viernes, 22 de octubre de 2021

AURORA DE ALBORNOZ

 



A Aurora de Albornoz la conocí "personalmente" (en cuerpo y alma, es decir, en tres dimensiones y con fresco perfume y discreción de tacto) en un curso veraniego sobre La amistad intelectual de Unamuno y Machado. El curso, que incluía los importantes aportes de Victor Ouimette y Pedro Cerezo, fue organizado por la Universidad de Baeza en 1987. Por entonces dirigía esta Universidad de verano andaluza (e internacional) el profesor amigo Antonio Sánchez Trigueros.

Aurora era vivaracha y menuda, excelente conversadora. La recuerdo en el bellísimo patio de la Universidad, regalándonos anécdotas a Rafael Bellón y a mí, en un recreo del curso. Por entonces yo no sabía nada de su interesantísimo itinerario vital e intelectual: Que nació en Luarca (Asturias) en 1926 de una familia de notables poetas y políticos, que su tío-abuelo Álvaro de Albornoz fue ministro de justicia y presidente en el exilio de la Segunda república o que su tío Severo Ochoa de Albornoz era nuestro Premio nobel de medicina, descifrador del ARN.

En 1944, con 18 años, Aurora se exilió a Puerto Rico donde su familia negociaba desde antiguo. Allí obtuvo una maestría universitaria en Artes y comenzó a formarse bajo la tutela de otro premio nobel: Juan Ramón Jiménez. Se casó en 1950 y se separó en 1967. Vivió en Kansas y en París, donde estudió en la Sorbona y conoció a José Bergamín. Regresó a España para doctorarse en la Universidad de Salamanca. Su compilación Poesías de guerra de Antonio Machado fue prohibida en la España franquista. 

Fue profesora en la Universidad de Puerto Rico, en la Autónoma de Madrid, etc., poetisa, erudita célebre y una autoridad crítica en los estudios sobre Unamuno, Neruda, César Vallejo, Rosalía de Castro, Lorca y, muy particularmente, en Antonio Machado, Juan Ramón y José Hierro. También leyó y comentó la obra de quienes entonces emergían como autores: Claudio Rodríguez, Caballero Bonald, et al.

Guardo como oro en paño los apuntes y notas que le tomé durante aquel curso, tres años antes de su fallecimiento de hemorragia cerebral en 1990 (con solo 64 años), así como conservo las fotocopias de los versos de Machado que nos repartió, con sus glosas personales. 

Fotocopia facilitada por Aurora de Albornoz en 1987 (Universidad de Baeza)
de un poema de Antonio Machado con glosas manuscritas de la crítica y erudita.

Yo supe entonces de su generosidad, que es la de esos intelectuales, raros en nuestro solar hispánico, que dedican más tiempo y atención a leer e interpretar la obra ajena, que a la creación propia. Y con todo, a Aurora debemos once libros de poesía innovadores, con poemas en prosa, collages y otras técnicas modernistas. 

Aurora dirigía el tercer seminario de aquel curso que titulaba "Miguel de Unamuno, incitador de Antonio Machado". (Durante esos días pude conocer "en persona" a José Luis L. Aranguren. Pedro Cerezo tuvo la gentileza de presentármelo, ponderándole mi trabajo -tesina- sobre el Tenorio y Juan de la Cruz; y el sabio, la amabilidad de dedicarme mi estudiado y subrayado ejemplar de su Ética).

En su seminario, la erudita asturiana fue desgranando en fértil magisterio la Presencia de Unamuno en Antonio Machado, título este también de uno de sus más reconocidos trabajos (Gredos, 1968), indicándonos que también el catedrático de Salamanca recogió versos e ideas machadianas. Aunque fueron parecidas las cuestiones que se plantearon el vasco y el andaluz (ambos muy castellanizados), sus conclusiones fueron bien distintas. 

