miércoles, 14 de agosto de 2013

ROSALÍA DE CASTRO Y EL ESCÁNDALO DE LA HOSPITALIDAD SEXUAL EN GALICIA



En 1881, Rosalía de Castro publicó una serie de artículos sobre costumbres gallegas en un periódico de Madrid, El Imparcial. En uno de ellos aludía a una antigua costumbre de ciertas poblaciones de la costa gallega con arreglo a la cual, cuando un marino había permanecido largo tiempo en alta mar, se le ofrecía pasar la noche con una mujer de la casa en que estuviera alojado, como ofrenda de pura hospitalidad. Esa publicación levantó airadas críticas contra Rosalía en la prensa gallega. Tremendamente ofendida, la poeta se negó a escribir más en la lengua de su tierra y a ocuparse de Galicia en lo sucesivo. Todavía hoy sigue debatiéndose si, en realidad, existió alguna vez esa costumbre en nuestro país. Trataremos aquí de arrojar un poco de luz sobre el misterio desde la óptica de la antropología.
1.   La ley de la hospitalidad
Para nosotros, la hospitalidad es sinónimo de etiqueta o de protocolo a la hora de recibir invitados. Pero para entender mejor su trascendental importancia en el pasado, hasta el punto de que hablamos de “ley” obligatoria, hemos de remontarnos a una época, tal vez no tan lejana en el tiempo, en que los viajeros no disponían en todo lugar de hoteles, fondas u hospederías para comer y alojarse en el camino. En esas condiciones, el visitante de una tierra lejana no tenía más remedio que solicitar ayuda a los lugareños para su supervivencia. La ley de la hospitalidad fue la regla de validez universal que permitió a nuestros antepasados desplazarse por el mundo y no morir en el intento. Los extranjeros siempre eran vistos con curiosidad, como fuente de noticias de otros rincones, pero también, al ignorarse sus costumbres e intenciones, se presentaban como un potencial peligro. La palabra “huésped” viene del latín hospes, que a su vez deriva de hostis, “enemigo”. Su posición en la comunidad de acogida era, por ello, ambivalente. Para solucionar esa situación ambigua, el extranjero debía ser incorporado mediante su vinculación personal con uno de los miembros del grupo. Ese lazo, que generaba obligaciones recíprocas para el anfitrión y el huésped, es calificado por Julian Pitt- Rivers (para saber más sobre este autor y su obra, podéis consultar la entrada  http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/08/julian-pitt-rivers-y-la-antropologia.html  ), como “parentesco ritual”, y se articulaba de muy distintas formas en cada cultura, aunque en todas se trataba de situar a los enemigos en potencia en un terreno neutral, para evitar su rivalidad.

Los griegos antiguos, el pueblo viajero por excelencia, fundaba su código de hospitalidad con el extranjero (xenos) en la arraigada creencia de que podía ser un dios disfrazado, del que podrían obtener una recompensa. La mitología clásica está llena de aventuras en las que Zeus se confunde con los mortales y premia su generosidad con dones eternos, como la preciosa historia de Filemón y Baucis (podéis conocerla en el último apartado de este enlace  http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/2011/12/tras-las-huellas-de-orfeo.html ).
  1. La hospitalidad en la Odisea y en la Biblia

Un ejemplo muy explícito del protocolo griego lo encontramos en el Canto VI de la Odisea, cuando relata la llegada del náufrago Ulises a la isla de los feacios. Cuando la princesa Nausicaa lo descubre, medio muerto y desnudo en la playa, no duda en anunciar: Este es un infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle, pues todos los extranjeros y pobres son de Zeus. Pitt- Rivers señala que, en el ámbito del Mediterráneo, el derecho de asilo lo ejercían tradicionalmente las mujeres. Ello es así porque se encuentran en un eje de semejanza estructural con los extranjeros: son también misteriosas y están en los márgenes de lo social, segregadas y rodeadas de tabús. Tal es la explicación de que Nausicaa encaminara a Ulises como suplicante ante su madre Arete. Esa sumisión generaba la obligación sagrada e inviolable de conferir protección al extranjero, cuyo incumplimiento constituía un sacrilegio.
Carlos Espejo Muriel detalla los actos rituales que formaban parte de la recepción e integración del extranjero: baño purificador, que incluía lavarlo, ungirlo con aceite y proporcionarle túnica y manto; organizar un festín en el que, con la co-mensalidad, se ratificaba la aceptación del visitante en el seno de la comunidad. El agasajo incluía concederle el mejor asiento y la parte más sabrosa del animal. En la parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 18-24) podemos comprobar que se cumplían también esos pasos entre los hebreos. El padre, al descubrir la vuelta del hijo que había marchado a tierras lejanas, ordena: Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta…

