Desde
principios del siglo XIX y a lo largo de más de 100 años, en un área localizada
de la provincia de Kwangtung o Guangdong, en el sur de China, un grupo de
mujeres trabajadoras en la industria de la seda organizaron asociaciones para
el cuidado mutuo, las Hermandades de la
Orquídea Dorada (chin-lan hui), y
decidieron vivir de espaldas a los hombres. Ello sucedía de dos formas
distintas: algunas jóvenes contraían entre sí un vínculo análogo al conyugal
mediante un ritual de peinado que se asemejaba al que precedía al matrimonio
heterosexual; otras mujeres, casadas, se negaban a convivir con el esposo y su
familia. El resultado, en la práctica, era el mismo: una organización social
casi utópica de mujeres que, gracias a sus salarios, podían prescindir de
matrimonios que consideraban opresores.
Vivían en pareja o como amigas, disfrutando de una solidaridad que les garantizaba la subsistencia para sus años de ancianidad, cuando ya no podrían seguir trabajando. Pero lo más sorprendente de esta insólita situación fue que esas relaciones homoeróticas entre mujeres no eran clandestinas. Por el contrario, contaban con la general aceptación social e incluso eran alentadas por las familias de las jóvenes.
Vivían en pareja o como amigas, disfrutando de una solidaridad que les garantizaba la subsistencia para sus años de ancianidad, cuando ya no podrían seguir trabajando. Pero lo más sorprendente de esta insólita situación fue que esas relaciones homoeróticas entre mujeres no eran clandestinas. Por el contrario, contaban con la general aceptación social e incluso eran alentadas por las familias de las jóvenes.
En esta
exposición seguiremos el estudio pionero realizado por la antropóloga Marjorie Topley en la década de los
años 50 en Singapur y en 1973 en Hong Kong. No obstante, añadiremos las
matizaciones que Janice Stockard
realiza a su trabajo en cuanto a la segunda modalidad, las casadas opuestas al
matrimonio.
¿Cuáles
fueron las condiciones que permitieron esta comunidad de mujeres resistentes
durante más de un siglo? Y, sobre todo,
si la producción sedera se daba en toda China, ¿por qué se produjo este
extraordinario fenómeno principalmente en la provincia de Kwangtung y no en
otros lugares del país? Las Hermandades de la Orquídea Dorada fueron tan
extraordinarias pero tan localizadas que merece la pena que profundicemos con
detalle en los factores que contribuyeron a su desarrollo. Nos permitirán
deducir interesantes conclusiones acerca de la historia de la homosexualidad
femenina.
1)La ceremonia del peinado
En la China
tradicional era costumbre que las mujeres que iban a contraer matrimonio
realizaran un ritual de paso que marcaba su entrada en la madurez. Consistía en
que la novia cambiaba sus largas trenzas de la niñez por un moño. Con ese
peinado recogido señalaba públicamente que ya no estaba sexualmente disponible.
Para ese peinado recibía la ayuda de una anciana que hubiese tenido muchos
hijos, un acto de magia simpática que tenía lugar en el día señalado por los
astros como el más propicio. Después del peinado seguía un banquete en el que
la novia recibía regalos como té y
pasteles. A partir de aquel momento la familia de la joven dejaba de tener la
obligación de cuidarla, de manera que ya no podía reclamarles que continuaran
manteniéndola.
También las
jóvenes que decidían unirse a otra mujer realizaban un ceremonial semejante. La
enamorada enviaba un regalo a su amada y, si esta lo aceptaba, significaba que
estaban dispuestas a pasar sus vidas juntas. Antes de pronunciar el juramento
ante la deidad tutelar, los espíritus de los antepasados y los testigos de que
nunca se casarían con un varón, llevaban a cabo su particular versión del
ritual del peinado, lo que hizo que se conociera a estas resistentes como “las
mujeres que peinan su pelo” (tzu-shu-nü).
En este caso, la anciana que ayudaba al peinado debía ser célibe.
