Jane Eyre es una obra literaria fascinante, a la vez genial y extraña. Pero no convocamos aquí a esta célebre novela decimonónica para discutir sus méritos artísticos sino como testigo del contexto colonial en el cual fue escrita: Jamaica, Madeira y la India son, además de Inglaterra, las localizaciones a las que se refiere el relato, en cuyo desarrollo tienen una trascendental influencia. No solo son fuentes de riqueza o de poder para sus personajes sino que Charlotte Brontë diseñó la biografía de Jane Eyre, en gran medida, en contraste con la de Bertha Mason, la loca y degenerada criolla encerrada en el desván de Thornfield Hall. Podemos plantearnos si esa relación guarda algún paralelismo con la forma de actuación del imperio colonial británico, que explotó y arrinconó socialmente a los nativos de los territorios de ultramar, justificando tal dominio por sus costumbres degradadas y su inferioridad racial. Vamos a explorar aquí las posibilidades de ese extraordinario relato desde la perspectiva menos habitual para su estudio, la del colonialismo y postcolonialismo.
1. Jane Eyre, heroína burguesa
La parte principal de la narración se desarrolla al norte de Inglaterra, en el segundo cuarto del siglo XIX, un período de fuertes convulsiones sociales: la revolución industrial, el ascenso de la burguesía al poder, el cambio en las colonias de un sistema esclavista al de mano de obra libre…Charlotte Brontë (1816-1855) vivía con sus geniales hermanas Anne y Emily- autora de Cumbres borrascosas-, leyendo vorazmente y construyendo reinos de ficción en la pequeña rectoría que tenía encomendada su padre, en el condado de Yorkshire.
Cuatro obras clave de la literatura inglesa del siglo XIX |
A pesar de su aislamiento, Charlotte parecía tener las antenas bien alerta para captar todas aquellas tensiones sociales y económicas que, después del fin del Antiguo Régimen, estaban dando lugar a un modo de vida inédito. Con solo 31 años, consiguió plasmarlas en el argumento de su obra maestra, una autobiografía imaginaria pero con múltiples similitudes con su propia vida, que publicó con gran éxito y no menor escándalo en 1847. Lo que más irritó al conservador público victoriano fue la rebeldía de la protagonista, que no se dejó doblegar por el estricto sistema educativo de Lowood, un típico internado británico para huérfanas. Aquella joven insignificante, sin riquezas ni prosapia social, se atrevía a medirse en pie de igualdad con los hombres, a oponerles sus condiciones y a decidir por sí misma su camino en la vida.
La primera generación de feministas leyó el texto, precisamente, como una defensa de los derechos de la mujer contra la opresión de la sociedad patriarcal. “Si usted me considerase como el equivalente de una de esas hermosas de los harenes (…) Me prepararía para ser misionera o iría a predicar la abolición de la esclavitud, incluida la de las esclavas de su harén. Me introduciría en él y las amotinaría”. La novela está llena de soflamas de este tipo, que recuerdan la Vindicación de los derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft.
2. "Fueron felices y comieron perdices"
La parte del argumento de la novela que más nos interesa aquí comienza cuando Jane pone un anuncio en el periódico para ofrecer sus servicios como institutriz. Consigue así ser contratada para cuidar a la pequeña Adèle Varens, una niña francesa acogida en Thornfield Hall por quien supuestamente es su padre, el libertino Edward Fairfax Rochester. En su calidad de segundón de una familia rica, quedaba excluido de la herencia paterna, que debía pasar íntegramente al primogénito. Con el fin de asegurarle una fortuna, su padre y su hermano negocian el matrimonio de Edward con una rica heredera criolla. Rochester se casa sin amor con Bertha Mason y se marcha a vivir con ella a sus posesiones en Jamaica. Pero Bertha, una belleza morena y de sensualidad indómita porque tiene sangre negra en sus venas, arrastra también la enfermedad mental de su madre. Su naturaleza trastornada la lleva primero al vicio y la bebida, y después a la locura más agresiva. Rochester se siente engañado por ese matrimonio y, cuando al morir su hermano hereda la propiedad familiar de Thornfield Hall, vuelve a Inglaterra con su esposa demente. La encierra, bajo la permanente vigilancia de la criada Grace Poole, en el tercer piso de esa mansión gótica e intenta olvidar su tragedia viajando por toda Europa y entregándose a amores pasajeros.
