Dánae dormida
Te cierras sobre ti,
y no dejas que un ala,
ni un secreto,
ni siquiera un aliento
se te escape. Una y otra vez,
y otra, regresas siempre a ti.
Lo mismo que un océano
de fuego
meciéndose en tus costas.
Vestal
Piedra viva pareces,
hija de un dios vencido.
No comprendes la huida
de los barcos.
Ni la insistencia
de demonios axiales
por alcanzar la luz.
( De MEMORIA COMÚN, 1998)
El sueño de Endimión
Blanca y desnuda
como un cordón de plata
refugiado en la sombra,
un túnel que atraviesa
la savia de la noche.
El mar, y los albatros
de inmaculadas alas,
colmando a cada instante
la levedad del cuerpo.
Esta luna es un árbol
que desciende a la boca
del hombre y lo fecunda.
(De MEMORIA COMÚN, 1998)
Narciso
La luz buscada afuera estaba dentro,
la amarilla flor de la retama,
los juncales dormidos,
el vuelo gris de los vencejos,
en la quietud de aquel estanque
reconocí mi rostro.
(De LA ANTIGUA LLAMA, 2004)
Calipso
Apenan esos dioses que ambicionan
la breve luz del hombre, que confunden
su dicha
con nuestra carne efímera. Muy dura
debe ser
la tarea del dios, de soportar el gozo
inalterable y desconocer nuestros
afanes
(nuestros días de sombra y claridad)
mientras caemos hacia la tierra
inmóvil.
Un mundo confundido de inmortales
y hombres, como Calipso revolviéndose
en brazos de Odiseo. (Y la impotencia
de no poder trocar la eternidad en
tiempo.)
Y Calipso llorando junto al mar…
(De LA ANTIGUA LLAMA, 2004)
Casandra
Voy a ocultarme detrás de las palabras
ALEJANDRA
PIZARNIK
Hay algo turbio que busca hacerse fuego
desde el rumor de helechos de otra edad,
bajo las raíces de los muertos.
Escucha la voz que se repite, el vaticinio
que desanda la premura del viento,
como un temblor de lava que gotea en las sienes.
(Sobre la mesa se ha derramado el vino
y resbala hasta el sueño). Tus labios, Casandra,
convocan destinos desusados, vidas
que se agostaron en la maleza,
que quedaron vacías bajo el légamo.
Cubre tu rostro el velo de los líquenes,
horada tus ojos el granito.
Se aproximan inciertos los caminos
y escuchamos su gemido de esporas.
Dime tu nombre, tu nombre verdadero,
no la palabra donde ahora te ocultas,
el nombre que coincide con tus manos,
ese nombre idéntico a tus labios. La palabra
certera como esta hora aciaga, el corazón
doliente del dios profundo que te busca,
los círculos de plata que ha tramado
el dolor alrededor del viento.
(Ese inútil destino que persigue tu sangre.)
(De HABITACIÓN 328, 2001)
Ruinas
Aquel bucle, este brazo, el atisbo
de un seno que inmóvil se sitúa en medio de la tarde, y llena de tristeza el
universo.
Son aves, palomas desvastadas (con sus alas de arena
que cercan la memoria.)
Son caprichos del tiempo –celadas de los siglos- que
traman su destino en el alma del hombre.
( De CUERPOS, 2001)
Lluvia de oro
Apretadas las manos
entre los muslos tibios,
Dánae que se abre
como carne de arena
al avariento musgo.
Las lascivas palomas
atraviesan su cuerpo.
(Su espesura se cierra,
sus raíces se ahondan).
Blanco país de nieve,
de sangre, de crepúsculo,
desnuda piel de oro.
( De LOS DÍAS Y LOS PÁJAROS, 1996)
Ariadna en Naxos
I
Te tiendes a la sombra de los
nombres,
navegas por los labios
hasta un país de musgo y de
silencio.
Y la noche de plata se adentra
en las pupilas.
Reina de las cimas y los
pájaros,
madre de las raíces, señora de
la arcilla.
Te adentras en la piedra, y en
ella te confundes,
y la noche se vierte hacia tu
vientre
como un río de edad
inconsolable.