Machado reconoció la influencia de Giner de los Ríos, al que dedicó una extraordinaria elegía necrológica. Nietzsche y Bergson eran entonces los filósofos de moda. Por supuesto, Machado estuvo también influido por lecturas clásicas de Cervantes o Shakespeare, de los románticos, sobre todo Bécquer y Rosalía; por la novela rusa y por Verlaine. Sin embargo, su otro gran maestro fue Rubén Darío, porque con Rubén Darío irrumpió toda la literatura francesa e hispanoamericana en España. (Aurora nos confesó que Unamuno fue el primer español que estudió seriamente la literatura hispanoamericana). También el filósofo suizo Amiel fue muy citado por Antonio Machado, de seudónimo "Cabellera" en sus primeros años.

Tanto Unamuno como Machado se negaron a sistematizar su filosofía. Se negaron a dogmatizar, manteniéndose siempre abiertos a nuevas ideas... "No hay cimiento ni en el alma ni en el viento". "Quiere enseñar el ceño de la duda" -escribe también Machado refiriendo a Unamuno en el poema que le dedica por su ensayo Vida de don Quijote y Sancho.

Aurora de Albornoz insistió en que el concepto "Generación del 98", etiqueta creada por Azorín, es confuso. En el 98 Machado todavía no había publicado poesía. Unamuno, que era once años mayor que Machado, nunca aceptó la adscripción a dicha "generación". Machado sí que aceptó el concepto unamuniano de intrahistoria, esa que no aparece en los manuales, la vida del hombre que trabaja de sol a sol, del ama de casa que lo da todo por sus hijos, de los que no cuentan en los periódicos..., o la del señorito andaluz "de mozo muy jaranero, / muy galán y algo torero; / de viejo, gran rezador"..., virtudes estas del don Guido que cantó tan bien Serrat. Sí, Machado acepto la dicotomía historia / intrahistoria, casándola con la suya de una España envejecida y tradicional y otra joven y con futuro. A este respecto, era más optimista que Unamuno, a pesar de su "andaluza incredulidad".

En relación al tratamiento del paisaje hay una gran influencia de Unamuno en Machado: la austeridad y altura celestial de la meseta castellana: rocas del Guadarrama, encinas, olmos del Duero, cielos inmensos e inasequibles. En cuanto al paisanaje, ambos autores critican del carácter nacional sus peores vicios: la envidia y la ramplonería, entendiendo por esta la falta de originalidad individual, la debilidad de carácter, como la de "filósofos nutridos con sopa de convento"(Machado). 

Aurora destacó que Unamuno, nada machista, había sido uno de los españoles más interesados por el papel social e histórico de la mujer. No obstante, su gran problema era el de la identidad personal y su conservación, o sea, el problema de la inmortalidad. El problema también aparece en Machado aun sin ese tono pavoroso y trágico que adquiere en los sentir y pensar unamunianos. En 1928, del magín del autor de Campos de Castilla nace su apócrifo, su "yo filosófico": Juan de Mairena, con la constelación de Abel Martín, su maestro y Jorge Meneses, invento del invento.

En el último punto del seminario, Aurora reflexionaba sobre la poética de Machado. Por desgracia, no me quedaron notas de sus lecciones. No sé por qué; no sería por falta de interés, tal vez no pude asistir por algún accidente familiar o de salud, cosa que lamento.

***

Pasaron treinta y cuatro años y cayó en mis manos un ejemplar intonso de los Poemas para alcanzar un segundo, escritos por Aurora de Albornoz (colección Adonais, Madrid, 1961). La autora con treinta años rememora aquí a la niña de los ojos azules y piernas anémicas, a la niña asustada que se cayó en el río...

Pero a los treinta años

hay que quitarse de la muerte

Hay que vivirse del todo

aunque no lo podamos jamás

Economiza la poetisa puntos y comas, reducidas las pausas a los cortes versiculares. Con la niña de mirar azul y contornos de niebla reviene "...un miedo encerrado / en el fondo del agua. / En el fondo del tiempo // Un miedo que se puebla de aparatos / con runrún de moscones / y alas grises".

