Conocemos algunas reinas con merecida fama de buenas, como nuestra Isabel
de Castilla o la reina Victoria de Inglaterra. En cambio otras, como Cleopatra,
han sido condenadas por la Historia más por la leyenda negra que siempre las acompañó que por los hechos realmente
sucedidos. Así podemos constatarlo también en el famoso asunto del collar de
María Antonieta, que Napoleón llegó a calificar como el verdadero detonante de
la Revolución Francesa. Se trata de una intriga inverosímil, en la que se
vieron implicados el máximo prelado de Francia, unos joyeros arruinados y una
aventurera con delirios de grandeza. La red de mentiras y de equívocos creada en
torno a la reina fue de tal magnitud que acabó conduciéndola hasta la guillotina, tras los pasos del infausto Luis XVI.
1. Una princesa convertida en
reina de la moda
María Antonieta Josefa Juana, archiduquesa de Habsburgo-Lorena, nacida en
1755, fue elegida por su madre, la poderosa emperatriz María Teresa, para
sellar una alianza dinástica que pusiese fin a la sempiterna enemistad entre
Austria y Francia. La bella princesa fue enviada a Versalles para contraer
nupcias con solo catorce años, despertando una viva admiración por su gracia y simpatía. Sin embargo,
como otra afamada princesa de trágico destino, Lady Diana de Gales, intentó
vivir según sus propias normas tras el fracaso inicial de su matrimonio. Por
ello, pronto comenzó a recibir severas críticas desde todos los sectores de la
sociedad, que circularon ampliamente por la enorme difusión de panfletos
clandestinos en la época. La verdad es que María Antonieta, una niña mimada que
carecía de la debida formación para el papel institucional que tenía
encomendado, se ganó esa animadversión generalizada por negarse a asumir su
función en el seno de una monarquía absolutista de derecho divino. Detestaba el
rígido protocolo de Versalles, que era la pieza clave en el delicado equilibrio
entre el rey y la aristocracia, a cuyos miembros más señalados ofendió con
imperdonables desplantes y pueriles intrigas políticas. Su favoritismo hacia
advenedizos los alzó hasta los estratos sociales superiores, con desprecio de
las estrictas barreras que existían entre alta y baja nobleza y, mucho más aún,
respecto del pueblo llano. La alocada princesa prefería escaparse a París,
rodeada de una camarilla de juerguistas, seguramente para olvidar el desengaño causado
por su unión conyugal, que permaneció sin consumar durante siete años debido a
un problema físico del esposo. Animada
por sus favoritos, María Antonieta se
entregó a un frenético ritmo de vida, con enorme despilfarro para las arcas de
un estado ya en decadencia, con lo que se ganó el sobrenombre de “Madame
Déficit”. Lo mismo apostaba elevadas sumas en partidas de cartas, que acudía de
incógnito a bailes de disfraces o se empeñaba en ver amanecer en el parque de
Versalles rodeada de amigos de ambos sexos, comprometiendo con ello su reputación
como mujer casada, como Delfina y, desde 1774, como reina de Francia.
Rose Bertin |
Siempre lucía un fabuloso vestuario, sin repetir jamás ni
una sola prenda, que marcaba estilo en toda Europa.
Ella misma diseñaba sus
atuendos mano a mano con una plebeya, la genial modista y sombrerera Rose
Bertin, conocida como su “Ministra de Moda”. Del peinado se ocupaba el
peluquero Leonard, cuya máxima creación
fue el extravagante “Coiffure Pouf”: auténticas esculturas modeladas con
cabello y extensiones, en forma de paisajes, animales o escenas temáticas, como
la inspirada en la Independencia estadounidense. A veces esos arreglos superaban
la altura de un metro, por lo cual las damas debían viajar en carrozas
especialmente diseñadas para lucir sus vistosos tocados.
Sin embargo, desde que nació el primero de sus hijos, en 1778, María Antonieta
abandonó esa vida de pública ostentación para deleitarse con caprichos más
hogareños, como la aldea en miniatura que se hizo construir junto al Petit
Trianon, en Versalles, en la que se afanaba por representar a la perfección el papel de una deliciosa
pastorcilla de veintitrés primaveras, vestida con trajes de muselina y
sombreritos de paja. Entre el pueblo depauperado y la vilipendiada monarquía,
que insistía en mantenerse en su escenario de opereta, se había abierto una
brecha insalvable. La alta aristocracia y el clero eran los únicos capaces de
sustentarla en el poder, pero la imprudente reina los había puesto en su contra.