Me aguardas en la arena
después de tanta sombra,
después de tanto y tanto
laberinto.
II
Me aproximo al informe
desorden de los labios,
soy entonces la sed que se
calma en tu boca.
Voy deshaciendo nudos, la
urdimbre de tu cuerpo.
Me sabes a tierra, mujer, a
carne humedecida
después de la tormenta.
Lentamente te abres,
desnuda y poderosa, entre ríos
y aceros,
torbellinos. Por el mar navego
hasta tu sangre,
eres el epicentro de la
materia última,
la amalgama callada anterior a
los nombres.
Homicida mujer, ángel que en
la carne me acecha.
( De LOS DÍAS Y LOS PÁJAROS, 1996)
Sfinx
Era uno de esos seres que adivina el alma.
G.
A. BÉCQUER
Cómo acallar este fluir de instantes,
de raíces, de gérmenes, de llamas,
esta hambre tan brusca de las células,
esta sed de mujer redonda, y áspera,
contra la luz del día que se acaba.
Cuánto dolor de muro y sombra espesa,
de árbol, de tiempo inmóvil, piedra.
Manantial de lava gris y de silencio
esparciendo su fuego en mi garganta.
Toco, en medio de la noche, el mineral
fundido que abrasa las palabras.
(En qué vida, tú y yo, en qué otro abismo
de olvido o de memoria, nos hemos encontrado.)
Oigo cómo las sílabas se agitan
en la matriz del tiempo, como un vasto
torrente golpeando los labios.
Carne como la voz de un dios extraño
que nos convoca debajo de la piel,
cuando es alma la carne y nos asfixia.
Quiero otra vez tocar esas hogueras,
el bramar de la sangre, su volcán,
la inocencia de este cuerpo que pasa,
que me inclina a un espacio sin dioses
y sin hombres, de mujer solamente.
( De MEMORIA COMÚN, 1998)
Dafne, el árbol
Callas pero tus manos te delatan,
y ese fulgor añil de mar en las pupilas.
(Semejante mirada tienen las gaviotas
cuando son poseídas por el viento.)
Algún secreto guardas, te acercas al espejo
y justo te demoras al umbral de la duda.
(Te paras en el límite preciso de ti misma,
en la línea afilada de insospechados actos.)
(De MEMORIA COMÚN, 1998)
Circe
Lo llamaste destino, fueron
sólo
brazos de una mujer que te
envolvieron,
unos labios muy dulces, como
el sueño.
Nada pudiste hacer, sólo
vencerte
hacia ese amor de mar
embravecido.
Destino lo llamaste, y fue el
enigma
de un cuello que se inclina,
el abandono
fatal de unos cabellos. Uno a
uno
ordenó los instantes, como
adobes
que levantan murallas sin
memoria.
Erinias
He buscado la llaga
abierta del amor.
No la alcancé.
Púrpura
la ceniza del tiempo
se interpuso.
Te vi desnuda
en el espejo.
Puse amarillos narcisos sobre tus labios.
Aún no habías muerto.
Perséfone
Para
mí el pasado es, en algún sentido, lo más real.
IRIS
MURDOCH
NOS ESFORZAMOS POR TRANSMUTAR LA PIEDRA
EN LUZ,
en hoguera la sangre.
Alzamos la mirada
aguardando una dádiva, el agua nueva,
la chispa de otra llama,
el tiempo renovado en las pupilas...
(Te miraba, y mis ojos se cubrían de
muerte,
de la amargura gris de los destinos,
del secreto azul de la tristeza.)
Una
gota de luz iba cayendo
hasta la sombra, diminuta,
en la mudez de los metales, en la
inmovilidad de las semillas,
en el vuelo quebrado de los pájaros.
Una mano se ofrece,
una mano imposible que se abre
y no alcanza otra mano (de mujer,
ni de dios) contra la brevedad
de la memoria.
El hueco, el centro del temblor,
el ápice inmóvil de una brasa o una
sangre
que se vierte en la multitud de las
edades.
Y
su dolor
que busca la palabra, que crece
desde la avidez del tiempo (de mi
tiempo)
y aventa sus esporas.
