lunes, 17 de junio de 2024

PAPUSZA (Bronislawa Wajs)

 

Representación fílmica de Papusza. Fuente de la foto: elDiario.es

Es difícil vivir entre dos mundos. Los anfibios se las apañan, pero los humanos, a pesar de nuestra adaptabilidad y versatilidad, no somos anfibios culturales. Para Bronislawa Wajs, conocida por su nombre gitano Papusza (Muñeca), la vida no fue fácil entre dos mundos de diversas y aun de adversas costumbres: La modernidad nacional, el individualismo civil, y el fuerte y antiguo "lazo de la sangre" clánico y tribal. 

Supe de su trágica y conmovedora figura por mi amigo calé Jesús Camacho, persona también audodidacta, gran admirador de la poetisa polaca, cuya actitud considera ejemplar, en orden a la integración social del pueblo gitano y su emancipación real. En verdad, Papusza fue una heroína artista y su personaje resulta tan dramático, tan entrañable y exótico, como fascinante.

Bronislawa nació en Lublín, en la orilla derecha del río Vistula, tal vez en mayo de 1910, y las crónicas le otorgan el honor de ser la primera poetisa gitana. Su padre biológico murió en Siberia y fue criada por su madre y un padrastro alcohólico y borracho, al lado de cinco hermanastros. Llevó una vida dura y nómada, la característica entonces de su pueblo en la Polonia oriental de entreguerras, montada en el "tabor", caravana de carromatos en que conviven hombres, caballos, mujeres y niños, recorriendo los caminos rurales, de pueblo en pueblo, ofreciendo su arte y otras pericias consuetudinarias sin aceptar más normas que los atavismos propios y la autoridad de los patriarcas, todos analfabetos. 

Papusza era curiosa, quiso saber de mundo exterior, y aprendió a escribir por cuenta propia ayudada por una tendera judía. A los dieciséis años la casaron a la fuerza con un arpista hermano de su padrastro que le llevaba veinticuatro años y del que no pudo tener hijos, cosa que él le reprochó siempre sin saber si la causa de la esterilidad era propia o ajena. La pareja, sin embargo, adoptó a un niño huérfano encontrado y abandonado vivo entre cadáveres.

Marido y esposa actuaban juntos aquí y allá. Papusza cantaba y Dionisy tocaba el arpa. Ella también aprendió a interpretar con arpa y violín mientras recitaba sus versos. A su talento unía su hermosura juvenil y salvaje "como una pantera". Admitió ser coqueta y fue víctima de más de un intento de violación.



Su vida errante no le impidió componer uno de los primeros y escasos poemas relativos al exterminio gitano perpetrado por los nazis: Lágrimas sangrientas (1957), en el que expresaba tanto el sufrimiento de su pueblo como su amor por la vida y la naturaleza. El poema acaba así: 

"¡Cuánta miseria y hambre! / ¡Cuánto dolor y camino! / ¡Cuántas afiladas piedras se clavaron en los pies! / ¡Cuántas balas silbaron cerca de nuestros oídos!"

El poeta polaco Jercy Ficowski la oyó cantar y se enamoró de su talento. Tradujo los poetas de Papusza del romaní al polaco y aparecieron publicados en revistas y periódicos cuando ella tenía cuarenta años. Hablaba y escribía calé o romání, pero también hablaba polaco y leía polaco.

Sin embargo, la fama que alcanzó con ello le sirvió de muy poco entre los suyos. Sus hermanos gitanos le acusaron de vender los secretos de su raza y de sus costumbres, amenazándola y repudiándola. La misma posición de la poetisa parecía contradictoria, por una parte sus poemas constituían una elegía de la vida nómada, mientras ella misma colaboraba con las autoridades a favor del asentamiento y la alfabetización de los poco menos de quince mil gitanos polacos que sobrevivieron al holocausto.

Las autoridades socialistas, después de los horrores de la Segunda Gran Guerra, concibieron el plan de El Gran Alto, buscando el fin del nomadismo gitano, inspirándose en los conceptos de productividad, asistencia social (dependencia), pero los gitanos tendían en general a rebelarse contra una asimilación forzosa y, como siguen haciendo, son reacios a la exogamia e imponen la endogamia en un férreo régimen familiar de heteropatriarcado. Sin embargo, Papusza estaba convencida de que medidas de ese género mejorarían notablemente la difícil vida de los gitanos y sobre todo les sacaría del analfabetismo. Para ella, la educación era la única esperanza para gentes que malvivían "fuera de la historia" y el asentimiento definitivo permitiría la escolarización sistemática de los niños.

