Proteo
Yo vi bajo la noche brotar como un relámpago
un cuerpo evanescente, una llaga de luz.
Me aproximé hasta ella, los árboles ardían,
el río crepitaba. Quedé paralizado,
no logré dar un paso. Un aroma, un perfume
de tiempo ya vivido, de eternidad sin mácula.
No fue un ave, ni el mar, no fue la dicha
de una mujer, su llamarada intacta,
fue el incendio de un dios inapresable.
La caída de Ícaro
Caes, pero ¿hacia dónde? Esparcen
los naranjos sus flores encendidas.
Tras la ventana, nadie. Ni el murmullo
del viento, ni el resplandor del pájaro.
Nada respira o late, sólo inmóvil
se extiende el horizonte. Caen también
las palabras, se van depositando
marchitas sobre el suelo, cubriéndolo
con su perfil amargo. Describen
territorios muy tenues que la brisa
destruye. Y tú sigues cayendo
a tu abismo sin tiempo, endurecido.
Un ala, de improviso, me golpea
y siento arder tu cuerpo junto al mío.
(En su pico se abre, como un cristal
lejano, la rosa que no supe nombrar).
De LLUVIAS (1995)
La
cicatriz de Ulises
Atraviesas los espejos del sueño, desgranas
la espiga de la sombra -cuando ahora la luz
convoca la urgencia de la carne. Regresas a
la casa,
te demoras un instante en el umbral, dudas,
intacto, en el aroma espeso de la noche.
Nadie te reconoce, nadie recuerda el tiempo
blanco de los caballos, de la siega incendiada,
las palabras aquellas, como azogues perennes,
donde aves lascivas saciaban su hermosura.
No recuerdan los labios sedientos cuyos besos
trazan surcos de luz en otros labios. Nadie
te reconoce, en la hora más fría de la piedra
has regresado, en el instante aterido de los
templos,
en el tiempo de las cenizas y de los olmos
talados. En el umbral del tiempo te detienes
para aspirar la bruma, para nombrar la savia,
aquél tallo feroz y su crepúsculo. Temes
adelantarte hacia el cristal, traspasar su
filo,
acariciar el pomo de la puerta, rozar
las pupilas del viento, la brisa de los
pájaros,
el verdín de la fuente creciendo hasta tu
pecho.
Ahora que los signos han huido, y señala
el puñal hacia la muerte, es el momento justo
de volver a contar las cortezas del sueño,
de desvelar su sangre espesa, de declarar
que los hombres jamás han existido, que sus
voces
son el rumor de raíces oscuras, el temblor
de la escarcha, la tenue luz que rompe
las ventanas y hace gemir al viento. Ahora
que ya no hay labio, ni ángel, ni mujer,
ni dios sobre el altar, inexistente el
hombre.
Desnudas las libélulas, las palabras se
esconden
en la inocente tibieza de los seres, regresan
a su hogar desvanecidas en los labios, con la
saliva
áspera de almas desoladas, de animales
vencidos.
Y tú, traspasa el límite de tus palabras
viejas,
pues ya huyeron a su país enorme, deja su
barro
afuera, álzate al remanso del aire,
aproxímate
al zócalo rutilante del alba, (ese temblor de
ramas,
ese inaudito pavor de los insectos).
La palabra es más blanca cuando el hombre
la pronuncia en silencio, al caer de la
tarde,
en el crepúsculo. Es más veraz, aún más
transparente.
Los niños conocen su escama de sirena,
abren con ella enormes círculos sobre el
agua,
saben como lanzarlas contra el muro y
romperlas
en prismas de colores... Nadie te reconoce,
los espejos cansados han borrado tu nombre.
De LLUVIAS (1995)
Argonautas
En
la estación solar de las abejas,
donde
se hace imposible reconocer tu rostro,
has
tomado la luz. Te has cobijado
bajo
la escama metálica del álamo.
(No
indagues otro mar, no ambiciones
más
cuerpos, ni sexos más fecundos.)
Allí
cabe la rosa, en la afilada
espada
de la sed (ven, y devora las algas
hasta
dorar el mar).
En los acantilados
las
duras gaviotas atraviesan el vidrio,
la
esquirla de la carne (esta carne que habla).
Y
las aves diseccionan el mundo, incesantes
lo
dividen hasta dar en el polvo. Extienden
sus
reflejos para burlar la muerte
y,
mientras, las pupilas se extravían
sobre
el ancho horizonte de los barcos.
Y
lúbricos, los ángeles musitan su oración
sobre
los muertos, ocupando su hueco,
habitando
sus labios. Devoran las palabras
haciendo
naufragar galeones dormidos,
sin
distinguir la voz de las sirenas,
el
tumulto del agua avariciosa.
Caen
las gaviotas por las lomas del viento,
hiriendo
con su pico las raíces. (¿No ves
su
resplandor, su manantial de sangres?)
Se
enturbia la noche más gris en las pupilas.
Como
un héroe imposible entre tus brazos,
busco
el oro que sangra en la remota Cólquide.
De HABITACIÓN 328 (2001)
De HABITACIÓN 328 (2001)
Moira
A unos pasos de mí
hay un niño dormido.
Lo vivo con sus manos
de niebla, con sus labios
inciertos, con sus ojos
vertidos al silencio.