El voto de
soltería era vinculante hasta un punto tal que cuesta comprenderlo desde
nuestra mentalidad actual. Era así porque las jóvenes pronunciaban un solemne
compromiso ante la diosa. Retractarse suponía arriesgarse a los terribles
castigos del Cielo y de la propia colectividad de las “hermanas “, que golpeaban
y humillaban a la ofensora. Una vez unidas, las “hermanas” se convertían cada
una en la sombra de la otra, siempre juntas.
Después del
peinado seguía también un banquete en el que las “hermanas” recibían dulces y
paquetes de dinero de sus amigos, parientes y vecinos. A veces se les entregaba
el dinero ahorrado para sus dotes, puesto que ya no lo necesitarían, y lo
guardaban para pagar su alojamiento, cuando ya no pudieran trabajar, en las
casas reservadas para las tzu-shu nü conocidas
como “casas de solteras” (ku-p´o wu) o “casas de las hermanas” (tzu-mei wu). Estas constituían un
sistema muy bien organizado de cobertura social en un momento histórico y en un
país en que no existía el seguro de vejez.
Las “hermanas”
se solazaban con la amistad femenina, que consideraban más dulce y suave que el
trato con los rudos varones y las odiosas suegras, quienes no dudaban en
obligar a las esposas frígidas a tomar amargas medicinas para cumplir su
obligación de traer hijos al mundo. Estos perpetuaban el linaje y constituían
la mano de obra necesaria para las empresas familiares. Las “hermanas” que
escapaban de ese destino inexorable de madre y esposa también se despreocupaban
del temor a morir de sobreparto y, además, podían disfrutar libremente de su
autonomía e independencia económica para viajar y mejorar su educación.
Las “casas de
solteras” estaban rodeadas de una parcela de tierra de labor en la que trabajaban
las “hermanas” que estaban retiradas de la vida laboral activa. Con ello
colaboraban a su subsistencia, aunque la
obligación básica de mantenerlas corría a cargo de sus compañeras más jóvenes.
Algunas de estas casas de retiro estaban organizadas por linajes.
Pero durante
sus años laborales activos, antes de residir en las casas de retiro, las “hermanas
“solían compartir una habitación alquilada en las ciudades próximas a las
hilaturas donde trabajaban. En estas residencias urbanas a menudo también se
organizaban para ahorrar gastos y guardar para cuando llegasen sus años de
jubilación. Para ello realizaban aportaciones mensuales a un fondo común con el
que pagaban las celebraciones festivas, los gastos para entierros y hasta las
asistencias urgentes que precisaban las familias de las “hermanas”. Si llegaban
a ahorrar lo suficiente, se retiraban alrededor de los 40 años y adoptaban a
una “mei-tsai”, una joven a la que
instruían en sus creencias para que siguiera los pasos de sus “madres” y
cuidara de ellas en su vejez. No debemos pasar por alto el adelanto histórico
que representaba esta adopción por
una pareja homosexual femenina.
2) Las mujeres casadas _
Marjorie Topley señaló una segunda vía de resistencia al
matrimonio entre las mujeres casadas que se negaban a convivir con el marido, pu lo-chia, aunque en realidad ello fue
el resultado de las peculiares costumbres matrimoniales en el delta del Cantón,
como pone de manifiesto Janice Stockard. Mientras que en el resto de China la
costumbre tras el matrimonio era que la esposa convirtiese inmediatamente con
la familia del esposo (residencia virilocal), aquí el patrón era demorar esa
convivencia durante unos tres años. El desarrollo de esa costumbre se encuentra
directamente relacionado con el valor de la mujer como fuerza de trabajo en el
mercado laboral. Visto que la joven trabajadora, una vez casada, debía aportar
sus ganancias para sostener al esposo y su familia, los ancianos que arreglaban
las bodas comenzaron a buscar para ello chicas cada vez más jóvenes, de manera
que pudieran trabajar un número mayor de años antes de procrear, idealmente a
partir de los 20 años. También se aseguraban de que entre los novios hubiese
una diferencia al menos de tres años: habitualmente la novia tenía 16 años y el
novio 13 o 14, diferencia que favorecía
que se dilatara en el tiempo la consumación del matrimonio. Por ello, la joven
partía para la boda con el cuerpo fuertemente vendado bajo la túnica roja de la
buena suerte y, con ese mismo fin de prevenir un embarazo temprano, tomaba
medidas para restringir la micción y hasta utilizaba encantamientos y
sortilegios mágicos. A los tres días de la ceremonia la recién casada volvía a
casa de sus padres, en principio para una simple visita de cortesía pero lo
habitual en el área del Cantón es que la residencia natolocal se prolongase durante
unos tres años. En ese período la esposa sólo acudía a la casa del marido en
las celebraciones festivas, siempre con gran cuidado para prevenir un embarazo.