2. Una intriga con argumento de vodevil
El cardenal Louis de Rohan, que ocupaba la cúspide de la jerarquía eclesiástica como
Limosnero Mayor de Francia, era el principal destinatario de los
desdenes de María Antonieta. Una indiscreción durante su etapa como diplomático
en Viena había ofendido a la orgullosa madre de la reina. A pesar de su
elevadísimo rango, la soberana humillaba a diario a Rohan al negarle el saludo
ante toda la corte, lo que truncaba las expectativas de ascenso político del
mundano cardenal. Es preciso recordar que en el Antiguo Régimen los más
prestigiosos cargos eclesiásticos eran simbólicos, una parcela de poder reservada
a los segundones de las familias nobles. Por ello, quienes los detentaban rara
vez exhibían un comportamiento acorde con su sagrada función como ministros de
Cristo.
Como estaba dispuesto a recuperar el favor de la pareja real a toda costa,
el cardenal no dudó en recurrir a los servicios del siciliano
Cagliostro, célebre alquimista, medium y
mesmerizador.
Cagliostro |
Es evidente que la Razón, tan divinizada en el siglo XVIII, no logró iluminar por completo todas las
parcelas de la realidad, por lo que magos y charlatanes siguieron medrando en
sociedad. En aquellos turbulentos salones prerrevolucionarios, en que se daban
cita todo tipo de ambiciosos y
oportunistas, el cardenal también conoció a Jeanne de la Motte.
Esta
inteligente y seductora joven, que se hacía pasar por condesa, reclamó su
intercesión para recuperar las tierras
de su familia. Descendiente de una rama bastarda y empobrecida de los Valois,
hasta el punto de que debió mendigar descalza en su niñez, Jeanne estaba
decidida a restablecer su título nobiliario sin importarle con qué medios. Por
ello, cuando descubrió el anhelo secreto del cardenal, no dudó en presentarse
ante él como amiga y confidente de la reina y se apresuró a ofrecerle sus
servicios como mediadora en su causa, recibiendo a cambio sustanciosas
aportaciones dinerarias, con las que se lanzó al fastuoso tren de vida con que
siempre había soñado. Cuando el cardenal, que era un caso patológico de
ingenuidad, la interrogaba acerca de por qué su majestad seguía ignorándole, la
astuta respuesta de Jeanne era que la reina lo había perdonado ya, pero
esperaba el momento propicio para escenificar su reconciliación ante los cortesanos.
En un alarde de ingenio digno de Beaumarchais en “Las bodas de Fígaro”, ópera
de Mozart que había cosechado un gran éxito en París, la timadora presentó como
María Antonieta a una actriz disfrazada que, oculta en la penumbra del
bosquecillo de Versalles, entregó a Rohan una rosa en prenda de amistad, o
quizá amor, como creyó el galante cardenal.
La historia daría su giro más rocambolesco con la entrada en acción del
joyero real, Charles- Auguste Böhmer, y
su socio Paul Bessange. Habían creado un
fabuloso collar de diamantes, con un precio de un millón ochocientas mil
libras, que se describe en “María
Antonieta y el escándalo del collar”, de la historiadora Benedetta Craveri:
“En
realidad, más que en un collar la increíble joya hacía pensar en un impresionante
pectoral, formado por una vuelta de diecisiete diamantes del tamaño de nueces,
de la que salían tres festones con pendentifs
en forma de lágrima en el centro, enmarcada a su vez por cuatro largas tiras de
diamantes dispuestos en tripe fila, que llegaban casi hasta la cintura. Las dos
interiores se cruzaban a la altura del seno, tenían en su confluencia un diamante
gigantesco y seguían luego su
trayectoria hasta concluirla, al igual que las dos tiras exteriores, en cinco
borlas centelleantes. En conjunto, las piedras pesaban nada menos que 2.800
quilates”.
Había sido concebido para Madame
Du Barry, la compulsiva coleccionista de joyas que fue la última amante oficial
de Luis XV, pero la muerte del monarca eclipsó las posibilidades de venderla,
por lo que sus fabricantes pensaron en María Antonieta como destinataria. Pero
después de numerosas visitas, acompañadas de dramáticas amenazas de suicidio
por parte de los desesperados joyeros,- a quienes aquella desmesurada inversión
sin salida estaba arruinando-, la reina les ordenó que no volvieran a importunarla
con el asunto. Por una vez, María Antonieta reflexionó en el coste que
representaba aquel capricho digno de un cuento de las mil y una noches pero,
como veremos, de nada le sirvió este rasgo de sensatez, pues ya había sido
condenada por la opinión popular como frívola, despilfarradora y enemiga del
pueblo.
