lunes, 1 de julio de 2013

MARIANNE NORTH: EL MUNDO ES UN INMENSO JARDÍN


Hacia mediados del siglo XIX nada hacía sospechar que esta inglesa de alta cuna, enamorada de la jardinería, la pintura y los viajes, iba a dejar atrás la discreta vida de dama victoriana a la que estaba destinada desde su nacimiento, para recorrer infatigablemente los más remotos rincones del planeta en busca de nuevas plantas. Marianne consiguió asombrar a sus contemporáneos con sus estampas botánicas, que sorprenden por igual por su extraordinaria belleza y por su precisión científica. Gracias a su pasión, el mundo occidental pudo vislumbrar tierras aún inexploradas antes de que la fotografía en color fuera posible. Marianne North es, verdaderamente, un caso único en la historia: fue una destacada artista, una remarcable investigadora y una arrojada exploradora pero, por encima de todo, un ser humano admirable por su estilo ético. Quizá por ser inclasificable es una figura poco conocida, que merece la pena descubrir.


1. La forja de una rebelde
Marianne nació en Hastings, Inglaterra, el 24 de octubre de 1830. Era la hija mayor de un parlamentario liberal, el rico terrateniente Frederick North. De acuerdo con el código social vigente, Marianne no recibió  una educación formal y siempre consideró su breve paso por la escuela un recuerdo particularmente odioso. Durante su juventud aspiró a ser cantante profesional y ensayaba de manera incansable pero, al perder la voz, acabó concentrándose en el dibujo como hobby.
Su familia disfrutaba de una intensa vida cultural, manteniendo contacto con las corrientes intelectuales más activas del momento. Por aquel entonces estaba cristalizando una nueva cosmovisión, el darwinismo, al mismo tiempo que algunos de los más famosos exploradores  de la historia conseguían dar los contornos definitivos al mapa del mundo. Todo ello tendría una influencia decisiva en el devenir vital de Marianne North.




2. Los años del Grand Tour
Los Jardines de Kew se encuentran situados al sur de Londres. Se trata de un maravilloso parque con más de 100 hectáreas, seis invernaderos, pagodas… Sir William Hooker, director de la institución, era amigo de la familia North y solía regalar a Marianne plantas raras y exóticas que a ella le encantaba dibujar y cuidar. Padre e hija compartían su amor por la jardinería, como también por los viajes. En los meses en los que no se celebraban sesiones parlamentarias, Marianne viajaba con sus progenitores por toda Europa. Era el Grand Tour, esa aventura cultural casi iniciática, imprescindible para que la burguesía ilustrada adquiriese una pátina cosmopolita con que brillar en sociedad. Así fue como los North recorrieron Suiza, Austria, España, Italia, Grecia y Turquía.
Antes de morir, la madre de Marianne le hizo prometer que nunca abandonaría a su padre, al que siguió acompañando en sus recorridos por el continente europeo. Con su diario y su cuaderno de bocetos, su mente inquieta registraba minuciosamente la vida y la flora que encontraba a su paso. Ya entonces daba muestras de un innegable talento con la acuarela, la cual había empezado a utilizar, casualmente, en nuestro país.
En 1.865, el Sr. North perdió su escaño en el Parlamento pero supo convertir esa contrariedad en ventaja. Ahora disponían de más tiempo para conocer mundo, por lo que se lanzaron a un viaje más largo y ambicioso que les llevó hasta Egipto y Siria. De aquella época data la descripción que de Marianne hizo un admirador: “Era pálida y vivaracha, graciosa en sus maneras y dibujaba cada templo de Nubia, cada hombre y mujer que encontraba, y todas las palmeras de Egipto”.
A los 37 años se decidió a tomar lecciones de pintura al óleo y la novedad le entusiasmó hasta el punto de confesar a su diario: “El óleo es un vicio como la bebida, casi imposible de abandonar una vez que se apodera de ti”.
Durante un viaje a los Alpes, en 1.869, su padre se sintió repentinamente mal, por lo que tuvieron que regresar a Inglaterra a toda prisa. Cuando el Sr. North murió, Marianne vio cómo se abría un inmenso vacío en su existencia. Por ello escribió: “Él fue desde el principio al fin mi único ídolo y el amigo de mi vida”… “Ahora tengo que aprender a vivir sin él y a llenar mi vida con otros intereses lo mejor que pueda”.