Tras la comida, los griegos procedían a interrogar al huésped acerca de su identidad y lugar de origen, lo que equivaldría a nuestra exhibición de pasaporte ante las autoridades. Después lo acomodaban para dormir, inclusive con compañía de uno u otro sexo y, a la hora de partir, le entregaban preciados regalos, todo ello bajo la condición implícita de reciprocidad. Cuanto más magnánimo fuera con sus invitados, más prestigio social adquiría el anfitrión. Me parece especialmente reveladora la reflexión de Pitt- Rivers acerca de que, en realidad, la Odisea es una contínua elaboración en torno a la ley de la hospitalidad. De hecho, el castigo que inflige Ulises a los pretendientes y a las criadas amancebadas con ellos es un acto de justicia, por haber abusado gravemente de su casa durante su ausencia, despilfarrando su hacienda y tomando favores que no les habían concedido los legítimos titulares de derecho, esto es, sus anfitriones Penélope y Telémaco.

En el Nuevo testamento también hallamos un ejemplo perfecto del ritual de la hospitalidad entre los judíos. Seguro que recordaréis la famosa historia que se narra en Lucas 7, 36-50: Un fariseo invita a comer a Jesús. Cuando ya estaban sentados, entra en la casa una pecadora portando un precioso frasco de alabastro que contenía un caro unguento. Con él unge los pies de Jesús, después de lavarlos con sus lágrimas y secarlos con sus cabellos. El fariseo se escandaliza de que Jesús tolere ese comportamiento por parte de una mujer pública, pero Él, en cambio, le recrimina todos sus incumplimientos de la etiqueta que, como anfitrión, estaba obligado a observar: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa, no me diste agua para los pies… No me diste un beso… No ungiste mi cabeza con óleo…, y los contrapone a los dones de la hospitalaria pecadora.

  1. Otros modelos de hospitalidad
En la India, el principio rector es “El invitado es un dios”. Y los ingratos páramos habitados por los pasthunes, en el centro y sur de Asia, son conocidos como” la tierra de la hospitalidad”. Esa concepción se contrapone agudamente a la visión individualista y maximizadora de beneficios del homo oeconomicus occidental desde Adam Smith.
Marcel Mauss
 Marcel Mauss (1872-1950), en su fundamental Ensayo sobre el don (1923-1924), señala que Tal concepción… ignora ese sentimiento profundo que lleva a los hombres a compartir, a dar. No tiene en cuenta nuestra propensión fuerte a crear lazos sociales gracias al intercambio de regalos sin necesidad de plantear el problema de si estos regalos son necesarios o útiles. Pero, como hemos visto, esa vocación de dar arrastra tras de sí una pléyade de intereses: fuerza, dominación, prestigio, seducción, rivalidad y, sobre todo, sociabilidad. Junto a la obligación de dar, están la de recibir y la de devolver, que se ejemplifican alegóricamente en las Tres Gracias del folklore grecolatino. Mauss no duda en invocar la ideología maorí del Hau, la fuerza del espíritu del donante que queda impregnada en el regalo y obliga al receptor a devolver la ofrenda.

En el mundo celta, la hospitalidad resultaba fundamental para regular la solidaridad entre las tribus, y se basaba en la celebración de banquetes. Todas las aventuras de Astérix terminan en un gran festín, en el que agradecen su triunfo a la alianza con pueblos amigos.





