"Nos descubrimos en nuestras aflicciones"
Iris Murdoch. La máquina del amor...
Sus relatos son un mundo bastante exclusivo, como un party benéfico en que los invitados beben jerez y toman canapés sin atiborrarse mientras conversan pacíficamente sobre nuestros principales compromisos y preocupaciones. Amor, muerte, culpabilidad, sexo, amistad, religión, fidelidad, creencias..., son diseccionados con el más fino de los bisturíes y analizados con el más preciso de los microscopios. Sus tramas son rocambolescas y giran alrededor del amor ("nombre último y secreto de todas las virtudes") y de los estropicios sociales que causa el enamoramiento. Sirven para explorar la moralidad de los personajes, su (nuestra) vulnerabilidad, y para plantear y resolver dilemas... En realidad son novelas que tienen mucho de teatro, como los primeros diálogos de Platón, y de dialéctica o filosofía moral. Murdoch imagina para ello situaciones convencionales y líos sentimentales, sin duda con el trasfondo recordado de lo vivido, más unos diálogos ágiles, inteligentes e ingeniosos, generalmente impregnados de humor, a veces negro y hasta cruel, en un ambiente social de alto nivel intelectual, con ecos de clásicos griegos.
Su éxito como novelista siempre fue acompañado de reticencias como escritora genial o filósofa de mérito. Harold Bloom terminó por incluir a Iris Murdoch en su Genios, declarándose un lector voraz e insomne de la autor irlandesa, a la que sin embargo reprocha algunas carencias, como que sus personajes sean poco convincentes. No puedo estar menos de acuerdo en esto con el maestro Bloom, a pesar de su indiscutida autoridad. Algunos de sus personajes son extraordinariamente complejos, sofisticados, pero eso no los hace inverosímiles. Uno de los hechos que pone de manifiesto la narrativa de Murdoch es que el teatro de sombras de los motivos que explican las acciones humanas es de una insondable ambigüedad. Cuando los realizamos todos nuestros actos nos parecen justificados e inevitables, hasta que descubrimos que fueron contingentes o extravagantes.
Dice también Bloom que Murdoch se preocupaba demasiado por la bondad humana y sin embargo no duda en atribuirle a Iris poderes sobrenaturales y demoníacos, supongo que no lo hace del todo en serio. Como Barthes (El placer del texto), Murdoch pensaba que "la literatura es para disfrutarla, para verse arrebatado por el placer", porque una novela es una ocupación inocente que aparta a la gente de sus problemas y de la televisión, "puede que incluso les mueva a reflexionar sobre la vida humana, los personajes, la moralidad" (v. Estandarte).
Nacida en Dublín, su padre provenía de una familia de granjeros presbiterianos y su madre de otra anglicana de clase media, pero pronto abandonaron Irlanda y se establecieron en Londres donde la futura escritora recibió una buena educación liberal. Leyó a los clásicos, historia, filología antigua y filosofía en Oxford. Murdoch reconoció como maestros, sobre todo, a Donald M. MacKinnon y a Eduard Fraenkel. MacKinnon era un filósofo y teólogo que la inició en los grandes problemas de la filosofía moral. Fraenkel, por su parte, un prestigioso helenista judío alemán que había huido de la Alemania nazi. Antes de la guerra ya mostró la autora su interés por Platón, un filósofo al que sacó de la catacumba académica para revalorizarlo y relacionarlo con los problemas morales que investigó en sus ensayos.
Iris Murdoch, genio del pensamiento universal |
Después de la guerra, Murdoch trabajó en Bélgica y Austria para la UNRRA, una institución de Naciones Unidas dedicada a la ayuda de personas desplazadas. Estudió más filosofía como postgraduada en el Newnham College de Cambridge, donde tuvo como maestro a Ludwig Wittgenstein, por cuya filosofía se sintió siempre tan atraída como repelida. Ella misma se difinió como una wittgensteniana neoplatónica. De esa época son las tres conferencias que se recogen en La soberanía del bien (Taurus, 2019): En 1948, devino profesora del St Anne's College de Oxford hasta 1963. Como tal, publicó diversos trabajos, entre los que destaca Sartre, Romantic Rationalist (1953), el primer ensayo en inglés dedicado al filósofo existencialista, al que había conocido personalmente. Algunas de sus compañeras, como Philippa Foot o Elizabeth Anscombe, acabarían siendo filósofas muy influyentes. A lo largo de su vida mantuvo relaciones intelectuales y afectivas con escritores europeos como Raymond Queneau, Franz Steiner –un antropólogo y excelente poeta en alemán– y, sobre todo, con el búlgaro Elias Canetti, al que conoció en 1950.