3. Cadenas rotas
Después de tantos años de viajes y aficiones compartidas, es claro que Marianne habría aprendido muchísimas cosas de su padre, y ese legado espiritual la ayudó a encauzar su camino. Tenía entonces cuarenta años, la edad de la madurez intelectual. Su idea de que el matrimonio reducía a la mujer al puesto de un ama de llaves cualificada la había mantenido soltera por voluntad propia. Gracias a ello pudo conservar el control de la gran fortuna que heredó y que, de otra manera, habría ido a para a su marido, pues la ley inglesa consideraba a las esposas como menores de edad. En aquel momento crucial, Marianne decidió dar otra vuelta de tuerca a sus expediciones. Podemos leer en su diario: “He soñado largamente en ir a países tropicales a pintar in situ su peculiar vegetación en su exuberante abundancia”. Tras vender la mansión familiar en Hastings, y animada por los consejos de la exploradora Lucie Duff-Gordon (1821-1869), quien había viajado a Egipto y Sudáfrica, se dispuso a hacer realidad su sueño, embarcándose para Norteamérica en 1.871. Allí visitó las cataratas del Niágara y Nueva York, así como Washington, donde fue recibida por el Presidente Ulysses S. Grant.
En Boston conoció a Elisabeth Agassiz, esposa del famoso paleontólogo suizo Louis Agassiz (en la entrada “Pasión por los fósiles”, en este mismo blog, se menciona su colaboración con Mary Anning: http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/2012/10/pasion-por-los-fosiles-mary-anning-y.html ). Los Agassiz acababan de volver del trópico y le descubrieron toda la potencialidad que  tenía la zona para sus intereses. Marianne, que hasta entonces había estado buscando su verdadero rumbo, no necesitó ninguna información más. Aquel impulso la encaminó a Jamaica. En las afueras de la capital, Kingston, alquiló una casa destartalada y recubierta de vegetación, y se dedicó en cuerpo y alma a pintar durante cinco meses, desbordada por la emoción del descubrimiento:  “Estaba en un estado éxtasis y apenas sabía qué pintar”. Plátanos, palmeras, orquídeas, flores de la pasión… fueron llenando sus lienzos. Después se dirigió a Minas Gerais, en Brasil, donde pintó frenéticamente más de cien cuadros durante ocho meses, viviendo en una cabaña en plena jungla. Satisfecha con el resultado, regresó a Inglaterra en 1.872.


4. Una vida mágica
Aquella primera experiencia viajera marcó la pauta para las sucesivas. Se embarcaba hacia lugares cada vez más inexplorados por el  hombre blanco y pintaba a diario, con una rutina casi laboral. Gracias a las influencias políticas de su padre, siempre disponía de cartas de presentación para embajadores, virreyes o gobernantes y, aunque no dudó en alojarse en las lujosas residencias de los funcionarios coloniales ingleses cuando hizo falta, prefería relacionarse con “gente menos civilizada pero más interesante”. Con ello no se refería a los nativos sino a los expertos en flora local, capaces de indicarle dónde buscar las especies más características y solucionar sus muchas dudas acerca de las mismas, como apuntó en sus memorias. De forma insólita, Marianne desafió todas las convenciones de la época al viajar sola. La sociedad convencional la aburría y la perspectiva de asistir a cenas formales en traje de noche le parecía una tortura insufrible: “Soy un pájaro muy salvaje y me gusta la libertad”, dejó escrito.
Prefería los medios de transporte lentos, a pie, a lomos de un caballo o en canoa, para poder  observar el entorno con más detalle. Se levantaba al alba y pintaba incansablemente al aire libre hasta el mediodía. Entonces seguía trabajando en el interior o a la sombra y, al atardecer, salía de nuevo a explorar y no volvía a su refugio mientras quedara un poco de luz. “Daba preciosos paseos y siempre encontraba nuevas maravillas en cada expedición”. Son palabras que definen a una auténtica “cazadora de flores”. Su hermana Catherine, que también se dedicaba a la ilustración botánica pero de una forma menos nómada y más convencional,  recordaría  años después, entre la melancolía y la sana envidia: “Parecía llevar una vida mágica. Por lo visto podía pasarse todo el día pintando en un manglar y no tener fiebre. Podía vivir sin comer, sin dormir, y volver a casa  al cabo de uno o dos años, un poco más delgada, con una mirada un poco más atribulada en sus ojos cansados, pero preparada para disfrutar al máximo de la halagadora recepción que Londres  estaba siempre dispuesto a ofrecer a todo aquel  que se hubiese ganado su respeto por ser interesante en algún sentido”.