Mientras Jane trabaja como institutriz, tiene ocasión de escuchar las risas y gemidos siniestros que escapan del misterioso ático, y recorre los pasillos circundantes como si estuviera hipnotizada por el secreto escondido en esa especie de castillo de Barba Azul. Cuando finalmente llega a conocer al Sr. Rochester, se enamora de este hombre inteligente, atractivo y atormentado, al que le agrada encontrar una personalidad tan fuente fuerte y decidida en aquella feúcha institutriz.
Pero Rochester le oculta que está casado y, cuando van a contraer matrimonio, se persona John Mason, hermano de Bertha, para denunciar la bigamia que están a punto de cometer.
La pobre Jane, horrorizada, abandona en secreto Thornfield Hall y vaga por los campos hasta que, en una de esas casualidades tan características de la novela decimonónica, le dan cobijo unos desconocidos que, tiempo después, descubre que son sus primos paternos. Como siempre, la fuerza de la sangre, de la que tanto hemos hablado ya en este blog, obra estos pequeños milagros literarios.
Su primo, St. John Rivers, es un reverendo que está preparando su marcha como misionero a la India y pretende que Jane lo acompañe para apoyarle en esa función. Incluso le hace estudiar indostaní para ello. Pero Jane, que no concibe el matrimonio sin amor, sabe que su primo no la quiere por sí misma sino por la utilidad y respetabilidad que puede reportarle en su tarea evangelizadora y, en consecuencia, rechaza su propuesta. En otro de los elementos misteriosos de la historia, tan propios del Romanticismo literario, Jane siente la llamada telepática de Rochester, su único y verdadero amor. De vuelta a Thornfield Hall, encuentra la mansión en ruinas y se entera de que su antiguo señor perdió la vista y una mano en el incendio provocado por la loca Bertha, que también murió en el incidente. Ya no hay obstáculo para que ambos vivan su amor de manera legítima, así que los protagonistas se casan. Pero Jane no dependerá económicamente de su marido gracias a la providencial herencia de un tío paterno, un próspero comerciante de vinos en Madeira.
3. La loca en el desván
En el texto fundamental de Susan Grubar y Sandra Gilbert, The Madwoman in the Attic (1979), se utiliza el ejemplo de Jane Eyre y Bertha Mason como paradigma de las dificultades y contradicciones de las novelistas en la sociedad patriarcal. Charlotte Brontë públicó Jane Eyre bajo el ambiguo seudónimo de Currer Bell. “No queríamos revelar que éramos mujeres porque teníamos la vaga impresión de que las autoras se exponen a ser juzgadas con prejuicios”, escribió Charlotte. Para Gruber y Gilbert, las escritoras decimonónicas expresaron su rebeldía contra aquella sociedad, que despreciaba la autoría femenina, mediante los personajes de mujeres locas o monstruosas tan frecuentes en sus obras. En dramático contraste con las heroínas, esas figuras demoníacas encarnaban su escisión interna: al mismo tiempo que aceptaban las censuras a su labor creadora que les imponía la sociedad patriarcal, sintiéndose culpables por su atrevimiento, también deseaban escapar de ellas. En Jane Eyre la protagonista es pobre y escasamente atractiva pero rica en virtudes morales: pulcra, callada, ordenada, “pura, prudente y modesta”.”¡Una cosa celestial!”, exclama Rochester. Por el contrario, Bertha Mason es rica, alta, majestuosa, sensual y de costumbres desordenadas. ”Malvada, loca y embrutecida”: así la define su esposo. Bertha es como el subconsciente reprimido de Jane, o la personalidad desdoblada de Charlotte Brontë.
