martes, 2 de julio de 2013

LA PEQUEÑA BENJAMINA: SOLIDARIDAD EN LA EDAD DE PIEDRA



Benjamina fue una niña que nació en la Sierra de Atapuerca (Burgos), hace unos 530.000 años, aquejada de una gravísima malformación fetal. Pertenecía a la especie Homo heidelbergensis, un escalón evolutivo intermedio entre el Homo antecessor y los neandertales. Lo increíble de su caso es que, a pesar de las extremas condiciones de vida de estos homínidos, la discapacidad de la pequeña Benjamina no fue motivo para que la abandonaran a una muerte segura. Antes bien, cuidaron de ella hasta el final de sus tristes días. Esta es una historia emocionante de solidaridad en la era de las cavernas que nos cuenta la Paleoantropología.
1. El hallazgo de Benjamina



En el yacimiento de la Sima de los Huesos en Atapuerca se han encontrado restos bastantes completos de 32 individuos de la especie Homo heidelbergensis, que vivió en el Paleolítico medio. Entre ellos se cuenta un cráneo infantil, el nº 14, descubierto en las campañas de excavación de 2001 y 2002. Aunque inicialmente se pensó que correspondía a un chico, sus gráciles rasgos acabaron de convencer a los investigadores de que se trataba de una niña, que tendría alrededor de diez años cuando falleció. La reconstrucción de los fragmentos de su cráneo revela que padecía una rara enfermedad, la craneosinostosis. Consiste en que las fontanelas, las suturas entre las diferentes partes del cráneo, se cierran antes de tiempo, ocasionando tanto una asimetría de la cabeza como deformidades cerebrales y retraso psicomotor. Benjamina (nombre que, en hebreo, quiere decir “la más querida”), no podía valerse por sí misma y, a pesar de ello, logró sobrevivir más de diez años en unas condiciones medioambientales verdaderamente adversas. La conclusión no puede ser otra que, hace más de medio millón de años, los miembros de esta especie estaban dispuestos a cargar con sus congéneres discapacitados en sus continuos desplazamientos trashumantes, y a renunciar a parte de su escasa dieta para ayudar a los miembros  más desvalidos del grupo.
2. El Homo heidelbergensis
Se trata de una especie que poblaba Europa hace 600.000 años y que se extinguió hace unos 250.000 años. No son antepasados nuestros, del Homo sapiens sapiens, sino de los neandertales. De hecho, también se les conoce como pre-neandertales, aunque esa denominación parece que devalúa un poco su identidad propia, configurándolos solo como un paso intermedio hacia otra especie que se considera más importante. Estaban adaptados a un entorno frío, en el que los recursos cárnicos y vegetales no debían de ser muy abundantes. En cuanto a su aspecto, sin duda nos sorprendería su imponente presencia: para los varones, la  media era de 1,80 de estatura y 100 Kg  de peso, con esqueletos anchos y una amplia caja torácica. Eran robustos como los jugadores de rugby americanos. Para las mujeres, la altura era de 1.60  y se calcula que pesarían 60 kg. Esa diferencia en la corpulencia se denomina dimorfismo sexual, y es una característica que nos habla de cómo son las relaciones entre los sexos en una determinada especie. A más diferencia de tamaño, mayor sumisión de las féminas al poder del varón. Entre nosotros esa diferencia es pequeña, ya que viene a representar solo un 10 %, mientras que entre los congéneres de Benjamina era  del 30%, un porcentaje intermedio que nos da idea de que las relaciones entre ellos debían de ser  más bien cooperativas. Su capacidad cerebral era de 1.350 cmᵌ, similar a la de los humanos modernos. Los investigadores suponen que su aparato fonador y auditivo les permitía el uso del  lenguaje para la transmisión de ideas, que sin duda ayudó a la cohesión del grupo, especialmente para tareas cooperativas como la caza o los desplazamientos por territorios inhóspitos. Se ha comprobado también, por las marcas halladas en los dientes de estos individuos, que ya tenían lateralizado el cerebro, es decir, que cada hemisferio tenía asignadas unas funciones, correspondiendo al izquierdo el lenguaje, la talla de herramientas... Como nosotros, eran mayoritariamente diestros. Por el desgaste de las piezas dentales se deduce que trabajaban  con la boca las pieles que utilizaban para vestirse.