Con ese fin hasta permanecían despiertas toda la noche sentadas en una silla. Y
es que la “etiqueta” social prescribía que la recién casada no debía quedarse
encinta en ese plazo de espera porque ello revelaría un inadecuado interés en
cortar lazos con su propia familia y en pasar al linaje del marido. Incumplir tales
reglas la expondría además a las burlas de sus amigas.
Por otro lado, los matrimonios arreglados y la forzada
convivencia con extraños en posición dominante, como el esposo y la suegra,
favorecían mucho el interés de las jóvenes por retrasar el nacimiento de los
hijos. Mientras tanto, podían trabajar y disfrutar de su independencia. Algunas
mujeres encontraban en esta experiencia tan atractiva y liberadora que decidían
no consumar finalmente el matrimonio y no volver jamás con la familia del
esposo, o hacerlo sólo cuando ya había pasado la edad de procrear. Eso sí, la
esposa debía proporcionar al marido un “matrimonio de compensación”, es decir,
comprar una concubina para que la sustituyera en el débito conyugal, y abonar
no sólo los gastos de mantenimiento de la familia del marido sino también los
de la concubina y sus hijos. Estas concubinas se reclutaban habitualmente entre
las criadas de la propia casa o bien entre las hijas de familias pobres.
Podemos imaginar fácilmente cuán odioso debía de resultar el
matrimonio para la mujer china, hasta el punto de que prefiriese trabajar para
mantener a un número tan elevado de personas (suegros, esposo, concubinas e hijos)
antes que confinarse entre los muros de la casa familiar del marido. No sólo se
trataba de la tiránica suegra sino de que el marido solía instalar a las
concubinas en la propia casa, con las consiguientes disputas domésticas entre
las mujeres y sus hijos.
Mujeres chinas fabricando la seda |
Otras posibilidades dirigidas a esa estrategia liberadora de
la mujer en el delta del Cantón fueron
casarse con hombres que trabajaban en ultramar, o que se dedicaban a la pesca,
o incluso moribundos. Estos carecían de descendencia, por lo que se truncaría
su linaje. La esposa debía adoptar a un hijo para continuarlo pero, a cambio,
se liberaba de la convivencia marital. Hasta se casaban por poderes con maridos
ausentes, quienes eran representados en la ceremonia por un gallo blanco.
Las casadas de la resistencia solían habitar en los salones
vegetarianos junto a otras mujeres separadas y viudas. Su vida era muy similar
a la que se hacía en las casas de las solteras. Las pu lo-chia también se comprometían a ayudarse mutuamente,
rechazando a los maridos que tomaba concubinas, denunciando estas situaciones
vejatorias para la mujer y apoyando a las que tenían que soportarlo.
3) El medio ambiente. Los factores económicos y sociales
Es muy
interesante el estudio que realiza Marjorie Topley de los factores ecológicos,
económicos, sociales e ideológicos que hicieron posible este extraordinario
florecimiento de la amistad y solidaridad femeninas. Los abordaremos de manera
sucinta.
El núcleo
principal de las mujeres resistentes era una pequeña zona rural en el delta del
Cantón, bien comunicada
por vías fluviales y con una alta densidad de población. Es un terreno poco
apto para el arroz pero, en cambio, muy apropiado para la pesca y el cultivo de
las moreras. En un clima subtropical como este las plantas estaban muy pobladas
todo el año, permitiendo de 6 a
7 crianzas de gusanos de seda al año, mientras que en otras regiones sólo se
conseguían dos cosechas. La producción sede era, por tanto, muy elevada. En la
floreciente industria textil de principios del siglo XIX, que necesitaba gran
cantidad de mano de obra femenina en sus diferentes etapas, un número creciente
de jóvenes se abrieron camino a una vida profesionalmente independiente
mediante un trabajo bien remunerado fuera de la esfera doméstica.