Debido a su sangre viciada por la mezcla racial, que degenera pronto en insania mental, se transforma en una criatura monstruosa e infrahumana. La escritora evoca la figura del vampiro de las leyendas germánicas, con sus ojos desorbitados e inyectados en sangre, sus facciones hinchadas y su fuerza sobrehumana: “En la sombra y en el extremo opuesto de la estancia, una figura iba de un lado a otro. A primera vista no se sabía si era un animal o un ser humano. Andaba, al parecer, a gatas y rugía como un animal fiero. Iba vestida y su largo cabello negro ocultaba su cabeza y su rostro (…) aquella especie de hiena se levantó exhibiendo su estatura (…) La loca dio un rugido, apartó los cabellos de su rostro y miró con rabia a sus visitantes”.
4. ¿Jane Eyre, cómplice del colonialismo?
Gayatri Ch. Spivak avanza en la crítica a los presupuestos implícitos en Jane Eyre, denunciando la complicidad de Charlotte Brontë con el imperialismo británico.De acuerdo con esta pensadora feminista resultaba imposible que ningún autor se sustrajera a la ideología colonialista de la época. Para los ingleses, el dominio del mundo era la elevada misión que estaba llamada a cumplir Britania. Desde esa óptica, la legitimidad moral que atribuían a su empresa imperialista permearía todas las creaciones artísticas a niveles muy profundos. Spivak destaca cómo el contexto colonial se traduce en Jane Eyre, en primer lugar, en las inmensas riquezas que los protagonistas obtienen por vía hereditaria, equivalentes a unos tres millones de libras actuales. Esos grandes capitales proceden de las plantaciones caribeñas y del comercio del vino de Madeira. Pero, sobre todo, el contexto colonial penetra en la estructura misma de la narración, en cuanto que la linea dramática se basa en el silencio y la opresión impuesta al “Otro” exótico, la criolla demente Bertha Mason. En el análisis de Gruber y Gilbert el problema de la raza estaba ausente. En cambio, Spivak pone de relieve que la novela se hace eco de las asunciones más habituales en el siglo XIX sobre los peligros del mestizaje racial. Se decía que esa mezcla daba lugar a seres degenerados, quizá no completamente humanos. Sobre la ideología racista y las vías de su superación, podéis consultar http://anthropotopia.blogspot.com.es/2014/04/franz-boas-y-lewis-whine-antropologia-y_22.html.
Otro elemento colonialista es la presentación de la naturaleza de las Antillas como un marco excesivo y agobiante en el que los ingleses sobreviven sólo con gran dificultad. Similares reflexiones las retomará Joseph Conrad en El corazón en las tinieblas (1899). Una noche, Rochester no soporta ya más los mosquitos, el calor sulfuroso, el ruido ensordecedor del mar, la luna ensangrentada, los gritos de su esposa…Está tan desesperado que maquina quitarse la vida. A la mañana siguiente, un aire fresco procedente de Europa aleja la tormenta y, con ella, esos planes suicidas. “El dulce viento de Europa soplaba aún sobre las hojas frescas por la lluvia y el Atlántico tronaba en la playa. Mi corazón se expandió, mi alma se sintió renacer. Veía revivir mi esperanza y creía posible la regeneración. Desde un arco florido del jardín, miré al mar, más azul aún que el cielo. Más allá estaba el Viejo Mundo y en él se me abrían las perspectivas más claras…”(los subrayados son míos).
En contraste con la naturaleza tormentosa de la noche anterior, durante el día Rochester se deja embriagar por la belleza de la exuberante vegetación jamaicana. Esos paisajes tan diferentes son, en realidad, distintos estados de humor que se proyectan sobre el mundo exterior. Se ha hablado así de una “estética maniquea” (Abdul Jan Mohamed), cuando se construye el mensaje sobre cadenas de oposiciones bipolares, en las que el bien, la racionalidad y el orden se asocian a la luz, y el mal, el caos y la transgresión a la oscuridad. Pero, ¿realmente cabe imputar a la novela de Charlotte Brontë el apoyo a la visión colonial inglesa? No está de más recordar que su padre procedía de Irlanda, un pueblo tradicionalmente oprimido por la nación vecina, y que su madre era de Cornualles, un condado con fuertes raíces celtas, de manera que sus orígenes familiares no permiten verla como portavoz del discurso oficial británico.