Murdoch prefirió la ficción, sin renunciar por ello a un pensamiento de profundo alcance como moralista sagaz e irónica. Su primera novela, Bajo la red (1954) tuvo gran éxito. Gonzalo Torné la considera la mejor novelista de Inglaterra entre 1973 y 1978. Dos años después de su primera novela casó con John Bayley (1925-2015), profesor de literatura y también escritor. El matrimonio duró 45 años. Bayley la cuidó hasta sus últimos días. Iris murió en sus brazos, destrozada por el alzheimer. Los síntomas aparecieron en una conferencia que daba en Israel en 1995. Después de su muerte, Bayley escribió una "Elegía por Iris". Dijo de ella: "estoy casado con la mujer más inteligente de Inglaterra y la verdad es que nunca hemos sostenido una conversación seria". Y también: "Sus lágrimas parecen significar todo un mundo interior cuya entrada quiere impedirme y, a la vez, quiere protegerme de él". El viudo da muestra en otras obras autobiográficas del tierno amor y camaradería que les unió. En Una derrota bastante honrosa (2ª, 9), escribe Murdoch sobre "la telepatía del silencio", ese denso y continuo sentido magnético de comunicación que se da en todo matrimonio feliz.
Sin embargo, en algunas de las novelas de su esposa aparece un tipo de personaje masculino de inteligencia privilegiada, prepotente, dominador y con ramalazos de sádica crueldad hacia los que le rodean, quieren y admiran. Según confesión propia, este personaje está inspirado en la figura de Elias Canetti, el pensador y escritor premio Nobel con el que Iris Murdoch tuvo un affaire de tintes sadomasoquistas y al que un crítico describe como gran odiador pero también infalible detector de imbecilidades, verdadero maestro de la ira y de la queja insaciable.
Monty, escritor y protagonista de La máquina del amor sagrado y profano, tal vez tenga mucho de alter-ego de la autora. No puede soportar la destrucción del respeto de sí. Atormentado por la pérdida de su frívola esposa, con la que tampoco era feliz, afirma que "el espíritu puede procurar unas vacaciones de la moral mucho más durables que puede hacerlo el pecado" y a continuación se pregunta si lo que busca es la verdad, la salvación o la bondad..., pareciéndole a veces que estos caminos divergen y sólo se unen concebiblemente en algún punto final que nunca ganará... Por lo menos sabemos que "se puede ver a través del bien. Es transparente. El mal es opaco" (Una derrota bastante honrosa, 1ª, 17).
Sus intelectuales bailan con la duda sin caer en "la tontería del relativismo". La verdad de uno parece mostrarse sobre todo, más que en la aburrida teoría, en las tareas cotidianas, en lo que hacemos con respecto sobre todo a nuestras relaciones con los demás, a los cuidados que demandamos y les otorgamos... La verdad y belleza del mundo, en los pequeños detalles (Murdoch lee y se deja influir por la exquisita sensualidad de Proust), en la contemplación de la mariposa resistiendo el viento agarrada al tallo de una glicinia, en las flores de un rosal silvestre que trepa por la osamenta de un cerezo, en la extrañeza del rostro de un gato, en el placer de un jerez en conversación con el amigo, en un atardecer de murciélagos revoloteando entre luces con delicadas y contenidas elipses; también, por supuesto, en la degustación de un Timbale de foie de volaille o en el formidable diseño de un Bentley (automóvil de lujo). La justicia, la honestidad resultan demasiado abstractas para encajar en los acontecimientos reales, y nosotros somos seres embriónicos, inacabados, en continua transformación. Las personas se ayudan a sí mismas ayudando a las demás, y eso les anima porque es un ejercicio de poder. A fin de cuentas, "cada cosita tiene su importancia" y "casi todo lo que uno piensa sobre sí mismo es pura vanidad". Cada detalle importa y la codicia o "superioridad moral" resultan insoportables, porque no se necesitan vaporosas visiones de gran altura moral para ser decente.
Murdoch hace del intenso y mutuo amor erótico algo exclusivo, ya que "implica junto con la carne el más refinado ser sexual del espíritu, que revela y quizás incluso crea ex nihilo el espíritu como sexo". Tal relación es rara en este inconveniente mundo y se presenta como un valor tan embriagadoramente superior, "que hasta el decir que uno lo 'disfruta' parece ser un sacrilegio". Desde luego, casi todo amor humano es condenadamente egoísta. Si se tiene algo a que sujetarse, se aferra uno a eso sin cesar... refugiarse en el amor es un instinto, y un buen instinto. Desprendido de su consistencia sentimental, emotiva y espiritual, el sexo aparece como un lío grotesco, un cuerpo que se inserta con cierta dificultad en un agujero de otro, un mero sistema mecánico poco seguro y falto de imaginación: "un lamentable y feo mecanismo carnal" (Una derrota bastante honrosa, 1ª, 5).