Sus razones no convencieron a su grey. El Baro Shero, cacique patriarca, la juzgó y la declaró "impura" (mahrime). Repudiada, deprimida, una severa crisis nerviosa la mantuvo ingresada en un siquiátrico de Silesia durante ocho meses. Jesús Camacho explica sus desgracias por la resistencia de los suyos a la integración social, atrapados en el clan como en una caverna platónica, contemplando las sombras de la tradición, con la mirada vuelta siempre hacia el pasado, hacia los ancestros: "sólo pueden ver lo que puede discernir su sentido físico" -escribe. Se resisten a abrirse al mundo civil, ciegos de etnicidad y soldados como lapas al peñasco del parentesco y al bullir de la sangre próxima. Habitan por ello un "círculo cerrado de convivencia", de espaldas al progreso y a la libertad, ajenos a un sentido más universal de humanidad. De este modo, de espaldas al estado civil, no pueden desarrollar sus potenciales individuales, enraizados y anclados en la tradición tribal. Camacho, gitano emancipado, concluye: "estamos obligados a dejar el estado de naturaleza y establecer una convivencia social en orden al bien común".

Papusza recuerda la figura del venerable Sócrates liberado de las ataduras, escalando hacia el exterior luminoso de las verdades eternas, y regresando luego, solidario con los suyos, con la intención pedagógica y emancipadora de hacerles ver que sólo captan sombras en aquel reducido y obscuro recinto troglodita. Pero Platón no era optimista, cuando Sócrates pretendiera la liberación de sus antiguos compañeros de presidio, estos no le creerían, no le harían ni caso, y si pudieran echarle mano hasta le matarían. A Papusza no la mataron, pero casi, condenada al ostracismo y al olvido por los suyos. Su situación empeoró con la publicación de su poemario Canciones habladas (1973). Tuvo ya que vivir aislada con los únicos apoyos de su hermana y de su anciano marido, que también requería cuidados. Falleció olvidada en la pequeña ciudad de Inowroclaw.

"¡Oh, Señor, ¿adónde debo ir? / ¿Qué puedo hacer? / ¿Dónde puedo hallar / leyendas y canciones? / No voy hacia el bosque, / ya no encuentro ríos, / ¡Oh bosque, padre mío, / mi negro padre! El tiempo de los gitanos errantes / pasó ya hace mucho. Pero yo les veo, / son alegres, fueres y claros como el agua. / La oyes correr / cuando quiere hablar / pero la pobre no tiene palabras... / el agua  no mira atrás..."  

La nostalgia parece ser, según Isabel Fonseca, la esencia de la canción gitana (Fonseca lo explica en su excelente estudio sobre el mundo de los gitanos: Enterradme de pie). Pero no es nostalgia de ninguna patria perdida ('nóstos', de donde nostalgia, significa patria en griego), porque el gitano no tiene patria, sino más bien la memoria, feliz o amarga, del largo camino perdido o recorrido.

Estatua homenaje a la poeta en Gorzów Wielkopolski.
De Stiopa - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=27061241

En 2013 se filmó una película de Joanna Kos y Krysztof Krausse sobre la vida de Papusza, que ganó el premio al mejor director en la Seminici de Valladolid. En el Museo de Auschwitz se expone el poema Lágrimas sangrientas junto a una foto de la autora. La casa donde vivió y murió Papusza al final de su vida, en Gorzów Wielkopolski, fue señalada con una placa conmemorativa y en 2008 se colocó una estatua de la poeta en un parque de la localidad (v. supra).

Canciones y vídeo sobre y de Papusza en Youtube: 

https://youtu.be/U6lG7307R5g?si=LnErYUoyzAexZ2ee

https://youtu.be/3zhufaRfGGk?si=pO_GsuMSYrKaA5wG

1 comentario:

  1. El estudio sobre esta maravillosa poeta me parece una aportación muy necesaria para Ateneas. Enhorabuena al autor por la entrada. José Biedma tiene una antena muy bien orientada a descubrir figuras femeninas desconocidas u olvidadas. El valiente desafío de Papusza a su comunidad en defensa de su arte y de su libertad y la cruel sanción de exclusión que recibió, con tan clara equivalencia a una muerte social, me traen inmediatamente a la cabeza a Baruch Spinoza. Él es bien recordado por su gigantesca aportación filosófica y también por el enorme precio que pagó, a nivel personal, por ejercer de librepensador en una comunidad judía cargada de integrismos teológicos en la liberal Amsterdam del siglo XVII. A Papusza toca descubrirla ahora, en su vida y en su obra, para que nos emocione con su talento y también para que su sacrificio sirva de antorcha a las personas oprimidas por reglas clánicas opresivas y/o por la violencia de género.

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