Primera edición del poemario comentado
de Aurora de Albornoz

Canta marzo. Amanece, con su silencio de sangre. Recuerdos de París, de "La Sena" y de "las mujeres que juegan a la risa". Elegía a los automóviles viejos de un cementerio de coches: "Erais ya muertos en el ir alocado / En el eterno pasar inconsciente..., / gritabais por llegar / sin tener hacia dónde / Ahora / metal y polvo". Compasión, de "Las prostitutas que mueren de niebla y de noche / a medias cubiertas por sus chaquetones de pieles raídas / en las aceras sórdidas / de la rue Montparnasse". 

Sorprende el aliento futurista, visón de super-mercado: "En la escala de acero que sabe llegar sola / gente inmóvil / de brazos encolados / descansando en robots". Menciones que son reconocimientos a Eugenio de Nora, a Machado, a Eluard, a Lorca, a Whitman. 

Como en Unamuno o Machado, el problema del "YO", que anhela la inmortalidad en Unamuno, que se difracta en el caleidoscopio de los apócrifos de Machado..., se hace grito en Aurora de Albornoz:

Quise mirar mi grito

desde un lento mañana mil veces repetido

Desde todos los astros

de todos los sistemas solares

Desde los más lejanos principios del hombre

Desde los más lejanos problemas del hombre

Y era nada

Y quise engañarme "no es nada"

Y creí "no es nada"

Pero

en el medio de todos los sistemas solares

en el medio de todos los tiempos

de todos los inmensos problemas de todos

era yo quien estaba

Y todos los ayeres y mañanas quedaron

y crecí sobre todas las estrellas posibles

Y lo llenaba todo con mi grito

Existimos en medio del misterio del tiempo, que la poetisa quisiera apagar con su mano, que da para que el Recuerdo, en prosopopeya de niño de palabras perdidas, ría, duerma y, a veces, sin saber cómo, despierte en la esquina olvidada, como aquella arpa, "abriéndose camino entre las nieblas". Lamenta Aurora las oportunidades perdidas, las ocasiones que quedaron "Atrás": "Cuántos [atrás] que quieren herir sin poderse / cayendo sin brotar". Retorna para "tocar la cuna", pero "las aguas nos pesan encima" porque para abrochar el círculo del fin con el origen hay que perderse hasta el fondo del pozo.

Imagina un Más allá donde "el reló" ya no corta segundos..., una calle vacía donde se sufre el miedo de la libertad, de la soledad. En sus "Apuntes literarios" aparece una "Hermana Sonia, santa y prostituta", Emma Bovary entre muros espesos y pesados que suelen apartar; Anna Karenina como "la mujer que ama siempre" con un amor que duele, la mujer que escribe versos, que deja con ellos la muerte, que carga en su corta espalda las vidas de todos. Ofelia, ¡pobre Ofelia!, muerta de lado ["víctima colateral", diríamos hoy].

"Buscando a Dios entre la niebla"

Entonces Dios está lejos, aunque se nos pose un minuto en el hijo o el amante, en una melodía musical, en un eccehomo del Greco. Lo buscamos en las estrellas o en la Virgen de la infancia o acaso le tememos en el espejo roto. "Pero Dios está lejos", entonces [sobre todo] "cuando nos presentimos / a un paso de la Nada". Quizá salga de dentro [como en San Agustín], del espíritu, subconsciente o alma, de un dentro que desconocemos y que no podemos convertir en fórmula.

El muro es duro y metafísico símbolo en la poesía de Aurora de Albornoz

Fácil vemos a Dios a los seis años, en el padre, en el hermano, en la abuela, pero luego el padre es el padre y Dios otra cosa; a los dieciséis, a Dios ya no podemos abrazarlo y queremos el yo con el otro...

Qué intento sobrehumano

de llegar más adentro de la carne

Qué doble voluntad de cerrarse en lo uno

De fundirse en lo uno

Qué esperanza de vencer a la muerte

por el otro

en el otro

desde el otro

Qué doble afán de crearse minutos eternos

Pero la carne cansa

sin deshacer el muro

Y el muro queda siempre

"Qué terror a volver / solos / como llegamos". Menos mal que "Hay minutos / Segundos / que justifican una vida. Hay segundos pequeños / que queremos volver infinitos".