Madame du Barry |
Como el asunto del collar era de
dominio público, Jeanne de la Motte urdió una estratagema infalible para
apropiárselo: convenció al cardenal Rohan de que la reina no deseaba otra cosa
que adquirirlo pero no se atrevía a molestar con los pagos al atribulado Luis
XVI, por lo cual le rogaba que lo comprase a plazos en su nombre, entregándole
un contrato de compra con la la supuesta firma de María Antonieta como prueba
del encargo. La idea de la estafadora era desmontar los diamantes, venderlos en
el extranjero y vivir en la opulencia para siempre, plan que pudo ejecutar con
presteza gracias a su extraordinaria habilidad para el engaño.
3.El final del Ancien Regime
Jeanne supuso que, para evitar verse inmerso en un escándalo de proporciones mayúsculas, el
acaudalado cardenal pagaría el collar sin rechistar. No contaba con que los
joyeros, temerosos de no poder cobrar su crédito, acudirían a la reina a
reclamarle el cumplimiento del falso contrato. Cuando el 15 de agosto de 1785,
solemne festividad de la Asunción, se descubrió la superchería, el cardenal fue
teatralmente conducido a la Bastilla por orden del rey que, en lugar de
intentar una discreta solución del problema, creyó que esa era la forma más
enérgica para defender el honor en entredicho de su esposa. El soberano también
escogió una estrategia equivocada al remitir el caso al Parlamento, bajo la
acusación de estafa y lesa majestad por la falsificación de la firma real. A
pesar de tener todas las apariencias en
su contra, el cardenal consiguió defender con éxito su inocencia de hombre
engañado gracias al respaldo incondicional de la aristocracia y el pueblo,
enfrentados en causa común a la prepotencia del monarca, que había presionado a
los jueces para obtener una sentencia de condena. En el resultado del juicio
jugaron un papel fundamental las confesiones arrancadas a la embaucadora Jeanne
de la Motte y a sus secuaces, que tuvieron que ser extraditados desde distintos
países. Al final, el cardenal fue plenamente absuelto y lo que prevaleció en la
opinión pública fue su equivocada
versión de que la reina, verdadera artífice de la operación de compra del
collar, lo había traicionado. Probablemente fue el primer gran proceso judicial mediático gracias al papel de
la prensa. Se calcula que, en los nueve meses
que mediaron entre la detención de Rohan y el fallo de la causa en 1786,
unos 100.000 lectores en toda Europa siguieron expectantes las vicisitudes de
la historia, ávidos por conocer sus truculentos detalles. Las declaraciones de
los implicados incluso fueron publicadas en forma de libros de gran tirada,
especialmente la del cardenal, que encargó tres ediciones a su costa. En el
momento de repartirse los ejemplares
entre el pueblo, se armó tal gresca que los guardias acabaron cargando a caballo
contra la multitud.
Jeanne fue condenada a reclusión perpetua y a ser marcada, a hierro
candente, con la V de “voleuse”
(ladrona), pero solo un año después logró evadirse fácilmente. Desde su refugio
en Inglaterra, y manipulada por los antimonárquicos, publicó unas memorias
incendiarias en que acusaba a la reina, falsamente, de haber mantenido una
relación amorosa con el cardenal. A pesar del desembolso de enormes sumas, Luis
XVI no consiguió impedir su difusión. Para revolucionarios como Saint-Just,
aquella polémica resultó el fermento
ideal para el levantamiento popular contra la monarquía y las clases altas,
cuya corrupción moral había quedado en evidencia. Así escribió: “¡Cuánto fango
sobre la cruz y el cetro!”. Aquel aciago asunto, que demuestra sin lugar a dudas
el dicho de que la mujer del César, además de ser honrada, debe parecerlo,
encendió la mecha del proceso histórico más radical de la Europa moderna, que acabó
sangrientamente con la vida del rey y la reina en 1793. La encanecida María
Antonieta que subió al cadalso solo tenía 37 años pero había vivido
intensamente, como la estrella más rutilante de su siglo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario