Gala Placidia (Domina Nostra Augusta, 421-438)
con su hijo Valentiniano.
Aelia Galla Placidia (h. 390-450) fue fruto del segundo matrimonio
del emperador Teodosio I el Grande con Gala, hermana de Valentiniano II. Quedó
huérfana de madre con cuatro años y se hallaba en Roma cuando los godos
saquearon la ciudad en el 410. Fue Serena, la mujer de Estilicón, quien se ocupó de su educación en Milán y Roma. Tal vez no quería vivir ni en Constantinopla ni
en Rávena por no llevarse bien con sus hermanastros: Honorio y Arcadio, a los
que Teodosio había cedido el imperio occidental y oriental respectivamente.
Placidia heredó la belleza de su madre y el carácter de su padre. Durante el saqueo de Roma cayó en manos de la soldadesca de Alarico, rey que la trató con respeto y se la llevó a Brindisi. Ataúlfo, hermano (o primo, o cuñado) de Alarico, se enamoró de la bella prisionera, que le correspondía. El rey de los bárbaros, que se habían convertido al cristianismo dentro de las fronteras del imperio, que ya no eran tan "bárbaros", aprobaba el idilio en que tan bien se compendiaba su política de integración entre godos y latinos.
Comparado con sus guerreros de origen nórdico, altos y rubios, Ataúlfo no resultaba imponente, pero tenía un temperamento apasionado y caballeresco. El contraste debió gustar a la princesa Placidia criada entre eunucos y poltrones. Ataulfo estaba ya familiarizado con la lengua y leyes romanas e incluso pretendía restaurar la gloria de Roma en vez de destruirla, vigorizándola con sangre germana.
Ataúlfo según Raimundo Madrazo, 1858.
Museo del Prado.
El matrimonio no pudo celebrarse de inmediato porque Honorio
había prometido la mano de su hermanastra a su general Constancio, de sangre
ilírica, mayor, físicamente repelente y dado a ocurrencias lúbricas y chistes
groseros. Tras la muerte de Alarico, proclamado rey su hermano Ataúlfo, este
atravesó con su ejército los Alpes y penetró en la Galia. Quiso contentar a
Honorio mandándole la cabeza del usurpador Jovino. Ante el regalo, y a pesar de
las protestas de Constancio, el emperador consintió el enlace del godo y la
romana.
El matrimonio se celebró en Narbona. Placidia envuelta en la púrpura imperial esperó a Ataúlfo que acudió a recogerla cubierto con una túnica blanca de lana y armado con su hacha de guerra. De los regalos que hizo a la princesa se habló en todo el mundo: cincuenta bellísimos adolescentes esclavos con sendas bandejas repletas de oro y joyas procedentes del saqueo de Roma. Prisco Átalo (que había disfrutado de los honores de efímero emperador con el apoyo de Alarico) declamó un discurso en que exaltaba el himeneo como símbolo de unión entre los dos pueblos. Días y noches de juerga subrayaron la distensión entre germanos y latinos.
Obligados por las tropas de Constancio al servicio de Honorio a abandonar la Narbonense, atravesaron los Pirineos y penetraron en la Tarraconense, estableciéndose en Barcelona (Barcino), donde Gala Placidia dio a luz un niño. Ataúlfo pretendía poner orden en Hispania, cuyo territorio y saqueos se disputaban suevos, alanos y vándalos. Esperando tal vez que su cuñado el emperador Honorio le cediera esta provincia, fue asesinado junto con su hijo en setiembre del 415. Algunos historiadores culpan del atentado a Sigerico. Cuando Ataúlfo expiró recomendó a los suyos: “Vivid en amistad con Roma y restituid Gala Placidia al emperador”. Sigerico no hizo caso, esclavizó a la princesa viuda y la obligó a seguirlo a pie mientras él desfilaba a caballo.
Gala Placidia en una moneda acuñada por su hijo Valentiniano III |
Placidia dio pruebas de su fortaleza y a pesar del hondo dolor de la pérdida de su marido y de su hijo sufrió los ultrajes sin pestañear y con una sonrisa en la boca, como una reina. Tal vez su actitud contribuyese a abreviar la carrera de Sigerico que una semana después fue asesinado por sus furibundos soldados. Le sucedió por aclamación Walia que cumplió la voluntad de Ataúlfo y acompañó a Placidia a los Pirineos donde el general Constancio la recibió con gran pompa.
La despedida de Placidia a “sus” godos valió un tratado de paz estable con Honorio. Ya no volvieron a Italia y combatieron en nombre del emperador contra alanos, vándalos y suevos hasta establecer un reino con capital en Tolosa. Se dice que Walia, usando a Placidia como rehén, la canjeó por 600.000 modios de trigo y el beneplácito de Honorio para la conquista de Hispania en nombre del Imperio. Y en efecto, en poco más de dos años los visigodos aniquilan a los vándalos silingos que estaban asentados en la Bética y prácticamente a todos los alanos de la Lusitania.
En Rávena, ciudad pantanosa, melancólica y romántica, Placidia resistió durante tres años el agobio de Constancio y la insistencia de Honorio en que lo desposara. Al fin cedió a “la razón de Estado”. Del matrimonio nació una niña a la que llamaron Honoria y luego un niño llamado Valentiniano, al que se proclamó príncipe heredero, “Nobilísimo". Cuatro años después Honorio asoció a Constancio al trono y Placidia fue proclamada Augusta.
Cuando siete meses después Constancio murió, Placidia tuvo que enfrentarse a un tercer cortejador, el menos esperable, su propio hermano. No supo cómo defenderse del capricho incestuoso y escapó con sus dos hijos a Constantinopla, junto a su sobrino Teodosio II. Se le acusó de conspirar con los godos contra Honorio, pero este, el Porfirogénito murió poco después. Sólo tenía treinta y nueve años y seguramente sólo le echaron en falta sus gallinas y pollos.
Un tal Juan quiso hacerse con el poder en Rávena; entonces era muy frecuente que un señor de la guerra o un general ambicionaran usurpar el poder de lo que quedaba del Imperio romano occidental, lo intentase y fracasase. Teodosio II no aceptó las pretensiones de Juan y acompañó personalmente hasta Salónica a la Augusta y al principito confiando su protección a otro general de sangre bárbara, Ardaburio. A Juan el usurpador lo hicieron prisionero, lo llevaron a Aquilea donde estaba Placidia y su hijo, le cortaron la mano derecha, lo montaron en un asno para burlarse de su “victoria” y la soldadesca le linchó. No fueron tiempos plácidos los de Placidia, sino muy violentos.
A fines del 425 un cortejo imponente avanzó desde Rávena a Roma con Placidia y el pequeño Valentiniano a la cabeza, quien con siete años se revistió de púrpura en el Capitolio, se coronó la diadema y el pueblo le aclamó como Augusto. En lo político y militar, Placidia no se mostró muy activa como regente. Le interesaban más las cuestiones espirituales, por eso ponía gran celo en la persecución de las herejías mientras el imperio se derrumbaba y las cloacas de Roma se atascaban. Dirigía concilios y dictaba edictos. Nestorio y Dioscuro eran condenados en Éfeso y Calcedonia respectivamente. Para ella los herejes eran más peligrosos que los longobardos, los francos y los vándalos. Dejó la defensa de Occidente en manos de dos generales Bonifacio y Aecio.
No supieron o no pudieron llevarse bien los dos generales. Fue el mismo Bonifacio, que mantuvo correspondencia con san Agustín y echó fama de santo quien invitó a los vándalos a establecerse en África, que entonces era una provincia romana rica y fértil. Aecio y Bonifacio acabaron enfrentándose en guerra abierta que concluyó en un duelo personal a muerte, episodio ya muy de tono medieval.
Gala Placidia visita su mausoleo en Rávena, recreación de Vasilyi Smirnov (1880). |
Enérgica y voluntariosa supo aprovechar su posición y las circustancias de la turbulenta época que le tocó vivir para encumbrarse hasta la cima del poder autocrático, como dice su biógrafo Fuentes Hinojo. En cualquier caso fue mucho más que un peón o una moneda de intercambio en el tablero en que jugaban godos contra romanos y cristianos contra paganos.
Mientras Bonifacio y Aecio se zurraban la badana Placidia siguió enclaustrada en su palacio de Rávena litigando contra las heterodoxias. Tal vez fuese consciente de que sólo la Iglesia sobreviviría a la catástrofe del mundo romano. En aquel Imperio occidental anquilosado y saqueado, hundido demográficamente y prácticamente reducido a la bota italiana con unos cuatro o cinco millones de habitantes eximidos de reclutamiento, dependientes y esquilmados por los señores de la guerra y las fuerzas mercenarias, cualquier innovación podía contemplarse con recelo, como gota que colmaría el vaso.
Cuando sintió que la muerte se acercaba, Placidia trasladó su corte a Roma, cuyo papa León I era más un Jefe de Estado que un teólogo. Placidia sabía que el verdadero sucesor sería el Jefe de la Iglesia y que los próximos funcionarios territoriales serían sus obispos. Expiró antes de cumplir los sesenta, el veintisiete de noviembre del 450 mientras los hunos de Atila entraban en Aquicum (Budapest).
Su cuerpo embalsamado fue llevado a Rávena y colocado en un sarcófago en la Iglesia de los Santos Nazario y Celso. Su mausoleo es uno de los monumentos más extraordinarios que nos han llegado desde aquel siglo convulso. Allí permaneció su momia, visible por una rendija durante mil años, hasta que un idiota en 1577 para verla mejor acercó una antorcha a la abertura, los mantos ardieron y los restos mortales de Placidia fueron definitivamente reducidos a ceniza.
El mural pintado por Bohemio en la fachada principal
del centro temático de Las Termas de Alameda.
En la actualidad el artista malagueño Juan María Rivero 'Bohemio' ha llevado esta relevante figura romana al pueblo de Alameda a través de la recreación de los mosaicos de su mausoleo en Rávena.
Pablo Fuentes Hinojo ha publicado una biografía extensa de Gala Placidia (ed. Nerea, 2004).
Rosa de la Corte, profesora gaditana, publicó en 2016 una novela protagonizada por Gala Placidia. Memorias de una reina (Hélade ediciones).
Otras fuentes además de las citadas: Indro Montanelli y Roberto Gervaso. Historia de la Edad Media, Debolsillo, Barcelona 2002.