Lillian Bassman es una extraordinaria fotógrafa
norteamericana con una trayectoria vital verdaderamente sorprendente. Toda una
estrella de la fotografía de la moda entre los años 50 y 60, con el
advenimiento de una nueva estética en los 70 se retiró decepcionada y destruyó
gran parte de su obra. Pero como el argumento de una emocionante película,
veinte años después reencontró gran cantidad de negativos con los que volvió a
ser el centro de atención de los grandes modistos, consiguiendo el
reconocimiento unánime del valor artístico de su maravillosa producción.
Repasaremos aquí algunos hitos de su biografía y obra para descubrir por qué su
nombre figura entre los más grandes de la historia de la fotografía.
El periodo formativo
Lillian Bassman nació en 1917 en Nueva York. Era hija de
emigrantes rusos que habían llegado a Estados Unidos en 1905. Lillian recordaba
a sus padres como librepensadores y bohemios en su estilo de vida. Los niños dormían
“en colchones sobre el suelo cubiertos por telas africanas. Tan solo se nos
exigía dos cosas: que plancháramos nuestros uniformes y que nos laváramos el
pelo los sábados. Por lo demás, éramos libres como pájaros”. Esa libertad
marcaría para siempre la visión artística de Lillian, que se las arregló para
experimentar incansablemente y ser siempre fiel a sí misma, aun sometida a las
rígidas normas de trabajo que le imponían desde la dirección de las revistas de
moda.
Su vocación más temprana fue la danza, que tuvo que
abandonar por una lesión. Pero también de esta experiencia extrajo un valioso
elemento estético para su futuro trabajo. Con frecuencia sus fotografías
intentan captar la fugacidad del movimiento de las ropas de las modelos, que se
asemejan a bailarinas. Una belleza grácil y evanescente que, a veces, se nos
antoja más allá de los límites humanos.
Con 15 años, sus desprejuiciados progenitores le permitieron irse
a vivir con el joven fotógrafo Paul Himmel, igualmente de origen ucraniano. La
pareja se casó en 1935 y compartirían su vida común nada menos que durante 77
años. Aunque la actividad profesional de Paul no llevó a Lillian, inicialmente,
a interesarse por la fotografía, resulta claro que le proporcionó la necesaria
familiaridad con la cámara y el revelado para atreverse después a manejarlos
sin estudios previos. Y aunque fue un amor algo tardío, Lillian nunca abandonó
la fotografía, a diferencia de Paul, que desde los años setenta la dejó para
ejercer como psicoterapeuta.
Otra gran influencia en su obra fue la pintura. Lillian y Paul estudiaron a los grandes maestros clásicos en museos y exposiciones, y en su
trabajo fotográfico resulta innegable la huella de la elegante belleza de los
retratos manieristas, con sus cabezas ladeadas, los cuellos de cisne, delicadamente
alongados, y la gestualidad teatral de las manos. No en vano el pintor favorito de Lillian era El Greco. Aunque los retratos de moda de Lillian y Paul eran los preferidos del
público, nada puede compararse, para mí, a la serena y sensual expresión de la modelo
en la foto “Boticelli Girl”, desnuda y con el cabello al viento, como en “El
Nacimiento de Venus” pero en versión morena. Es obra de Paul Himmel y retrata a una bailarina del New York City Ballet, Patricia MacBride.
Un elemento más, concurrente en la definición de su
personalísimo quehacer artístico, fue su formación en diseño textil. Para pagar
sus estudios, Lillian trabajó como modelo a tiempo parcial, acudiendo a clases
nocturnas de ilustración de moda. Así se entiende fácilmente que acabara trabajando en revistas de este género,
un negocio en auge en Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial y que
coadyuvó a conformar un nuevo orden de ideas respecto de la identidad y el
papel social de la mujer americana. Y, como veremos, la visión artística de
Lillian contribuyó en una considerable medida a su liberación sexual.
La experiencia en Harper´s Baazar
De la mano de su profesor en la Textile High School, el
también ruso Alexey Brodovitch , en 1941 Lillian comenzó a trabajar como
becaria en diseño textil para Harper´s
Baazar Junior, destinada a las usuarias más jovenes. En 1945 ya se había
convertido en directora de arte, y no dejaba pasar la ocasión para dar
minuciosas instrucciones de revelado para mejorar el impacto de las
fotografías. Hasta que acabó metiéndose ella misma en el cuarto oscuro. En 1947
Brodovitch le propuso que se atreviese a fotografiar y, aprovechando la ausencia
de su amigo el fotógrafo Rick Avedon, quien se marchaba a París a cubrir los
desfiles de la temporada, Lillian utilizó su estudio y su equipo. El
entrenamiento fue tan fructífero que, en 1948, ya tenía su primer encargo
publicitario y para 1951 ya había abierto el prestigioso estudio Bassman-
Himmel junto con su marido. Ambos se dedicaron a la fotografía de moda para
importantes firmas con gran éxito hasta 1971.