Hubo también
dos factores sociales decisivos: en aquella singular área eran poco frecuentes
tanto el infanticidio femenino como
el vendado de pies (sobre esta
mutilación y sus terribles consecuencias podéis leer en este enlace: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2012/12/pies-de-loto-dorado.html
). Sin duda ambas situaciones estaban
relacionadas con el reconocimiento del valor productivo de la mujer como
trabajadora.
Solo las jóvenes que no tenían que trabajar podían tener pies de loto |
Por otro
lado, las solteras eran más demandadas en la sericultura puesto que no tenían
que dedicar tiempo al cuidado de sus hijos, al contrario de lo que sucedía con
las casadas. También estas estaban sometidas a ciertos tabúes que les impedían trabajar a lo largo de amplios periodos:
durante el embarazo y tras el nacimiento (del quinto mes hasta 100 días después
del mismo) se consideraba que estaban contaminadas y que podían dañar a los
gusanos. De igual modo creían que el cuidado de los capullos y el hilado eran
trabajos “húmedos” que perjudicaban la fertilidad. En definitiva, la soltería
femenina acabo viéndose en la región de Guangdong como un ideal social
deseable. Ello contradecía abiertamente los valores confucianos tradicionales,
que relegaban a la mujer al papel de madre y esposa, permanentemente confinada
en el hogar y sometida a las opresivas suegras. Y es que, como ya se ha
indicado, la mujer casada en China perdía el vínculo con su familia consanguínea
cuando se trasladaba a vivir con el marido (residencia virilocal). Una vez que
tenía hijos, la mujer se integraba definitivamente de la familia del esposo,
perdiendo sus lazos de parentesco de origen.
4) Las causas ideológicas
Otro dato muy
importante que destaca Marjorie Topley es la división espacial del trabajo en
Guandong. Las mujeres vivían en las aldeas, mientras que los hombres residían
fuera de las mismas trabajando en las granjas, en la pesca y en las primeras fases de la crianza de los
gusanos de seda. En las aldeas las jóvenes núbiles habitaban en una vivienda
especial, la “casa de las chicas” (nü-wu
o nü-chien), un rasgo peculiar de
Guangdong, puesto que en otros sitios las casas comunes solo eran para los
varones solteros.
Cada linaje tenía su propia casa junto a un
santuario y alojaban a las solteras y a las mujeres visitantes. Las jóvenes que
iban a contraer matrimonio también debían residir allí obligatoriamente un
período, porque se consideraba infausto que salieran directamente de su hogar
para ocupar un lugar en la casa del marido. Se trataba de otra práctica mágica con
la que pretendían garantizar que los hermanos de las contrayentes, a su
vez, trajeran esposas que llenaran el
hueco dejado por las hermanas en la familia. Esas casas de chicas sirvieron de
fermento para las Hermandades de la Orquídea Dorada. Eran el lugar en el que
permanecían hasta casarse o pronunciar sus votos de soltería. En ellas la
convivencia femenina se veía acompañada de prácticas religiosas en común, como
visitar templos o acudir a las representaciones teatrales durante los
festivales religiosos.
En la región de Shun-Te había numerosos conventos budistas y otras instituciones en que las mujeres laicas podían
vivir en celibato. Se trata de las “casas vegetarianas” o chai t´ang, en las que predominaban las
seguidoras de diversas sectas semisecretas de una religión sincrética llamada Hsien-t´ien
Ta tao, El Gran Camino del Primer Cielo. Estas
sectas llegaron a Guangdong, a mediados del Siglo XIX, procedentes de otras
áreas menos tolerantes con la heterodoxia del norte de China, de donde habían
sido expulsadas. Se trataba de una religión mesiánica y milenarista cuya
doctrina resultó muy atractiva para las mujeres de Guangdong porque armonizaba
perfectamente con sus inquietudes personales. En el seno del Gran Camino era
costumbre ofrendar a la diosa madre, su deidad suprema, a las niñas que habían
venido al mundo con mal sino, es decir, cuyo horóscopo no auspiciaba el
matrimonio. Los fieles de ambos sexos de esta religión oraban juntos, lo que
potenciaba el sentimiento de igualdad entre ellos, e incluso alguna de las
sectas estaba íntegramente gobernada por mujeres.