Una biografía (Peter J. Conradi) y una película (Richard Eyre, 2001) reconstruyen la compleja intimidad de la autora. En el film citado, Judi Dench interpreta a la vieja Murdoch acorralada por el alzheimer y Kate Winslet a la joven de intensa vida sexual, sentimental e intelectual.
Como Sócrates, Iris Murdoch fue una gran seductora, ni siquiera se privó de amoríos con un estudiante de veinticuatro, cuando ella tenía cuarenta y cuatro. Se relacionó con él de por vida (mientras esta fue lúcida). Nuestra autora admitió que había militado en el Partido Comunista, pero que se cansó pronto convencida de lo “espantoso” que era el marxismo... Durante la guerra había trabajado como auxiliar en Hacienda y en 1987 fue nombrada Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico. De inclinaciones liberales, de curiosidad universal, interesada también por el budismo, encarnación del individuo superior, desdeñosa con los débiles y fiel a la narración pura, Iris Murdoch tuvo el encanto y mereció el respeto de una semidiosa o de una musa, servidora de Apolo y Atenea, con una poética rigurosa:
"Con independencia de su estilo, el arte elevado tiene las cualidades de la dureza, la firmeza, el realismo, la claridad, la objetividad, la justicia y la verdad. Es obra de una imaginación libre, sin tapujos, que no está corrompida. Mientras el arte malo es el trabajo desordenado, autoindulgente y sumiso de una fantasía esclava”.
Los críticos atribuyen a Murdoch una “desdramatización” de lo dramático. En efecto, tras los sucesos y embrollos tremendos que a menudo ocurren en sus novelas, la gente sigue viviendo, quizá de una forma diferente, pero con normalidad. El caso es que Iris Murdoch fue una excelente novelista, pero, además, era filósofa, y los dos aspectos de su personalidad van juntos, como los de su admirado Sartre, del que aprecia sobre todo, y hace bien, su obra dramática.
No obstante, se distanció del existencialismo. Excelente conocedora del psicoanálisis, echa mano de los sueños para describir "el estercolero de la mente" de sus personajes. "Hasta las cosas horribles en los sueños tienen estilo", sin embargo uno no debe interrogarlos demasiado, aunque debamos dejarlos acudir a nuestra mente, como pájaros fugitivos. Forman parte de la higiene del ego...
Evidentemente, la ficción le permite exponer ideas categóricamente, que se atribuyen a los personajes y no necesariamente a la autora. Exposición que puede hacerse a título de tentativa o para mostrar el esteticismo amoral de un personaje. Virtudes y vicios producen automáticamente sus efectos.... Alguien afirma, por ejemplo, que la religión está basada en la necesidad del autocastigo o que "cuando los dioses hayan muerto de abandono, podrá empezar la auténtica religión". También la práctica de la meditación aparece bajo una luz crítica...
"Esta cuestión de querer desembarazarse del ego frecuentemente le parecía una idiotez..., un disparate oriental... Podía ser que 'el mundo' no fuera sino ripio, un galimatías, un sueño, mas ¿no era un soberano engaño el hacer que esa insensatez pareciese la esencia misma de uno?... Sin duda era mejor vivir como viven las personas listas y normales, del ingenio y el dolor y el sexo, hallando éstos por fin en el pináculo del espíritu de uno. Era mejor recurrir a la sublimidad del sufrimiento del ser de uno, que intentar ese radical desbarajuste de una esencia natural".
¡Qué cierta puede llegar a ser la ficción y qué falsa la realidad y etérea la verdad! ¡Y cuánto poder puede obtenerse cuando una ha asimilado el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal! Porque lo psicológico y lo moral (y su control) van unidos en lo episódico de la vida y relaciones de las personas y de sus personajes. La dramática disociación de la salvación y la bondad no da en tragedia en las novelas de Murdoch, sino más bien en comedia, en adaptación a la circunstancia, en joie de vivre con cierto esteticismo o incluso en un hedonismo refinado de bon vivant.
Sus análisis psicológicos son muy interesantes: "la memoria falsifica con el fin de ocultar desagradables conexiones casuales". Uno puede hallar también en su narrativa preciosos juicios críticos sobre pintura italiana (Il Tramonto de Giorgine, por ejemplo) o agudos e inusuales puntos de vista sobre la filosofía: "la ansiosa conexión de una cosa con otra, la satánica proliferación de programas de dominio conceptual, la duplicación de un mundo ya duplicado..., como el inútil peregrinaje de los insectos", "- Filosofía, filosofía, todas las cosas humanas vuelan de la conciencia. La bebida, el amor, el arte son métodos de fuga. La filosofía es otra, quizá la más sutil de todas ellas. Incluso más sutil que la teología. - Por lo menos uno puede intentar ser verídico... El sólo intento ya tiene un significado. -... El Venerable Bede observaba que la vida humana era como un gorrión que vuela por un salón iluminado. Entrando por una puerta y saliendo por otra. ¿Qué puede saber ese pobre gorrión? Nada. Estos intentos de verdades son tejidos de la ilusión. Teorías".
