"No sé qué dulzura tiene esta triste vida,
que aunque sea con trabajos y desdichas la apetecemos"
María de Zayas y Sotomayor. Desengaño tercero.
CUARTO DESENGAÑO
Corre la primera mitad del siglo del barroco, tiempos de Felipe III "el Piadoso" y de Felipe IV "el rey Planeta"...
Don Martín, joven caballero y noble galán de buen juicio y entendimiento, navega de vuelta a España tras hacer méritos en las guerras napolitanas. Canta los amores de una prima con la que quiere casar. Mas quiso la fortuna (cruel enemiga del descanso) que una terrorífica tormenta hiciera naufragar su nave. Tras destrozarse contra los escollos de una tierra desconocida, don Martín y un compañero se agarran a unas tablas y saltan a la concavidad de una enorme roca para ponerse al resguardo de las mortíferas olas. Amainado el temporal, aún les quedan fuerzas para nadar hasta la playa. Desde allí siguen una senda que les conduce a un castillo...
El señor de aquel palacio-fortaleza les acoge con hospitalidad. Están en Gran Canaria. Dos doncellas y cuatro esclavas blancas, herradas en los rostros, ponen luz, manteles y menaje para la mesa en la que repondrán sus fuerzas Martín y su colega invitados por el anfitrión. En lugar de los perros que esperaban ver salir de un portón bajo, que había estado cerrado con llave, acude una mujer joven, desnutrida, sin color, pero todavía hermosa, que maravillosamente sería preciosa de no estar en un estado tan lastimoso. La criatura da pena y parece moribunda, marcha encogida cubierta con una saca basta y ceñida con una soga. En sus finas y ebúrneas manos una negra calavera. Se aproxima gimiendo, sollozando, y ven que se esconde como una perra dócil bajo la mesa, donde los señores le echarán las piltrafas de su cena.
Poco después de este siniestro espectáculo, Martín ve salir por otra puerta mayor a otra mujer más negra que el azabache con fiera faz de demonio, narices romas como las de los perros bracos y boca de león. Va vestida lujosamente de un raso de oro encarnado, adornada con un enorme collar de perlas que contrastan vivamente con su piel, de sus brazos cuelgan pulseras diamantinas, en su cabeza luce algunas flores y piedras de valor, esmeraldinas sortijas en sus dedazos. El dueño del castillo le toma de la mano con solemne cortesía y la sienta a la mesa junto a sí.
No hay que decir que Martín y su amigo se quedan boquiabiertos. No quieren ofender al hospedante... Este dice llamarse Jaime de Aragón y estar dispuesto a explicar las razones del extraño episodio que los huéspedes acaban de contemplar. Lo hará por primera vez.
Empieza por una extraña aventura que le acontece en una lejana ciudad. Una viuda rica se enamoró de él y pagó espléndidamente sus favores sexuales, pero él no sabía con quien se acostaba, pues era conducido a su casa por un criado, con los ojos vendados. Gozó con ella tan dulces favores e intensos placeres con el comercio de sus carnes en la obscuridad, que sin verla se enamoró de ella. Cuando una noche encendió desobediente la luz en la estancia en que transcurrían sus encuentros, los ojos también pudieron disfrutar la hermosura que habían disfrutado otros sentidos. Pero aquella rebeldía pudo suponer su perdición.
A sabiendas de que los españoles no saben guardar secretos, Lucrecia, princesa de Erne, que así se llamaba la fogosa viuda, mandó unos sicarios para matar a don Jaime, antes de que su honor cayera por los suelos. No consiguieron asesinarle de milagro. Aún malherido consiguió espolear su caballo y poner tierra de por medio. Para salvar su vida huyó de aquellas obscuras glorias. Pero no podía olvidar el rostro de Lucrecia (¿una atracción-repulsión que le ponía?). Pasaron los años y en una ceremonia religiosa vio aquel mismo rostro en el de una desconocida, Elena, que así se llama la que roe huesos y mendrugos como perra bajo la mesa. Pobre aunque de origen noble, don Jaime la adoró y no dudó en esposarla.