El nombre  de “Homo heidelbergensis” se debe a que los primeros huesos fueron encontrados, en 1907,  en una mina cerca de Heidelberger, Alemania. Otros hallazgos incontrovertidos se han producido en Francia, Inglaterra y, sobre todo, en nuestro país, donde en la Sima de los Huesos se encuentra  más del 50 %  del registro fósil mundial, y un 95% de los restos de esa especie, unas cifras asombrosas que deberían enorgullecernos por los tesoros de Atapuerca.  De las huellas arqueológicas encontradas en los diferentes yacimientos resulta que vivían en refugios de forma ovalada, al igual que en abrigos rocosos. Dominaban el fuego, lo que les debió de permitir mejorar su alimentación (pensemos que su poderosa estructura física necesitaría una cantidad impresionante de calorías para mantenerse en forma), como también calentarse en aquel entorno gélido y defenderse de los depredadores.


 En la Sima de los Huesos burgalesa se ha hallado una especie de cementerio, el más antiguo conocido. Se trata de un depósito de cadáveres, un lugar de enterramiento colectivo ubicado en la rampa de acceso de la cueva, lo que sugiere que ya realizaban algún tipo de ritos funerarios. Como afirman Arsuaga  e Ignacio Martínez, seguramente  compartían valores y creencias respecto de la vida y la muerte que sustentaba esa colocación de sus difuntos en un mismo espacio. También pone de relieve la existencia de un sofisticado simbolismo cultural una pieza espectacular, el hacha de mano denominada “Excalibur”, un gran bifaz de cuarcita roja descubierto en 1998 que se utilizó solo como ofrenda votiva en este primitivo santuario, dado que nunca fue usada para su fin instrumental.



3. ¿Qué causó la enfermedad que padecía Benjamina?
En el humano moderno los huesos del cráneo no se sueldan de manera definitiva hasta el total desarrollo del cerebro. Sin embargo, puede producirse una fusión prematura que se denomina craneosinostosis. Esta patología, que es más frecuente  en niños, solo afecta a 6 de cada 200.000 nacidos. Para nosotros no constituye un problema serio, ya que puede operarse en los primeros seis meses de vida para evitar la deformidad estética y las alteraciones en el encéfalo que produce. La causa puede ser hereditaria o por una mutación genética azarosa o, incluso, por un traumatismo durante la gestación.



 La paleoantropóloga Ana Gracia Téllez, jefa del grupo investigador que descubrió a Benjamina,- del que también forman parte Juan Luis Arsuaga, Bermúdez de Castro o Eudald Carbonell-, considera que la causa más probable  de su dolencia es un golpe que recibió la madre durante la semana 28 del embarazo.
4. ¿Por qué es tan importante el caso de Benjamina?



Las evidencias paleontológicas muestran que los miembros de esta especie morían jóvenes, entre los 30 y los 35 años, aunque algunos más longevos lograban sobrevivir hasta los 45 años. Debido a la dura lucha contra el medio, las condiciones físicas de estos “ancianos” serían verdaderamente penosas. Aunque la caza ya les estaba vedada, los otros integrantes de la comunidad les alimentaban y ayudaban.




Conocemos dos casos  muy significativos. Uno de ellos es el de “Miguelón” (nombre que se le puso en homenaje al gran ciclista  Miguel Indurain), que sufrió un gran golpe que le ocasionó una infección dental, la cual acabó con su vida por septicemia. Antes de ello lo cuidaron sus compañeros, como lo demuestran sus restos óseos, dado que el hueso afectado tuvo tiempo de cicatrizar. También es célebre “Elvis”, así llamado porque encontraron su pelvis  completa, en la que se han detectado graves anomalías. El Elvis burgalés de hace 400.000 años  no debía de ser nada rockero al final de su existencia: con una altura de 1.75 y un peso de 95 kg,  necesitaba un fuerte bastón para erguirse y poder caminar con gran dificultad.