5. Rumbo a Oriente
En 1.875 se puso en marcha de nuevo. Comenzó su segundo gran periplo en Tenerife, donde pintó  veintinueve cuadros, para luego dirigirse a California. Allí visitó el parque de Yosemite, y se le encogió el corazón al presenciar la tala indiscriminada de las milenarias secuoyas: “Resulta descorazonador pensar que el hombre, el civilizador, echará a perder en pocos años tesoros que los salvajes y los animales no han dañado durante siglos”. Marianne fue una de las primeras conservacionistas, consciente de que aquellos remotos paraísos estaban en trance de desaparecer por la inadecuada explotación de los recursos naturales. Animada por la idea de documentar esa belleza fugaz, redobló sus esfuerzos pictóricos. Desarrolló una técnica de trabajo muy personal, un estilo rápido cercano al impresionismo, que le permitía acabar los cuadros en una sola jornada, dándole a su pintura un aire muy vital. Eso hizo de ella una artista extraordinariamente prolífica, al cabo de casi 14 años de viajes por diecisiete países de seis continentes.


Viajaba con una maleta diminuta  para su guardarropa  y objetos personales pero acarreando enormes baúles para guardar sus cuadros, pinceles y tubos de óleo. Es una suerte que prefiriese éste a la acuarela- signo de identidad de las damiselas victorianas-, porque las condiciones de humedad de los trópicos habrían arruinado todo su esfuerzo. En cambio, eso mismo hizo que se conservaran más brillantes los intensos rojos, azules y amarillos que utilizaba Marianne para plasmar los colores casi alucinatorios de aquella desbordante vegetación. Contra el estilo de los ilustradores botánicos de corte linneano, que esquematizaban las partes de las plantas con un interés taxonómico, Marianne tenía una visión holista de la naturaleza mucho más moderna: captaba el ecosistema vivo en su conjunto, registrando en su propio hábitat a las plantas interactuando entre sí y con los insectos, aves, peces o el hombre. En la línea de  Charles Darwin, que fue amigo de su padre, le interesaba la localización geográfica de los especímenes como un factor clave para su evolución. Su obra conserva por ello un extraordinario valor informativo para nosotros, al ofrecernos imágenes de especies que ya han desaparecido o, incluso, de ejemplares que aún hoy perduran, como un bambú gigante que pintó en 1.877 en Sri Lanka. Allí recaló después de trabajar en Japón, Borneo y Java. En Ceylán, la fotógrafa Julia Margaret Cameron “desnudó” su verdadera personalidad ante la cámara: vestida con amplios ropajes de lana cachemir, con el pelo suelto, la tez morena y acariciada por las ramas de un coco, nos la muestra como una hippie decimonónica, una mujer sabia que ha alcanzado el autoconocimiento a través de sus viajes, muy distinta del recatado aspecto que presenta en otras fotografías, en las que luce veletes en el pelo y primorosos cuellos de puntilla.Si tenéis interés en saber más sobre la vida y obra de esta maravillosa fotógrafa, podéis acceder aquí http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2013/08/julia-margaret-cameron-la-fotografia.html




Poco después de que la reina Victoria fuera coronada emperatriz de la India en 1.876, Marianne dedicó 18 meses en el subcontinente a documentar plantas relacionadas con el hinduismo, pintando más de 200 telas que se conservan en el Museo Británico. De ellas podemos deducir su idea acerca del lugar del ser humano en la naturaleza. Contra la soberbia del hombre occidental, dominante y colonizador, lo pinta casi insignificante, empequeñecido junto a grandiosos paisajes, como las majestuosas cumbres del Himalaya, los bosques de Nueva Zelanda o los volcanes de Honolulu.