Pero aún no hemos dicho qué hacía tan especial el trabajo de
Lillian. Su fotografía se caracterizaba por unos fuertes contrastes entre el
blanco y el negro, utilizando los difuminados y las estelas de luz para crear
una sensación de cuerpos etéreos, vaporosos, casi mágicos. También encontramos desenfoques
y atrevidísimos ángulos de cámara que ofrecían imágenes verdaderamente insólitas
y de enorme sofisticación. Quería que sus figuras interactuaran con el fondo y
el entorno. En ellas había al mismo tiempo estatismo y movimiento. Pero su
aportación artística fue absolutamente revolucionaria en la fotografía de
lencería. Hasta entonces la pacata sociedad norteamericana solo había tolerado
modelos robustas y sin rostro, embutidas en sólidas fajas y sujetadores
cónicos. A Lillian ese estilo le parecía espantoso y pidió que las modelos de
lencería fuesen las mismas que lucían elegantemente los vestidos. La agente
Eileen Ford accedió pero bajo la condición
de que las modelos no resultasen reconocibles, para no perjudicar sus carreras.
En realidad, ese handicap se convirtió en la clave del éxito de sus imágenes,
llenas de misterio y glamour. Había en ellas
una sensibilidad diferente y rompedora, que animaba a las mujeres a
mostrar más abiertamente su sensualidad femenina: “Soy un ojo de mujer para los
sentimientos más íntimos de otras mujeres”, dijo la autora, como si fuera una
chamán, algo muy propio de la sensibilidad profética de los grandes artistas.
Y, más aún, Bassman casi consiguió lo imposible en arte,
expresar ese instante fugaz en el cual lo que percibimos con la mirada comienza
a desaparecer delante de nuestros ojos. En palabras de Rick Avedon, “Lillian
hizo visible ese desgarrador espacio invisible entre la apariencia y la
desaparición de las cosas”.
Los años oscuros
Ya cumplidos los 50, cuando ya se había permitido cuestionar
y transgredir la mayoría de las reglas que regían el oficio fotográfico,
Lillian tuvo que soportar el cambio radical en el modo en que se trabajaba en el
mundo de la moda. Eran los años 70 y las modelos ya no eran aquellos cisnes
elegantes que ella fotografió a punto de echar a volar, sino niñas
jovencísimas, exageradamente maquilladas y con provocadores peinados, según la
nueva estética. En ese escenario, la fotógrafa ya no era la estrella principal,
la directora del proceso, sino que entraba a trabajar, como una más, entre los
restantes profesionales, con menos autonomía y sin el tiempo que ella deseaba
para obtener sus impecables resultados. También el blanco y negro quedaba lejos
de los colores chillones que tan bien caracterizaron a esa década psicodélica.
Nada ha de extrañarnos, entonces, que Lillian se sintiera fuera de lugar en esa
nueva generación que estaba tomando las riendas en el negocio de la moda y
decidiera abandonar la fotografía profesional para siempre. Tan radical fue su
decisión que destruyó gran cantidad de negativos y guardó en bolsas muchos
otros para arrojarlos a la basura, aunque ni siquiera se molestó en hacerlo.
Simplemente las dejó abandonadas. Tan decepcionada estaba de todo aquello que
durante más de 20 años había sido el centro de su vida profesional. Su esposo
llegó a la misma conclusión. Tras la limpieza total de su estudio, lo cerraron
y, durante las dos siguientes décadas, ambos se dedicaron a otros menesteres.
Bueno, en realidad Lillian siguió con la fotografía, pero casi como una aficionada
que empieza su trabajo desde cero. Además de fotografiar grietas en el suelo,
que siempre le fascinaron, se pasó al color y a los modelos masculinos, todo un
giro copernicano en su estilo. Fotografiaba a los culturistas que veía desde su
casa en la playa y luego trabajaba las imágenes deformando la musculatura al
estilo de Francis Bacon.