 Por el contrario, en otras culturas la incorporación del extranjero incluye un componente agonístico, de lucha. Pitt- Rivers cita a Franz Boas a la hora de comentar la costumbre entre los esquimales: con ocasión de la visita de un extranjero, se organiza una gran fiesta, seguida de un combate que permite a la comunidad decidir quién es el mejor entre el anfitrión y el visitante. En realidad, advierte Pitt- Rivers, la entrada de cualquier extraño en un grupo es siempre motivo para alguna clase de ordalía, como las novatadas en los colegios mayores o las ceremonias de incorporación a sociedades secretas. Son pruebas de valor pero también ritos de paso del antiguo estatus de extranjero al de miembro.
  1. La hospitalidad sexual
Esta práctica consiste en permitir al huésped, por cortesía, tener relaciones sexuales con una mujer de la casa. A diferencia de la ley general, tal costumbre no es universal sino que se practicaba solo en algunas sociedades, con peculiaridades propias en cada una de ellas. Así, puede tratarse de la esposa, de las hijas o de las hermanas del anfitrión; la iniciativa puede partir del marido o de la propia mujer, con independencia del parecer del varón (así sucede con los tuaregs y con los esquimales); y el favor concedido puede oscilar entre el simple galanteo y la consumación. La violación de las condiciones vigentes -por el rechazo por parte del huésped o de la mujer, o por excederse de los términos de lo socialmente permitido-, se considera una ofensa imperdonable y puede acarrear consecuencias tan graves como la muerte. Como se trata de un gesto de hospitalidad, no afecta al honor de los oferentes. Por el contrario, prestigia al anfitrión y a su familia, con los que el huésped no adquiere ninguna obligación, con independencia de que pueda aparecer como candidato a novio de las jóvenes solteras. Y, si la mujer queda satisfecha, el visitante puede recibir regalos de su marido.

Esta costumbre, tan contraria a la religión cristiana, tuvo una amplia y dispersa localización geográfica en el mapamundi hasta el siglo XIX, aunque los esquimales del Artico canadiense son, quizá, el ejemplo etnográfico más difundido. Podemos recordar Los dientes del diablo (The Savage Innocents), la película de Nicholas Ray que obtuvo la Palma de Oro en Cannes en 1960. Cuenta cómo Inuk mata a un sacerdote que rechaza su comida y “reír” con su esposa, al considerar esa negativa a recibir su hospitalidad una ofensa intolerable. 



También se practicaba entre los hotentotes de Sudáfrica, que intercambiaban esposas como signo de amistad; en las islas Marshall del Pacífico; en algunos pueblos australianos; entre los indios Missouri de Oklahoma; en el norte de África, en Oriente Medio…
En el Antiguo Testamento encontramos sorprendentes rastros de esta costumbre, siempre para rechazarla. En Génesis, 19, Lot saluda a dos ángeles en Sodoma a la caída de la tarde. Para que no tengan que dormir en la plaza pública, expuestos a toda clase de peligros, les ofrece entrar en su casa para lavarse los pies, comer y alojarse. Pero sus convecinos exigen tener acceso carnal con los visitantes, parece que con fundamento en una costumbre muy difundida, pues la misma situación se repite en Jueces, 19-21. Allí se narra el crimen de Giubea, cometido contra la concubina del viajero levita de Efraín, que tiene que entregarla para que los malvados vecinos sacien su concupiscencia.

No se ha ofrecido una explicación única para la hospitalidad sexual. Para Pitt- Rivers, la cópula del extranjero con una mujer del grupo es equiparable a la comida común con sus integrantes, como una forma de incorporar la esencia del extraño a la comunidad. Para otros autores, cuando se trata de pueblos nómadas, contribuye a mitigar la tensión sexual y la amenaza de agresividad por la prolongada abstinencia sexual. Trataría de regular lo que, de otra forma, el extranjero podría intentar tomar por la fuerza, con el consiguiente peligro para el orden social. En pueblos como los esquimales, que practicaban el infanticidio femenino, la explicación podría estar en la escasez de mujeres disponibles, y así se aprecia claramente en Los dientes del diablo. Pero todo esto no nos dice nada concreto acerca de si alguna vez existió en España la costumbre de la hospitalidad sexual.
Nanook el esquimal

