escribió en su diario que nunca conseguiría olvidar el sufrimiento de las mujeres, con los gritos que taladraban sus oídos. Muchas sufrían a corto plazo daños en los sistemas circulatorio, digestivo y nervioso, e incluso pleuritis o neumonía por defectuosa colocación del tubo y, a largo plazo, arrastraban unos sufrimientos físicos y psíquicos perdurables, como puede verse en la película Sufragistas (2015).

La Casa-Manicomio
Como resulta obvio, el relato de Charlotte Perkins Gilman bebe de las fuentes de la literatura gótica, en la que la casa siempre parece tener una vida propia capaz de trastornar los destinos de los personajes. Al principio del relato, la protagonista se sorprende de que el alquiler de la casa fuese tan barato. Sabe que aquella mansión colonial llevaba mucho tiempo sin alquilar pero lo atribuye a una disputa entre los herederos. La narradora especula acerca de los usos que habría recibido la dependencia superior donde se encuentra encerrada. Inicialmente debió de ser el cuarto de los niños que, con sus juegos, habrían destrozado horriblemente el papel en algunos rincones, y después debieron de convertirla en un gimnasio, vistas las anillas que cuelgan de las paredes. Sólo el lector alcanza a comprender que, en realidad, aquella enigmática casa, ubicada en un solitario paraje, fue en otros tiempos un manicomio, y los fantasmas de las locas no tardan en materializarse en la febril imaginación de la protagonista:
"Hay cosas en ese papel que nadie conoce, ni conocerá, excepto yo.
Detrás de ese dibujo principal, las formas tenues se vuelven más nítidas con el paso de los días.
La forma es siempre la misma, solo que se repite muchas veces.
Y se trata de una especie de mujer que se encorva y se arrastra por todos los lados tras ese dibujo. Esto no me gusta nada. Me pregunto si..., empiezo a pensar que..., ojalá John me sacara de aquí".
El papel pintado amarillo, pag.37.
Pese a que las habitaciones de la planta baja son mejores, el esposo se empeña en que ella permanezca en el piso de arriba, con el pretexto de ser más luminoso, grande y aireado. A la enferma le horroriza el estado de conservación de las paredes y su espantoso color amarillo sulfuroso. Sin embargo, su tiránico marido tacha de irracionales sus aprehensiones y, poniendo siempre por delante consideraciones pragmáticas, le advierte que el trimestre que van a pasar allí no justifica gastos adicionales en pintura. La sensibilidad a flor de piel de la protagonista se exacerba con la constante visión de aquel papel desvaído, y se trastorna cada vez más con su misterioso dibujo, en el que no encuentra ningún patrón reconocible. De hecho, existe una enfermedad denominada xantofobia, el miedo irracional al color amarillo, que es capaz de provocar una grave ansiedad y alteraciones emocionales ante el temor de que algo malo va a suceder. Presa de una fuerte sinestesia, la protagonista experimenta la obsesión por el amarillo, simultáneamente, con la vista y con el olfato. Hasta piensa en quemar la casa cuando detecta que un olor "amarillo" está impregnando todas las habitaciones, lo que nos pone sobre la pista de una de las locas literarias más famosas, Bertha Mason, la esposa criolla de Edward Rochester, el amor de la feucha Jane Eyre. Sólo cuando Bertha, presa de incontenibles celos, prende fuego a la mansión señorial y muere en el incendio, libera a los atribulados protagonistas para vivir el verdadero amor. Susan Gilbert y Sandra Gubar, en el innovador texto La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria en el siglo XIX (1979), abordan el análisis de los conflictos que las escritoras decimonónicas sublimaron en estos personajes femeninos trastornados, vertiendo en ellos su potencia creadora reprimida y su rebeldía contra el establishment masculino. Y, por supuesto, no dejaron fuera de su estudio a El papel pintado amarillo, con su loca en el piso de arriba que se obsesiona imaginando que hay en él unos ojos bulbosos que la miran del revés, para acabar vislumbrando en su interior una multitud de figuras femeninas atrapadas y reptantes, una parábola de las locas de los manicomios y de las mujeres de la sociedad de su época, que sólo podían avanzar suplicando y que debían arrastrarse metafóricamente para obtener un mínimo de independencia. Aunque durante el día la narradora trata de mantener encerrada a la perturbadora figura femenina tras el demencial dibujo en el papel, cuando la espía por la noche, a la luz de la luna-el dominio femenino por excelencia-, ve cómo sacude su yugo para liberarse. Es también una alegoría de que la protagonista trata de reprimir su pasión escritora para amoldarse a las exigencias del Doctor-Esposo. Su cuñada Jennie hace de enfermera y estricta gobernanta, lo que debe entenderse como una crítica a que las propias mujeres actuaban como las vigilantes más rigurosas para que se cumpliera la ortodoxia patriarcal. Pero, pese a los intentos del doctor y la enfermera, y de la propia Jane, el nombre de la narradora, la loca secuestrada en el desván acaba por escaparse y se adueña de la situación, aunque al precio de la fuga de la realidad. Otro detalle literario muy interesante es que, al igual que El Dr. Jekyll y Mr. Hyde de R. L. Stevenson, se trata de una historia detectivesca en la que la autora se obsesiona con descubrir la identidad de la figura atrapada que, en realidad, es su doble, la parte rebelde de ella misma que se empeña en negar.

La literatura femenina como territorio para la lucha de los sexos
Una de las características más destacadas de esta narración es su decidida vocación de estilo. La frase es corta y los párrafos son cada vez más breves, porque la narradora debe escribir apresuradamente para avanzar en su relato antes de que la descubran sus carceleros. La escritura la ayuda a ordenar las confusas pistas que va descubriendo poco a poco. Ésa escritura es su catarsis emocional. La alivia pero a la vez la angustia porque sabe que está desobedeciendo las instrucciones médicas, que está siendo infiel al tratamiento impuesto por el esposo, lo que la hace sentirse culpable. Ella sabe que su mejor terapia sería una vida animada, rodeada de amigos, con mucha actividad intelectual pero su yo consciente es incapaz de liberarse. Solo lo consigue su subconsciente, con el retorno de lo reprimido, la mujer atrapada en el irritante papel que, al final, consigue adueñarse de la situación. En un texto verdaderamente trascendental sobre mujer y ficción, Una habitación propia (1929), Virginia Woolf se interroga acerca de la existencia de una frase característicamente femenina, diferente a la masculina y capaz de expresar la idiosincrasia de las mujeres escritoras. De hecho, las interrupciones que tanto teme la narradora de El papel pintado amarillo son uno de los elementos más característicos que se atribuyen a la literatura femenina del siglo XIX. Entonces se entendía que la mujer sólo podía dedicarse a escribir si no tenía otra obligación doméstica más importante que atender. Es sabido que Jane Austen carecía de un espacio propio para dar vida a sus personajes y argumentos. Escribía en la sala común del hogar paterno y tenía que esconder a toda prisa sus escritos de la vista de su padre y de las visitas. Esta falta de continuidad dificultaba que las autoras pudieran abordar un género que se considera típicamente masculino, la novela, que exige una importante inversión de tiempo para la planificación y el desarrollo más extenso y elaborado del engranaje de las acciones y los personajes, lo que quedaba fuera del alcance de la mayoría de estas escritoras decimonónicas a tiempo parcial. Ese es el motivo de que, entre su producción, predomine el relato corto, como en el caso de Charlotte Perkins Gilman, cuya impresionante miniatura literaria logra contar una historia tan grande como la vida misma.
También nos sirve la referencia a la obra de Virginia Woolf para reflexionar acerca de las condiciones esenciales para la creatividad femenina. Jane, la narradora de El papel pintado amarillo, dispone de una habitación propia, mucho tiempo libre y dinero, pero carece de lo fundamental: la libertad para dedicarse a crear. Sobre la desigualdad de género en materia literaria es impresionante el relato que hace Woolf del triste sino de Judith, la imaginaria hermana gemela de Shakespeare. En este año del centenario de la muerte del excelso dramaturgo inglés está muy bien dedicar unos instantes a reflexionar por qué no celebramos igualmente la muerte de autoras de talla tan gigantesca como Cervantes o Shakespeare. Su gemela Judith, igual en todo excepto en su sexo, estaba dotada de tanto talento, de la misma curiosidad y de igual deseo de conocer el mundo que su hermano William, pero se le negó el acceso a la cultura. No la mandaron a la escuela, le desmotivaron en su afán por aprender y narrar. Judith, no obstante, escribe secretamente, avergonzándose de ello porque sabe que contraría la voluntad paterna. La familia la promete muy joven para casarse y, cuando ella se niega, su querido padre la golpea. Sin haber cumplido todavía los 17 años escapa a Londres con la idea de ganarse la vida escribiendo, pero la gran ciudad no tiene un lugar para esta escritora, que ama las palabras y la vida del teatro tanto como su hermano. Cuando revela su propósito de ganarse la vida actuando, los hombres se ríen en su cara. Ninguna mujer puede hacerlo en Inglaterra, los varones las suplantan en el escenario. Quizá entonces Judith deambuló a medianoche por las lóbregas calles londinenses para ganarse un mendrugo de pan. Al final, embarazada y sola, se da cuenta de la trampa en que está atrapada y, presa de la desesperación, se suicida una fría noche de invierno. Es una historia con algunos puntos en común con la de Jane, el personaje que nos presenta Charlotte Perkins Gilman en The Yellow Wallpaper, el alter ego de la propia escritora. Como advierte Virginia Woolf, que también experimentó en sus carnes la prohibición de escribir, cualquier mujer en el siglo XVI con un don para la escritura se habría vuelto loca, disparado o habría acabado sus días en una casa solitaria fuera de la ciudad, calificada como medio bruja, temida y burlada. La tortura de verse arrastrada lejos de sus propios instintos y facultades la habría llevado a la insania mental, que es justo lo que le sucede a la narradora de El papel pintado amarillo. Como vemos, la situación había cambiado realmente muy poco durante 300 años, pero la argumentación para mantener apartadas a las mujeres de la creación literaria se había refinado, revistiéndola de premisas científicas que se aceptaban como el nuevo dogma de fe. La mujer fue víctima del darwinismo rampante, el conejillo de indias en aquel inmenso laboratorio social en el que se pusieron en práctica toda suerte de teorías y prácticas para dominarlas.

Charlotte Perkins Gilman, o cómo ser feliz escribiendo

                              ^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^
Quisiera dedicar esta entrada a mi querida compañera de estudios y de escrituras en la red, Mari Angeles Boix Ballester. Por muchos años más de ilusiones compartidas.

Enlaces sugeridos:

-A la versión en castellano del relato :http://www.lamaquinadeltiempo.com/prosas/perkins01.html Pero no dejéis de leer la versión en inglés para captar la estupenda prosa de la autora: https://www.nlm.nih.gov/literatureofprescription/exhibitionAssets/digitalDocs/The-Yellow-Wall-Paper.pdf

-A una biografía de Charlotte Perkins Gilman elaborada para complementar esta entrada:http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2016/11/charlotte-perkins-gilman-y-la-new-woman.html

-A las demás entradas de esta serie:

Fuentes consultadas:
Gilman, Charlotte Perkins: El papel pintado amarillo. Edición bilingüe. Editorial Contraseña, 2012.
-Goodman, Lizbeth (ed.): Literature and Gender. Routledge, 1996.
-Showalter, Elaine: The Female Malady. Women, Madness and English Culture, 1830-1980. Virago Press, 2014.
-Woolf, Virginia: Una habitación propia. Ed. Seix Barral, 1986.
-Sparknotes: The Yellow Wallpaper.