¡Y presencias!, como la de Aurora de Albornoz, menuda y vivaracha, con su repertorio de anécdotas elevadas a categorías del buen vivir, del vivir íntegro, en aquel patio renacentista de la Universidad de Baeza, en aquel verano luminoso...

martes, 12 de octubre de 2021

LA POESÍA ANÓNIMA TIENE ALIENTO DE MUJER


En Una habitación propia (1929) Virginia Woolf escribió que “Me atrevería a afirmar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, a menudo debió de ser una mujer” ( 'I would venture to guess that Anon, who wrote so many poems without signing them, was often a woman'). Es decir, detrás de la ausencia de nombre en un libro las más de las veces encontraríamos a autoras que no deseaban revelar su trabajo por no ser conveniente para su estado social, para su situación familiar o por exigencias editoriales. En 1819 Mary Shelley tuvo que publicar Frankenstein de manera anónima porque nadie habría comprado su novela ni creído a aquella jovencita capaz de escribir una historia moral y de ciencia-ficción acerca de un monstruo creado por un científico demente y por una sociedad enferma. El prólogo de Percy B. Shelley hizo pensar que había sido este el autor, que era lo que el público estaba dispuesto a creer. También reflexionaba Virginia Woolf sobre las escritoras del siglo XIX escondidas bajo pseudónimos masculinos, como las hermanas Brontë, George Eliot o George Sand, o enmascarando su identidad bajo ambiguas mayúsculas. Como hay géneros que se consideran esencialmente masculinos, como el policíaco, algunas celebérrimas novelistas como Phyllis Dorothy James (1920-2014) consiguieron serlo ocultando su condición detrás de nombres equívocos, como P.D. James.

Sin embargo, no deberíamos pensar que se trata de una situación pasada, de costumbres olvidadas. Todavía hoy muchas creativas autoras prefieren permanecer en la sombra porque ello protege su intimidad de la inquisitiva mirada ajena, y ello es muy respetable. Así que voy a homenajear hoy a una de esas poetas anónimas, P. Isabel, una persona que rezuma lírica por los cuatro costados y que hasta es capaz de meditar filosóficamente en verso sobre los elementos, como lo hicieron los pensadores presocráticos. Sencillez, elegancia, una mirada compasiva, limpia y directa sobre la realidad, son las características de sus estrofas cortas y emotivas, que nos hablan de su rico mundo interior. Como muestra, estos poemas, pequeños en tamaño y en pretensiones pero grandes en sentimientos. Gracias, P. Isabel, por tu poesía anónima.



                            TIERRA


               

                  Con los pies enraizados en la tierra, 

                   observo expectante a la realidad, 

                   me siento viva en la naturaleza, 

                   en una visión de supervivencia, 

                   de forma muy primitiva. 







                                   AIRE


                 El revelador aire me hace flotar, 

                 mi cuerpo ya erguido, 

                 con los ojos mirando al cielo, 

                 levanto mis brazos, 

                 respiro profundamente 

                 y me lleno de luz y energía. 




                                   FUEGO

                 


                 Extraño fuego, de donde 

                 adquiero la fuerza que necesito, 

                 y suelto la que no me sirve, 

                 todo aquello que no es mío, 

                que no me pertenece.







                           AGUA

              Dulce agua, 

              que me lleva a mí misma,

              a mi infancia, al principio, 

             regresando a mi interior, 

             donde tengo todo lo que necesito 

             para obtener mi equilibrio. 




                       EQUILIBRIO


                Y con él la posición final 

                que es la unión de todas, 

                principio y fin, 

               alargo mis manos,

               uniéndome en equilibrio total 

               a todas las personas queridas, 

               al resto de las personas, 

               conocidas y desconocidas, 

               a los seres más próximos,

               y también a los más lejanos,

              en una unión perfecta del Universo, 

              en el ciclo universal de la vida, 

              por siempre, para siempre. 




                               ENCUENTRO



                   Nos abrazamos con la mirada,

                   los abrazos que no podemos dar.

                   Las palabras lo dicen todo, 

                   y el silencio y la alegría del encuentro. 

                   La amistad que nos une

                   y que nos llega al corazón.

                  El tiempo no existe 

                  cuando nos hemos rozado el alma. 







                           Fotografías: PRLL