Portada original del Cristalián de España de Beatriz Bernal (Valladolid, 1545) |
“Hubo una ínsula, llamada de las Maravillas, de la cual era señora una doncella muy gran sabidora de las artes. Fue tanto el su saber, que jamás quiso tomar marido, porque nadie tuviese mando ni señorío sobre ella”.
Empieza Beatriz filosofando en su introducción sobre los bienes que nos hacen felices, ora naturales ora de fortuna. Los primeros los tenemos en propiedad; los segundos, “por arbitraria voluntad”. Los naturales nos atraen a algún género de excelencia, a bien vivir y servir a Dios, a ser bien considerados, conservar a los amigos y tener paz con los enemigos, a ser llanos y sinceros con muchos, y afables con todos. Los bienes de fortuna son espirituales o temporales, unos dan fama y gloriosa memoria; otros, inconstantes, no los da Fortuna a quien los merece, sino a quien se le antoja: rentas, haciendas, títulos, señoríos y estados. Quien sea digno de ellos se hallará capaz de felicidad y será considerado dichoso y bienaventurado, y de este hilo podrá sacar el ovillo de una gloria más duradera.
Beatriz Bernal halaga a continuación al emperador Felipe considerándole ejemplo memorable, así como a sus ascendientes, “los valerosos reyes de vuestra genealogía”, espejos de buen comportamiento, “inmortales dechados de quien sacar perpetua labor”. Son tantos los merecimientos del “serenísimo príncipe” Felipe, que si en nuestra época –es decir en el siglo XVI- se compusieran la Iliada, las obras de Ovidio o la Farsalia de Lucano, a él tendrían que ir ofrecidas y enderezadas. La alusión a estas obras clásicas prueban que la autora era mujer leída y cultivada en un siglo en que las mujeres tenían difícil su ilustración.
Afecta Beatriz modestia presentando su “misérrima obra” y ruega al emperador que no se maraville porque una persona “de frágil sexo” tenga la osadía de dedicársela (captatio benevolentia). Se exime de culpa por tres razones: que puede desestimarla y echarla al fuego, que siéndole favorable puede dejarla navegar para quien quiera leerla, y porque los insignes príncipes han de ser aficionados a leer aventuras y extremados hechos de armas, porque los habitúa a altos pensamientos.
Minerva doma al centauro. Sandro Botticelli. |
El ambiente tardo-medieval servía por entonces de espectáculo y de entretenimiento a hombres y mujeres del Renacimiento. Por supuesto, la Edad Media fue una época brutal, de violencias y pasiones desmedidas, en la que la tortura, la decapitación y el descuartizamiento público estaban a la orden del día. Ahora su legendario y romántico recuerdo es escenario para una estética del horror y de lo siniestro, de la muerte como entretenimiento vital, asociada a la nigromancia. La fantasía de Beatriz Bernal –y del lector- vuela desenfrenada por este paisaje sobrenatural, mágico y pintoresco.
En su estudio sobre “Los motivos de suplicio en el Cristalián…”, Mª Carmen Marín Pina (universidad de Zaragoza) explica como en la Edad Media muchos crímenes, considerando tales la homosexualidad y el adulterio, pero también el maltrato y la violación de mujeres, se pagaban con la decapitación, que pusieron de moda los turcos. En el Cristalián, la entrega de la cabeza del enemigo cuenta como requisito para obtener la mano de la amada. Las cabezas cortadas se exhiben en estacas, en picas, en las torres de los castillos, a las puertas de los palacios y pintadas en escudos (los celtas llevaban las cabezas de los vencidos como trofeos en los arzones de sus caballos). Lucen como escarmiento y ejemplaridad formando parte de una pedagogía del miedo todavía vigente en el siglo XVI.
En esta literatura, el cuerpo humano en general es escenario de vejaciones y atrocidades. Sadismo y hechicería, pues nuestra autora inserta los suplicios en un contexto maravilloso. En los Hondos Valles dominan siete hadas, crueles artífices de terribles encantamientos. Por mandato de la Doncella del Gavilán, Cristalián manda al infierno a una de ellas metamorfoseada en árbol al cortar una de sus ramas, de donde sale un torrente de sangre. La sangre simboliza la violencia en estado puro. Suele ser una mujer vengativa y cruel la que planea el suplicio, en ciertos casos el motivo son los celos. Hace así bueno el aforismo de Nietzsche según el cual, puestas a ser malas, las mujeres son “mejores”, y aquel otro de que es temible la mujer cuando ama y cuando odia.