Se arrullaron, se mimaron, disfrutaron de respetos y ternuras durante un tiempo. Don Jaime acogió a un primo de Elena, igual de pobre pero con talento, a fin de que pudiera cursar estudios religiosos. Pero hete aquí que después de un ausencia obligada, ilusionado con volver a recobrar el abrazo de su idolatrada esposa, la sirvienta negra (ahora la señora de la casa) le soltó que la joven estaba en contubernio con su primo. Se acreditaba como fidelísima sirvienta, hija de una pareja de esclavos africanos de los padres de don Jaime, inteligente y persuasiva: "Sabe Dios la pena que tengo en llegar a decirte esto; que no es justo que pudiendo remediarlo, por callar yo, vivas tú engañado y sin honra".
Aún sin pruebas físicas, Don Jaime la creyó y, ciego de furiosa cólera, quemó vivo al primo traidor, reservando su craneo asado para que le sirviera de vaso en que beber los acíbares de su adulterio, a Elena, "como bebió en su boca las dulzuras".
Dos años hacía que maltrataba a Elena y la tenía encerrada como a una mala bestia, no ofreciéndole otra cosa que pajas por cama ni otra compañía que la tristisima calavera. Y así quería seguir tratándola Don Jaime hasta que entregara su alma pecadora a Dios, ofreciéndole de paso el espectáculo de la esclava aborrecida, adornada con sus galas, dueña y señora en lugar principal de la mesa, pues al hidalgo le parece poco castigo asesinarla inmediatamente por su adulterio y desea reparar su "honor" con crueldad extrema.
Perplejos, marchan Don Martín y su compañero a reposar y al poco les desvelan unos gritos pelados de la negra, clamando al cielo y pidiendo confesión porque siente que se muere. Es cristiana convencida y teme el castigo divino, por eso revela que levantó falso testimonio contra su señora. Era ella y no Elena quien estaba prendida del primo y le andaba persuadiendo para que fuese su amante. Como el muchacho sólo tenía cuidados familiares para con su prima y no hacía caso de la pasión de la negra, y como esta tuvo unas impertinencias con la señora y fue castigada y azotada por ello, también castigada por el primo, pensó en vengarse de los dos, muy despechada, y por eso esperó a Don Jaime para difamar y calumniar a su señora... Ruega ahora perdón y a Don Jaime que devuelva a la Elena a su legítimo y bien merecido estado, pues está padeciendo sin culpa.
Don Jaime desesperado va por Elena, abre la perrera, pero la encuentra muerta. Los caballeros le contienen y desarman porque hace amago de suicidarse. Al fin enloquece y no hay manera de devolverle la salud...
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He reventado el argumento de uno de los diez relatos de desengaños amorosos del segundo volumen de las novelas cortas que publicó María de Zayas y Sotomayor en Barcelona (1647). La conclusión que saca la escritora de su relato es la siguiente:
"En lo que toca a crueldad, son los hombres terribles, pues ella misma los arrastra, de manera que no aguardan a segunda información; y se ve asimismo que hay mujeres que padecen inocentes, pues no todas han de ser culpadas, como en la común opinión lo son. Vean ahora las damas si es buen desengaño considerar que si las que no ofenden pagan, como pagó Elena, ¿qué harán las que siguiendo sus locos devaneos, no solo dan lugar al castigo, mas son causa de que infaman a todas, no mereciéndolo todas? Y es bien mirar que, en la era que corre, estamos en tan adversa opinión con los hombres, que ni con el sufrimiento los vencemos, ni con la inocencia los obligamos".