  1. La "prostitución hospitalaria" en Galicia
En 1881, Rosalía de Castro (1837-1885) se encontraban la cima de su carrera literaria. A sus 44 años, el “Ruiseñor gallego”,- como la llamó su amiga Cecilia Bohl de Faber, a la que conocemos mejor como Fernán Caballero-,había publicado ya el grueso de su obra. En 1863, sus Cantares gallegos reivindicaron la cultura popular de su tierra, lo que sería una constante en su producción. En 1880 apareció Follas novas, su trabajo más relevante. En él denunciaba la exclusión social de la mujer, la situación marginal de campesinos, inmigrantes y huérfanos. También fue otro vector fundamental de su quehacer poético esa defensa de los marginados sociales. Canto a la tierra natal, un tanto idealizada, y posicionamiento junto a los excluidos, son igualmente las líneas que recorren la serie de artículos costumbristas publicados en Los Lunes de El Imparcial, entre el 28 de marzo y el 4 de octubre de 1881.



 Rosalía alaba en ellos la belleza del paisaje gallego, la noble moral de sus campesinos, su actitud tolerante, su solidaridad humanitaria que, a veces, degenera en supersticiones. Se refiere en particular a la hospitalidad que, en un pueblo emigrante como el gallego, siempre tiene como horizonte implícito la reciprocidad. Ella considera esta virtud como específica y representativa de la identidad galaica .Cuando alude a las comarcas marítimas, afirma que no es posible encontrar gentes de índole más bondadosa… La  idea de que el padre, el hijo o el esposo pueden andar errantes y perdidos por inhospitalarias tierras o yermas soledades, contribuye, por otra parte, hasta tal punto a aumentar los compasivos instintos de aquellas gentes, que bien puede decirse que llegan en esto a lo inverosímil e increíble. Lugares hay entre aquellos pueblecillos en donde se guardan creencias que no sabemos existan en ninguna otra parte, y que recuerdan la manera con que algunos pueblos primitivos llegaron a ejercer la hospitalidad, sin que acertemos a adivinar cómo a través de los siglos pudo conservarse entre nosotros ese resto vivo de tan remotas costumbres.