6. Una exposición permanente
De vuelta a Inglaterra, en 1.879 expuso sus obras con gran éxito en una galería de Kensington. A través de la prensa el público había seguido, con el aliento contenido, las asombrosas proezas  de esta incansable trotamundos, y acudió en masa a contemplar sus pinturas. Aquella respuesta popular le  hizo concebir una atrevida idea, como todas las suyas: construir a su costa un espacio expositivo en los Jardines de Kew, que albergaría de forma permanente su ya nutrida producción pictórica. Quería compartir su trabajo con sus contemporáneos y con las generaciones venideras. Ella deseaba que la gente pudiera descansar allí, tomando un té o un café con biscuits, rodeados por aquellas preciosas imágenes de la flora y la fauna de todos los rincones del orbe. Sin embargo, en nombre de un mal entendido rigor científico, el director de los Jardines, Joseph Hooker, solo autorizó la exposición de los cuadros. Marianne buscó a un arquitecto idóneo, James Fergusson, para construir un recinto que combinara las líneas de un templo griego con las estructuras coloniales de la India que ella tanto admiraba, y diseñó y llevó  a cabo por sí misma hasta los menores detalles de la instalación. Dando muestras de su genial sentido del humor, pintó en las paredes las plantas del té y del café, cuyos productos habían  sido proscritos en nombre de una visión seria y aburrida de la ciencia.


La galería abrió al público en 1.882. En las paredes, de las que hoy cuelgan 832 cuadros que cubren  727 géneros y unas 1.000 especies, se arraciman las estampas vegetales según su lugar de procedencia, dando la impresión que pretendía su autora: la de un gigantesco álbum de postales botánicas. Como detalle significativo, constituye la única exhibición permanente de una sola artista mujer en Gran Bretaña.



7. Pasión por los confines
Marianne North representa el prototipo de las viajeras victorianas. Fueron mujeres discretas hasta su madurez, cumpliendo  hasta entonces, escrupulosamente, sus obligaciones familiares. Una vez liberadas de esas responsabilidades, se ponían el mundo por montera y ya nadie podía detener su sed de descubrimientos. Muchos las tomaban por locas o por brujas, como le sucedió a  Marianne con un visitante de su exposición. Pero la realidad es que eran personas que daban muestras de una autodisciplina y  de una capacidad de planificación  y de ejecución admirables. El caso de Marianne North es excepcional por el número de kilómetros que recorrió pero, aún más,  por el valor artístico y científico de su aportación. Realmente resulta difícil citar ejemplos parangonables al suyo. Solo he podido encontrar a la alemana Anna María Sibylla Merian (1.646-1.717), una pintora, botánica y entomóloga que, con 52 años, se encaminó hacia Surinam, en la Guayana holandesa, para pintar plantas indígenas, serpientes e insectos, de los que le interesaban especialmente las  fases de su metamorfosis. Google le acaba de dedicar un Doodle en el 366 aniversario de su nacimiento.


 Rodeados de las facilidades viajeras actuales, nos resultan difíciles de imaginar todas las incomodidades y riesgos que representaba adentrarse en la naturaleza virgen en el siglo XIX. Además de lidiar con las barreras idiomáticas y culturales, los exploradores tenían que vérselas con alojamientos insalubres, las inclemencias del tiempo o los animales salvajes y peligrosos. Marianne cuenta en sus diarios que, en Brasil, soportó el ataque de ejércitos de insectos mientras pintaba; en las Seychelles tuvo que escalar muros de barro y granito agarrándose a plantas con espinas tan largas que le sangraron las manos; y, en Ceylán, estuvo a punto de acabar con ella una serpiente venenosa, pero todo ello mereció la pena en aras de la ciencia. Un género y cuatro especies llevan su nombre: un árbol de Seychelles (Northea seychelliana), una amarilis de Borneo (Crinum northianum), una palmera (Areca northiana), un lirio africano  (Kniphofia northiana) y, sobre todo, la Nepentes northiana, la mayor planta carnívora del mundo, descubierta por esta original naturalista en la junglas de Borneo.