El retorno de una
gran artista
A mí me gustaría saber más acerca de la vida de Lillian
entre 1971 y 1990, ese período que podríamos llamar los años oscuros de la
artista. Para mí esta claro que ni ella ni Paul Himmel creían que su obra
fotográfica tuviera un valor artístico perdurable. De ser así, nunca habrían
destruido su trabajo. Así que simplemente se sentían profesionales de un oficio
que habían abandonado y al que no pensaban volver jamás. De hecho, Himmel pasó
a ganarse la vida con la psicología. Pero el destino también comete a veces graciosas
travesuras y, para suerte de todos nosotros, aquellas bolsas de basura fueron
recogidas por un asistente de Lillian, quien las depositó en la antigua cochera del piso del matrimonio en
el Upper East Side. Allí permanecieron olvidadas hasta que las encontraron
mientras limpiaban la cochera para alquilarla. Pero ello no supuso ninguna
novedad en la vida de Lillian, que las trasladó al desván. Sin embargo, en uno
de sus viajes desde Londres, el historiador de arte Martin Harrison se topó con
los negativos, que lo dejaron deslumbrado. Por ello aconsejó a Lillian que
retomara su carrera. Ella al principio no se tomó la idea demasiado en serio,
pero al final su orgullo profesional pudo más y la llevó a trabajar sus viejas
fotografías con las más modernas técnicas de laboratorio. Se dedicó a
reinterpretar su obra ya sin condicionantes profesionales, cara a cara con el
arte, acentuando los aspectos oníricos, poéticos y casi místicos de sus imágenes. Aquellas dos
décadas de silencio no habían sido en vano, nunca transcurre nada en nuestras
vidas que no nos lleve un paso más allá, y la vida de Lillian Bassman me parece
el ejemplo más elocuente de ello. Si por algo se caracteriza especialmente su
trabajo es por la permanente experimentación de nuevas posibilidades, su afán
incansable de encontrar un lenguaje fotográfico que le permitiera dar cuerpo a
sus ideas. Así resumía ella misma su papel en la historia: “Mi contribución ha
sido la de fotografiar el mundo de la moda plasmando los sentimientos de una
mujer vistos por los ojos de otra”.
Cuando se divulgó su
trabajo en 1993, John Galliano no tardó en reivindicar su extraordinario valor.
Pronto llegaron las exposiciones en Europa (Hamburgo, Londres, París…), los
premios y los reconocimientos públicos, y los encargos de las grandes firmas.
Lillian, cercana a cumplir 80 años, volvía a reinar en el mundo de la moda.
Paradojas de la vida, a esta mujer tan poco convencional, que supo reflejar
como nadie la elegancia más lujosa, le gustaba vestir pantalones y camisetas,
hasta el punto de que, algunas veces, le denegaron el acceso a los centros de
moda donde debía trabajar. Hoy es un referente imprescindible para el estilo
vintage. Hasta su muerte en 2012, con 84 años, esta infatigable artista siguió
trabajando y experimentando las nuevas posibilidades de la fotografía digital y
el photoshop. Toda una lección para nosotros.
Fuentes consultadas:
- Atitar, Mokhtar. “Lillian Bassman, la mirada fría de la moda”. El País. Web. 16/6/2014.
-Bas, Borja. “El tesoro de Lillian Bassman”.El País. Web.16/6/2014.
-González, Jose Angel. “Lillian Bassman, lo mejor de Photoespaña”. 29/5/2014. Web. 27/12/2014.
-“Lillian Bassman.The Darkroom of Loewe”. 11/7/2014. RevistaMetal. Web.27/12/2014.
-“Lillian Bassman”. En.Wikipedia. Web. 16/06/2014.
-“Lillian Bassman”. Staley-Wise Gallery. Web. 16/6/2014.
-“Lillian Bassman revive de la mano de Loewe”. El Mundo. Web. 16/6/2014.
-“Lillian Bassman. Pinceladas”. Photoespaña. Web. 16/6/2014.
Bellísimo. La fotografía de Bassman tiene mucho en común con algunas de las ilustraciones de moda de la época, quizá los últimos coletazos de estilo y misterio en la representación femenina, que aún mantenía cierta añoranza de la feminidad construida por genios de la pintura como Giovanni Boldini. Muy bien. No he podido evitar pensar en "Mi desconfiada esposa" y por qué era aquel (y no otro) el mundo de la moda que me fascinaba. Felicidades.
ResponderEliminar¡Qué acertado e inspirado tu comentario! Y después de echarle un vistazo a la foto del encabezamiento, el perro se parece tanto al de Mi desconfiada esposa que aún puede que te haya evocado aún más esa genial película.
ResponderEliminarSí, era un mundo elegante que ya no existe. Curiosamente, el tipo de mujer que le gustaba fotografiar a Bassman era la trabajadora, fuerte y segura de sí misma, para la que la moda estaba a su servicio y no al revés. Muchas gracias por leer y comentar.