"Kant era estúpidamente cristiano. Y también nosotros lo somos, aunque lo neguemos. El cristianismo es una de las más grandiosas y brillantes fuentes de ilusión que la raza humana ha inventado". De la ironía escribe que puede ser una estrategia para criticar los propios anhelos a la vez que se satisfacen calladamente. "Esta ocultación es posiblemente la principal función de la ironía"...
"El amor no correspondido es, en cierto modo, una contradicción. Si es verdadero amor, de alguna forma contiene su objeto. Hay así prueba de la existencia de Dios" . O sea el amor de Dios le abre un lugar a Dios en el corazón (supongo). Poco antes, hay referencia a Antifón, el sofista que curaba con la palabra; y a Empédocles que "pensaba que el Amor lo fundía todo en el universo en un dios esférico que no hacía sino pensar" (La máquina del amor sagrado y profano, 1974).
De la curiosidad dice que es necesariamente maligna si está divorciada del amor o de la ciencia. Uno de sus personajes femeninos sufre positivamente de "un puro exceso de amor no distribuido, como el tener demasiada leche en los pechos" (Ibidem). Leyendo sus novelas uno se pregunta si es preciso ser mujer para calar de tal forma en la complejidad sentimental del corazón humano y muy particularmente del femenino. A Iris no le importa mostrar los malos sesgos del sentir femenino: "Las mujeres siempre queréis que los hombres se derrumben para volver a ponerlos en pie". "Ella era mujer, esto es una inquisitiva y entremetida fisgona".
Juega a veces con los géneros, haciendo que sus personajes masculinos se sueñen como mujeres o las mujeres adopten papeles masculinos. Tampoco faltan las inquietantes lolitas. Presente está siempre la fragilidad de los vínculos humanos. Nada de puritanismo ni de melindres respecto al tratamiento -discreto pero realista- del bisexualismo o la homosexualidad.
Harriet, uno de los personajes femeninos mejor construidos de La máquina del amor, tras sufrir la infidelidad de su esposo y el desinterés de su hijo adolescente se descubre a sí misma como persona, como individuo "con rebordes"...
"Cuando me sentía feliz yo era... apenas puedes imaginártelo porque tú siempre has sido una persona... puede que los hombres lo sean siempre más que las mujeres... cuando me sentía feliz yo era tan indefinida. Vivía en otros y a través de otros, no vivía en mí misma. Parece un modo grato de vivir... Pero yo no era nada real o sólido en el centro, no tenía una estructura... Por primera vez en mi vida soy libre. Tengo que tomar decisiones y hacer elecciones en campo raso. Tengo que cuidarme de mí misma".
Nota:
En los catálogos de Impedimenta, Lumen, Siruela o Taurus se pueden encontrar algunos de sus libros recién traducidos al castellano y con interesantes estudios como el de Andreu Jaume en La soberanía del bien (Taurus), el de Rodrigo Fresán en El libro y la hermandad (Impedimenta) o el de Ignacio Echevarría para El unicornio (novela gótica, también en Impedimenta). Destino publicó en 1974 La máquina del amor sagrado y profano, traducida por Camila Batlles. El mismo año, Planeta publicó Una derrota honrosa, traducida por Rafael Vázquez Zamora. Cedida por Ultramar, Salvat dio curso público en 1987 a El hijo de las palabras, traducida por Mirta Arlt, en una letra tan diminuta y espesa que no es recomendable su uso para la salud visual. He usado estas tres últimas para las citas de esta entrada.
Una entrada completísima que lamento no disponer de tiempo actualmente para comentar con todo el detalle que se merece. Para empezar, creo que uno de sus méritos es aunar los datos biográficos con un excelente estudio del pensamiento filosófico de la autora. En general, las biografías divulgativas nos ofrecen detalles vitales interesantes pero no profundizan en las aportaciones del personaje analizado. José Biedma, con el rigor filosófico que lo caracteriza, nos brinda generosamente una entrada muy amena que nos acerca a las líneas principales de investigación de esta gran autora tanto como a sus contradicciones como persona. Como vivimos aprisionados por el binarismo mental, tendemos a pensar que si una figura como Iris Murdoch hace excelentes novelas, debemos considerarla como literata pero no como filósofa. Bueno, pues hay que hacer el esfuerzo, -bien grato-, de leer sus obras y para eso vienen muy bien las referencias bibliográficas que nos proporciona José. Por cierto, no sabía que había sido amante de Elías Canetti. Y Kate Winslet está clavadita a ella en la foto inicial de la entrada. Enhorabuena al autor y muchas gracias por estos espléndidos regalos que nos hace.
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