No sabemos
poblar tanto destino. (No puedo
con la muerte, mejor que nos llegue
adormecidos,
cerrados en la nítida infancia,
nunca ya la conciencia
lacerada
que trama la existencia imposible).
Y
los ojos se velan con lágrimas antiguas.
Llora Calipso junto al mar
y Odiseo se aleja.
Llora también Andrómaca
(llega hasta mí tu llanto, Andrómaca,
la de los blancos brazos)
porque presagia la muerte de Héctor, de
su esposo,
el más noble y recto de los hombres. Y
Casandra llora.
Veo a Démeter
buscando a Coré, la doncella, en el
mundo de los vivos
(y está muerta). Es Perséfone y habita
en otro sueño.
Calipso
jamás regresará a los brazos de Ulises,
jamás se juntarán sus labios en el
beso.
La brisa agita vidas
que pudieron ser mías y no logré
apresarlas.
Y la carne se afana
por poblar otro existencia, otro cuerpo
lacerado por la espada del tiempo,
por el filo letal de los deseos (oh,
ven,
un instante tan solo, confúndete en mi
carne).
Regresa incierta el alba, otra vez se
renueva
la antigua lumbre, para arrastrar la
tierra
hasta su luz y volverla cristal.
Yo amaba su cuerpo.
Y ella estaba a mi lado,
imposible, rozándome.
Veo a la hermosa Inger
luminosa en su muerte.
Yo buscaba su aliento, el roce de su
cuerpo.
Porque yo amaba su carne viva.
(No
me toques, dijo el resucitado).
Aún la veo muchos años atrás,
en otro espacio:
es un cuerpo perdido en el andén del metro.
No
parece posible
que este temor de sombras, que este
muro de luz
devore la tristeza. Ni el lejano
lamento de un pequeño,
ni el campanilleo de la cuchara en la
taza de té.
Algo
erró en mí,
una grieta muy breve
se abrió y trazó otro destino;
tal vez el tronco desplomado
con sus hojas inversas.
Siento el perfume rosado de la adelfa
brotar en mis raíces.
Un instante, no te vayas, demórate un
instante,
no te escondas detrás de las palabras
amables,
detrás de las miradas oblicuas
que se escurren sobre la superficie de
los muebles;
el instante en que llegas a mí como una
diosa
que emerge de las aguas.
Miro
las velas de los barcos
como plumas que un amor imposible
abandonó en tu espalda
en la vida cerrada del origen.
El
mar redondo, dorado, el mar…
(El mar, el mar...)
…un animal hambriento.
Como tus brazos, Perséfone, el mar…
(¿Existió aquella dicha
o surge ahora, vacía, en la memoria?).
Dormimos arrullados por el amor del mar
y no sabemos despertar.
El
mar,
el mar... (que es olvido,
contra la crueldad del tiempo)
el mar que todo lo crea,
que todo lo destruye.
DE PERSÉFONE, PERSÉFONE...(Inédito)
DE PERSÉFONE, PERSÉFONE...(Inédito)
Sobre Miguel Florián podéis leer una breve biografía, junto con una bellísima colección de poemas-mujer, en el siguiente enlace de este blog: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2015/03/me-lastimas-belleza-poemas-la-mujer.html
En entradas posteriores intentaremos descifrar algunas de las claves de esta constante evocación mitológica en la obra del poeta aunque, como él mismo dice, siempre hay que dejar que los versos apelen al lector sin intermediarios. Estoy segura de que os tocarán el sentimiento vivo estas extraordinarias historias proyectadas sobre el universo intemporal del mito.
Agradezco al autor, de todo corazón, que me haya permitido publicar aquí esta selección temática de su obra, incluyendo poemas tan extraordinarios como Perséfone, publicado en la revista Tinta china.
Las fotografías que sirven de contrapunto a este homenaje literario al gran poeta de Ocaña, tomadas en la exposición La belleza del cuerpo, que tuvo lugar en el MARQ en 2009, son obra del torrevejense Vicente Maciá Hernández (1957-2014), con quien tanto quería. Sobre él podéis leer un post en el enlace siguiente: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2014/02/vicente-macia-hernandez-1957-2014.html
Es extraordinario poder empezar el día con poesía.
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