Entre algunas gentes tiénese aquí por obra caritativa y meritoria el que, si algún marino que permaneció por largo tiempo sin tocar a tierra, llega a desembarcar en un paraje donde toda mujer es honrada, la esposa, hija o hermana pertenecientes a la familia en cuya casa el forastero haya de encontrar albergue, le permita por espacio de una noche ocupar un lugar en su mismo lecho. El marino puede alejarse después sin creerse que nada ligado a la que, cumpliendo a su manera un acto humanitario, se sacrificó hasta tal extremo por llevar a cabo los deberes de la hospitalidad.
Tan extraña como a nosotros debe parecerles a nuestros lectores semejante costumbre, pero por esto mismo no hemos vacilado en darla a conocer, considerando que la buena intención que entraña, así ha de salvar en el concepto ajeno a los que llegan en su generosidad con el forastero a extremos tales, como a nosotros el sentimiento que había de nuestra pluma al escribir este artículo.
Así pues, aquí tenemos descrita la hospitalidad sexual que, supuestamente, se habría practicado hasta el siglo XIX en algunas pequeñas poblaciones costeras de Galicia. Se basaría en la caridad y en la reciprocidad, sólo en favor de marinos alejados de la tierra durante largo tiempo y por una única noche. La mujer ofrecida, de buena reputación previa, sería la esposa, hija o hermana de la casa. Por esa ofrenda sexual no perderían su honestidad en la opinión social. Por último, el beneficiario no contraería con la mujer ninguna obligación. Rosalía reconoce que esa costumbre, -extraña para la moralidad cristiana reinante-, evoca a algunos pueblos primitivos, y no sabe cómo habría podido conservarse entre nosotros ese resto vivo, es decir,  todavía entonces en uso, de una práctica remota. Es consciente de que podría parecer inverosímil tanta bondad y compasión pero insiste en que, entre quienes la practican, supone una obra meritoria que no sólo no perjudica a su crédito social sino que lo prestigia. La autora intenta convencer a sus lectores de que es la generosidad y buena intención que guía la entrega lo que salva la honra de la mujer ofrendada. Parece claro que Rosalía ya se había planteado la posibilidad de una respuesta escéptica por parte del público ante su información. No se le escapaba que esa exótica hospitalidad sexual estaba muy lejos de la severa moral burguesa. Sin embargo, por un ejercicio de honradez intelectual, se sintió en la obligación de dar a conocer esta práctica que tanto le había sorprendido a ella, no como algo vergonzante sino ciertamente extraño pero explicable por la hospitalidad con el marino errante, espejo del propio padre, hijo o esposo perdidos en el mar.
  1. El escándalo en la prensa gallega
Cuando llegaron a Galicia las noticias de esa publicación, la bien intencionada Rosalía se vio cubierta por una auténtica lluvia de críticas por parte de la prensa regionalista. Resulta difícil calibrar los concretos términos del debate, porque no se conservan los artículos publicados. Se sabe que las principales acusaciones se vertieron en El Anunciador de Coruña y en La Concordia de Vigo. En este último periódico se efectuaron estas injustas declaraciones: Jamás pudiéramos imaginar que una mujer ilustrada, y por apéndice gallega, fuera capaz de intentar el extravío de la opinión pública haciendo relación de hechos que no son peculiares ni de nuestras costumbres ni de la época en que vivimos. Por tanto, este periódico negaba la existencia de tal prostitución hospitalaria en la Galicia de entonces, y rechazaba que pudiera asociarse como mérito a la identidad gallega. También consideraba un pecado imperdonable para una mujer gallega ilustrada tratar esa cuestión. Por su parte, El Anunciador de Coruña denunció a Rosalía por dañar el buen nombre del país, presentándolo como un pueblo primitivo equiparable a la India o al Perú de los incas. Al ver la película Hanna Arendt, de Margarethe von Trotta, encontré mucha similitud entre el aluvión de críticas, insultos e incomprensión a los que se enfrentó la filósofa alemana, por su polémica idea de la banalidad del mal y su denuncia del papel de los consejos judíos en el Holocausto, con los que debió soportar la pobre Rosalía. 


La autora, que no encontró ningun apoyo en su entorno, solo acertó a articular esta escueta e irónica respuesta, sabiendo de antemano que era una guerra perdida: Puede el erudito redactor de El Anunciador añadir esta nota más a la de la India. Si no le bastare, sepa asimismo que en Lima, por los años de 30 a 45, hacían lo mismo los criollos con los españoles que allí llegaban. Pero de esto no se colige ninguna explicación para el misterio de la hospitalidad sexual gallega. Rosalía no era antropóloga sino una curiosa observadora de las costumbres de su pueblo, y una etnógrafa amateur. Como ella misma dejó escrito en una carta, sólo quería dar a conocer esta costumbre antiquísima, no censurarla ni alabarla. No se sintió, por ello, obligada a revelar sus fuentes de información, ni a identificar concretamente los lugares de que podría tratarse, quizá por discreción ante el revuelo levantado. Desde nuestra perspectiva actual tan desprejuiciada, y con  más de cien años de por medio, quizás nos resulte un tanto incompresible ese gran escándalo. Pero debemos tener en cuenta que, en aquel momento, la sociedad bienpensante, que trataba a la mujer como una propiedad exclusiva del hombre- padre, hermano o el esposo-, no podía aceptar como algo positivo su donación gratuita a un extraño. Sólo podía explicarse ello como un comportamiento propio de prostitutas o de pueblos salvajes sin moral. Solo una persona tan liberada como Rosalía, que siempre había vivido fuera de los muros de la opresiva ética de la burguesía, apartada de ellos  por el estigma de su nacimiento ilegítimo de madre soltera y padre sacerdote, podía penetrar en la inocencia intrínseca de esa hospitalidad sexual, su bondad frente a la visión utilitaria de la vida. Para ella no se trataba de una prostitución. Por otro lado, la sexualidad fue, hasta bien entrado el siglo XX, un tema sub rosa, secreto y prohibido, y mucho más en boca de una mujer. Así que Rosalía violó doblemente ese tabú. Como ella misma había profetizado en el Prólogo de La hija del mar, su novela autobiográfica de 1859, Todavía no les es permitido a las mujeres escribir sobre lo que sienten y lo que saben. Pero, ¿estamos a tiempo ahora de averiguar algo sobre la discutida costumbre gallega?