8. El viaje más largo
En 1.880, Charles Darwin le lanzó un desafío al no fue capaz de resistirse: cuando “dijo que pensaba que no debía atreverme a representar la vegetación del mundo hasta haber visto y pintado la australiana, me decidí a ir de golpe”. Al año siguiente, cuando ya contaba con 51 años, partió hacia las antípodas: Australia, Nueva Zelanda y Tasmania. La siguiente etapa era Sudáfrica, pero allí su cuerpo se le rebeló. Después de tantos esfuerzos y privaciones, su salud estaba muy quebrantada. Sufría de agotamiento psíquico, ya no podía pintar con tanta rapidez como antes y su sordera iba en aumento. A pesar de ello, no atendió a las advertencias de los médicos y en 1883 continuó su ruta hacia las  islas Seychelles, para llegar a Chile en 1.884. Al término de esta odisea volvió a Inglaterra para no abandonarla ya nunca más. Allí  logró construir un hogar que era, al mismo tiempo, un museo de tesoros botánicos: “He encontrado el sitio exacto que deseaba y mi jardín ya está convirtiéndose en famoso. Espero que mantenga a mis enemigos –los nervios- tranquilos”.




Marianne North murió en 1.890 con 59 años. Sin duda, los excesos de su vida de exploradora  acabaron prematuramente con ella. Su hermana Catherine se encargó de la publicación póstuma de sus diarios, “Recuerdos de una vida feliz” (1.892),  que gozaron de gran popularidad.



Hoy día los Jardines de Kew han cumplido el deseo de Marianne: por fin es posible, en un bellísimo entorno natural, descansar del ajetreo urbano tomando un refrigerio y soñar con los paraísos lejanos que ella visitó.

ooooOOOOoooo

Para ilustrar la amplia obra pictórica de la autora, Pedro Ramón Losada ha preparado un bonito vídeo, con una animada canción de Enya que parece escrita pensando en Marianne North, que os recomiendo que no  dejéis de ver.
Podéis acceder al vídeo dándole al play abajo o haciendo click en el enlace de youtube con posibilidad de una mayor calidad de imagen.


                                         http://www.youtube.com/watch?v=ankMbXVQr9o


POST SCRIPTUM:
Me gustaría recomendaros especialmente la visita de los mejores jardines botánicos del mundo, los de Kew, para cuando visitéis Londres. Es un sitio verdaderamente precioso y, con un poco de suerte, podéis tener una divertida experiencia como la que tuve yo, hace ya un buen montón de años, con una ardilla ladronzuela y supersociable. Cuando me disponía a lanzarle una galleta desde varios metros de distancia, antes de que me diera cuenta se pegó un sprint alucinante y me la quitó de la mano. Pasamos toda la tarde allí pero, lamentablemente, no vimos los cuadros de Marianne. Nadie nos informó de su existencia. Si en la guía había alguna mención al respecto, es claro que no fue lo suficientemente persuasiva. Tendremos que volver alguna vez. Esta es la parte triste e injusta del olvido. Los medios de comunicación dedican una considerable cantidad de tiempo a personajillos de usar y tirar y, en cambio, a estas interesantes y ejemplares figuras, como Marianne North o Mary Anning, hay que rastrearlas debajo de las piedras. Estas dos inglesas geniales fueron muy distintas: una rica y aristocrática, la otra pobre y humilde; la primera dio la vuelta al mundo dos veces y media, la segunda solo salió de su lugar natal al final de sus días para acudir a un homenaje que recibió en Londres. No se conocieron pero podrían haberlo hecho. Marianne tenía 17 años cuando murió Mary. Tal vez oyó hablar de ella o leyó acerca de sus asombrosos descubrimientos paleontológicos en los periódicos. Me llaman la atención los paralelismos entre ambas. Ninguna de las dos pudo estudiar en la universidad. Tuvieron que conformarse con una formación autodidacta, pero bien que la aprovecharon. ¿Qué lugar ocuparían hoy en nuestros libros de historia si hubiesen accedido a una educación formal y rigurosa desde su juventud? Nos quedaremos con las ganas de saberlo. Lo que sí que podemos afirmar es que solo renunciando al matrimonio pudieron dedicarse en cuerpo y alma a su pasión. Qué suerte que ahora podemos tenerlo todo.
Para acceder al artículo sobre Mary Anning podéis entrar en los siguientes enlaces:
Este artículo fue originariamente publicado en el Blog de Filosofía Espíritu y Cuerpo. Si tenéis interés en acceder a los comentarios realizados al mismo, podéis consultar el enlace siguiente:
http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/2012/10/pasion-por-los-fosiles-mary-anning-y.html

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