Por otro lado, parece existir una tendencia innata a confundir las palabras que los autores ponen en boca de sus personajes y sus propias ideas, y este es un problema que igualmente se constata en las críticas al supuesto racismo de Joseph Conrad. Por el contrario, es posible encontrar en la novela múltiples elementos que avalan su carácter subversivo frente al status quo colonial. Se ha ubicado la acción principal en la época de la abolición efectiva de la esclavitud, 1834, después de múltiples insurrecciones de los esclavos en Jamaica occidental, entre 1831-1832, que dieron lugar al incendio de incontables plantaciones. Jane se compara con el afán de libertad estos oprimidos: “como cualquier esclavo rebelde, estaba dispuesta… a hacer lo que fuera” (cap. 1). También planeaba liberar esclavas sexuales, como hemos visto en la cita supra, y se opone al Suti, la pira funeraria a la que se arrojaba a las viudas en la India, que fue abolida por los ingleses en 1829.Por ello, Charlotte Brontë puede ser calificada como una novelista a caballo entre la literatura colonial y la postcolonial.
En contraste con la naturaleza tormentosa de la noche anterior, durante el día Rochester se deja embriagar por la belleza de la exuberante vegetación jamaicana. Esos paisajes tan diferentes son, en realidad, distintos estados de humor que se proyectan sobre el mundo exterior. Se ha hablado así de una “estética maniquea” (Abdul Jan Mohamed), cuando se construye el mensaje sobre cadenas de oposiciones bipolares, en las que el bien, la racionalidad y el orden se asocian a la luz, y el mal, el caos y la transgresión a la oscuridad. Pero, ¿realmente cabe imputar a la novela de Charlotte Brontë el apoyo a la visión colonial inglesa? No está de más recordar que su padre procedía de Irlanda, un pueblo tradicionalmente oprimido por la nación vecina, y que su madre era de Cornualles, un condado con fuertes raíces celtas, de manera que sus orígenes familiares no permiten verla como portavoz del discurso oficial británico.
Por otro lado, parece existir una tendencia innata a confundir las palabras que los autores ponen en boca de sus personajes y sus propias ideas, y este es un problema que igualmente se constata en las críticas al supuesto racismo de Joseph Conrad. Por el contrario, es posible encontrar en la novela múltiples elementos que avalan su carácter subversivo frente al status quo colonial. Se ha ubicado la acción principal en la época de la abolición efectiva de la esclavitud, 1834, después de múltiples insurrecciones de los esclavos en Jamaica occidental, entre 1831-1832, que dieron lugar al incendio de incontables plantaciones. Jane se compara con el afán de libertad estos oprimidos: “como cualquier esclavo rebelde, estaba dispuesta… a hacer lo que fuera” (cap. 1). También planeaba liberar esclavas sexuales, como hemos visto en la cita supra, y se opone al Suti, la pira funeraria a la que se arrojaba a las viudas en la India, que fue abolida por los ingleses en 1829.Por ello, Charlotte Brontë puede ser calificada como una novelista a caballo entre la literatura colonial y la postcolonial.