Para explicar la subsistencia de estos discapacitados se ha invocado la solidaridad familiar o grupal, mientras que otros estudiosos esgrimen razones utilitarias: los ancianos cumplirían una función social, realizando trabajos sedentarios en los asentamientos y encargándose del cuidado de los niños mientras los padres salía a cazar y recolectar. Igualmente se ha supuesto que, por su experiencia vital, como depositarios de la sabiduría del grupo, se encargarían de transmitir a las nuevas generaciones sus conocimientos sobre plantas medicinales, estrategias de caza, hábitos de los animales de su entorno… El ejemplo de Benjamina es decisivo para resolver la antinomia, porque es obvio que ella no podía realizar ninguna aportación al grupo y, pese a que constituiría una carga para su tribu, no se les ocurrió abandonarla.  Por poner solo un ejemplo histórico en nuestra especie, que lamentablemente no es único ni está superado, tenemos que  recordar que, entre los espartanos, se practicaba el infanticidio con fines eugenésicos.
¿Cuál es la razón de este cuidado grupal? Se ha dicho que, ya que la dentición en esta especie pre-humana no se completaba hasta los 5-6 años y, hasta entonces, las crías no podrían desarrollar una alimentación autónoma, ese largo período de cuidado generaría fuertes lazos afectivos entre los miembros de la familia y del grupo en general. Esas relaciones sociales más cohesionadas e intensas llevarían a una tendencia mayor a la cooperación. Aunque el Homo heidelbergensis no sea nuestro antecesor en la historia de la evolución humana, resulta bonito mirarnos en su espejo y ver que lo que hoy y ayer define mejor al hombre, al género Homo en sus diferentes especies, es precisamente eso, la capacidad de despegarnos de la naturaleza salvaje y egoísta y ocuparnos del prójimo con empatía, renunciando incluso a nuestra comodidad y beneficio. Alguien ha dicho con acierto que esa es la receta que nos ofrece Atapuerca para salir de la crisis.



Si todavía os quedan ganas de leer alguna cosa más sobre los homínidos y prehomínidos, aquí tenéis el enlace a otro artículo mío.

POST SCRIPTUM:
He encontrado un pequeño artículo de Ana Gracia Téllez, la directora del equipo que encontró a Benjamina, en un folleto divulgativo de Atapuerca. Explico la naturaleza del texto para justificar que está dirigido al gran público y no a los foros profesionales. La investigadora desarrolla una argumentación absolutamente rotunda y elocuente para evidenciar el significado del caso de Benjamina en la historia de la evolución. Primero habla de Excalibur, esa increíble hacha de piedra rojiza que nunca se usó y que fue arrojada como ofrenda a la cueva donde estaban depositados los restos de sus congéneres. En esa pieza se observa con claridad que al Homo heidelbergensis le admiraba la belleza de la simetría. La tallaron perfecta porque ya tenían la habilidad para ello pero, sobre todo, porque les gustaban las cosas bonitas y bien hechas, como a nosotros. Como segunda premisa, la investigadora alude a la tesis de Darwin de que la belleza es el resultado de la selección sexual, es decir, sobreviven y se propagan más los más aptos que, además, son los más guapos. Pero Benjamina se “saltó” la selección natural (no era la más apta) y la selección sexual (era asimétrica y deforme). ¿Cómo explicar su caso? Porque funciona una tercera clase de selección, la grupal, de la que habló el propio Darwin. Según é, la tribu que tuviera muchos miembros que estuvieran siempre dispuestos a ayudarse unos a otros y a sacrificarse por el bien de todos saldría victoriosa en cualquier lucha. Me encantan las conclusiones de Gracia Téllez: el altruismo, la cooperación y la fuerza del grupo salvaron a Benjamina. Pudieron elegir ayudarla y lo hicieron. Esta libertad de elegir es otra propiedad emergente del grupo, porque todos cooperan para el bien del conjunto. El grupo está por encima de los individuos pero en absoluto los anula. El único poder que entre nosotros tiene interés en el individualismo egoísta es el mercado, para vender a más y mejor. Claro que hay que replantearse esto y con urgencia, porque nos aboca a un callejón sin salida.

