1 .Una relativa altricialidad
El enorme tamaño del cerebro humano obliga a dar a luz a los neonatos en unas condiciones de vulnerabilidad y dependencia importantes. Son altriciales: necesitan constantes cuidados para mantener la temperatura corporal adecuada, para su alimentación y su aseo. Pero no están aislados del mundo que nos recibe sino que, ya desde los últimos meses de embarazo, cuentan con la musculatura necesaria para expresar sus emociones. Por ello, su proceso de aprendizaje puede dar comienzo muy pronto. De hecho, se tiene constancia de bebés que, con tan sólo cuarenta y cinco minutos de vida, han sido capaces ya de imitar el gesto de sacar la lengua o abrir la boca. Sin embargo, esas predisposiciones sensoperceptivas, emocionales y comunicativas tan tempranas sólo se desarrollan adecuadamente si se estimulan y orientan por los padres o cuidadores. Cada habilidad biopsicosocial deberá adquirirse en el momento oportuno. E. Gotlieb llamó “ventanas cognitivas” a los periodos críticos en que se consolidan las distintas capacidades: la visión, hasta los siete años; el lenguaje, hasta los nueve… Durante esas etapas, el niño es especialmente sensible a los estímulos externos necesarios para su maduración normal. Una vez concluida cada fase, las deficiencias de desarrollo pueden devenir irrecuperables. Podemos advertir con gran claridad la importancia del aprendizaje en el momento correspondiente con algunos ejemplos del mundo animal: las aves canoras que no pueden observar a sus congéneres en su periodo formativo, no aprenden el canto propio de su especie y, por tanto, no podrán atraer a una pareja. Lo mismo puede ocurrir para construir el nido o realizar el viaje migratorio anual. Los simios en cautividad acaban viendo vídeos para aprender a mantener relaciones sexuales.
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