- Ancho Mar de los Sargazos
Con Jean Rhys (1890-1979) sí nos encontramos con una autora postcolonial. Nació en Dominica, -una isla antillana descubierta por Colón en su segundo viaje-, de padre y madre criolla blanca. Pasó su juventud en Inglaterra, donde fue dolorosamente consciente de su posición marginal entre dos culturas incompatibles: la caribeña y la inglesa. En su época, los blancos eran una minoría que representaba sólo el uno por ciento sobre el total de la población de Jamaica. Rhys desarrolló una clara conciencia de su identidad como criolla en un contexto colonial. Las similitudes de su biografía con las de Bertha Mason le hicieron plantearse por qué razón Charlotte Brontë había fracasado estrepitosamente a la hora de representar la vida en las Indias Occidentales y, en particular, por qué había presentado a las mujeres criollas como lunáticas. En su gran novela Ancho Mar de los Sargazos (1966) Rhys entabla un diálogo con Jane Eyre, imaginando la historia de Antoinette ( el nombre real de Bertha antes de que Rochester, al que nunca se menciona, se lo cambiase en un típico acto de dominación masculino), previa a su matrimonio con el caballero inglés. Por problemas económicos, su madre tuvo que casarse en segundas nupcias con Mister Mason, que salva la plantación familiar de la crisis económica. Pero los esclavos insurrectos la incendian y muere el hermano de Antoinette/Bertha. Son estos acontecimientos tan traumáticos y no su raza híbrida lo que arrastra a su madre a la locura. En cuanto a Antoinette, su matrimonio de conveniencia con Rochester resulta un desastre. Al principio su esposo se siente atraído por su misteriosa y salvaje belleza y comparte sus fantasías sexuales, pero al final se siente asqueado por su deseo insaciable, que considera signo de una moral corrupta. Después de ser injustamente calumniada por un sujeto malintencionado, su esposo acaba aborreciéndola y decide escapar. Pero Antoinette le da de ver una poción de amor elaborada por su criada negra Christophine. Cuando Rochester se entera de que ha intentado envenenarlo monta en cólera y desahoga su pasión con una criada mulata, lo que lleva a Antoinette a la bebida y a la locura.
Su verdadero problema, pues, no era la sangre viciada sino su posición inestable entre dos culturas contradictorias en sus principios y valores. Para la moral victoriana, una dama no podía mostrar francamente sus instintos sexuales y, si lo hacía, era signo indudable de su locura y estaba justificado encerrarla. Por el contrario, los pueblos nativos celebran la naturaleza y el cuerpo en todas sus manifestaciones. Jean Rhys, con una maniobra típicamente postmoderna, escribe una novela clásica para iluminar los problemas sociales y de género que quedaba más oscurecidos en el original. Pero, como apunta Spivak, también su obra se queda a mitad de camino, al centrarse en los problemas de los criollos, dejando en un plano secundario los de la población negra mayoritaria, silenciada en Ancho Mar de los Sargazos. La criada Christophine, un personaje fundamental en la acción, tiene una fuerte personalidad y es temida por su gran poder, ya que practica el obeah o vudú. Pero igual que Charlotte Brontë con Bertha Mason, tampoco Jean Rhys otorga a Christophine la oportunidad de contar su propia historia. Los negros sólo son clasificados por Antoinettte como pro-criollos o anti-criollos, amigos o enemigos en las luchas de poder en el difícil proceso social y económico subsiguiente a la emancipación de los esclavos. “Jamás miraba a los negros desconocidos. Nos odiaban, nos llamaban cucarachas blancas. Más vale no despertar a los perros dormidos. Un día, una niña pequeña me siguió, cantando: <<Vete, cucaracha blanca, vete, vete. >> Yo comencé a caminar de prisa, pero ella caminó más de prisa. <<Cucaracha blanca, vete, vete. Nadie te quiere aquí.Vete. >>”.Seguramente, un doloroso recuerdo de infancia marcado en la memoria de la novelista.