Entre las
fieles era muy popular un libro que relataba la historia de Kuan Yin, diosa de la compasión. La leyenda
contaba que fue una princesa que huyó para convertirse en monja contra la
voluntad de sus padres, pues no quería que nada interfiriera en su devoción. Su
ejemplo incentivó a las jóvenes a desafiar el matrimonio, que cada vez se veía
menos en Guangdong como una obligación preceptiva. La alfabetización de las
mujeres en Shun- te era muy elevada. Las jóvenes leían textos piadosos con
ejemplos de mujeres valerosas que se atrevían a vivir una vida de virtud lejos
del matrimonio. Hasta se aceptaba el valor moral del suicidio para preservar la
pureza. De hecho, la castidad se consideraba el modo idóneo para evitar la
polución cósmica. De acuerdo con las creencias de la religión Hsien-t´ ien, el nacimiento es un pecado
contra el cielo por el cual las mujeres han de ser castigadas tras su muerte,
enviándolas a una charca repleta de los fluidos repugnantes del parto. Sólo
podrían ser rescatadas de ese inmundo lugar por medio de la virtud o bien
manteniéndose célibes.
Otra singular creencia, relacionada con la
reencarnación, reforzaba la opinión favorable a la unión de las “hermanas”: dos
seres estaban predestinados a unirse siempre en cada una de sus vidas. Pero
podía suceder, sin embargo, que la pareja predestinada no fuera, en una
determinada reencarnación, del sexo opuesto sino del mismo, por lo que su unión
en hermandad se consideraba adecuada. Se trataba de una explicación cultural
para la atracción homoerótica. Marjorie Topley, una antropóloga con gran
valentía en un momento en el que el lesbianismo era un tema tabú, probó que las
“hermanas” no solo vivían en común sino que mantenían relaciones sexuales: utilizaban
un consolador de seda relleno de tofu, lo que pudo confirmar un forense a finales
de los años 1950.
Para aquellas
mujeres resistentes vivir en las “casas
vegetarianas” resultaba otra excelente solución. Allí no estaban
confinadas, como sí sucedía en los monasterios budistas, y tampoco se les
obligaba a llevar vestimenta religiosa ni a raparse la cabeza, formas simbólicas
de suprimir su feminidad para la aceptación social de la huida del matrimonio. En
la práctica, las “casas vegetarianas” podían resultar indistinguibles de las
“casas de solteras”. En estas también se celebraban ceremonias, aunque la
comida vegetariana no era un requisito indispensable.
La pertenencia de las mujeres laicas a las
casas de orientación religiosa también les
permitía convertirse en antecesoras reverenciadas por sus discípulas, y hasta
podían mejorar de rango para su siguiente reencarnación. Esa gran dignidad
permitía a estas mujeres escapar de los valores patriarcales de la cultura
dominante, que consideraba que nacer mujer era una desgracia para la familia y
que sólo eran útiles como moneda de cambio para matrimonios que las convertían en
auténticas esclavas despersonalizadas. Todo ello era consecuencia de la cadena
de valores negativos asociados al yin. Pero a esa dignidad suprema para una
mujer sólo podían acceder las solteras o las casadas sin hijos.
El elevado
número de mujeres viviendo y trabajando en las ciudades coincidió también con
una amplia inmigración masculina hacia Singapur, Hong Kong y Malasia, porque
había pocos trabajos industriales para los hombres. Por tanto, el volumen de
posibles candidatos para el matrimonio se redujo de manera significativa. La
consecuencia fue que miles de familias campesinas pasaron a depender enteramente
de los ingresos que obtenían las esposas o las hijas y, por ende, estaban muy
interesadas en que mantuvieran ese trabajo y el sistema de vida y creencias
asociado al mismo.