Recorro sus caminos,
oigo pasar su sangre,
y encenderse sus átomos.
Abrirse su materia,
y dichoso extenderse,
(sin días, sin destino),
a lo hondo del sueño.
De LOS DÍAS Y LOS PÁJAROS (1996)
Desconsolado Orfeo
1
Una lámina hubo de pequeña
distancia,
un diminuto abismo
de cristal o de pájaro,
el filo finísimo del tiempo, o
de otro azar
que no nos pertenece.
2
Los labios aún reclaman su
alegría,
el gozo de ocultarse,
la dicha de ser otros:
Una boca, un aliento,
una saliva honda, otra
arcilla:
Ser de nuevo su cuerpo.
3
(Qué círculos,
de innumerables átomos,
habrán de reunirse
en el instante justo
en qué debí besarte...
Cuántas
partículas de olvido,
y ciegos torbellinos
para llegar de nuevo
hasta tus labios).
De LOS DÍAS Y LOS PÁJAROS (1996)
Órfica
Arpa
soy, salterio soy
JOSÉ MARTÍ
Ahora extienden las aves sus alas paralelas
a la línea del sueño, al territorio áspero
del hombre, mientras el árbol crece y da su fruto,
y colma con su sombra el mediodía. Oscuro hijo
de algún enigma, el hombre deja entre las sábanas
la huella fría y ciega de un mar indescifrable,
y abrimos las ventanas, y sentimos el sol
entrar por nuestra carne, y aumentamos el mundo.
A veces una bruma o una mano nos roza,
nos regala una dicha, el soplo de otro aire.
Un dios reconocemos o unos labios, no sé,
unos senos tal vez de madre muy remota.
Es un fragor de vidrio que nos cubre en su luz,
y a vivir nos abrimos como un balcón al mundo.
(¡Esos seres alados que surcan la memoria
y nos traen hasta el alma otro ajeno destino,
una sed diferente, la levedad desnuda
de una carne más amplia que esta carne caduca,
y alcanzamos vivir una vida de llamas
que, incierta, nos abrasa detrás de las palabras!)
De MEMORIA COMÚN (1998)
Mimnermo
El breve café, el amargo regusto
también (y luminoso)
de un poema que alcanza el
corazón
y lo deja un instante
suspenso,
mientras se esparce sobre la tierra el sol.
Y como un eco que se rompe,
como un extraña e inmerecida
dádiva,
esos versos lejano (de edad
adormecida)
me arrastran a través de su
estela de siglos.
De ANTEO (1994)
La caída de Anteo
1
Aún conservo el perfume de una
flor
abriéndose otra vez bajo la
luz.
Hubo un patio, también hubo
una fuente,
una mujer. Se escapaba la
yedra
hacia su azul incierto. Fue
tan fresca
aquel agua como la piel que
amamos.
Luz y tiempo que hieren
tibiamente
como el sueño de un dios entre
las rosas.
2
Hubo una luz. La palabra es el
eco
abrasado, su ceniza. El espejo
empañado. Lentamente la tarde
se consume en las llamas. Y
los labios
deletrean otro país. Los
pájaros
impasibles sostienen el
destino
en sus alas, mientras caigo a
la tierra.
De ANTEO (1994)
Jamás podré alcanzarte.
Te perseguí en el alba,
en otra luz. Solo encontré unas manos,
un cuerpo reflejado en los espejos,
cubierto de algas, semillas inciertas.
Habito en el adiós,
en el umbral de la despedida.
De PERSÉFONE, PERSÉFONE...(Inédito)
Te perseguí en el alba,
en otra luz. Solo encontré unas manos,
un cuerpo reflejado en los espejos,
cubierto de algas, semillas inciertas.
Habito en el adiós,
en el umbral de la despedida.
De PERSÉFONE, PERSÉFONE...(Inédito)
Sísifo
Todo lo acumulamos para la noche,
reunimos piedras, ramas, sombras...
Y somos dichosos en la espera.
Así es vivir,
así es respirar levantando los velos.
Es tan simple, tan bello, tan enorme
como ser agua o ser abeja,
o ser arena o junco...
Nos extraviamos al decirlo, al invocar
las piedras como si fueran llamas
que devuelven la luz.
Sé que he vivido acarreando sombras.
De PERSÉFONE, PERSÉFONE...(Inédito)
Odiseo en el laberinto
Y volví a repetir:
mi vida
es la de un hombre
equivocado.
Lo dije con los labios
sellados
Para que nadie me
escuchara.
El mar golpeaba en los
tobillos,
y su memoria abatía la
piel.
Desconozco cómo llegué a
esta playa,
vientos indescifrables me
trajeron,
las cifras de un azar o de
un destino aciago.
De PERSÉFONE, PERSÉFONE... (Inédito)
Sobre Miguel Florián, Orfeo toledano, podéis leer una breve biografía, junto con sendas selecciones de sus bellísimos poemas-mujer, en los siguientes enlaces de este blog: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2015/03/me-lastimas-belleza-poemas-la-mujer.html y http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2015/04/la-ceniza-del-tiempo-poesia-y-mito-en.html
Esos textos están llenos de sensibilidad.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer y comentar, Lourdes. Me alegro muchísimo de tener noticias tuyas. Un beso.
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