Marina Abramovic (Belgrado, 1946) es una artista serbia que en los últimos tiempos ha estado muy en boga por la ópera dedicada a su figura en el Teatro Real, “Vida y muerte de Marina Abramovic”, dirigida por el polémico Gerard Mortier. Como contaba sobre ella un interesante artículo en el cultural Blanco y Negro, su notoriedad le viene de sus rompedores espectáculos, en los que intenta convocar los fantasmas del psiquismo más oscuro del ser humano. En 1974, cuando Stanley Milgram* se encontraba realizando sus famosos experimentos sobre ética colectiva, Abramovic llevó a cabo una performance en Nápoles con el título Ritmo 0. Durante las seis horas del espectáculo, la artista permaneció inmóvil, rodeada de numerosos objetos, entre ellos cadenas, látigos, plumas, rosas…exhibiéndose ella misma como una cosa ante el público, a quien autorizó a actuar con plena libertad.
Lo que sucedió es imaginable: la desnudaron, la arañaron, le dibujaron grafittis, le colgaron cadenas…En definitiva, la dejaron maltrecha y después se marcharon del lugar “de autos” a toda velocidad. La reflexión de la artista acerca de esa actitud es que no pudieron soportar su presencia como persona, después de todo lo que le habían hecho como objeto. He descubierto una palabra nueva de origen griego, anasyrma, que resulta aplicable a esas actuaciones de la artista: el desnudo no con fines eróticos ni exhibicionistas sino como rito religioso o como gesto de provocación. En este caso, como medio de sacar a la luz y explorar las reacciones humanas.