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De la vida de María de Zayas y Sotomayor (1590-1661?) sabemos bien poco, que vivió en la primera mitad del siglo XVII, que pertenecía a la aristocracia madrileña, que admiraba y era admirada por Lope de Vega. Publicó dos colecciones de novelas cortas, en Zaragoza (1637) y Barcelona (1647), veinte en total, diez por cada colección. Puede que fuese hija de un caballero de la Orden de Santiago, Fernando de Zayas, nacido en Madrid en 1566.
Añoraba Doña María los tiempos gloriosos de los Reyes Católicos, del emperador Carlos I y del prudente Felipe II. Era consciente de la decadencia de España. Defiende el derecho de las mujeres a la cultura y el poder político. Los desengaños amorosos que relata advierten de los engaños masculinos. Trata el erotismo femenino con seriedad y sorprendente libertad. Tilda la educación que venía dándose a las mujeres de castradora, la cual, por añadidura, manifiesta el temor de los varones a la competencia del otro sexo.
Es sorprendente que María de Zayas sea tan poco conocida y mencionada en los manuales de historia literaria, siendo sin embargo considerada por la crítica como la mejor novelista de su siglo después de Cervantes. Sus diálogos tienen gran vivacidad, ensarta motivos diversos con habilidad, maneja con soltura diversos tonos y emplea un lenguaje sencillo sin rehuir expresiones populares y descartando el alarde culterano, aunque es evidente que era mujer culta.
Describe con perspicacia los estados anímicos (con harta frecuencia patéticos) de sus personajes, adentrándose incluso en el mundo onírico. Escribió versos que a veces incluye en sus prosas y se conserva una comedia suya: La traición de la amistad, protagonizada por Fenisa, incorregible coqueta que multiplica sus conquistas, donjuan femenino que ama a varios galanes a la vez porque declara tener un corazón "capaz de albergar un millón de amadores", pues "tantos quiero cuantos miro". Acaba sola y es castigada por engañar a una amiga (gran pecado contra la sororidad de la que Zayas es apóstol).
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Entre 1620 y 1665, las novelas cortas estuvieron de moda. Se hacían eco de la "novella" italiana, del Decamerón de Boccaccio y de la tradición cortesana provenzal. En España contaba además la tradición del "ejemplo", del cuento de raíz oriental, de la historia narrada o "patraña" (Timoneda). Cervantes conjugó ambas tradiciones en el título mismo de sus Novelas ejemplares (1613). María de Zayas prefería no usar el título "novela" para sus producciones, pues le parecía un nombre desprestigiado, prefería el de "Maravillas" o "Desengaños". Sin embargo su primera colección se titulará Novelas amorosas y ejemplares, tal vez por indicación del editor, si quería aprovechar la exitosa estela abierta por las Novelas ejemplares de Cervantes. La Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto se titulará Desengaños amorosos. Alicia Yllera es responsable de una magnífica edición crítica de esta última parte (Cátedra, 2021).
En el siglo XVII vieron la luz pública una serie de novelas picarescas que tenían por protagonistas a mujeres, La Pícara Justina (Fco. Lope de Úbeda), La Hija de Celestina (Salas de Barbadillo) La Garduña de Sevilla (Castillo Solorzano), en las que se muestra que en bellaquerías, desparpajo y maldad, la mujer es igual y tan buena como el hombre. A las tradiciones que he señalado hay que añadir además el influjo de la novela bizantina con su repertorio de viajes, tempestades, cautiverios, amores románticos, aventuras. Tanto en esta como en la ya caduca novela de caballerías importa sobre todo la acción, pero los eventos de las novelas de caballerías sucedían en un pasado lejano y ambiguo, en una geografía fantástica que distanciaba al lector, que buscaba sobre todo imaginación y entretenimmiento como olvido del mundo cotidiano, de sus preocupaciones y miserias.