La
convivencia cotidiana de las jóvenes durante los trabajos en la producción
sedera, la fe común en la diosa de la compasión y la participación en
ceremonias colectivas favorecía la sororidad, haciendo más y más atractivo el juramento
de hermandad (shuang chieh-pai).
Ha de
destacarse una razón ideológica más: las jóvenes solteras no podían residir con
sus familias de origen, porque una vez alcanzada la madurez se consideraba que
ya no seguían perteneciendo a las mismas. Ello era el correlato necesario de
que la mujer tenía un único destino aceptable, casarse y pasar a la familia del
novio. Las únicas alternativas eran convertirse en prostituta, alcahueta o
comadrona, profesiones todas ellas relacionadas con el sexo. La solidaridad de
la Orquídea Dorada rompió ese círculo inexorable durante un larguísimo período.
No obstante, las resistentes de Guangdong nunca pretendieron cambiar el mundo
ni a sus semejantes. No se preocuparon por el destino de sus compañeras de sexo
oprimidas en el resto de China y no pensaron en utilizar su enorme potencial
revolucionario para transformar la opresiva sociedad en la que vivían. Por ello
no debería extrañarnos lo fácilmente que la historia olvidó esta experiencia
heterodoxa.
5)El final de la resistencia
Hacia 1920
la industria sedera comenzó a declinar en China, primero por la competencia
extranjera y después por la depresión que afectó a todos los mercados mundiales. Los ingresos de las
trabajadoras de la seda se redujeron y ya no pudieron mantener su sistema de
vida propio en casas vegetarianas o de solteras. Hacia 1935 la crisis alcanzó
su punto culminante, llevando a que en algunas áreas se cerrasen todas las
hilaturas. Las jóvenes solteras tuvieron que buscar trabajo como empleadas de
hogar en otros lugares de la propia China y, más tarde, en Malasia y Singapur.
Cuando Japón tomó Cantón en 1938, muchas mujeres núbiles intentaron escapar de
la explotación sexual que les esperaba residiendo en casas vegetarianas.
Después de que los japoneses abandonaran China, sucedió otra catástrofe: el gobierno
del Ejército Rojo, que consideraba a estas resistentes al matrimonio como
ideológicamente reprobables, una perversión capitalista y
contrarrevolucionaria, de manera que las casas fueron poco a poco desapareciendo.
La República Popular obligó a las solteras a retornar con sus familias, pero
otras prefirieron emigrar y no regresaron jamás a China. En sus lugares de acogida intentaron
perpetuar su peculiar modo de vida. Alquilaban una habitación y organizaban sus
clubs de ayuda, pero fracasaron en el intento de que las hijas adoptivas
siguieran sus pasos. En una película rodada en Hong Kong en los años 50 una de
estas jóvenes adoptadas declaró ante la cámara que no deseaba realizar los
votos porque consideraba que el estilo de vida de su “madre” estaba pasado de
moda y que era supersticioso rechazar el matrimonio por el temor al castigo de
los dioses. Por aquel entonces las mujeres casadas podían aspirar a una
existencia más digna que en el pasado. En definitiva, las circunstancias
económicas, sociales y religiosas que propiciaron las Asociaciones de la
Orquídea Dorada habían desaparecido y ya no volvieron a darse. Los dramáticos
acontecimientos de la crisis mundial de los años 30 de la pasada centuria, los
enfrentamientos bélicos y la Revolución Cultural de Mao extendieron un espeso
manto sobre aquella increíble etapa histórica, cuyo inicio algunos remontan al
comienzo de la dinastía Qing en 1644 y que, en su momento culminante, se
refería a un colectivo de unas 100.000 mujeres, según los datos que
proporciona Carolyn Gage.
Los estudios que pudieron realizarse sobre las
mujeres emigradas en realidad no se referían a su resistencia al matrimonio, de
ahí que la información acerca de las relaciones sexuales entre las “hermanas”
sea verdaderamente escasa. No obstante, no puede negarse su evidencia.