Ni siquiera la sabia Membrina, la dómina de la Ínsula de las Maravillas, está libre de que le corten la cabeza en un mundo que parece regido por la Reina de corazones del país de Alicia. ¡Menos mal que la decapitación ha sido simulada por la propia Membrina!, que así finge su muerte para probar la fidelidad de los caballeros de la corte de Lindelel. Deambulan por la novela caballeros sin cabeza y cabezas parlantes. A Beatriz Bernal no le tiembla la pluma y recurre a la decapitación como castigo, venganza, juego, enigma o misterio.
Helena Bonham-Carter en la Alicia de Tim Burton |
La Reina de corazones de Alicia en el País de las Maravillas no hace más que mandar: "¡Que le corten la cabeza!". Se habla del "Síndrome de la Reina de corazones", que padecen aquellos que, como el Príncipe de Maquiavelo prefieren hacerse temer a hacerse amar:
“Los hombres tienen menos cuidado a la hora de ofender a un príncipe que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es un miedo al castigo, y ese miedo nunca desaparece".
Martirio de santa Águeda (Agatha). Sebastiano del Piombo |
Los suplicios que pinta la literatura caballeresca en general, y el Cristalián en particular, recuerdan los de los martirologios, que eran lectura asidua a finales de la Edad Media y principio de la moderna. Las vidas de santos (hagiografías) eran lectura devota recomendada sobre todo a las damas. Según Mª Carmen Marín Pina, las atrocidades imaginadas por Bernal adelantan la violencia mostrada años después por María de Zayas en sus novelas cortesanas.
Por venganza, castigo o placer, el ser humano ejecuta o padece crueles agresiones. Y el lector disfruta con ellas. Lo macabro provoca en los lectores –dice Marín Pina- un paradójico sentimiento de repulsa y atracción. El arte satisface así la curiosidad y el gusto por contemplar el alcance de la depravación humana en el cuerpo ajeno, con la tranquilidad última de saberse a salvo. La literatura desahoga los peores instintos de forma inocua, aunque siempre encontraremos descerebrados y psicópatas que los adopten como modelo a imitar. Lo estamos viendo con los videojuegos violentos.
Monserrat Piera, en su artículo “Minerva y la reformulación de la masculinidad en Cristalián de España de Beatriz Bernal” (Tirant, 13, 2010), desde una perspectiva de género y feminista celebra que el libro de la vallisoletana se distancie de los modelos artúricos vigentes ofreciendo al lector un mundo caballeresco sin géneros, que vulnera y trasciende la perspectiva “masculinista” y patriarcal. Lo prueba el hecho de que aparezcan en comparación con otras obras similares pocas batallas y el número elevadísimo de personajes femeninos, así como su protagonismo; particularmente, el de Minerva, una doncella guerrera (Virgo bellatrix), capaz de luchar y actuar como varón sin renunciar a su femineidad. Se tra-viste ora de caballero ora de doncella y se llama “Minerva”, nombre de la diosa protectora de las artes y del telar, del comercio y la artesanía, o sea, de las actividades civilizatorias, a la que Ovidio llamó la “diosa de las mil labores”.
La doncella Minerva no se mueve buscando a su amado ni pelea para vengar su honor, sino que busca aventuras y justicia, es decir, se comporta como un verdadero caballero andante. Tras batirse con ella, dice Cristalián: “Mi señora, hacéis ventajas a todos los caballeros del mundo, así en bondad de armas, como en todo lo demás”. La Minerva de Beatriz Bernal no sigue a las tropas como las “soldadeiras” galaico-portuguesas ni se mutila los pechos como las amazonas, ni es una rústica serranilla con carácter, como las del Libro del Buen Amor de Juan Ruiz, sino que se convierte en amiga, confidente y compañera del héroe y en caudillo de las tropas cristianas que combaten a los infieles.
La novela de Beatriz Bernal, a pesar de sus más de trescientas páginas, alcanzó bastante éxito comercial, incluso mereció su traducción y reedición en italiano. Aunque se la considera la única mujer que escribió una novela de caballerías en el siglo XVI con el propósito explícito de que fuese leída y editada, tal vez hubo otras, cuyas obras se perdieron, fueron firmadas con pseudónimos, o pasan por anónimas.