7. Alumbrando el misterio
Algunos estudiosos de la obra rosaliniana se han pronunciado abiertamente contra su existencia. Así sucede con Marina Mayoral, para quien las afirmaciones de Rosalía no tienen más fundamento que su palabra. Otros autores, como Alonso Montero, por el contrario, consideran improbable que Rosalía hubiese podido inventar esa práctica de la nada. Creo que Carmen Blanco García acierta cuando señala la importancia de realizar investigaciones antropológicas al respecto. Por mi parte, estoy convencida de que Rosalía no fantaseó con costumbres imaginarias. En primer lugar, los términos en que se expresa en su artículo se ajustan, como anillo al dedo, a los rasgos que se han atribuido a la hospitalidad sexual, en los que ya nos hemos detenido.
En segundo término, existen otras noticias acerca esa práctica en la cultura hispánica. Como apunta Ignacio Ceballos Viro, así podemos comprobarlo en un romance tradicional arraigado en Castilla, Cataluña y Baleares. Cuenta cómo el marido regresa a su tierra tras una larga ausencia, no siendo reconocido. Amparado en ese anonimato, descubre que la madre de su esposa la maltrata habitualmente. El hombre se hospeda su propia casa y su suegra, como anfitriona, le ofrece comida y alojamiento. El, además, le pide una mujer para que le "alumbre", lo que es una metáfora del trato sexual, y la malvada hospedera le concede con ese fin a su esposa. Por tanto, la concesión de favores carnales a los invitados de la casa no era extraña a nuestra tradición histórica. No obstante, parece claro que la severa moralidad religiosa no favoreció que se registrara abiertamente.
Rosalía publicó sus Costumbres gallegas en un suplemento semanal verdaderamente prestigioso, que había comenzado a publicarse en 1874 y que acogería a plumas tan célebres como José Zorrilla, Emilia Pardo Bazán, Clara Campoamor o Unamuno. Es lógico que Rosalía viese sus artículos como un gran reto. Se entiende mal, por ello, que improvisara o recogiera datos de manera defectuosa. Frente a la prensa basura y sensacionalista de nuestros días, la escasez de publicaciones en la época y el alto nivel de sus lectores permite descartar esa hipótesis. Pero sucede, además, que los propios escritos de Rosalía evidencian que no pudo haber mal interpretado los datos: Muchas horas hemos pasado oyendo tales historias y consejos que se nos relatan como cosa de feescribió.

Por otro lado, la radical respuesta de Rosalía a las críticas recibidas, que algunos consideran una reacción exagerada, pone de manifiesto la seriedad de su postura. Quizá era la única forma de que disponía para respaldar la verdad de sus aseveraciones. En una carta a su esposo, Manuel Murguía, el 26-07-1881, la que llegaría a ser musa del nacionalismo gallego se pronunció con estas rotundas palabras: Se atreven a decir que es fuerza que me rehabilite ante Galicia. ¿Rehabilitarme de qué? ¿De haber hecho todo lo que me cupo por su engrandecimiento?… ¿Qué algarada ha sido ésa que en contra mía han levantado, cuando es notorio el amor que a mi tierra profeso?… Pues bien: el país que así trata a los suyos no merece que aquellos que tales ofensas reciben vuelvan a herir la susceptibilidad de sus compatriotas con sus escritos malos o buenos… Ni por tres, ni por seis, ni por nueve mil reales volveré a escribir nada en nuestro dialecto, ni acaso tampoco a ocuparme de nada que a nuestro país concierna. Con lo cual no perderá nada, pero yo perderé mucho menos todavía… Mi resolución es no volver a coger la pluma para nada que pertenezca este país, ni mucho menos escribir en gallego, una vez que a él no le conviene aceptar las condiciones que le he propuesto. No quiero volver escandalizar a mis paisanos. Rosalía cumplió su palabra en cuanto no volver a escribir en gallego, pues en A las orillas del Sar (1888) versifica en castellano, pero no fue capaz de apartarse de su tierra natal como temática.