María de Zayas quiere también suscitar admiración con historias fantásticas que consigue hacer verosímiles gracias a su indiscutible habilidad artística, los elementos mágicos que incluye en sus novelitas: pactos con el diablo, apariciones de difuntos, sueños premonitorios..., explican el éxito de la autora en en siglo XVIII, cuando se pone de moda la novela gótica. Se ha hablado del "realismo" de Zayas, y en efecto podemos describir su prosa como realista si la comparamos con las novelas de caballerías, no obstante, la confusión sueño-realidad es elemento predilecto del barroco en esta estética de la admiración que cultiva con tanta perspicacia como maestría la autora, a la que interesa, no sólo denunciar las injusticias y crueldades machistas, sino también lo extraordinario, lo extremo y hasta lo grotesco y desagradable.
El tema principal es la pasión amorosa y sus estragos, o el desencanto de la mujer enamorada y descuidada por su marido, desarrollados a lo largo de una pluralidad de peripecias que va tejiendo en una cascada de relatos. Una sorprendente característica de estos cuentos es que están ayunos de happy end, de final feliz. Sólo en dos de las veinte novelas, las protagonistas acaban felices y comiendo perdices. La mayoría acaba huyendo del mundo y buscando la tranquilidad del retiro conventual (en los conventos de la época abundaban las mujeres cultas), o muriendo, sobre todo en la segunda parte: Desengaños.
El amor es pasión arrolladora, sensual y lúbrica, más que elaboración platónica, y María de Zayas lanza sobre dicha pasión una mirada desilusionada. En los hombres, el amor parece reducirse a un deseo de posesión física que, una vez satisfecho, pronto causa hastío. Sólo las mujeres son fieles y constantes en sus sentimientos. Tras la galantería y cortesía mundanas se esconde un teatro de engaños que concluye en desencanto.
La fuerza de las obras de María de Zayas se ha encontrado sobre todo en su pesimismo. Mme. de la Fayette en La princesa de Cleves (1678) es su análoga gala. Hoy, María de Zayas, como sor Juana Inés de la Cruz es considerada una pionera del activismo feminista con los consiguientes anacronismos entrañados por tal consideración... "Va a ser una voz femenina la que airada arremete en todos los frentes" contra la lamentable condición social de la mujer. Escribe Oliva Blanco que en María de Zayas se advierte un obsesivo deseo de defender a las mujeres, de denunciar la opresión que sufren por parte de los hombres y el trato que reciben. La autora de los Desengaños se adelanta así a muchas de las proposiciones que planteará Feijoo en su Discurso XVI de su Teatro crítico universal (1726-1740).
En su época, la "cuestión femenina" presentaba dos facetas: la reivindicación del derecho de la mujer a la cultura y la exigencia de libertad a la hora de escoger marido. La figura de la mujer literata, humanista e intelectual, no era nueva. En el siglo anterior Francisca de Nebrija sustituyó a su padre Antonio en la Universidad de Alcalá de Henares y Lucía Medrano ocupó una cátedra en la Universidad de Salamanca.
Desde luego la protesta de María contra la marginación cultural y la crueldad masculina es temprana, pero un tanto timorata. El principal deseo de la autora de los Desengaños es defender la honra de las mujeres. Reprocha por eso a los hombres su general denigración de las hembras, que las condenen a todas por algunas que yerran, así como el hecho de ser ellos, en muchos casos, la causa del mal de las mujeres. Declara repetidas veces que las almas no tienen sexo. En una de sus novelas exhorta al varón a preferir por compañera a la mujer inteligente, antes que a la boba coqueta. Reprocha con vehemencia el que se excluya a las mujeres de las letras y de las armas, afeminándolas más de la cuenta. He aquí su apelación directa a los hombres:
"Yo aseguro que si entendierais que también había en nosotros valor y fortaleza, no os burlaríais como os burláis; y así por tenernos sujetas desde que nacimos, van enflaqueciendo nuestras fuerzas con temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas, ruecas, y por libros, almohadillas" (Primera parte: La fuerza del amor).
