Me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones sobre
Anne Finch Conway, una filósofa inglesa del siglo XVII injustamente olvidada.
Podría decirse, en el ámbito artístico, que lograr algo tan
difícil como un estilo propio significa ser capaz de crear formas nuevas y
distintas, esto es, de articular de manera inconfundible unos elementos
arquitectónicos, melódicos, pictóricos, literarios…
En el campo filosófico, el equivalente vendría a ser la
capacidad de elaborar un sistema coherente de pensamiento, formular un conjunto
de conceptos o una metodología de investigación propios. Es obvio que ello sólo
está al alcance de los pensadores más originales, esos que sientan época, hasta
el punto de que la sola mención de ciertos elementos singulares de su obra se
asocia automáticamente a su autor, incluso para quienes no están especialmente
versados en filosofía. Así sucede con el mundo de las ideas, la duda metódica,
el complejo de Edipo, la deconstrucción… Uno de esos conceptos que
inmediatamente nos evocan a un autor determinado es, sin género de dudas, la
mónada.
Leibniz (1646-1716) se refiere, con su doctrina
monadológica, a las sustancias simples de la naturaleza, continuas, inextensas
e indivisibles, entendidas como la representación formal o metafísica de los
seres que van, en una jerarquía gradual, desde la mónadas inferiores a la
mónada suprema que es Dios.
Leibniz utilizó esta construcción, esencial en su doctrina,
como fundamento del principio de armonía preestablecida, que justificaría al
nuestro como el mejor de los mundos posibles, y también para intentar solventar
el, entonces, candente problema de las ideas innatas.
Sin embargo, lo que resulta verdaderamente sorprendente es
descubrir que el concepto de mónada, en el específico sentido que le atribuye
Leibniz -bien distinto de otras acepciones previas griegas, romanas, medievales
y renacentistas-, trae causa directa de Anne Finch Conway (1631-1679), una de
las muy meritorias scientific ladies del diecisiete, discípula del filósofo
Henry More. Este la inició en el estudio del cartesianismo, que la autora criticó
en la única obra que de ella se conserva: “Principios de la más antigua y más
moderna filosofía”.
En la misma discute la dualidad mente vs. cuerpo inerte.
Para Lady Conway, cuerpo y alma están hechos de la misma sustancia y sólo sus
formas son diferentes. Mientras que el cuerpo es espíritu compacto, el espíritu
puede concebirse como un cuerpo volátil. En la vida habita una sustancia
primigenia que denominó “mónada”, inalterable, indivisible y que refleja la
totalidad del universo. También para ella la mónada primera es Dios.
En 1670 -según relata la estudiosa alemana Ingeborg
Gleichauf en “Mujeres filósofas en la historia”, editado por Icaria en febrero
de este año, del que tomo la recensión del pensamiento de A. F. Conway-, la
autora conoció al erudito y viajero Van Helmont (1618-1699), y fue éste quien,
en 1696, transmitió a Leibniz, a la sazón en Hannover, la peculiar concepción
de la mónada que aquélla le había confiado.
Ya en ese mismo año Leibniz utilizó el término en una carta,
si bien sólo después elaboró una completa monadología tras explorar la riqueza
de posibilidades del concepto, no publicando “Principios de la Naturaleza” y
“Monadología” hasta 1714.
Afirma I. Gleichauf que Leibniz reconoció la influencia de
Lady Conway en diversos lugares, extremo que he intentado corroborar
personalmente sin éxito hojeando diferentes recensiones biográficas y diversos
textos y correspondencia del filósofo. Pero lo cierto es que la historia de la
filosofía se ha escrito con voz masculina y, por ello, sufre amnesia respecto
de quienes se apartaron del patrón socialmente aceptado en cada momento.
Desconociendo tan brillante aportación previa, el por lo
demás magnífico “Diccionario de Filosofía” de Ferrater Mora (voces “Mónada,
monadología” y “Helmont”), atribuye a Van Helmont el carácter de precursor
directo de Leibniz. Así se afirma literalmente que Leibniz tomó el término
“mónada” (en el sentido más específico) de Van Helmont. Y, también, que dicho
autor “llegó a la formulación de una doctrina monadológica en muchos aspectos
parecida a la de Leibniz, por lo cual se supone que éste pudo haber recibido
influencias para su obra”.
Por ello puede decirse que, en una típica reescritura de la
historia desde la lógica patriarcal, Anne Finch Conway ha sido desposeída de su
autoría, para serle adjudicada a un mero intermediario en su transmisión a
Leibniz. Indudablemente, éste supo extraer de la idea todas sus virtualidades,
hasta el punto de ser considerada la culminación de su pensamiento, y la
insertó en un sistema completo y personal. Pero lo justo sería, como mínimo,
una cita a pie de página y no el olvido más absoluto ni, mucho menos, la
desposesión de su contribución.
He rastreado con interés noticias sobre Lady Conway en la
red y en textos específicos. No figura en el libro “Las filósofas” de G. de
Martino y Marina Bruzzese (Cátedra, 1996). Muy pocas noticias suyas pueden
encontrarse en Internet. Carece de entrada en la Wikipedia, donde únicamente
aparece su nombre y sus fechas de nacimiento y muerte en el listado alfabético
de filósofos.
En Definition from answers.com, bajo el nombre equivocado de
Anne C. Conway (quien es, en realidad, una juez federal norteamericana, un
ejemplo más de la confusión existente alrededor de su figura), se recoge la
escueta cita de que “she was an acknowledged influence on Leibniz, who may have
adopted the term monad from her”. Es decir, que Leibniz reconoció su influencia
pero que, en realidad- si mi traducción es correcta-, solo es posible que
hubiese adoptado el término de ella (no necesariamente el concepto o idea de
mónada).
Este artículo fue originariamente publicado en el Blog de
Filosofía La Quinta del Mochuelo. Si tenéis interés en acceder a los
comentarios realizados al mismo, podéis consultar el enlace siguiente:
http://quintadelmochuelo.blogspot.com.es/search/label/Anne%20Finch%20Conway