Por cierto,
no se ha ofrecido una explicación definitiva a por qué las “hermanas“ se
identificaban principalmente con el nombre de la “orquídea dorada”, aunque también
encontraremos el título de Sociedades de
la Admiración Mutua. A mí se me ocurre que, lo mismo que las mujeres más
valiosas en el mercado matrimonial, las que tenían los pies de un tamaño no superior
a 10 cm ,
estas adalides de la libertad personal se consideraban tan valiosas que también
debía ser dorada su flor identificativa, la orquídea (que, curiosamente, crece
en ramos de flores “hermanas”).
Sobre Marjorie Topley, autora de Marriage Resistance en el libro Women
in Chinese Society, principal fuente de información para este artículo, tenéis
también otra entrada reciente en este blog: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2015/09/marjorie-topley-una-antropologa-en-el.html
Fuentes adicionales consultadas:
-Blackwood, Evelyn, y
Wieringa, Saskia: Sombras sáficas.
Desafiando el silencio sobre el estudio de la sexualidad
- Gage, Carolyn: Sworn
Sisters and Marriage Resistance
-Garzón de Albiol,
Virginia: Asociación de la Orquídea Dorada
(1644-1911)
- Ohana, René: Lesbian
life. Golden Orchid Society. Same Sex Marriage in China .
-Stockard, Janice: Daughters of the Canton Delta: Marriage
Patterns and Economic Strategies in South China
1860-1930. 1989
Bueno, la Hermandad de la orquídea dorada no me parece ni tan rara ni tan extravagante. El matrimonio muchas veces ha sido un mal negocio, sobre todo para muchas mujeres. Recordemos la escuela de Safo en Lesbos, y supongo que durante siglos el monacato femenino ha satisfecho en Occidente algunas de las necesidades económicas, emotivas y sexuales, para mujeres poco interesadas en el matrimonio heterosexual o con nulo acceso al mismo; como el beguinaje, de otro modo, también se garantizaba cierta independencia económica y dignidad de vida para las viudas... Actitudes históricas diferentes que nacen de muy parecidas aptitudes humanas universales.
ResponderEliminarMuy interesante, en cualquier caso.
Precioso el icono de Kuan Yin, la diosa de la compasión...
ResponderEliminarQué curioso. Por cierto, o estoy confundida, o he visto fotos de niñas japonesas.
ResponderEliminarUna entrada muy completa, que analiza el hecho social desde diferentes perspectivas para ofrecer un resultado muy ilustrador y muy bien dosificada la información. Al leerla, he recordado "Viento del Este, viento del Oeste", de Pearl S. Buck, que releí este verano, cuando hablas de las suegras y cómo se cortan los lazos con la familia de la mujer una vez escasa y tiene el primer hijo, así como la difícil convivencia de la mujer y las concubinas. Una vez visto ese mundo tan opresivo para la mujer no es extraño que se buscasen alternativas en las que las mujeres son consideradas personas en sí mismas y no menores de edad, como ha sido - y sigue siendo todavía en muchos lugares y hogares - tristemente habitual.
ResponderEliminarEsta entrada la has enlazado muy oportunamente con la de Pies de Loto Dorado del blog Tinieblas en el Corazón, pero también está muy relacionada con la institución del matrimonio femenino en África, con la adopción incluida.
En otro orden de cosas, al leerlo, no he podido evitar traer a la mente el mundo griego: la vida de la mujer en el gineceo y las pocas alternativas que se le ofrecían (he visto que el profesor Biedma señalaba la escuela de Safo en Lesbos), pero también la vivencia de la homosexualidad expresada en el Banquete de Platón, cuando Erixímaco habla de las ventajas que tenía tanto para el amante mayor como para el joven el ser instruído en todos los órdenes de la vida, y en este caso que tú analizas se correspondería con la instrucción cela joven "adoptada". También la explicación de la reencarnación de la "hermana" en cuerpos que podían ser de uno u otro sexo se asemeja a la que Platón pone en boca de Aristófanes, con el bien conocido Mito del Andrógino.
Como puedes ver, es una entrada tan rica y llena de matices que da para mucha reflexión.
Enhorabuena