Su verdadero problema, pues, no era la sangre viciada sino su posición inestable entre dos culturas contradictorias en sus principios y valores. Para la moral victoriana, una dama no podía mostrar francamente sus instintos sexuales y, si lo hacía, era signo indudable de su locura y estaba justificado encerrarla. Por el contrario, los pueblos nativos celebran la naturaleza y el cuerpo en todas sus manifestaciones. Jean Rhys, con una maniobra típicamente postmoderna, escribe una novela clásica para iluminar los problemas sociales y de género que quedaba más oscurecidos en el original. Pero, como apunta Spivak, también su obra se queda a mitad de camino, al centrarse en los problemas de los criollos, dejando en un plano secundario los de la población negra mayoritaria, silenciada en Ancho Mar de los Sargazos. La criada Christophine, un personaje fundamental en la acción, tiene una fuerte personalidad y es temida por su gran poder, ya que practica el obeah o vudú. Pero igual que Charlotte Brontë con Bertha Mason, tampoco Jean Rhys otorga a Christophine la oportunidad de contar su propia historia. Los negros sólo son clasificados por Antoinettte como pro-criollos o anti-criollos, amigos o enemigos en las luchas de poder en el difícil proceso social y económico subsiguiente a la emancipación de los esclavos. “Jamás miraba a los negros desconocidos. Nos odiaban, nos llamaban cucarachas blancas. Más vale no despertar a los perros dormidos. Un día, una niña pequeña me siguió, cantando: <<Vete, cucaracha blanca, vete, vete. >> Yo comencé a caminar de prisa, pero ella caminó más de prisa. <<Cucaracha blanca, vete, vete. Nadie te quiere aquí.Vete. >>”.Seguramente, un doloroso recuerdo de infancia marcado en la memoria de la novelista.
En esta precuela de Jane Eyre todavía permanece un Otro colonial en la sombra, los descendientes de los esclavos africanos esperando a tomar la palabra. Y es que, como resalta John McLeod, todos los textos literarios permanecen muy cercanos a la historia, cultura y política de la época en que son escritos.
Fuentes consultadas:
-Beginning.Post-Colonialism, John MacLeod, Manchester University Press, 2010
-La loca en el desván.La escritora y la imaginación literaria del siglo XIX, Susan Grubar y Sandra Gilbert, Cátedra, 1998
-Charlotte Bronte: Jane Eyre, Ángela Carter, 1992
-Jean Rhys´s Wide Sargasso Sea : Exploring its Success and Failure as Post-Colonial Text around Characterization of “Antoinette” vs Representation of “Christophine”, Daung Jung
-From Antoinette to Bertha. The Process of “colonising within the Marriage in Rhys´s Wide Sargasso Sea, archive.today
-entradas en Wikipedia en español y en inglés: Jean Rhys, Ancho Mar de los Sargazos/ Wide Sargasso Sea, Charlotte Brontë y Jean Eyre
- Jean Rhys Biography:
Esta entrada se publicó originariamente en el blog de antropología Tinieblas en el corazón. Si queréis acceder a los interesantes comentarios de los lectores, este es el enlace: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2014/05/colonialismo-y-post-colonialismo-en.html
Me ha encantado ver esta entrada. Cuando estaba leyendo el libro, sobre todo la parte en que se "preparan" para ir a "convertir a paganos" me estaba irritando sobremanera. Era tan imperialista, tan prepotente... Toda esa exacerbada sensibilidad para los propios principios y ni pizca de empatía por gente de otras culturas. Ni la menor crítica a lo prepotente que era esa actitud con respecto a personas de otras culturas. Creo que este es el único blog en el que he visto comentado ese aspecto. Y que enlaza, a través de ese tema, Jane Eyre con la obra maestra de Jean Rhys, Ancho mar de los Sargazos.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu comentario. Ciertamente no es un enfoque, el de la crítica al colonialismo en Jane Eyre, que se encuentre tratado en castellano, aunque sí en la crítica literaria anglosajona. Por eso pensé que podía tener interés para los lectores de nuestra lengua. Hay mucho para trabajar aún sobre el tema. Esto es un modesto acercamiento.
ResponderEliminarInteresantísima entrada, Encarna, måxime cuando tratas una de mis novelas, sino la más, preferida!! Da gusto lo que siempre aprendo contigo. Después de tus apuntes he decidió releerla por.....probablemente vigésima vez!!! Gracias, Marisa
ResponderEliminarMil gracias, Marisa. Siempre es muy productivo releer obras tan potentes, desde el punto de vista literario, histórico, cultural..., como esta novela tan singular. Tenemos que atrevernos a leerla entera en inglés. A mí me toca estudiarla a fondo el año que viene.Un abrazo.
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