En El prevenido engaño, Violante aborrece casarse porque teme perder la libertad de que gozaba hasta entonces. Sin embargo, la postura de María Zayas es ambigua en cuanto a la libertad de la mujer para escoger marido, si bien interpreta la infidelidad femenina como efecto del abandono por parte del esposo y retrata a las mujeres cruelmente castigadas por la incompresión o por los injustificados y posesivos celos masculinos.
"María de Zayas nos ha dejado una impresionante imagen de los sexos en lucha" (Alicia Yllera). Sin embargo, en su prosa se mezcla el incipiente feminismo con el aristocratismo y la añoranza del pasado. Acepta el más estricto código del honor, patrimonio de la nobleza, lo que a ojos modernos parece en contradicción con la defensa de las mujeres. Defiende el buen nombre de las mujeres porque cree a pies juntillas en el principio de la honra, asociado a la castidad femenina en un tiempo en que la literatura exageraba un concepto que tenía fuertes apoyos en la defensa celosa de la limpieza de sangre y de la pureza del linaje. Tal concepto tenía una dimensión moral y social: dependía de la opinión de los demás y era particularmente exigente con las mujeres. María de Zayas no retrocede ante la oportunidad de sus personajes para salvar la honra mediante la ocultación, el disimulo o ante la ocasión de repararla mediante la venganza. Como aristócrata, desvincula la honra del dinero. Los nobles no se vienen abajo por haber perdido su hacienda, sino su honra o su amor. Añora el mundo caballeresco en que los caballeros servían a las damas conservando su espíritu guerrero, porque cuanto ve es ya engaño y decadencia, no sólo española, sino general.
La corte es para Zayas un caos de confusión y es por eso por lo que el convento ofrece a las mujeres interesadas por el estudio, mejor que el matrimonio, un ambiente propicio. Incita a las doncellas a la desconfianza: "En cuanto a la crueldad con las desdichadas mujeres, no hay que fiar en hermanos ni maridos, que todos son hombres" (Inocencia castigada)
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José García López, en su Historia de la Literatura Española (1972) considera a doña María de Zayas una de las figuras más importantes de la novela corta de ambiente cortesano. Celebra sus aciertos psicológicos y su orientación feminista. El elemento patético y la audacia de ciertas situaciones da a sus relatos un inconfudible tono barroco.
Las novelas cortas cortesanas, tras el espaldarazo cervantino de las Ejemplares y con el lejano modelo del cuento renacentista boccacciano constituyeron la auténtica literatura de masas del siglo XVII, si es que podemos hablar de "masa" para referir a una minoría burguesa y aristocrática de preponderancia femenina y suficientemente culta para solazarse con la lectura privada.
El marco general de sus dos colecciones de cuentos es entretener el ocio de una damita convaleciente, que acabará entrando en un convento. Los infortunados amores que las historias ejemplifican determinan su decisión final de apartarse de la mundanal mentira. De este modo se establece una relación originalísima entre el marco general de las novelas, enlazadas entre sí, de los desengaños que describen, y la decisión final de Lisis, la anfitriona en cuyo salón se cuentan las historias. Menéndez Pidal vio en ese tono desengañado, rebelde, trágico y de fuerte denuncia feminista, "un mucho de velado autobiografismo" imposible de verificar, pues contamos con escasos datos sobre su vida. Con María de Zayas la novela cortesana cobra una perspectiva nueva en que la mujer irrumpe como autora, ya no se presenta sólo como creía ser, es decir, como el hombre deseaba que fuera, sino que da testimonio artístico de su potente talento y ambición...
Bibliografía principal
María de Zayas.
Desengaños amorosos, Ed. de Alicia Yllera, Cátedra, 2021.
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Novelas ejemplares y amorosas o Decamerón español, Alianza, 1968.
Ramón Menéndez Pidal.
Historia de la cultura española. El siglo del Quijote, II, pg. 492.
Oliva Blanco Corujo.
La polémica feminista en la España Ilustrada, Almud 2010.