Por último, es posible encontrar alguna pista, en la biografía de Rosalía, que señale los eventuales escenarios en que pudo regir la costumbre. Los puertos que parecen asociados a su vida son Muxía, Coruña, Carril y Noia. Pero Lucía García Vega (Os lugares na vida e na obra de Rosalía de Castro: análise literaria. Tesis Doctoral, 2010)  ha apuntado a la figura de Choiña, una mujer de Laxe que compartió muchas conversaciones con Rosalía. Laxe es una pequeña localidad situada en la provincia de Coruña, en el centro de la Costa de la Muerte, dedicada a la agricultura y a la pesca. Su población, de poco más de 3000 habitantes, apenas ha variado desde 1900. Tal vez fuera ese uno de los pueblecillos costeros del misterio de las Costumbres gallegas.
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Quisiera agradecer a José Losada, gran conocedor de la vida de la vida de Rosalía y enamorado de su obra, que me pusiera sobre la pista de esta interesante polémica, que tanta importancia tuvo en la trayectoria de la autora.
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Este artículo fue originariamente publicado en el blog Tinieblas en el corazón

POST SCRIPTUM:

Baldosada escribió:
Aunque es fantásticamente literaria, me gustaría aportar la interpretación de un escritor gallego al que admiro mucho:
Sentíase embebedada polo engado tenue do mariñeiro que retorna á súa casa após de dez anos de navegacións e recoñece por propios os cinco fillos habidos pola súa esposa nese tempo; cinco veces, en cinco portos extranxeiros, fixera o amor con outras tantas mulleres lexítimas de mariñeiros ausentes e todas lle xuraron devoción na lingua de Lam-Ko e coa voz de súa propia esposa, co que ficaba demostrado o feito de que os espritos e os corpos das mulleres dos nautas poden combinarse en transposicións complicadas a efectos de salvaguardar a pureza dos costumes e a fidelidades conxugal, milagre atribuído ás ninfas acuáticas de mitoloxías previas ao Moh.
De “Calidade e dureza”, relato de X.L. Méndez Ferrín (“Amor de Artur”. Edicións Xerais, 2005)
  
Encarna Lorenzo, 21 de agosto de 2013 17:03
Muy oportuna la aportación, que apunta al espinoso problema de los hijos habidos de las uniones hospitalarias. Para Méndez Ferrín, el marido acepta la paternidad ajena como propia,lo mismo que lo hará otro con la suya ¡Qué hacer con una lejanía de cinco años en el mar!Los griegos lo solucionaban imaginando al retoño como hijo de un dios en paso fugaz por la tierra. Aquí, con el principio de reciprocidad y también con un punto de imaginación legendaria: para el marinero ausente es como si el cuerpo de su legítima mujer se hubiera teletransportado por todo el mundo, transmutándose en esas mujeres acogedoras en ausencia de sus maridos, pero siempre sin cuestionar formalmente la fidelidad conyugal.





1 comentario:

  1. Bravo por Rosalía. Tuvo sus ovarios muy bien puestos cuando se atrevió con eso. A mí también me parece veraz su testimonio.
    En esto de la hospitalidad el que regala bien vende si el que recibe lo entiende.
    Lamento que se siga viendo a Adam Smith como a un defensor del individualismo posesivo y depredador anglosajón, aquel buen estoico tenía mucho más sentido social del que se le atribuye.

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