Este artículo fue originariamente publicado en el Blog de Antropología Tinieblas en el corazón. Pensar la antropología. Si tenéis interés en acceder a los comentarios realizados al mismo, podéis consultar el enlace siguiente:

1 comentario:

  1. Mi buen amigo J. I. G.L. ha tenido la gentileza de escribir unas inteligentes reflexiones al hilo de esta entrada, que creo que merece la pena compartir: "Se me ocurren un par de comentarios. Uno es sobre una historia terrible de los nazis que, a su vez, resulta edificante sobre la compasión natural que compartimos los antropoides. La leí hace tiempo y no recuerdo dónde ni probablemente algunos detalles. Los nazis concibieron un plan diábolico para asesinar a un científico judío ya muy anciano. A la vez que lo torturaban hasta dejarlo en un estado lamentable, hicieron lo propio con un chimpacé al que apalearon sin misericordia, esperando despertar la agresividad del animal contra los humanos. inmediatamente después, juntaron al anciano judío y al chimpacé en un habitáculo esperando que éste descargara toda su ira contra el pobre judío. Pero lo que sucedió fue lo contrario: ambos, judío y chimpancé se reconocieron como víctimas de los bárbaros torturadores y... ¡se abrazaron con la poca fuerza que les quedaba!

    Esta terrible y bella historia me lleva al siguiente comentario. Nos enseña que, más que la inteligencia, lo que compartimos con los animales son los afectos. Toda persona que tiene en casa una mascota animal sabe que, por encima de cualquier otra consideración o barrera evolutiva, lo que comparte con su compañero animal es un afecto mutuo. Y en esa relación caben todos los matices que asociamos con lo afectivo: el juego, la alegría, las caricias, los celos, las decepciones, las ilusiones, etc. Lo que nos separa es la inteligencia fría (no podemos compartir un libro o una película o un teléfono) pero nos une la compañía, la ternura, la compasión... Hace poco una amiga de mi mujer llegó a casa con un tremendo disgusto amoroso, acababa de romper con su pareja y lloraba sin parar. Se sentaron en el jardín pero ella era incapaz de dejar el llanto. Entonces, mi perro Coco - un bichón maltés, que sólo había visto a esta chica un par de veces antes - se acercó a ella, se encaramó a sus piernas levantándose sobre sus patas traseras y, muy dulcemente, empezó a rascarle la pierna con una de sus patas delanteras como pidiéndole que dejara de llorar.

    Una de las grandes diferencias de los chimpancés, sobre todo los bonobos, con respecto a otros animales es su comportamiento sexual y social. Son monógamos sucesivos y no existe el macho cominante que monopoliza a las hembras del grupo. Debido a ello, el comportamiento social de los bonobos tiene que tener en cuenta quién está con quién y quién puede estar libre en un momento dado, pero, sobre todo, tiene que tener muy presente qué posibilidades reales existen en función de la personalidad de cada uno: agresividad, ternura, alegría, promiscuidad, carácter solitario... Y es precisamente esta capacidad de reconocer la complejidad de las relaciones sociales afectivas la que ha hecho a esta especie tan parecida a la de los humanos. Muchos científicos creen que, más que el desarrollo puro de la inteligencia en la relación entre el uso de las manos, la fabricación de herramientas y desarollo del cerebro, lo que realmente produjo la chispa evolutiva fue un incremento de la complejidad en las relaciones sociales, no sólo sexuales sino también cooperativas en sentido amplio. Por ello, la historia de Benjamina y la solidaridad con las personas menos dotadas por un accidente de la naturaleza contribuyó a establecer esa red compleja de las relaciones sociales -mantener a un individuo que probablemente no podía aportar gran cosa al grupo- que nos hacía más flexibles y adaptativos y más capaces de superar las dificultades, a la postre, más inteligentes."
    Muchas gracias, Jose Ignacio, por tu generosidad lectora.

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